domingo, 14 de diciembre de 2014

Enigma Messi… De Alguna Manera...


Enigma Messi…

"Messi es indescifrable. Es parte de su encanto", describe un periodista español. Getty Images 

¿Su sello es rosarino o catalán? ¿Qué tiene de Maradona o de Di Stéfano? Mágico y capaz de romper cada récord, el mejor futbolista del mundo es un enigma. O muchos.

De Messi escribió Roberto Fontanarrosa (Usted no me lo va a creer) quizá ni cuando había nacido Messi. Rosales, un ojeador de niños futbolistas, había visto un caso único, desde la esquina de un bar polvoriento de Rosario, de donde es el mejor (¿el mejor? El espejo de Blancanieves dice que sí) futbolista del mundo. La pelota iba tras un muchacho, sin que el pibe hiciera nada; la querencia era tal que no había ni sombra entre los dos, eran el muchacho y la pelota a la vez, como si esa atracción benévola ya fuera definitiva y la pelota formara parte del cuerpo del pibe.

“Era una de esas siestas agobiantes del verano donde no corre ni una sola gota de aire”, escribió Fontanarrosa en el célebre cuento en el que nace, sin haber nacido, Lionel Messi. 

“La pelota, entonces, sola, solita como le cuento, como me lo contó Rosales, empieza a rodar y se va detrás del pibe, como un perro”.

La historia es ficción, pero por esos andurriales de la imaginación de Fontanarrosa andaba sin duda Lionel Messi. Y ese fantasma, como para los de Aracataca el fantasma de Gabo, se sigue apareciendo por los bares y por las noches. Alguien le dijo a Santiago Segurola, escritor español, periodista, que escribe en Marca, algo que este excelente narrador de lo que el fútbol lleva dentro le dijo a Jorge Valdano y le sirvió a éste para el reciente documental que ha hecho con su hijo y con el cineasta Alex de la Iglesia sobre esta figura del fútbol mundial.

Lo que se dice es que, en la fantasía de los que ya creen que Messi es de ficción, como el pibe de Fontanarrosa, este futbolista de Rosario sigue en su barrio, duerme ahí, juega con sus amigos de la infancia, y por la mañana viaja a Barcelona, se entrena, y luego regresa a su casa de Rosario. No es así, pero así lo parece. Valdano, que ha estudiado su psicología y su arte, cree que Messi conserva el alma que tenía cuando jugaba de pibe (el pibe de Fontanarrosa) en el Grandoli, en su barrio, “no puede abdicar esa pasión”, y eso lo convierte en el jugador imprevisible que es. Como si se acordara de que el fútbol es una competición de muchachos, y a éstos no se los deja tirados. Hay muchos elementos (en el documental de Valdano-De la Iglesia, en la retina de cualquiera) que recuerdan a Messi de niño, cómo se solidarizaba con los que estaban en el campo y sufrían o perdían, cómo iba al rescate de los menos favorecidos de la cancha. Esa alma es pegajosa, como la pelota en relación al pibe del cuento: se vio en el Mundial, cuando se lesionó Angel Di María y él fue a defenderlo de la tristeza.

Es un niño, no ha dejado de ser un niño; hablé con mucha gente sobre Messi; vi miles de papeles, consulté libros (el más reciente, una joya, de Guillem Balagué, Messi) y en todas partes vi de nuevo la sombra de aquel pibe que iba con su abuela a los campitos a jugar a la única asignatura que le interesó en la escuela, el fútbol. Y a todos les escuché, en todas partes leí, que sigue siendo un niño.

