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sábado, 5 de septiembre de 2020

La NASA Argentina… @dealgunamanera...

La NASA Argentina…


Un despegue, un satélite, una imagen tan efímera como conmovedora, pero que detrás tiene años de trabajo y una larguísima historia, de avances y retrocesos, sueños espaciales y pesadillas neoliberales.

© Escrito por Esteban Sargiotto el lunes 31/08/2020 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

La fecha programada era el viernes 28 de agosto, a las 20:20. A esa hora iba a despegar el satélite Saocom 1B desde el centro espacial de Cabo Cañaveral, en Estados Unidos. Horas más tarde, el mismo día viernes, se informó que debido a un lanzamiento previo que se demoró, nuestro satélite había sido reprogramado para fines de agosto. Finalmente, se abrió una ventana y el día domingo a las 20:18 hora argentina despegó el Saocom 1B. De fabricación íntegramente nacional, tendrá como misión medir la humedad del suelo utilizando un radar de microondas, en cuyo diseño contribuyó otro organismo científico: el Instituto Argentino de Radioastronomía. Entre sus tareas -todas pacíficas y de fines científicos- se encuentra la obtención de imágenes para la confección de mapas de riesgo de incendio, inundaciones o enfermedades de cultivos y el estudio de desplazamiento de glaciares, terrenos, pendientes y alturas.

Si bien solemos enterarnos de lanzamientos como este -como por ejemplo el lanzamiento del Saocom 1A, en octubre de 2018, o de los ARSAT- no es frecuente enterarse que el diseño de este satélite se realizó en 1994, hace ya 26 años, como parte de un plan estratégico. En un país donde todo cambia abruptamente cada poco tiempo, que un proyecto permanezca en pie por más de veinte años y termine realizándose es, cuanto menos, motivo de curiosidad y, por qué no, de celebración.

Tanto en ciencia como en cualquier otra disciplina, los grandes logros llevan décadas de desarrollo previo y hay que ser demasiado ingenuo para creer que un país podría poner satélites geoestacionarios en órbita en sólo 8 años de desarrollo, por más que sus científicos posean enormes capacidades y sus gobiernos destinen grandes presupuestos.

Algo similar puede decirse de los satélites fabricados por la empresa pública ARSAT: creada por ley en 2006, ya en 2014 lanzó el satélite geoestacionario ARSAT-1 y, poco después, en 2015, el ARSAT-2, ambos satélites de comunicaciones que brindan servicios de internet, telefonía y televisión.

Pero, como todo, estos sorprendentes logros tienen una razón. O, por lo menos, una explicación. Tanto en ciencia como en cualquier otra disciplina, los grandes logros llevan décadas de desarrollo previo y hay que ser demasiado ingenuo para creer que un país podría poner satélites geoestacionarios en órbita en sólo 8 años de desarrollo, por más que sus científicos posean enormes capacidades y sus gobiernos destinen grandes presupuestos.

Para entenderlo hay que hacer un poco de historia.

Nuestra NASA 


El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite de la historia, el Sputnik. Poco después, el 3 de noviembre, la perra Laika fue el primer ser vivo en orbitar la Tierra. Unos años después, el 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en llegar al espacio. Era la Guerra Fría y la carrera espacial entre los Estados Unidos y la URSS era un capítulo más de su enfrentamiento geopolítico. En ese contexto de gran interés por la navegación espacial, la Argentina no estaba exenta. 

En enero de 1961, poco antes de la llegada de Gagarin al espacio, el entonces presidente Arturo Frondizi creó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), dando nacimiento a la historia de la astronáutica argentina. La comisión tuvo importantes avances en la creación de cohetes de combustible sólido, un desarrollo que ya contaba con años de experiencia previa, por lo menos desde la década del 40. La CNIE avanzó, además, en el lanzamiento de cohetes de fabricación nacional y contó con un capítulo poco recordado de nuestra historia, pero de gran relevancia científica: el Proyecto BIO, que consistió en el lanzamiento de animales vivos. 

En 1967 fue lanzado desde Córdoba el ratón Belisario, que estuvo en ingravidez por 30 minutos y volvió a la tierra sano y salvo. Impulsados por ese éxito, en 1969 fue lanzado el mono Juan, para algunos el primer astronauta argentino. El mono, originario de Misiones, fue lanzado desde La Rioja y era el único tripulante del cohete Canopus II. Se encontraba dentro de una cápsula presurizada llamada Amanecer y que contaba con 20 minutos de oxígeno. Juan llevaba puesto un chaleco impermeable y varios nodos corporales, lo que permitía controlar sus signos vitales. La misión argentina ocurrió pocos meses después de la llegada del hombre a la luna, lo que significó un hito para la historia argentina ya que hasta ese momento sólo otros 3 países habían lanzado seres vivos al espacio: Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia.

