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domingo, 3 de junio de 2018

Julio César, el populista… @dealgunamanera...

Julio César, el populista…

Ulises…

Durante el nazismo se montó muchas veces El mercader de Venecia, porque era una obra antisemita; también fue recitado miles de veces por los antifascistas el soneto 66 de Shakespeare. Es que Shakespeare era todo el género humano, inventó la personalidad humana.

© Escrito por Raúl del Pozo el jueves 05/04/2018 y publicado por el Diario EL Mundo de la Ciudad de Madrid, España.

Ésa fue la conclusión de Harold Bloom en El canon occidental. El crítico que escandalizó al mundo no sabe si Dios creó a Shakespeare, pero está seguro de que Shakespeare nos creó a nosotros. Después de mamarse 38 obras, Bloom quedó hipnotizado por el Bardo. Considera a Falstaff el monarca absoluto del lenguaje y a Julio César, la tragedia perfecta. La leyó en la escuela secundaria y, cuanto más la leía, más prendado y agarrado quedaba; y eso que Julio apenas dice 150 versos en tres escenas, pero da nombre a la obra. "Es la figura más grandiosa que Shakespeare ha representado nunca".

Voltaire cree que el Cisne de Avon es un arlequín, un bufón, lleno de soberbia asiática, que no sabía latín ni griego y entró a saco en Plutarco para plagiarlo. Shakespeare estaba enamorado de la Roma antigua, donde se desarrollan varias tragedias. Y también de la Italia posterior: con Romeo y Julieta, en Verona; y Otelo, El Mercader, en Venecia.


El discurso más demagógico en Julio César es el de Marco Antonio: "Mirad aquí: aquí está él mismo, despedazado como veis por los traidores", exclama. El personaje menos populista es el de Coroliano. Ahora, cuando el huracán populista, nacionalista, xenófobo, ha barrido la bota, han caído en la cuenta de que lo que les ha pasado no es nuevo: tiene más de 2.000 años. Lo inventó Julio César. 

Como antes los Graco, el emperador se puso al frente de la manifestación del pueblo, distribuyó trigo gratis entre los plebeyos, grabó su imagen en las monedas. El poder se le subió a la cabeza y quiso gobernar por encima del Senado. Bruto, su hijo secreto, exclama: «Nuestros antepasados nos han enseñado que no se debe soportar a un tirano, aunque sea nuestro padre».


Se ha estrenado Julio César una vez más en América y la función se representará en todo el mundo: en China, en Europa... La gira es del británico TNT Theatre Britain. El director de la compañía ha declarado que Julio César es el mejor thriller político que jamás se haya escrito. O sea, que Shakespeare y César, por inventar, han inventado hasta el populismo, esa nueva casta política antieuropea, antisistema, a la que le huelen mal los emigrantes y hasta los napolitanos.


Ya advirtió Borges: "Que la Historia hubiera copiado a la Historia ya era suficientemente pasmoso; que la Historia copie a la Literatura es inconcebible". En este instante, la política está copiando a la Historia y a la Literatura.




sábado, 19 de septiembre de 2015

No traicionarás… @dealgunamanera...

No traicionarás…


Por qué es clave para Scioli rodearse de familiares y amigos íntimos.

Está filmado: Perón explicándole a la cámara de Solanas y Getino la centralidad de la traición en el ideario peronista. “Cuando aparece un hombre de nuestro Movimiento que lucha contra otro hombre de nuestro Movimiento puede ser lo que dice Mao (Tse-Tung), ‘que se haya pasado al bando contrario’.

Pero generalmente defiende un interés, no un ideal, porque el que defiende un ideal no puede tener controversias con otro que defiende el mismo ideal. Es que en la política, además de los ideales, juegan los intereses, desgraciadamente.” Aunque la cita maoísta denota un Perón setentoso, la doctrina justicialista siempre giró en torno a la tragedia del enemigo interno –y la tentación de los “intereses”– en un movimiento que conmemora obsesivamente el Día de la Lealtad desde hace 70 años.

