Un
poco más de respeto...
Sí,
habría que tener un poco más de respeto por las palabras. Por algunas de ellas,
mejor dicho. Y mejor todavía, por lo que connotan.
Estamos
en democracia, para empezar por una perogrullada que, sin embargo, alguna gente
parece perder de vista con extrema facilidad. Buena, mala, perfeccionada,
empeorada, carente de demasiados derechos básicos, avanzando en otros. Pero
estamos en democracia. Si en lugar de eso se prefiere hablar de “el régimen”,
“sistema burgués”, “fantochada institucionalista”, “partidocracia”, “monarquía
constitucional” u otros términos de vitupero, es legítimo pero hay que buscarle
la vuelta a que se los puede vociferar sin problemas. Nadie va preso (apenas la
segunda recordación primaria, ya apuntada por algunos colegas, y uno comienza a
cansarse).
También
es atendible que esa prerrogativa, la libre expresión, no alcanza para vivir
como se debería. Lo semantizó Anatole France: “Todos los pobres tienen derecho
a morirse de hambre bajo los puentes de París”. Expresarse en libertad puede
entonces no tener resultados prácticos, para quienes no comen ni se curan ni se
educan con el decir lo que se quiera. Si además se afina la puntería para
meterse con la libertad de prensa, por aquello de que todo ciudadano tiene
derecho a publicar sus ideas sin censura previa, resulta que hay que contar con
la prensa propia. Y en consecuencia pasamos a hablar de la propiedad de los
medios de producción. Lo cual es igualmente legítimo, desde ya, pero con el
riesgo de que se convierta en teoricismo si acaso no es cotejable con la época
y circunstancias que se viven. Veámoslo a través del absurdo: si siempre es
igual, democracia y dictadura también son iguales. En este punto el cansancio
por las obviedades se incrementa. Y uno se pregunta si no se lo preguntan
quienes sí viven de poder expresarse libremente por la prensa, pero para
referirse al momento argentino como si continuáramos en plena dictadura.
Mataron
a mucha gente acá. Picanearon, violaron, nos mandaron a una guerra
inconcebible, robaron bebés, desaparecieron a miles, tiraron cadáveres al mar y
adormecidos también, electrificaron embarazadas, regaron el país de campos de
concentración, torturaron padres delante de los hijos. Se chuparon a más de
cien periodistas acá. Si hasta parece una boludez recordar que estaban
prohibidos Serrat y la negra Sosa, que las tres Fuerzas se repartieron las
radios y los canales, que inhibieron textos sobre la cuba electrolítica, que en
el ‘78 estaba vedado por memorándum criticar el estilo de juego de la Selección
Argentina de fútbol. ¿Nos pasó todo eso y por unos afiches de mierda y una
escenografía de juicio vienen a decirnos que esto es una dictadura? ¿Pero qué
carajo les pasa? ¿Dónde están viviendo? ¿Cómo puede faltársele así el respeto a
la tragedia más grande de la Argentina? Acá lo cepillaron a Rodolfo Walsh, ¿y
hay el tupé de ir a llorar miedo al Congreso? Faltaría ir al Arzobispado. Si
bendijo a los milicos, seguro que también puede dar una mano ahora que se viene
el fin del mundo con el matrimonio gay.
Uno
entiende que pasaron algunas cosas, nada más que algunas por más significativas
que fueren, capaces de suscitar que sea muy complejo trabajar de periodista en
los medios del poder. Lo de las jubilaciones estatizadas, lo de la mano en el
bolsillo del “campo”, lo de la ley de medios audiovisuales y la afectación del
negociado del fútbol de Primera. Ahora bien, ¿la contradicción aumentada entre
cómo se piensa y dónde se trabaja justifica las sobreactuaciones? Es decir:
puede pensarse que en verdad algunos dicen lo que pensaron toda la vida, y que
otros quedaron presos de la dinámica furiosa de la patronal. Pero, ¿decir que
estamos o vamos hacia una dictadura? ¿Que si esto sigue así puede haber un
muerto? ¿Hace falta construir ese delirio para congraciarse? En todo el país, si
es cuestión de propiedad mediática y de programas y prensa influyentes, bastan
y casi sobran los dedos de ambas manos para contar los espacios que –con mayor
o menor pensamiento crítico– apoyan al Gobierno. La mayoría aplastante de lo
que se ve, lee y escucha es un coro de puteadas contra el oficialismo como
nunca jamás se vio. La oposición es publicada y emitida en cadena, a toda hora.
¿Qué clase de dictadura es ésa?
Ese
libre albedrío, muy lejos de ser mérito adjudicable al kirchnerismo, ocurrió
igualmente con Alfonsín, la rata, De la Rúa, Duhalde. Lo que no había sucedido
es esta cuasi unanimidad confrontadora salvo por los últimos tiempos del líder
radical, a quien por derecha se le cuestionaban sus vacilaciones y por
izquierda también. Contra Menem recién cargaron en su segundo lustro, después
de que completó el trabajo. La Alianza se caía por su propio peso. Con el
Padrino pegar era gratis, porque el país ya había estallado. Pero en el actual,
que después de todo es simplemente un gobierno más decidido que el resto en
cierta intervención del Estado contra el mercado y en el perjuicio a símbolos
muy preciados de la clase dominante, ¿qué tan de jodido pasa como para hablar
de una dictadura? ¿Será que basta con tocar unos intereses para edificar en el
llano la idea de que pueden empezar a matar? ¿Los Kirchner son Videla, Massera,
Suárez Mason? Por favor, tienen que aclararlo porque de lo contrario hay uno de
dos problemas. O se lo creen en serio y, por tanto, se toma nota de que
desvarían. O saben que es una falsedad sobre la que se montan para condolerse y
entonces se anota que está bien. Que no se justifica pero se entiende. Que
quedaron tras las rejas de los medios en que laboran. Ojalá sea lo segundo, por
aquello de que un tonto es más peligroso que un mal bicho.
Se
cometieron varias estupideces en forma reciente. Se le dio mucho pasto a la
manada, se perpetraron injusticias con colegas que no se lo merecen, se agredió
a los que precisamente buscan victimizarse. Eso no es hacer política. Es jugar
a la política. La diferencia entre una cosa y la otra es que cuando se ejecuta
lo primero es bien medida la correlación de fuerzas. A quiénes se beneficia,
cuánto se puede tensar la cuerda en la dialéctica entre condiciones objetivas y
subjetivas; cómo no sufrir un boomerang, en definitiva, y si se produce cuánto
de fuerte son las espaldas para sortearlo. En cambio, si se juega a la política
todo eso es lo que importa un pito antes que nada, con el agravante de que las
consecuencias las paga un arco mucho más amplio que el de quienes formularon la
chiquilinada.
De
ahí a que se tomen de esos yerros para hablar de peligro de muertos, de
sensación de asfixia dictatorial, de avanzada totalitaria, media una distancia
cuya enormidad causa vergüenza ajena de apenas pensarla. No es algo que no
pudiera preverse. Como lo dijo allá por los ’80 César Jaroslavsky, otro sabio
sólo que de comité pero muy ducho en transas y arremetidas: te atacan como
partido político, y se defienden con la libertad de prensa.
Se
sabe que es así. Pero igual uno ya está harto de los hartos que se hartaron
ahora.
©
Escrito por Eduardo Aliverti y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires el lunes 3 de Mayo de 2010.
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