Si bien Frondizi fue derrocado, la CNIE continuó con su labor y desarrollo, lo que con los años llevó a las autoridades a plantearse dos grandes preguntas: ¿Cuándo pondrá la Argentina satélites en órbita? ¿Puede la Argentina desarrollar un lanzador orbital propio?

Todas estas inquietudes fueron escritas en un informe a cargo del vicepresidente de la CNIE, Juan José Tasso, quien proyectó que para 1977 la Argentina podría tener un lanzador y satélite nacional propio. El proyecto avanzó y fue mostrando grandes logros, tanto en el aspecto de los combustibles como del desarrollo de la tecnología para los cohetes y satélites. Pero algo cambió: con la dictadura de 1976, lo que en un principio era un programa para crear una lanzadera espacial fue reconvertido en un plan para construir un misil balístico.

Tras fuertes presiones de Estados Unidos y Gran Bretaña la historia tendría un final triste y lamentable en el gobierno de Menem: el proyecto fue disuelto y el misil fue desguazado, sus partes trasladadas a EEUU y, finalmente, destruidas.

A pesar de los obstáculos y de la cancelación de una lanzadera propia, la CONAE hizo grandes avances y elaboró un Plan Espacial Nacional, responsable del diseño del actual Saocom 1-B, puesto en órbita el pasado domingo 30 de agosto.

Como punto final, en 1991 Menem disolvió la CNIE y creó en su lugar la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), que dejó de estar en la égida de la Secretaría de Aeronáutica y pasó a depender directamente del Ejecutivo Nacional. A pesar de los obstáculos y de la cancelación de una lanzadera propia, la CONAE hizo grandes avances y elaboró un Plan Espacial Nacional, responsable del diseño del actual Saocom 1-B, puesto en órbita el pasado domingo 30 de agosto.

Hubo otro factor determinante: contra el clima de época y resistiendo los intentos de privatización del menemismo, una empresa estatal siguió de pie: el INVAP, una empresa tecnológica fundada en los años 70 y que sería central en esta historia. Si bien no fue la CONAE quien desarrolló el primer satélite argentino (el primero fue el Lusat, obra de radioaficionados, lanzado en 1991), sí fue quien desarrolló el primer satélite profesional con fines científicos. Se trata del Satélite de Aplicaciones Científicas, SAC-B. Construido precisamente por el INVAP, el 4 de noviembre de 1996 entró exitosamente en órbita, aunque por una falla del cohete no pudo realizar su misión. Se puso así una primera piedra de la etapa contemporánea: la Argentina demostraba que podía diseñar un satélite de alta complejidad. No fue en 1977 como predijo Tasso, sino 19 años después. Pero se logró.

A partir de esos primeros años de la nueva etapa nacida en los años 90, surgiría una fructífera relación de cooperación entre la CONAE y el INVAP que sería estratégica para la realidad actual, ya que el INVAP fabrica satélites no sólo con la CONAE, sino también para la compañía ARSAT, quien administra otros programas independientes de la CONAE, como el ARSAT 1 y 2. Mientras ARSAT se ha dedicado a la fabricación de satélites de telecomunicaciones, el programa espacial impulsado por la CONAE se concentra especialmente en aplicaciones científicas.

Actualidad


Con el reciente despegue el Saocom 1-B ha vuelto a la atención pública el plan espacial. En recientes declaraciones, el actual Ministro de Ciencia y Tecnología ha dado a entender que el gobierno buscará impulsar el proyecto de una lanzadera espacial propia. Con antecedente en 2007 y rebautizado como Proyecto Tronador, el plan prevé la colaboración con otra empresa pública argentina: VENG, una compañía aeroespacial que se hará cargo de brindar el servicio de lanzamiento. Para este fin, en 2014 se crearon dos centros espaciales: Centro Espacial de Punta Indio y el Centro Espacial Manuel Belgrano, ambos en la provincia de Buenos Aires. El objetivo, según se sabe, es enviar al espacio los satélites de la serie SARE, también desarrollados por la CONAE.

