lunes, 24 de marzo de 2008

24 de Marzo de 1976... ¡¡¡Nunca Más!!!


24 de Marzo de 1976...


¡¡¡Nunca Más!!!

No elegí nacer en 1960. No elegí tener, aquel 24 de marzo, 15 años y medio. No elegí que, en mi vida, esta fecha nunca pueda ser un día neutral. No elegí que a los cuatro o cinco años tuviera que enterarme de que estaba prohibido decir “Perón”. Es uno de los pocos recuerdos que me quedan de mi madre antes de su enfermedad (de su voz, en verdad, de su mano, pero no de ella completa). Íbamos con mamá y alguien mas por la Avenida Mitre hacia el Parque Domínico y pasamos frente a una comisaria:

–Está prohibido decir Perón– le dijo mi mamá a la otra persona.

Yo estaba escuchando (los chicos siempre escuchamos todo) y esperé a que las botas del policía estuvieran a menos de un metro para decir, en un susurro:

–¡Perón!

Y salí corriendo.

Yo elegía cambiarme para ir al Centro (¡Cómo vas a ir así, con esa facha!) y elegí escribir en la revista del colegio y elegí entrar a Radio Nacional a pedir trabajo. Iba para la radio esa mañana, en el 17, cuando el bondi se detuvo en un retén de Avenida de Mayo y Piedras. Dos colimbas subieron con el fusil en la mano (eran seguramente chicos, pero no recuerdo sus rostros, sólo el casco y el arma y el color verde) y dijeron, paternales:

–A casa, vamos, todo el mundo a casa que hoy no se labura.
En el colectivo hubo un murmullo y todos bajamos, obedientes.

Caminé hasta Ayacucho y Las Heras y la radio estaba repleta de militares en los pasillos. Dormí aquella noche en el Informativo y creo que también la noche siguiente, hasta que el transporte volvió a funcionar. En la radio ya venía funcionando una oficina de censura que, creo, se llamaba Control Literario. Todos los guiones terminaban ahí para su aprobación. Las palabras “erp” o “montoneros” debían escribirse con minúscula en los boletines. ¿Cuál era el sentido de respetar mayúsculas o minúsculas en la radio? Nunca lo supe. Conocí entonces una de las caras de la dictadura: amable pero sórdida con un arma que apuntaba al alma y no al cuerpo.

–Perdón, pibito, pero este tema no se puede pautar– me dijo el gerente de programación.

Yo sonreí, sin entenderle. Era un tema de Mercedes Sosa.

¿Cuál es el problema?

Imaginate, me dijo con un aire falsamente apesadumbrado– dice la palabra “pobre”.

Pobre imbécil, pensé yo. Esa semana, un redactor tucumano que hacía el turno tarde en el Informativo dejó sorpresivamente de venir. El tucumano siempre andaba de traje azul. No lo vi más. Pregunté y alguien me dijo que dejara de hacerlo. Renuncié a la radio y no volví al periodismo hasta 1982.

Comencé a estudiar Derecho y estaba en el aula magna cuando Walter Beveraggi Allende, titular de Economía Política, preguntó si había allí presente algún alumno judío. Dos chicos levantaron tímidamente su brazo derecho en los asientos del fondo.

–Les voy a pedir que se retiren, les dijo Beveraggi apoyado en su bastón– y se cambien de cátedra porque aquí no van a aprobar.

Al año siguiente viví con tristeza, con profunda tristeza de marciano asumido, los festejos del Mundial '78. En el '82 entré a la OEA y estuve a cargo de un Tren Cultural que recorrió el país. Vi la guerra por la televisión, en los bares de Patquía o Tucumán, la guerra eran un montón de parroquianos sentados en círculo frente a Gómez Fuentes y al fantasma del Principito. La actividad del Tren nos obligaba a tomar contacto con las segundas o terceras líneas de la dictadura en las provincias, para mostrarles la exposición y luego invitar a los colegios.

–Pensar que esto lo estamos haciendo por nuestros hijos– me dijo el secretario de Cultura Militar de La Pampa, poniéndome una mano en el hombro. Me hablaba de la guerra. Aquella noche, sin avisar, abandoné el Tren con todo su personal y me fui a Brasil.

El resto de la historia es conocida. Me preguntaba, en aquellos años, con qué cara iban a mirarme aquellos editores que llevaban todas las tardes, con puntualidad, las tapas de sus diarios a la Presidencia para conseguir la aprobación. ¿Qué iban a hacer los grandes grupos que durante la dictadura habían crecido como nunca? ¿Y los canales? ¿Iban a hablar alguna vez todos los que habían callado? Ahora todos utilizan, sin ambages, la palabra “represor”.

Suena graciosa dicha sin ambages por las chicas de los noticieros. Se les nota. A fuerza de mencionarla tanto ya casi la vaciaron de contenido. Para Shakespeare ”la vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa”.

En la Argentina la historia está contada por un bromista: nadie fue más cobarde frente al Partido Militar que Alfonsín, que juzgó a las Juntas, y nadie hizo más por la ética de la justicia y los derechos humanos que Néstor Kirchner, que en otros casos olvidó la ética. A Dios debe divertirle que vivamos entre paradojas.

La grieta sigue abierta y esta nueva versión oficial de la historia no alcanzará para cerrarla. Alguna vez deberemos preguntarnos qué tuvimos que ver con la dictadura que prohijamos; nadie mata treinta mil personas sin el consentimiento tácito o explícito del resto de la población. Deberíamos saber por qué creamos monstruos: no alcanza con golpearnos el pecho y echarles la culpa de todo. Nadie va a devolvernos esos años; lo mejor que podemos hacer con ellos es echarles un poco de luz para ver qué hay detrás.


© Jorge Lanata. Publicado en el Diario Crítica Digital el Lunes 24 de marzo de 1976


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