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sábado, 2 de diciembre de 2017

Premio de Novela Gráfica a María Luque... @dealgunamanera...

De los viajes de Cándido a los propios…

Luque, ilustradora. Es la autora de "Casa transparente" y "La mano del pintor", una novela gráfica que cruza una historia familiar con Cándido Lopez y la guerra del Paraguay. Fotografía: Néstor García

Lo obtuvo en México la dibujante argentina María Luque, autora de “La mano del pintor”. 

© Escrito por Ezequiel Viéitez el viernes 01/12/2017 desde Guadalajara y publicado en la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A los 34 años, la artista rosarina María Luque vive en el presente un futuro que había soñado. El domingo, en el Pabellón de Madrid de la Feria del Libro de Guadalajara, le entregaron el Premio de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas, que implica la publicación de su libro Casa transparente –ya se consigue aquí editado por Sexto Piso, en febrero estará en Argentina– y un reconocimiento de 7.000 dólares.

Cinco años atrás, Luque trabajaba en una agencia de publicidad y decidió pegar el salto: soltó el trabajo estable para dedicarse a dibujar. La primera opción, para bajar gastos, fue ofrecerse entre sus amigos para cuidar casas cuando salían de viaje. “Era una forma de ahorrarme el alquiler”, dice. Así, conoció la intimidad de espacios ajenos en Rosario, Buenos Aires y Bariloche. Mientras tanto, alternaba con exposiciones de sus trabajos en galerías.

Luque estudió Bellas Artes y hace pinturas en témpera. Su búsqueda la llevó a recorrer gran parte de América del Sur y ahora Casa transparente, “una autobiografía gráfica”, como la define, cuenta esa experiencia de incertidumbre y alegría despreocupada que vivió, de una casa a otra, de un país a otro. Vivir como nómade, con todas sus cosas en una única valija y explorando otras vidas y otros paisajes. El relato se construye a partir de vivaces dibujos realizados con lápices de colores, marcadores, acrílicos y acuarela. 

El resultado es un libro que combina frescura con optimismo a través de Argentina, Perú y México. Ahora, la artista ya tiene casa fija en Buenos Aires y prepara para marzo una exposición en la Galería Mardulce. El premio para Luque –que el año pasado publicó La mano del pintor (Sigilo), novela gráfica sobre Cándido López– no llegó en un momento casual. Este año, la FIL de Guadalajara inauguró el Salón del Cómic y la Novela Gráfica, con un espacio de exposición de 300 metros cuadrados.

–¿Hay un resurgir de los libros basados en la ilustración?
–Es un momento de mucha efervescencia y ganó espacio. Hay muchos artistas produciendo y quizá, en la era de lo audiovisual, la gente está más predispuesta a dejarse seducir por la imagen. Me da la impresión de que los lectores antes no se animaban; a mí misma me pasaba que no leía historietas hasta hace poco, sólo Mafalda y Fontanarrosa. Existía un prejuicio de que necesariamente un cómic estaba orientado a los chicos o trataba de súper héroes, y no es así. Se pueden contar historias complejas.

–¿Cuál es el poder del dibujo a la hora de narrar?
–Cuando leés un texto tenés que jugar con tu imaginación y crear esos espacios, pero con la imagen es diferente la operación. A mí me pasa que viendo libros de otros dibujantes me permiten sumergirme en su mente de manera directa, viendo cómo ellos perciben el mundo, cómo dibujan la ciudad, las personas.

–¿Cuál es el espíritu de tu libro?
–Cuento lo que me pasó. A mí me gustaba estar “de ajena” en la casa de otro porque era, de alguna manera, reemplazarlo en su vida durante un tiempo. Saber cómo funcionaba su barrio, cuál era el mejor lugar para comprar comida, qué decisiones toma la gente para ordenar los espacios de su casa, lo que habla de ellos también. Qué cosas tienen pegadas en la heladera, los mensajes de familiares y amigos. Me permitía vivir sus vidas por períodos cortos, hasta el punto de elegir de su biblioteca, apenas llegaba, qué libro leer en ese período. Era una verdadera experiencia, la vida nómade con una valija mínima. Me llevó a plantearme el día a día de otra forma. A estar liviana, a tener tiempo para dibujar mientras se iba dando la experiencia.

–¿Y qué cosas aprendiste?
–A estar abierta a lo que pasara. A no tener un plan. Fueron dos años rarísimos, 2013 y 2014, porque podía estar una semana o dos meses en una casa y después no saber qué iba a pasar. En el medio, cada tanto, exponía mi trabajo en una galería y un viaje que había sido pensado como de 15 días se transformó en uno de seis meses por Latinoamérica. En un momento estaba en Lima y había producido muchos fanzines para vender. La escena está en el libro: me fui a Cuzco a tratar de venderlos junto a los artesanos de allí. Nadie me compraba al ratito de haber colocado la manta. Me dio vergüenza, no era “el lugar” para vender fanzines. Pero ese día decidí quedarme un rato más, un ratito más. Hasta que apareció el dueño de un hostel y se interesó en mis dibujos. Y me ofreció darme alojamiento si le pintaba un mural. Al final me quedé dos meses. Me permití vivir esas pequeñas acciones que te terminan llevando a un lugar inesperado.


domingo, 24 de noviembre de 2013

Ideas e Ideologías... De Alguna Manera...


“Hoy es más difícil asignarle una ideología a la clase media”...

