Cabezas no murió en Afganistán, pero pelea una guerra contra los miserables...
Jorge Lanata retratado por José Luis Cabezas. Foto: CEDOC
En otro patético intento de reescribir la historia, un periodista del programa más K de la TV descalificó el asesinato de José Luis Cabezas. Aquí, una respuesta.
El programa 6, 7, 8 quedará en la historia pequeña de los medios, como quedó aquella campaña de postales de Para Ti durante la dictadura para que los lectores las enviaran al exterior con el texto “Los argentinos somos derechos y humanos”, o aquellas notas de Somos dictadas por los servicios de Inteligencia.
Orlando Barone es el José Gómez Fuentes de esta época: se le nota esa actitud hasta en la postura corporal: saca pecho, orgulloso, se revuelca feliz en el barro de la provocación. Un actor de reparto al que le llegó, finalmente, un sitio en el cartel.
Sólo quien hubiera dicho, en otros tiempos: “Que venga el Principito” puede hoy, liviano, casi divertido, frivolizar el asesinato de Cabezas “porque no murió en Afganistán”.
La gente como Barone tampoco muere en Afganistán, ni incendiado y maniatado en una cava en Pinamar. Lo más probable es que muera en el olvido.
El afán oficial por reescribir la historia que sea, este estúpido deseo de poseer el monopolio de la verdad, los héroes, la juventud maravillosa, la militancia sacrificada, la rebeldía de Puerto Madero empujaron a Barone a pronunciar aquella estupidez. Ninguno de los ex empleados de Clarín que lo rodean dijo una sola palabra, por lo que puede suponerse que compartían su teoría de muertes mayores y menores.
Si se lo piensa bien, es lógico: quien no tiene escrúpulos en la vida, ¿por qué habría de tenerlos en la profesión? Aquel que ubica a la nieta en Télam, que forma parte de diversos grupos de tareas y propaganda en Radio Nacional, Canal 7 y el Grupo Szpolski, que presenta tapes manipulados por la caja registradora de Gvirtz, ¿qué problema puede tener en descalificar la muerte de un periodista o el silencio de otros?
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Escribí este texto para abrir la primera emisión de Día D tras el asesinato de Cabezas:
¿Hacía frío cuando salió?
¿Ya era de día? ¿Cómo fue escuchar la fiesta desde afuera? Desde afuera las fiestas parecen parte del pasado. Afuera sólo el viento, y el corazón, y las pisadas, y el increíble silencio están presentes. ¿Silbó mientras caminaba hacia el auto? ¿Vio a los tipos antes de subir? ¿En qué estaba pensando cuando los tipos aparecieron?
¿Qué sucedió primero? ¿Las caras de los tipos o las voces? ¿Adelante o atrás? ¿Fue una orden o una sorpresa? ¿Nadie los vio?
¿Nadie los vio? ¿El señor de la casa familia Ingalls no los vio? ¿La gente del chalet de quinientas lucas no los vio? ¿Los chicos que volvieron de la disco en la 4 x 4 no los vieron? ¿La mucama que no se podía dormir tampoco los vio? ¿El empresario con cuenta en las islas Caimán no los vio? ¿Las chicas que con las dos manos se estiraban medio centímetro el borde de la mini negra no los vieron?
¿En qué momento los tipos lo corrieron al asiento de al lado? ¿Los tipos estaban nerviosos? ¿Estaban sacados? ¿Alguien entretuvo a los de la puerta? ¿Durante cinco, diez segundos, salió otro invitado? El camino desde la casa de Andreani hasta el agujero se recorre en catorce minutos.
Quizá dieciocho minutos, porque depende también de la consistencia de la arena, del tipo de automóvil y de la pericia del conductor.
Si se toma por Intermédanos puede evitarse el centro y el paso del auto frente a la comisaría, saliendo a Bunge y a pocos metros de la ruta.
Catorce minutos.
Irineo Torres, que ahora recuerda cargado de impotencia, no los vio. Aquella noche se preguntó por qué, por primera vez, lo dejaron de guardia a él, que no era de Pinamar.
Catorce minutos por Intermédanos al pozo.
Marta Garen era de Pinamar, pero aquella noche no atendió ninguna llamada.
Catorce minutos, entre los médanos, por el atajo al pozo.
Hacer el amor puede llevar catorce minutos.
Para Andy Warhol, quince eran los minutos de publicidad, de gloria berreta, que cualquier persona merecía tener.
En catorce minutos puede leerse de corrido la teoría de la relatividad.
En los catorce minutos finales de Casablanca ya se sabe que él le miente para ayudarla, y que nunca tomarán juntos el avión.
