jueves, 1 de abril de 2010

La Pascua de Resurrección... De Alguna Manera...

La Pobreza del corazón, para alcanzar la verdadera riqueza...


El salmista canta "Dios encamina a los pobres, por la rectitud les enseña su camino" (Sal 24,9). Camina así en seguimiento de Cristo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9). Por demasiado tiempo se pensó que la pobreza evangélica era una virtud heroica reservada a las personas que con los votos hacen una especial consagración a Dios. Pero las Bienaventuranzas no son sólo para monjas y frailes; todo cristiano es llamado a la felicidad de la pobreza evangélica. El camino que te lleva a la verdadera riqueza pasa necesariamente por la pascua de la pobreza. Sabiendo esto, serás capaz de aceptar perderlo todo para ganar a Cristo (Fil 3,8).

Tu pobreza no es una teoría, ni una práctica, ni siquiera un ideal, sino un rostro concreto: Dios se hizo pobre, por ti, en Cristo Jesús. Contemplando este rostro, como lo hizo Francisco de Asís, comprenderás el verdadero sentido del misterio de la pobreza.

Como laico cristiano, tú actúas en medio de las riquezas de este mundo pero con corazón de pobre. Apóyate en esta sabiduría del Evangelio y tendrás una nueva esperanza. Contempla el rostro de Cristo pobre para llegar a parecerte a él.

Podrás comenzar a ser pobre de corazón siguiendo a Jesucristo, aceptando, como él, recibirlo todo y darlo todo. Dar todo con amor, recibir siempre todo con humildad.

La primera etapa de tu compromiso de pobreza pasa por la humilde aceptación de tus riquezas. Acepta lo que sabes hacer, tu trabajo y profesión: Acepta, lo que sabes decir, la riqueza de tu fe, de tu esperanza, de tu amor, de tu cultura. Acepta tu salud, la enorme riqueza de cada persona, de tu familia y de tus amigos, tu libertad. No tengas vergüenza ni vanidad.

Por eso vive en continua acción de gracias, ya que no posees nada que no hayas recibido en don (cfr. 1Cor 4,7). Tu pobreza te hace vivir en perpetua alabanza. Podrás entonces pasar a la etapa de la pobreza del corazón, que es el grado supremo de pobreza. Esta pobreza te conducirá al abandono de tus propios deseos, de tus propios pensamientos, de tu propio saber, de tu amor propio, siguiendo a Jesucristo, cuyo alimento es hacer siempre la voluntad del Padre.

Esta es la pobreza en el Espíritu que te Jesucristo propone a cada uno de sus discípulos. No racheases este don del Espíritu; Él le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Rom 8,16). Ya no eres esclavo de nadie, sino hijo, heredero de Dios y coheredero con Cristo: tu riqueza es el Reino.

La pobreza material es fácil; la pobreza solidaria es costosa; la pobreza afectiva es siempre dolorosa. Pero la pobreza del corazón, del espíritu, siempre es entrega total. Lo saben muy bien el papá y la mamá que están dispuestos a entregarse y perderlo todo para el bien de la pareja y de los hijos.

Si tomamos en serio nuestro compromiso de pobreza, estaremos dispuestos a compartir solidariamente con los pobres y los necesitados. Sentiremos predilección por quienes tienen más necesidad de ser reconocidos y amados. En el barrio o en tu trabajo te esforzarás por evitar toda forma de injusticia social, y podrás despertar las conciencias a los dramas de la miseria y a las exigencias de la justicia.

En esto, seremos discípulos de Cristo, siempre preocupado de estar presente entre los hombres de su tiempo, sobre todo entre los más pobres y excluidos: los que carecen de recursos, de razones para vivir y para esperar. Para nosotros, como fue para él, nuestra opción por los pobres no es una estrategia o un sentimiento de lástima; sino una actitud de vida (de corazón) que nos hace verdaderos seguidores de Cristo.

© http://www.chasque.apc.org/umbrales/rev110/pobreza.html


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