La foto de Magnetto ocupaba toda la contratapa del diario Tiempo Argentino. El título decía: “Fin de época”. Y el epígrafe: “El domingo 23 de octubre, pasadas las 12.30, Héctor Horacio Magnetto, el hombre que marcó una época de la historia contemporánea argentina, condicionando gobiernos democráticos, tratando de imponer sus intereses sobre los del conjunto de la sociedad, votó en el Colegio Nacional Domingo Faustino Sarmiento, de la calle Libertad al 1200, en el barrio porteño de Recoleta. Como jefe político de una oposición que orbitó en torno de sus decisiones y estrategias empresariales, el CEO del Grupo Clarín fue, sin dudas, el gran derrotado en las urnas”. Así reflejó las elecciones el diario que mejor sintoniza la visión kirchnerista.
Ojalá fuera así de simple. Que un hombre sea el responsable de que la sociedad argentina haya ido en contra de sus intereses durante las últimas décadas. De la misma forma que un solo hombre y su encarnación en su esposa, con un golpe de puño en la mesa rompan las cadenas que a cuarenta millones de argentinos nos tenían esclavizados (¿a él?).
La endogamia kirchnerista tiene un riesgo para sus propios militantes: que se terminen creyendo las exageraciones que producen. El problema en la Argentina fueron “los constructores de subjetividad”; o sea, los medios. Bueno, ya está: el 23 de octubre fueron definitivamente vencidos; lo que permite augurar todas situaciones positivas para el país y su gobierno. Aunque bien podría ser al revés, porque el peronismo siempre precisó un enemigo del pueblo al que echarle la culpa de todo. Si esta vez venciera a todos y nadie le hiciera frente, quizás termine siendo él mismo su propio enemigo.
Verso. Nunca Magnetto fue un “constructor de subjetividad” sino apenas un interpretador y seguidor de la subjetividad de moda. Para engrandecer la épica de la batalla contra Clarín, se le atribuyeron a Magnetto capacidades políticas que nunca tuvo, como acaba de quedar demostrado en estas últimas elecciones.
Clarín nunca fue un proyecto ideológico, siempre siguió a los votantes, sus clientes. Por su vocación mayoritaria, la fidelidad de Clarín fue siempre con la opinión pública y no con sus propios ideales que siempre fueron secundarios a la cuestión comercial. Clarín acompañó el sentimiento de la mayoría y nunca, en sus más de sesenta años de historia, criticó seriamente a un gobierno que pudiera ser reelecto, sólo fue crítico de los gobiernos cuando, primero, la propia sociedad había comenzado a rechazarlos.
La mejor demostración de su falta de experiencia para enfrentar a un gobierno fuerte fue la impotencia con que llevó adelante este conflicto. En un país con la violencia política que tuvo Argentina, ningún diario que contara con un proyecto ideológico trascendente, de derecha o de izquierda, hubiera logrado sobrevivir entre los años 1945 y 1983. Obviamente, esto vale no sólo para Clarín sino también para La Nación, que siempre tuvo una ideología superficial, más fashion que intelectual, de la forma más que del fondo, escapándoles a las definiciones profundas. Por eso, fue el diario La Prensa y no La Nación el que confiscó Perón en los años 50.
De signo ideológico opuesto al de La Prensa, otro ejemplo de diario muy comprometido con una subjetividad –y que fue “asesinado” por eso mismo– fue La Opinión de Jacobo Timerman. Si no hubiera existido la última dictadura, quizás hoy sería como El País de España (fundado en la misma época): el mayor diario de la Argentina con una orientación progresista.
Arrastrado por Kirchner, Magnetto intentó construir subjetividad con conciencia de causa, pero la falta de preparación para esa tarea verdaderamente política quedó evidenciada en los resultados. Políticamente hablando, Clarín fue literalmente un tigre de papel. Comercialmente, es la empresa de medios más poderosa de la historia argentina. Pero son dos cosas diferentes.
El Clarín de Magnetto no fue el que “marcó una época de la historia contemporánea argentina”, como dice Tiempo Argentino. El agente que verdaderamente marcó la política argentina fue el peronismo que, ahora en su versión kirchnerista, deberá comenzar a buscar otro enemigo, porque contra los medios pronto aburrirá.
Una alternativa es asignarle el papel de enemigo del pueblo a una abstracción que no fuera identificable y, por tanto, invencible. En la antigua Grecia, se decía que la peste que los azotaba tenía un eidos imposible de descubrir. Eidos es el conjunto de atributos fundamentales de una clase, lo que define su naturaleza. Los que hacen subir el dólar tienen un eidos imposible de descubrir.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 29 de Octubre e 2011
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