sábado, 12 de noviembre de 2011

Selección Argentina... Pobre... De Alguna Manera...

La Selección nacional es la peor noticia del fútbol sudamericano...

Todo verde. El lamento no es boliviano, sino de Messi. El de ayer fue el primer punto que sacó el equipo visitante en las Eliminatorias: venía de caer contra Colombia. Argentina también venía de un golpe: 0-1 ante Venezuela.

Si se considera el valor de las individualidades, nadie está peor que Argentina. Soberbia, groseras fallas y excusas, un cóctel peligroso.

¿Habrá llegado el momento de que cada uno diga lo que piensa sin temor a que los protagonistas le den vuelta la cara? Muy probablemente, a muchos de ustedes les parecerá un disparate la pregunta: ¿acaso existe alguna otra posibilidad de que, a quienes se nos contrata para hacer de periodistas, digamos justamente lo que pensamos? Lamentablemente, sí.

Hace mucho tiempo que quienes nos dedicamos a hablar o escribir sobre deportes –especialmente, sobre fútbol– tenemos mucha más prudencia a la hora de criticar la performance de un crack multimillonario que puestos a hablar de botineras y sus respectivos financistas. La repugnante industria del chimenterío de las pelotas es digerible hasta para empresarios de medios que, al mismo tiempo, no dudan ni un instante en levantar banderas sobre moral y buenas costumbres acusando de indignos a ciertos rivales del poder. Eso sí, cuestionar la convocatoria de un futbolista al seleccionado, reclamar un replanteo integral sobre la forma en que se degrada el juego en el mercado local o alertar sobre las torpezas de algún supergoleador de turno es imperdonable. Probablemente, hasta sea motivo de despido.

En la misma línea, es muy probable que a ciertos protagonistas de elite de nuestro fútbol les suceda algo similar: temen decir lo que piensan con tal de no ser castigados por ciertos hombres de medios a los que ellos consideran formadores de opinión. Quiero decir que no existe opinador cuyo peso específico justifique un silencio que termine siendo cómplice de una realidad que degrada la calidad del juego. Y no existe estrella de los balones cuyo desaire justifique que los opinadores nos mordamos la lengua antes de esbozar una crítica. Y conste que no hablo de que uno no se anime a acusar a un futbolista de acosador crónico. Si uno quiere ser un cronista acorde a los tiempos, no debe decir ni que el volante central de Talleres de Perico hace mal los laterales. Salvo que sea parte de una operación, claro. En ese caso, todo vale.

Comienzo estas líneas haciéndome cargo de mis miserias para no destilar bilis en contra de terceros. No de movida, al menos.

En línea con este compromiso, querría compartir algunas sensaciones que, seguramente, serán impropias, injustas e improcedentes. Pero son las que tengo a flor de piel después de atestiguar otro momento patético del fútbol argentino de estos tiempos.

Quiero decir que Messi, Higuaín, Mascherano, Agüero, Pastore, Gago, Otamendi, Riquelme, Tevez, Juan Manuel Martínez y tantos más me parecen futbolistas maravillosos alrededor de los cuales estoy seguro de que decenas de naciones futboleras de primer mundo armarían equipos exitosos. Creo que en la Argentina, la soberbia del mundo del fútbol impide sistemáticamente la posibilidad de analizar qué nos pasa, cómo mejorar, hacia dónde ir. Lo hacen, en el mismo medio, deportes con recursos infinitamente menores como el hóckey, el rugby, el básquet o el vóley. Al fútbol se le caen los anillos creyendo que se pierde el tiempo pensando un destino.

Quiero decir que no comprendo por qué Sabella –y Basile y Maradona y Batista– se niega a formar una defensa con mejores jugadores en vez de centrales limitados con altura, cuyo juego aéreo fracasa sistemáticamente desde hace tiempo.

Quiero decir que los aplausos y los coros de apoyo a Clemente Rodríguez fueron el peor piropo que podía recibir el equipo. Triste destino el de un grupo de hombres entre los cuales se rescata casi exclusivamente a uno cuyas principales virtudes son la velocidad y una cuasi ubicuidad pero cuyas limitaciones técnicas no deberían hacerlo merecedor de un lugar como el que ocupa.

Quiero decir que no soporto que, en el contexto de las eliminatorias sudamericanas, no tengamos la personalidad suficiente como para sostener un esquema de juego de local y de visitante. Mientras vivimos justificando fracasos por no tener tiempo de trabajo, la única forma de afianzar conceptos es aprovechando cosas que suceden dentro de la cancha. Difícil hacerlo si somos esquizofrénicos estratégicos.

Quiero decir que Sabella debería haber sacado a Demichelis después del gol boliviano; por lo menos, para evitar los inconvenientes posteriores que tuvo el zaguero del Málaga. De haberlo hecho, más de uno habría acusado a Sabella de quemarlo. Ahora resulta que, además de no lograr hacer jugar decorosamente a un equipo lleno de figuras, el entrenador debe priorizar cuidarles los oídos a un futbolista profesional al bien de su equipo. Por cierto, como aviso para los más drásticos, no soy yo quién para decir que Martín no debería ser tenido en cuenta para las convocatorias inmediatas.

Quiero decir que Sabella hizo un gran trabajo en Estudiantes de La Plata, pero está empezando a recorrer un camino cenagoso en el Seleccionado. Sospecho que, tras el papelón de ayer –y a cuenta del padecido en Venezuela–, en lugar de salir a hacerse cargo del futuro irá a Colombia con otro planteo especulativo.

Quiero decir que estoy harto de que se justifique todo lo malo con un “no hay tiempo para trabajar” o con que “hay que rotar los jugadores porque se juega cada tres días”. Todo eso que nos pasa, les pasa, un poco más, un poco menos, a todos los equipos importantes del continente. Y no sólo algunos crecen constantemente, sino que ninguno va decreciendo tanto como la Argentina.

Quiero decir que, aunque lo sucedido ayer no ayude a la causa, estoy harto de los medios y de los periodistas que hacen la apología del desinterés por el Seleccionado. Es necesario criticar hasta el hueso si el equipo sigue jugando tan mal. Pero somos imprudentes si le adosamos al fútbol aquella triste costumbre menemista de desmovilizar todo, menos la tilinguería y la corruptela.

Quiero decir que me parece lamentable y mediocre el coro que pretende convencernos de que las eliminatorias sudamericanas son las más difíciles de la historia cuando, hasta el último Mundial, no sólo nos clasificamos holgadamente sino que hasta las ganamos por afano, con Brasil incluido.

Quiero decir que nos estamos acostumbrando peligrosamente a aceptar en mansedumbre ser menos que Venezuela o ser goleados de visitante y empatar dos veces de local contra Bolivia. Es decir, justificamos en la mentirosa paridad de estos tiempos el hecho de no ser más que los peores equipos del continente.

Quiero decir que, con mucha bronca y con un tremendo dolor en mi corazón futbolero, en la ecuación entre rendimiento de equipo y calidad individual de sus enormes figuras, el Seleccionado nacional es, hoy día, la peor noticia del fútbol sudamericano. Y no consigo entender por qué.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma e Buenos Aiers el sábado 12 de Noviembre de 2012...

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