Fue un niño siempre. Cuenta Valdano que Gerard Piqué, que lo conoce desde La Masía, la escuela del Barça, desde cuando Messi no levantaba ni tres palmos del suelo,  le dijo que ya era así, “simple e indescifrable”. En palabras del ex jugador de la Selección argentina, ahora escritor, está claro que Lionel siempre va a hacer lo mismo, “no es un jugador imprevisible, pero se empeña en hacer lo que siempre hizo y tú no lo puedes parar”. ¿Es contumaz, pues, o artista, como Maradona? “Considero más artista a Maradona que a Messi, pero me parecen igualmente geniales”. Es fascinante, según Valdano, esa capacidad con la que nacieron: “Ver cerca y lejos al mismo tiempo”. En el caso del de Rosario: “Da la sensación de que está viendo las piernas de un adversario para eludirlo y de pronto descubre una solución a cuarenta metros. Así que parecía que iba a eliminar al rival más cercano, pero aprovecha el espacio que hay en un sector de la cancha que él tenía oculto”.

Repito, como el pibe del cuento, la pelota es suya, aunque no la tenga: ella vendrá. Jugar con él es maravillarse, dice Valdano; el riesgo, como sucedía con Maradona, con quien él jugó, “es que esa fascinación te saque del partido”. Así que en el campo hay que jugar con Messi, pero debes cuidarte de jugar mirándolo, porque entonces ya eres un espectador atónito y no un futbolista.

Va a dormir a Rosario, sus sueños están en Rosario. La biografía ampara su crecimiento: no sólo es del barrio y regresa al barrio, es que se casó con la primera chica que conoció en el barrio, se recupera en Rosario cuando se lesiona en Barcelona. “Es increíble”, dice Valdano, “que un chico como él, que desde los trece años vive en Barcelona, tenga un apego tan grande a sus orígenes”.

Por eso es tan injusto, corrobora Valdano, esa especie que circuló y que tanto lo dañó: que no le hacía justicia a la camiseta argentina. Porque no es exactamente de Rosario, es concretamente (esto lo dice Diego Torres, argentino, escritor de fútbol en El País) “un argentino, un argentino provinciano”. Valdano dice –explica Torres– que “los rosarinos son los argentinos más exageradamente argentinos, los que acentúan los rasgos típicos del argentino”. En el caso de Lionel, él no lo ve así: “Messi no conoció Rosario, sino su barrio; él no sale de su barrio, aunque su ciudad no sea tan grande, él no va a Rosario, sigue en el entorno de su infancia, y sigue ahora ahí”, como el pibe del cuento, perseguido por la pelota de su niñez. “Quizá no le dio tiempo de salir, todavía, y eso es lo que explica su matrimonio, el apego a su familia, que se deje llevar por los amigos de sus hermanos y por su padre. Es, me parece, un argentino poco frecuente. Los argentinos de Buenos Aires son más extrovertidos, y Messi es un provinciano”. Un provinciano de un barrio.

Lo argentino. Patricio Pron, novelista argentino que reside en España, es de Rosario, y conoce esa pituitaria de Messi. ¿Es como el pibe que cuenta Fontanarrosa en su ficción? ¿Cómo son los niños futbolistas de Rosario? “Por lo general son muy delgados, no muy altos, nunca han tenido nada y lo desean todo, pero no de cualquier modo: quieren jugar, quieren marcar goles, pero hacerlo con cierta belleza, con habilidad”. ¿Y cómo defines a Messi?: “Messi es muy interesante. Es el tipo de jugador que en Argentina nunca será considerado un crack; para ello le faltan un talento innato y una relación conflictiva con ese talento. No digo que Messi no haya poseído ese talento desde sus comienzos, pero fue puliéndolo en los entrenamientos, volviéndose un jugador mejor y más completo con los años, lo que lo convierte en un jugador atípico para el argentino, que reconoce el fruto y la hoja, pero no considera suyo el árbol, sino un trasplante, y no se siente interpelado por la vida de Messi, que es aburrida”.

