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domingo, 18 de noviembre de 2012

Tragedia y locura... De Alguna Manera...


Tragedia y locura…

LA PRESIDENTA, frente al dilema de tener que elegir entre profundizar el modelo o corregirlo.

Tras el 8N, hay dos posibilidades: el Gobierno corrige el rumbo o lo profundiza. Elige cuáles deseos mantener y cuáles abandonar, o sigue yendo por todos. Se trata de una opción porque uno de los dos caminos tiene muchos más riesgos y contiene verdadero peligro. Si no, todos querrían siempre ir por todo. El dilema reside en que, independientemente de cuál sea la decisión, siempre tendrá remordimientos por no haber optado por la otra elección.

La tragedia es el género especializado en situaciones en las que el agente tiene que elegir entre dos alternativas, ninguna carente de males, en conflicto ético, incompatibles entre sí y ante las cuales el protagonista se rebela. Martha Nussbaum, en su libro La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, escribió que es característica de la tragedia “mostrar la lucha entre la ambición de trascender lo meramente humano y el reconocimiento de la ruina que ello acarrea”.

El ejemplo de Aristóteles era el del capitán de un barco que, para salvar a su tripulación en una tormenta, debía tirar el cargamento al mar. Pero si quería llegar a puerto con todo, emergía la tragedia. En nuestro caso, lo que la Presidenta debería enviar al fondo del mar, si deseara que la nave de su economía llegue sin mayores riesgos a 2015, sería el relato, porque le será cada vez más difícil continuar con inflación creciente, retraso cambiario, subsidios y déficit. Y en el camino puede producir una tormenta perfecta.

Pero, para ciertas personas, la vida sólo es completa cuando se la vive como si fuera obra de arte, pretendiendo unir lo sublime y lo profano. Nietzsche creía que “el gran estilo” era lo que unía la voluntad de poder con el arte, entendido como exceso, transgresión, transformación, energía, “la economía a lo grande” y el encuentro con la vida. Para Nietzsche, “el gran estilo” era la tragedia, “el amor por las cosas problemáticas y terribles”. Lo sublime identificado con la “domesticación de lo trágico” y la instrumentalización de lo enigmático.

Para el romanticismo no hay verdad sin estilo, ni estilo sin verdad. Y Nietzsche hablaba del fin de la retórica y el comienzo de la estética.

Así pensado, en muchas locuras no habría una caída del mundo inteligible al sensible sino lo contrario, un ascenso, porque sólo con la liberación de las pasiones se accedería al conocimiento, y sólo el furor divino permitiría alcanzar el saber del nivel superior.

“El hombre siente placer cuando actúa conforme al fin que ha suscitado su acción, la conformidad con el fin se manifiesta bajo la forma de belleza, bello es aquello que siendo perfecto implica una acción virtuosa”, escribe el profesor de Estética de la Universidad de Turín, Sergio Givone en su Historia de la estética.

Si lo sublime es la tragedia, ¿será más majestuoso quedar en la historia como la mujer que no cambió sus convicciones, o lo será ser re-reelegida si para ello tiene que moderar sus proposiciones? Entonces, ¿preferirá un escenario donde los kirchneristas se hagan más kirchneristas y los antikirchneristas se hagan más antikirchneristas? ¿Preferirá la fábula verdadera y una inagotable producción de significados antes que abandonar teorías derrotadas tras experimentos falseadores? Y si la economía se fuera de control antes de 2015, ¿preferirá una inflación del 50% anual y una brecha cambiaria del ciento por ciento antes que aplicar otro plan económico?

Martha Nussbaum, en su libro sobre la tragedia, escribió que “la particular belleza de la excelencia humana reside justamente en su vulnerabilidad”, el héroe siempre tiene un “esplendor fugaz” y una “frescura húmeda”. Ulises prefiere el amor mortal de una mujer destinada a envejecer al esplendor perpetuo de la hija de Atlas. “Limitando el intento de desterrar la contingencia de la vida humana –sigue Nussbaum– hubo siempre un vívido sentido de la especial belleza que atesora lo contingente y mudable, un amor al riesgo y la vulnerabilidad de la humanidad que se expresa en numerosos relatos sobre dioses enamorados de mortales”.

¿Soñará Cristina Kirchner con enamorar al destino? ¿Soñará con ser ella misma Odisea? Los 200 funcionarios que la aplauden de pie cada vez más sobreactuadamente (haciéndole mal) son la esperanza de que la Presidenta no se extravíe en el goce de lo sublime que alimente la tragedia para no quedarse ellos sin trabajo.

Ojalá que el género que practique el kirchnerismo siga siendo la comedia.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 17 de Noviembre de 2012.