Cuando un territorio se transforma en tierra de nadie, lo que reina es la anarquía. Y en los Estados en los que impera la anarquía, la fuerza de la razón desaparece y se instala la razón de la fuerza, es decir, la violencia. Así es como se extinguen las normas de convivencia, y la consecuencia es la división de la sociedad. A partir de allí todo queda limitado al sálvese quien pueda y es en esa circunstancia cuando salen a relucir los peores aspectos de la condición humana. Se producen, además, las peores situaciones de explotación de las personas por parte de grupos delincuenciales y mafiosos. La tierra de nadie es producto de una combinación explosiva: la exclusión social y la ausencia de Estado. Es el origen de un proceso de “favelización” que viene creciendo en nuestro país y cuyas consecuencias habrán de ser imprevisibles y peligrosas.
En el fondo de este problema yace una causa fundamental: la pobreza, que en sus distintos niveles sigue castigando a una parte significativa de la población argentina.
El primer dato que surge de este episodio de Villa Soldati es la dimensión de los niveles de pobreza que persisten en nuestro país. Y a esto hay que prestarle atención, sobre todo, cuando desde el Gobierno nacional se vienen difundiendo cifras de disminución de la pobreza que no se compadecen con la realidad. La cantidad de personas que habitan en las villas de emergencia en Buenos Aires se ha duplicado en los últimos cinco años, lo que representa un contraste impactante con los niveles de crecimiento que muestra la Argentina. Y este fenómeno no es exclusivo de la Capital. Rosario, otra ciudad de gran bonanza económica, está rodeada de un conglomerado de asentamientos que crece.
Se verifica en casi todos esos lugares la falta de Estado. El movimiento de curas villeros, que desarrolla una tarea monumental, viene advirtiendo desde hace años esa realidad y señalando sus nefastas consecuencias.
En ese universo luchan desesperadamente líderes sociales de gran envergadura que buscan generar mejores condiciones de vida para la gente de bien que allí vive, que es mayoría. Esos líderes están muy solos. Por lo tanto, los grupos delincuenciales encuentran en esa geografía impenetrable una protección ideal. Los primeros que padecen el accionar de esas bandas son los habitantes honestos de las villas.
Hasta ahora, la política ha aportado pocas soluciones y grandes males. El peor ha sido y es el de los punteros políticos, cuyo modus vivendi depende de la existencia de la mayor cantidad posible de pobres.
Uno de los peores dramas que origina la pobreza es la imposibilidad de acceder a una vivienda digna, uno de los problemas más difíciles que enfrenta la Argentina. No es sólo un drama para los carecientes: lo es también para millones de personas que trabajan en blanco y pertenecen a la clase media. Y no hay planes de viviendas ni para unos ni para otros.
Otro aspecto que ha salido a la luz es el de los inmigrantes. La conferencia de prensa de Mauricio Macri del jueves fue malísima. La asociación de inmigración y narcotráfico que dejó traslucir es injusta y deja el campo abierto a conductas discriminatorias repudiables. El abordaje de la inmigración exige un estudio profundo de sus causas y características sin el que no habrá una estrategia política que asegure el cumplimiento del mandato constitucional –el Preámbulo habla de “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”– en un contexto de orden y legalidad.
A la administración de Macri hay que endilgarle su poca capacidad de diálogo y el abandono del sur de la Ciudad. El jefe de Gobierno niega esto pero la realidad lo demuele. Los habitantes de esa zona dan datos que grafican la magnitud de ese abandono. Un solo ejemplo sirve para ilustrar esto: la zona aledaña al Parque Indoamericano es de las más inseguras; sin embargo, nadie se explica por qué no hubo allí una presencia prioritaria y preventiva de la Policía Metropolitana desde mucho antes de los hechos.
Hace unos días, uno de sus ministros le comunicó a Horacio Rodríguez Larreta y a la ministra de Desarrollo Social de la Ciudad, María Eugenia Vidal, que había un grupo de personas que estaban ingresando al parque con intención de quedarse. Ninguno de ellos le prestó la más mínima atención.
Lo del Gobierno nacional ha sido de una irresponsabilidad pocas veces vista. Ha tratado a los habitantes de la Ciudad como si fueran los de un territorio ajeno a su jurisdicción. El acto de la Presidenta anunciando la creación del Ministerio de Seguridad, mientras en la zona del conflicto se desarrollaban los actos de mayor violencia de toda esta saga, fue patético.
La creación de ese ministerio y la designación de Nilda Garré implican una evaluación crítica hacia el desempeño en todo este drama del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, de quien dependían las fuerzas de seguridad. Ni qué decir del ministro de Justicia y Seguridad, Julio Alak, un títere.
Cristina Fernández de Kirchner se disgustó con el jefe de Gabinete por la violencia brutal ejercida por miembros de la Federal contra algunos de los que se alejaban del parque después del desalojo del miércoles y le exigió una solución. El funcionario ordenó la separación de la fuerza de los efectivos involucrados y dispuso que ninguna fuerza de seguridad se hiciera presente en el lugar. Un disparate. Lo que hubiera correspondido es que se desarrollaran tareas preventivas similares a las que se están llevando a cabo ahora. La seguridad también incluye la prevención y la disuasión.
La ocupación del espacio público es parte de otro debate pendiente. Es la forma de protesta en boga que emplea la sociedad, ya sea a través del corte de calles, rutas o tomas de plazas y parques. La política debería preguntarse el porqué.
Como en todo conflicto político hubo en los dos bandos –Gobierno nacional y Gobierno municipal–halcones y palomas. Hasta la madrugada del sábado triunfaron los halcones. Que hayan tenido que ocurrir muertes para que dos administraciones de distinto signo político se sentasen a dialogar en la búsqueda de una solución a este conflicto constituye un resonante fracaso por parte de nuestra dirigencia, cuyas conductas debilitan la calidad institucional de nuestro sistema republicano. La sociedad no merece padecer los avatares de tamaño desamparo.
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