El hombre que vuela. Messi desafía la gravedad y a los rivales. Foto: AP

Consulté a Daniel Divinsky, editor de aquel cuento (y de muchos libros) de Fontanarrosa, queriendo saber de él cómo había vuelto Messi a Argentina, al afecto argentino, cómo recuperó la pelota que simbólicamente lo perseguía en Rosario. ¿Es Messi otra vez argentino? Me dijo Divinsky: “El tradicional exitismo argentino –que en el fútbol se sintetiza en la frase La gloria o Devoto– acentuó la recuperación de Messi para ‘la Patria’. Se lo denostaba porque no jugaba igual de deslumbrante para la Selección que para el Barça”. ¿Y qué supone para el estado de ánimo argentino? “Supone la restauración de la fe en el milagro (para el ánimo nacional) y la afirmación de que en el fútbol siempre es posible lo inesperado: ya lo dijo Dante Panzeri, brillante periodista, que tituló un libro suyo Fútbol, dinámica de lo impensado”.

No sólo es lo impensado Messi; dice el escritor y periodista colombiano (y devoto del Barça) Daniel Samper que el pibe de Rosario “pertenece al mundo de Kafka. Es un genio, pero inescrutable; camina, pero no sabemos si es que lo considera suficiente, o que no puede más, y de pronto estalla; es uno de los cerebros más difíciles de entender y de los grandes genios que han pasado por el fútbol. No pertenece, por eso, al mundo de sir Stanley Matthews, el milagro del fútbol inglés, sino al universo de Kafka”. Como Alfredo Di Stéfano, Messi casi no habla fuera del campo, ni en el campo, como Atahualpa Yupanqui, a quien sus numerosos acólitos de Madrid esperaban en vano alguna palabra que saliera  de su genio. “Pero es que Messi”, dice Samper, “canta con los pies. Es complicado saber qué está pensando, qué le gusta. Es genial, pero esa genialidad puede menguar  en un momento, y eventualmente un día se acabará. Aun así, te va a engañar: parecerá que termina y es cuando empieza, pues así juega. No vi en medio siglo un misterio igual entre los futbolistas”. Es que está habitado por Kafka y lleva adherida una pelota. Como el pibe de Fontanarrosa, que fue amigo, por cierto, de Samper y de Valdano.

Es un niño de La Masía; la pelota que se le pegó en Rosario siguió hasta él y la tiene en esa escuela privilegiada de la que salieron Guardiola, Piqué y Xavi. Le pregunté a David Gistau, escritor español, columnista en ABC, con muchos vínculos argentinos, si este pibe sigue teniendo rasgos argentinos. “Sí, pese a que su formación terminara en La Masía y a que lleva tantos años en el Barcelona. Es un cliché, pero es puro potrero. Te lo imaginas haciendo asados en su jardín. La picardía, la gambeta corta, el no arrugarse cuando lo marcan duro”.

Eres del Madrid y de Argentina. ¿Cómo se ve a un astro azulgrana con la pelota en los pies, pero defendiendo tus colores nacionales?
Mi filiación argentina me está permitiendo saber qué se siente cuando Messi juega en tu equipo y no en el del enemigo. Si cada vez que controla la pelota en el Bernabéu el miedo me cierra la garganta, ahora es al revés: cada vez que arranca mi reacción es de fe y entusiasmo. Es muy duro que Messi juegue contra ti. Y es gozoso saber que tienes entre los tuyos a un crack tan determinante.