El dilema traición/lealtad es eterno, como un ritual de pasaje que debe atravesar cada nuevo líder del peronismo. Ahora le toca a Scioli, que ya fue purificado de las acusaciones de traidor por la jefa saliente del Movimiento, Cristina Kirchner, quien ya garantizó, desde los balcones interiores de la Rosada a su hinchada maravillosa, que Daniel no traicionará la causa, incluso si quisiera hacerlo. Paradójico apoyo con aroma a amenaza.

Consciente de que la traición es el destino maldito del que ejerce el poder, Scioli intenta blindarse con familiares y amigos de la familia. Pero como enseñó Shakespeare en toda su dramaturgia, los lazos familiares que se anudan en un trono resultan ser los más sangrientos. A mayor confianza, más peligro de que la traición sea catastrófica.

También sabían de esto los antiguos griegos, con la lógica Aristotélica de que la amistad es la base de la “polis”, incluso antes que la confianza en la Ley. A eso es lo que el vocabulario mafioso refiere como “tener códigos”: dado que ser realmente poderoso es romper las reglas pudorosas que atan a la mayoría de los mortales, hay que inventarse algún reglamento privado para no quedar a la intemperie de la codicia salvaje de los íntimos. Un código de última instancia. Con letras de sangre.

Hablando en criollo, la manía argentina de preferir rodearse de familiares más que de funcionarios de excelencia delata la paranoia de un sistema político cada vez más flojo de papeles. Tan flojo que cuesta encontrar fuertes candidatos presidenciales con declaraciones juradas verosímiles.

Y para eso está la familia: para sostener en el sótano el andamiaje de intereses que no caben en ninguna ley escrita. Todo será “de palabra”.

Hasta que la muerte los separe.

© Escrito por Silvio Santamarina y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 9 de febrero de 2014

Política, dinero y poder… De Alguna Manera...


Política, dinero y poder…

SIN TITULO. Hebe de Bonafini. Foto: Pablo Temes.

El Gobierno tiene preocupaciones que no son las mismas que las de la gente. Parecidos y diferencias con Alfonsín y Menem.

La mayor parte de las cosas pasa dentro de la cabeza de la gente, no necesariamente en el mundo real”. La frase es de Roman Gubern (El eros electrónico) pero la idea es tan antigua como el pensamiento social. Debería ser un axioma básico de la práctica política. No sólo en estos tiempos del marketing político y de la comunicación exacerbada; ya lo era hace dos siglos en las democracias sin marketing, y en tiempos de Shakespeare y de Maquiavelo, y en los de Cicerón, y sin duda antes. Pueden existir también otros principios para orientar la práctica política: principios éticos, ideas, objetivos de política pública. Pero las imágenes son decisivas y no deben ser ni ignoradas ni subestimadas.

Acerca del gobierno nacional, se discute casi a diario en términos éticos, en términos de sus ideas políticas, en términos de sus a menudo poco claros objetivos de política pública. Pero sus errores comunicacionales llevan a un territorio que a veces parece surrealista, que bien califica como “tragicómico”. Hace algunos años, uno podía escribir que algunos problemas que se presentaban en la escena del país se debían a “errores no forzados” del Gobierno, esencialmente en el plano comunicacional; parecía una idea interesante, no obvia, que algo explicaba. Hoy es tan obvio y tan cotidiano, que decirlo parece casi una tontera; pero sigue siendo así.

Uno de los episodios recientes de esta tragicomedia es el caso Tinelli/Fútbol para Todos. La expresión “tragicomedia” se hizo célebre por La Celestina, la historia de Calisto y Melibea, cuyo autor la llamó de esa manera “partiendo por dos la disputa” entre quienes la veían tragedia y quienes comedia. Esto puede aplicarse a Hebe de Bonafini cuando, irrumpiendo en un tema que no se entiende en qué le concierne, dictamina que “se trata de política, no de hacer dinero”. Si es política, está mal hecha. Si no es dinero, nadie lo cree, empezando por la señora Bonafini. En realidad es poder, y ésta es la peor manera de construir poder: es el mejor camino para acumular una cuota exigua de poder que será, como se lo está viendo, efímera. Es tragicómico –en parte porque Tinelli, con astucia, le aporta un toque de comedia–. Otro es el caso Boudou. El vicepresidente hace lo que puede, como puede; pero debería estar implorando a gritos: “Líbrame, Señor, de mis amigos”.