Estos logros son, además de argentinos, internacionales: la agencia italiana colaboró en el proyecto del Saocom y la NASA ha participado con el país en otros satélites. Además, los satélites toman información de todo el planeta, de modo que sus imágenes pueden ser vendidas a cualquier nación que esté interesada. Otro ejemplo de esta relevancia internacional fue cuando el Arsat 1 entró en órbita, lo que puso a la Argentina en el selecto grupo de 7 países (a los que hay que sumar a la Unión Europea) con esa capacidad de producción, junto con EEUU, Rusia, Israel, Japón, China e India.

Destaca además el decisivo rol de dos grandes empresas públicas: el INVAP SE, única empresa latinoamericana reconocida por la NASA para la realización de sistemas satelitales completos y Arsat, primera empresa latinoamericana que ofrece servicios de internet, televisión y transmisión de datos en todo el continente, desde Argentina hasta Canadá con satélites propio.

Este tipo de hitos hubieran sido imposibles sin un desarrollo científico de décadas y la inversión y planificación a largo plazo con la que -con interrupciones- contó el país. Destaca además el decisivo rol de dos grandes empresas públicas: el INVAP SE, única empresa latinoamericana reconocida por la NASA para la realización de sistemas satelitales completos y Arsat, primera empresa latinoamericana que ofrece servicios de internet, televisión y transmisión de datos en todo el continente, desde Argentina hasta Canadá con satélites propios, y que actualmente brinda transmisión de datos al país y también a Chile, Paraguay, Uruguay y la Antártida.

Los próximos pasos anunciados tanto por el Ministerio de Ciencia y Tecnología como de Arsat es el lanzamiento del Arsat 3 (cuyo nombre mutó a Arsat-SG1 luego de que el gobierno de Macri anunciara la cancelación del proyecto y se tuviera que cambiar de plataforma) que según anunció la compañía, está previsto para 2023.

Para esas fechas, si todo sale bien, quizás despegue desde nuestro territorio. ¿Será 2023 el año de otro hito histórico para el país?


domingo, 11 de mayo de 2014

Ningún mal es eterno… De Alguna Manera...


Ningún mal es eterno…

Adolf Hitler.

Los medios argentinos poco eco se hicieron de una efeméride trascendental: el 8 de mayo, se cumplió un nuevo aniversario del tratado que le puso fin a la peor tragedia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.

Las fechas nunca cuentan toda la historia. Recordaremos por siempre el día que el hombre había llegado a la Luna. Recordaremos cuando Yuri Gagarin se convirtió en el primer cosmonauta. La lista sería infinita. Las fechas condensan, los aniversarios simplifican, las efemérides marcan, como si se congelara por milésimas de segundo un momento de la historia que siempre tiene un antes y un después. Por eso, hablar hoy del 8 de mayo y evocar 1945 es, si se quiere, y en algún punto, una comodidad del lenguaje. Porque hacía ya varios meses que la Alemania nazi estaba derrotada.

Pero al leer la copia facsimilar del acta de rendición militar firmada el 7 de mayo de 1945, por los triunfadores (el comandante supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas, y el Alto Mando soviético) y el derrotado Alto Mando alemán, no puedo evitar una profunda conmoción. La Segunda Guerra Mundial que, formalmente concluía un día como hoy de 1945, fue en términos cuantitativos la mayor tragedia de la humanidad.

El día en que se firma este acta de capitulación dice claramente (traduzco del inglés las frases más importantes) que “El Alto Mando alemán habrá de emitir ya mismo órdenes a todas sus fuerzas militares, navales y aéreas, y a todas aquellas fuerzas bajo control alemán, de cesar completamente sus actividades militares a la hora 23:01, tiempo del Centro de Europa, del 8 de mayo, y permanecer en las posiciones que ocupaban en ese momento. Ningún barco navío o avión habrá de ser desplazado y ningún daño podrá ser hecho a ningún tipo de maquinaria o herramienta”. De esta manera, el acta de rendición pretendía evitar que los propios alemanes derrotados destruyeran sus equipos. Pero en realidad, ya el 30 de abril había entrado a Berlín el Ejército Rojo, ocupando la capital del imperio que había sojuzgado a Europa. 

Ese 30 de abril, las Fuerzas Armadas soviéticas entran, a sangre y fuego, en el Berlín inexpugnable de Adolf Hitler. Ése es el día cuando el más furioso y despiadado tirano que haya conocido la humanidad se pega un tiro en su búnker berlinés, junto con su mujer. Antes de suicidarse, Hitler desplaza, delega el poder en un hombre de la armada, de la marina alemana, el almirante Karl Doenitz, a quien le toca enviar delegados para firmar la rendición ante los Aliados

Esto que terminaba hace hoy 59 años, tenía antecedentes importantes en las semanas previas. 

La Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939, pese a que la semana pasada una conocida historiadora profesional llamada Cristina Kirchner, anuncio que había comenzado en… ¡1938!  Comenzó el 1º de septiembre de 1939. En verdad, no terminó por completo el 8 de mayo de 1945, porque en el teatro de operaciones del Extremo Oriente, el tercer aliado del Eje nazi fascista que permanecía todavía de pie, Japón, siguió combatiendo hasta que fue aniquilado por las bombas atómicas norteamericanas lanzadas en agosto de ese año.

El 1º de septiembre de 1939 es el punto de partida que los historiadores reconocen como el arranque de la Segunda Guerra, cuando las tropas alemanas cruzan la frontera con Polonia y se devoran a ese país. El 16 de ese mes, el Ejército Soviético, en una operación de pinzas, cuando todavía no estaba en guerra con los alemanes, entra también en una Polonia que a lo largo de los siglos fue disputada y despedazada por potencias rivales.

Esta guerra, continuación de la no terminada Primera Guerra Mundial, que se había sellado con el tratado de Versalles de 1918, puso en práctica los últimos inventos del cerebro humano para la creación de sistemas masivos de destrucción. Precisamente, Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 fueron la demostración del poder mortal que teníamos los seres humanos para aniquilarnos.

La alianza que se configuró en esa Segunda Guerra Mundial entre las potencias nazi-fascistas, fue claramente la configuración de un eje del bien, de la libertad y de la democracia. Muchos se preguntarán si la Unión Soviética de Stalin era un país democrático. No, no lo era. Era ya en 1939 una feroz tiranía. Sin embargo, invadida y agredida por Alemania, la Rusia soviética de Stalin decide aliarse con Occidente para librar la gran guerra contra el enemigo principal.

Pero del lado de Occidente, del que la Argentina siempre estuvo deslindándose, las cosas eran claras: se combatía un proyecto totalitario milenarista. El Tercer Reich se proponía como un gobierno de mil años en base a la superioridad racial de una minoría iluminada “pura”, la supuesta “raza” aria; con métodos abominables y letales para destruir, conquistar y anexar naciones y pueblos.

La muerte de Hitler y la capitulación de la Alemania nazi fueron un precio durísimo que se pagó al costo de 60 millones de muertos, el saldo de la Segunda Guerra. Es notable que esto no haya tenido eco hoy en los diarios argentinos; el 8 de mayo debería ser una fecha año a año evocada, casi rutinariamente. No para mi generación, sino para los más jóvenes que deberían tener la posibilidad de comprender que esa fue la peor de las guerras, y que el mundo a partir de 1945 ya no sería el mismo.

Esa alianza entre Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética obviamente se rompió poco después de 1945, cuando se inició la guerra fría. Pero esa es otra historia. Es importante marcar que el proyecto hitleriano en gran medida fue exitoso: ejecutar la destrucción masiva de pueblos enteros. Hitler pensaba que era indispensable “depurar” a Europa de minorías que él estimaba nocivas y tóxicas, la judía en primer lugar, y procedió de esa manera. Más de la mitad de los judíos europeos perdieron sus vidas en la Segunda Guerra Mundial. Países enteros fueron ocupados, desde Escandinavia hasta el norte de África. Los ejércitos de Hitler desfilaron por toda Europa; arrasaron la Unión Soviética donde encontraron su tumba, porque, siguiendo la misma estrategia de las guerras napoleónicas, Stalin los dejó entrar hasta que el “General Invierno” impidió que zafaran de la nieve y el hielo, y ahí comenzó la derrota de los alemanes en el frente oriental.

Se han escrito, literalmente, centenares, quizás millares de libros, y se ha filmado igualmente una cantidad desmesurada de películas, pero el mundo se seguirá preguntando cómo fue posible tamaño horror. Es importante, por eso, recordar que existió. No fue un invento de Hollywood ni un producto de las películas; el mundo estuvo en guerra y millones de seres humanos dieron sus vidas para defender la idea de la libertad. Si hubiera triunfado el proyecto diabólico de Hitler y sus socios de entonces, el mundo que hoy conocemos ni siquiera habría nacido.

Afortunadamente no fue así. El precio fue enorme y el dolor ha sido y seguirá siendo infinito. La peor de las guerras concluía en un día como hoy, pero el alma se regocija al leer el acta de rendición. Esos caballeros siniestros que prometían durar mil años, duraron apenas doce años, señal de que ningún mal es eterno.


© Escrito por Pepe Eliaschev el Viernes 09/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.