Les pasaba a los culés, cuando en el Madrid jugaba Di Stéfano, y éste estaba en la selección española.
La comparación con Di Stéfano es perfecta porque Messi, aunque el Barcelona ya tuviera alguna Copa de Europa cuando él llegó, es el inventor de la leyenda europea del Barça, como Di Stéfano, cincuenta años antes, lo fue del Madrid. Pero claro que da miedo.
Con esa inquietud por saber cómo se siente un madridista ante el fenómeno del pibe de Rosario fui a otro madridista ilustre. Esto piensa Vicente Verdú, autor de libros de sociología del fútbol.  Dice el escritor de Elche (y del Madrid) que Messi ha cambiado a Cristiano Ronaldo. ¿Y cómo ha cambiado Messi? “Hacia un progresivo ensimismamiento en un YO gigante que exige mucha atención y mucha alimentación”. ¿Ha cambiado al fútbol? “No es de los que cambian el fútbol pero sí de los que alteran la jerarquía en la historia individual y legendaria de los jugadores máximos”. ¿Ha cambiado al Barça? “El Barça cambió para mejor y después para peor. No es cosa de Messi, sino de la ley de vida contra la que no ha podido la fama inmortal de un jugador. Si se va a ver a Messi, se va a ver a un fenómeno particular y no de equipo”. Para Verdú, “Messi es el no va más jugando al fútbol y un enfermo mental segundos después. Cosa de genios”.

Está en el corazón del fútbol. Ahora él es el Barça. Así lo ha visto, a lo largo de la historia, alguien que lo vio (para describirlo) muy de cerca y desde que empezó a crecer. Es Ramón Besa, que escribe en El País sobre el equipo español del pibe de Rosario. “Messi entendió desde pequeño el juego del Barça, lo procesó, lo metabolizó, para después, cuando ya entró en el primer equipo, marcar las diferencias. Hasta su llegada, el delantero goleador siempre había sido alguien fichado, no producido por el club. Messi tiene la genética argentina (familiar) y la genética azulgrana (futbolística). El Barça no producía un 9 catalán hasta Messi, si es que Messi es catalán. Messi es el punto y final perfecto del juego. Por eso ha sido tan importante como goleador, más que como productor o generador de juego, o desequilibrante en el extremo. El mejor Messi es el que Guardiola puso de falso 9. Ahora es otra cosa. Messi le dio grandeza, vuelo y sentido al juego del Barça: sin él podía haber sido un equipo más chato, menos agresivo futbolísticamente, menos ambicioso. Messi nos dijo a Lu (Luis Martín, de El País ): ‘Mi suerte es haber caído en este Barça’. La del Barça es haber tenido a Messi. Los dos son complementarios.”

Cambiar todo. Marcos López, de El Periódico, de Catalunya, comparte con Besa la experiencia de ver a Messi partido a partido. “Messi cambió al Barça para siempre. Habrá un antes y un después de Leo. Un niño diminuto, llegado en pleno proceso de destrucción del club (inicio de la década del 2000), que modifica la historia de ese club. Pero Messi no hubiera existido sin el Barça. Sin este Barça, sin esta filosofía, sin estos socios, sin Xavi, sin Iniesta, sin la paciencia meticulosa de Rijkaard para gobernar su irrupción y sin la complicidad de Guardiola, el técnico que mejor escuchó los silencios de Leo. No sólo los escuchó: los decodificó. En unos años, el Barça de Guardiola y de Messi o el Barça de Messi y Guardiola figurará en el panteón del fútbol mundial. Una obra de arte”.

Arte y Messi. Picasso y Kafka en la misma figura. Un predestinado. Así lo ve Santiago Segurola. “Ha confirmado que la mayoría de los genios del fútbol son unos predestinados. 

Suelen adelantarse al tiempo de los demás, no de los buenos jugadores, sino de los buenísimos. Messi, Maradona y Pelé eran estrellas mundiales antes de los veinte años. 