La capacidad del Gobierno para comunicar mal lo que la gente ya de por sí cree que está mal es asombrosa. Algunas cosas funcionan; ¿por qué no se las comunica? Un ejemplo: una de las pesadillas de los argentinos, desde tiempos remotos, ha sido siempre sacar un documento de identidad; este gobierno lo ha resuelto, contundentemente. Ese problema está resuelto, y es un logro. ¿Alguien habla de eso?

Los hechos negativos se suceden día a día. Algunos son inevitables; otros, producto de malas decisiones. La comunicación del Gobierno suma negativamente tanto a los que son inevitables como a los derivados de errores. Todo gobierno en el mundo se mueve tras objetivos de poder; este gobierno también. Pero buscar acumular poder y al mismo tiempo erosionar la confianza de la sociedad en quien lo hace es alimentar el propio fracaso político. La Cámpora, Unidos, Hebe de Bonafini, podrían operar en la sombra, porque son simplemente piantavotos; el cambio de gabinete producido hace tres meses podría haber sido resaltado y potenciado, porque la sociedad lo vio bien. Hay dos planos en los que el Gobierno parece no ver qué pasa por la cabeza de la gente: el de la “estima” pública, la confianza, la buena imagen –ese capital difuso que miden las encuestas– y el de los votos –ese instrumento inapelable que está en manos de la gente por cuya mente pasa la mayor parte de las cosas–.

La suerte de los gobiernos depende en parte de lo que hacen –y cómo lo hacen– y en gran parte de las expectativas de la gente. Las expectativas instalan a un gobierno y le conceden un capital de confianza para iniciar su camino, y las mismas expectativas lo desgastan y terminan decretando su final inapelable.

Lo que hacen los gobiernos –y cómo lo hacen– también está sometido al filtro implacable de las expectativas. Una buena política económica no es políticamente rentable porque resulte aprobada en un tribunal académico sino porque concita apoyo en la sociedad; y si eso no sucede, resulta políticamente costosa.

Alfonsín asumió el gobierno bajo un shock de confianza que la sociedad le concedió porque se proponía restaurar una democracia plena limitando el poder corporativo de los sindicatos y los militares, y se desintegró porque la sociedad había instalado el tema de la inflación como su prioridad y el gobierno no encontró respuestas. Menem capitalizó la expectativa social de acabar con la inflación, y lo logró; lo desgastó, finalmente, el problema del desempleo, que la sociedad instaló como su mayor preocupación. Kirchner asumió bajo una enorme expectativa de combatir el desempleo, y lo logró; pero con los años la sociedad instaló el tema de la inseguridad, y el Gobierno no le dio respuesta. (El primer gran desafío al gobierno de Kirchner lo protagonizó Blumberg, no los sindicatos ni las protestas “sociales”). El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sigue exigido por ese mismo tema, para el que no tiene respuesta, y además se le suma ahora la reaparición de la inflación como la expectativa creciente en la opinión pública.

Su falta de respuesta a este tema es aún más dramática de lo que fue en los años 80. Alfonsín se enojaba porque el tema no le parecía relevante, pero no negaba que la inflación estaba carcomiendo a la sociedad.

Este gobierno, además de negarla durante casi una década, la está agravando. Los ignotos muchachos de Unidos echan leña al fuego; imaginan un escenario de confrontaciones estratégicas que responde a una lógica de “toma del poder” en una sociedad que vive preocupada porque aumenta el precio del pan, de la carne y de los electrodomésticos, y sólo aspira a tranquilidad y diálogo. Hebe de Bonafini dice que hay que hacer política y no ganar dinero; exactamente lo opuesto a lo que espera la mayoría de la gente en la Argentina de hoy: menos política, un poco más de poder adquisitivo en el bolsillo.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el Sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.