La política y la muerte, de la mano...
El nuevo escenario kirchnerista. De la Argentina de “Viva el cáncer” a las muertes buenas y las malas según de qué lado está la víctima.
La política y la muerte han ido, en la Argentina, demasiadas veces de la mano.
No alcanza con disentir: el “otro” debe desaparecer, callarse la boca,
hocicar. Es extensa la lista de nuestros próceres que murieron fuera,
expulsados, en plena muerte civil, como es la de quienes fueron
deliberadamente asesinados, la de cadáveres ambulantes que aún no logran
descansar en paz.
Argentina es el país –recordémoslo– de “Viva el cáncer”, escrito en
las paredes de Buenos Aires mientras el cáncer terminaba con la vida de
Eva Perón. Todo esto recordé hace unos meses, en una habitación del
Hospital Británico, cuando Sarah me dijo: “En Twitter lo están dando por
muerto”. Mi primera reacción fue –lo escribí entonces en estas páginas–
reírme pensando: “Estoy en condiciones de desmentirlo”, pero después me
angustió pensar qué hubiera pasado con los míos si leían aquella
noticia conmigo en el exterior: los minutos o las horas en blanco,
tratando de ubicarme, sin saber en verdad qué había pasado.
A la semana
vi la tapa de Barcelona: “Muera Lanata”, decía: chicos de clase media
que funcionan como los borrachos de la fiesta. También me reí: quise
pegarla en mi escritorio hasta que otra vez Sarah me dijo que no lo
hiciera: ¿como le explicábamos a nuestra hija Lola, de siete años, que
aquello era un supuesto ejercicio del sentido del humor?
Con aquello de
la muerte –de mi muerte–, el humor, mi humor, se fue apagando a fuerza
de ciber-k: leí twitters bromeando sobre la diálisis y los trasplantes
de hígado; ya sé que el Twitter tiene la seriedad de la puerta de un
baño público y encima está plagado de anónimos, pero algunas mañanas,
camino a mi diálisis en Fresenius, de la Fundación Favaloro, aprendí a
odiar a aquellos hijos de puta, y nadie puede estar orgulloso de su
odio. Y el tiempo fue pasando hasta la noche del martes, cuando el país
se enteró de la enfermedad de Cristina.
Esa noche me di cuenta de que
hay muertes y muertes, y que el sentido del humor es a veces
unidireccional: los mismos que se reían de mi muerte ahora escribían
mensajes conmovidos y solemnes, y Barcelona no estuvo tan chistosa como
antes y no había tampoco mensajes en broma sobre el carcinoma
presidencial. Me preguntaba que pasaría si América TV, ahora cercana a
la gestión oficial, estrenara una miniserie llamada, El pacto, donde
Cecilia Roth interpretara a una presidenta de 58 años, operada de cáncer
en la tiroides y que por unos días perdiera el habla, o debiera hablar a
través de un aparatito en la garganta.
Recordé que eso mismo había
hecho aquel canal con Magneto, pero claro, hay muertes graciosas y
cánceres felices, nacionales y populares. Alegrarnos de la muerte
muestra el grado de nuestra enfermedad: la muerte es injusta por
definición, ojalá nadie se muriera nunca (sé que me expongo a que algún
corrupto como Gvirtz o Szpolsky me asocien falazmente con la dictadura,
pero hasta Videla merece vivir, aunque preso de por vida, y no soy yo
quien puede decir si alguien “merece” o no estar muerto).
Me gustaría
que Lola creciera en un país donde nadie le deseara la muerte a nadie,
ni siquiera en la boludez ficcional del Twitter. Mientras trabajamos
para construirlo, mis mejores y sinceros deseos para Cristina Kirchner y
también para todos los que sufren la enfermedad: no hay distancia más
larga que la que separa al enfermo de la mesa de luz. Que podamos
recorrerla, sobreponiéndonos a la adversidad.
© Escrito por JorgeLanata y publicado por el Diario Perfil e la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 30 de Diciembre de 2011.
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