Catorce minutos.
¿En qué minuto de esos catorce minutos José Luis Cabezas supo que lo iban a matar?
¿Quién llevó las latas de aceite y nafta para quemar el auto? ¿Desde qué hora esas latas esperaban convertirse en fuego? ¿Cómo es quemarse? ¿Cómo es morirse? ¿Será José Luis un ángel? ¿Existirán los ángeles? ¿Es frío el metal de las esposas? ¿Lastima? ¿Marca?
En los últimos tres de esos catorce minutos cruzaron un patrullero estacionado sin nafta en la rotonda. Imagen policial: patrullero tres cuartos de perfil derecho. Dice Marta Cotz que aquella noche se encontró con Rubén Franul, que Franul tenía dos bidones en una mano y una invitación a la fiesta de Andreani en la otra, dos armas largas enfundadas y la supuesta confesión de que iba a matar a Cabezas. A cambio de dinero, Marta Cotz contó su historia por la televisión. Nunca le pagaron la nota.
Quince fojas, seis horas de declaración ante el juez. Detenciones: cero.
El custodio Bogado y la vecina Diana reconocieron al suboficial Stoghe. El detective Fogelman dijo que pudo haber sido. Cero.
Un periodista de Canal 13 recibió una caja de esposas encontrada en el garaje de la revista Noticias. Las esposas eran de juguete.
El sargento Pedro Avio denunció a una banda de narcopolicías y narcointendentes que lo amenazó confesando un crimen futuro: “Andate porque te va a pasar lo que le va a pasar al de Noticias“. Horangel: cero.
Detuvieron a Jorge Alberto Cortez. Quedó en libertad.
Detuvieron a Franul. Quedó en libertad: “Soy el Coppola de Pinamar”, dijo al salir.
Detuvieron a la banda de Mar del Plata. Todos portaban pistolas calibre 32. Una de ellas fue analizada como el arma del crimen. La primera pericia dio positivo. Nadie quiso hacer la contraprueba. Si hubiera pasado lo mismo en el caso Borgione, el cura estaría preso. Los especialistas coinciden en que el 32 es un calibre engañoso, y en que la primera pericia nunca es definitiva.
El juez, el ministro Corach y el secretario Kohan dicen que la primera es la vencida. También se encuentra una agenda que dice “Cabezas”, pero en otra letra.
Todos dicen que el arma es culpable pero los detenidos no. Si los detenidos son inocentes, ¿cómo llegó el arma hasta ahí?
Es curioso, dice el detective Fogelman.
Catorce minutos desde los médanos al pozo.
Jueves 13:
Corach a las 9.42: “Es un momento muy delicado y no hay que hacer declaraciones”.
Corach a las 11.06: viaja con Kohan hacia Dolores para ver al juez.
Corach a las 13.49: “Se identificó el arma y a los partícipes. No puedo saber si el caso está aclarado”.
Duhalde a las 14.38: “Vamos a encarcelar a los culpables”.
El informante se llama Carlos. Quiere cobrar las trescientas lucas. Tiene antecedentes penales por estafas. También declaró en la causa María Soledad.
¿Cómo es morirse? ¿Quién disparó? ¿De qué hablaron durante esos catorce minutos? ¿Los tipos disfrutaron con el fuego? A menos de doscientos metros del agujero hay dos casas. Nadie los vio. Esa madrugada cinco o seis personas pasaron por el agujero. Recién el quinto fue a avisar.
Acá no te enterás de nada. No te enterás de nada, dicen las vendedoras de Pinamar. Alrededor del pozo hay mucha gente de vacaciones. Móviles, morbo, bronceador, servicios vigilando a periodistas, chicas de piernas largas, pantalones de tiro corto, pistas falsas, testigos truchos, narcos con negocios blancos, guita negra, chicas tostadas, miradas por la peatonal, noche de Duhalde, estado de sitio a las cuatro y media, chicos y chicas por la calle, esperan a las seis, cuando vuelven a abrir los bares.
A las seis ya era tarde. Ya sabía que el metal de las esposas marca y que el plomo de las balas duele, y sorprende. Y sí existen los ángeles, les guste o no.
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Cabezas no murió en Afganistán; fue asesinado en Buenos Aires y aún pelea una guerra. La guerra contra la injusticia, que, todavía hoy –15 años después– rodea su muerte: libres los responsables directos, inciertos los cómplices políticos, impunes las mafias que cambiaron de testaferros pero no perdieron los hilos del poder. Y en guerra, ahora también, contra los miserables.
© Escrito por Jorge Lanata y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 27 de Enero de 2012.
No se olviden de Cabezas...
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