¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...
Veamos... Los que tenemos la oportunidad de trabajar en áreas comerciales de empresas, muchas veces nos hemos visto involucrados, tanto en forma directa como indirecta en "comunicar" sobre un producto o servicio. Para este caso me surgió una pregunta sobre la ética de la comunicación y concluí que como única respuesta, este comercial es una mierda.
El Marketing, en este caso utilizando su variable -Publicidad-, a través de algún responsable de producto (Propietario de la empresa Pentágono, Gerente de Marketing, Agencia de Publicidad, etc.) a cometido un delito, que es el de discriminación.
Esto confirma lo siguiente a mi modo de ver: El Marketing no es una mierda... Mierda son aquellos que lo aplican en forma incorrecta.
Para quienes lean este mensaje y en el futuro ejerzan la profesión comercial, no caigan en este tipo de estereotipos discriminatorios, hablará mal de ustedes como profesionales, convirtiéndose instantámente en profesionales de mierda.
Puertas Pentágono...
La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.
Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.
Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.
Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.
Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.
Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?
© Escrito por Sandra Ruso en el diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día lunes 3 de noviembre de 2008.
La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.
Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.
Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.
Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.
Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.
Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?
© Escrito por Sandra Ruso en el diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día lunes 3 de noviembre de 2008.
Es la primera vez que entro a tu blog y algunos articulos me parecen muy buenos, como este. Lei algunos articulos de Sandra Russo que me parecieron igualmente buenos. Exitos.
ResponderBorrarAlgo tarde seguramente mi respuesta. Muy agradecido por ella, Página/12 ya no es Página/12, Sandra Ruso, una conversa con buenísimas ideas, Cambia, todo cambia.
ResponderBorrarDe Alguna Manera.