Con esa edad desplegaban unos recursos inauditos, una prestancia y capacidad competitiva impensable en jugadores tres, cuatro o cinco años mayores que ellos. En todos ellos había algo mesiánico. Otro aspecto fundamental de Messi es su estilo de juego. No he visto a un delantero capaz de completar la ecuación máxima velocidad+máxima habilidad+máxima precisión=indefendible. Es un jugador de dos escuelas. Una, la original, la del barrio, que se puede considerar argentina de nacimiento. Otra, la metódica, cartesiana, del Barça. Esta última influencia le ha permitido perfilar sus recursos en un clima extremadamente favorable. Es decir, naturaleza y método. No es sencillo. La mayor parte de los jugadores como Messi se dejan llevar por sus cualidades y olvidan los elementos colectivos del juego. Messi no. Un rato era Messi, otro Xavi, otro Iniesta y otro Eto’o. Esa capacidad camaleónica para elegir cada momento es el máximo indicador de la inteligencia de un futbolista. La  ventaja de Messi es que podía ser cualquiera en el campo y ser el mejor. En cambio, ni Xavi, ni Iniesta, ni Eto’o –tres jugadorazos– podían ser Messi”.

Todavía niño. Le pregunté a José Sámano, escritor de El País. Le sorprende que Messi juegue como cuando era un niño, “con las mismas emociones”; los incidentes de los últimos tiempos (los escándalos fiscales, por ejemplo) no parecen haberle afectado. “Quizá juegue peor, pero en el campo le veo igual: con las mismas picardías, sigue saludando a la abuela tras sus goles, se sigue enfurruñando, sigue gambeteando, sigue procurando hacer sus cañitos. Quizá sea  distinto ahora, pero en el campo sigue siendo el niño de Rosario. Al fútbol le ha aportado fantasía; y siendo más enclenque que Maradona puede ser mucho más grande”.

A Santi Giménez, que conoce a Messi desde chiquito, esto le parece: “Un talento descomunal e innato que encontró el mejor laboratorio futbolístico en el fútbol base del Barcelona. Ese talento en cualquier otra parte del mundo no hubiese explotado de esta manera. Al principio, Xavier Llorens, el técnico del fútbol base del Barcelona que primero lo tuvo e insistió para que se quedara cuando la directiva casi lo deja escapar por no pagarle el tratamiento hormonal. A partir de ahí, la idea futbolística del Barcelona es la que le forma siguiendo un patrón en el que se encontraba como pez en el agua”.

Se quedó; salvó al Barça salvándose a sí mismo.

Le pregunté al dibujante Rep, argentino, si es fácil dibujarlo. “Sí, es muy dibujable. Me sale fácil, es simple, como dibujo belga. Ligeramente encorvado, mechoncito de pelo apenas asombrando la frente, nariz aerodinámica, ojos puntitos. Emoción cero, pero nunca fría. Maradona nunca fue fácil de dibujar para mí”. A Manuel Vicent, escritor español, constructor de metáforas, le pedí una que definiera a Messi. Me dijo: “Borges decía que estaba más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Messi debería estar más orgulloso de los goles que regala que de los que marca. Pasar la pelota es la lectura. Marcar goles es la escritura”.

¿Y es posible cantarlo? Se lo pregunté a Alejo Stivel, músico argentino, aficionado al Barça, que vive entre su Buenos Aires natal y su Madrid adoptado: “Tiene el ritmo de una chacarera rápida y frenética, alegre y ligera; cuando se mete en el área, entre el fuego enemigo, suenan los rasguitos de las guitarras y los bombos legüeros. Con la fugacidad de un suspiro les mete un gol sin que casi se den cuenta”.

Pero aquel muchacho que se llevaba la pelota consigo en el cuento de Fontanarrosa se parece, en los sueños de lo que lo ven jugar, a esta metáfora que me dejó en el correo Segurola: “De Messi, que es un jugador terrestre y no aéreo, sólo se me ocurre una imagen: una rueda de fuego”. Ahí se lo ve llegar, con la pelota agarrada al pie, indiferente, y a su alrededor prende como una llamarada el fuego del fútbol.

Ahora que en España es el mayor goleador de la historia, sonríe otra vez y lleva al Barça como si fuera el balón que el personaje de Fontanarrosa manejaba a su antojo, se puede decir que a Messi lo acompaña el récord como alguna vez lo acompañó la melancolía.

© Publicado el Domingo 14/12/2014 por la Revista Viva de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.