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.

En su libro "Los años setenta de la gente común" el sociólogo Sebastián Carassai indaga cómo una gran parte de la población argentina vivió y naturalizó la violencia y el terror. En esta entrevista, también habla de actualidad y afirma que "el peronismo es una traba para cualquier gobierno no peronista".

¿Por qué la clase media hizo lo que hizo en los setenta? ¿Por qué reaccionó de manera diferente en el golpe del 55 al del 76? ¿Cómo vivió la violencia política? ¿Qué recuerda de aquélla época? "Buscaba memorias menos razonadas", dice el sociólogo Sebastián Carassai, que en su libro "Los años setenta de la gente común" (Siglo veintiuno) responde algunas de estas preguntas con un método poco ortodoxo. El suyo es un trabajo de rescate enfocado en un sujeto social, la clase media apolítica. 

Carassai avisa que a su libro hay que leerlo junto a otros, sugiere entre ellos La Voluntad, de Anguita y Caparrós, y Los combatientes, de Vera Carnovale. Es que él, a diferencia de los autores antes mencionados, recurre a una curiosa elección de entrevistados. Anónimos. Gente que no ocupó cargos relevantes, que no estuvo cerca del poder ni se volcó a la militancia política entre 1969 y 1982, tiempos de ascenso de la violencia y luego del terrorismo de estado. La mayoría silenciosa o silenciada, según se los mire, en ellos se enfoca Carassai. "Traté de despertar su memoria emotiva", dice acerca de esos testimonios, tomados en Buenos Aires, Correa (Santa Fe) y San Miguel de Tucumán. Largas entrevistas, que incluyeron el uso y análisis de material gráfico y audiovisual de consumo masivo en los setenta. 

Documentales, telenovelas, publicaciones, imágenes y audios que ellos pudieran haber visto en aquél momento y que, de algún modo, eran la explicitación de la naturalización de la violencia. De la revista Humor a Tato Bores, de Rolando Rivas taxista a la revista Gente. Testimonios de la vida cotidiana en un tiempo en el que hasta la publicidad "usaba las armas" para seducir a los consumidores.

-En la tapa del libro compiten dos títulos, el de la imagen y el del libro, si los juntamos el mensaje es que la gente común no va a la izquierda.

El aviso (Austral Ala-ver imagen) es muy elocuente, y por eso la editorial lo eligió como tapa del libro, forma parte de un capítulo en el que yo trabajo la publicidad de la época: reiteradas menciones, jocosas, lúdicas, a la violencia. Allí analizo hasta qué punto las metáforas de la violencia y el uso de armas fueron concebidos por la publicidad como vehículos para seducir consumidores.

-Hay un capitulo central del libro, habla de la memoria del propio rol durante el terrorismo de estado.

Todo el libro habla de cómo se percibían ellos. Pero en ese capítulo, encontré cierto patrón que se fue reiterando. Hay cierta dificultad en la gente que fue adulta en esa época para hablar en nombre propio, para hacer frente a las actitudes que tuvo. No es una reacción consciente. Los entrevistados pueden decir "yo quemé libros", pero a la hora de reconocer un apoyo a la dictadura no dicen "yo". Apelan a una voz más indefinida. Si bien el objetivo del libro no es buscar culpables sino comprender porque la sociedad actuó como actuó y por qué recuerda lo que recuerda, allí es cuando más se acerca en este cambio de registro de personal a impersonal, puede hallarse una pista de cierta culpa por no haber hecho nada.

-Analiza el rol de la clase media en los golpes del 55 y del 76, muy activa en el primero y pasiva en el último. ¿Qué más surge a partir de esa comparación?

Las reacciones fueron diferentes, sí. Las plazas desbordantes y la celebración masiva que significó el golpe del 55, contrasta con ese paisaje desértico que ofreció al golpe del 76. Y explica, de alguna manera, la actitud previa a ambos golpes. La celebración daba cuenta de que esos sectores sociales de clase media no peronista habían tenido una posición de resistencia anterior. Esa clase media antiperonista se había sentido resistiendo al "régimen del tirano", y por eso festejó. Ahora, la imagen de indiferencia ante el golpe del 24 de marzo de 1976, algo que estos sectores consideraban inevitable, da cuenta de una actitud de resignación. En marzo del 73 cuando el peronismo vuelve a triunfar de manera masiva, lo sectores de la clase media no peronista sintieron resignación. Dijeron, este país está condenado a gobiernos peronistas o como sucedió luego en el 76 a gobiernos militares que se opongan de manera feroz a gobiernos peronistas.

-¿Esa resignación se vuelve irreversible?

No. Yo introduzco ese concepto para tratar de explicar la actitud de estos sectores frente al 24 de marzo. Pero esa resignación no será definitiva. El triunfo de Alfonsín en 1983 es una prueba de que las clases medias no peronistas lograron ganar una elección limpia después de décadas.

-¿Son desde entonces sectores políticamente volátiles?

Son más volátiles que la clase obrera, pero no tanto como quizás se crea. Hay cierta coherencia en el modo en el que piensa la política ese sector social, y esa coherencia se mantiene al menos desde el principio de la década del 70 hasta el 83, cuando estos sectores medios llegan al gobierno, digámoslo así, bastante fieles a su ideología. Llegan como un sector no peronista, y en alianza con sectores de centro y de centroderecha.

-Cuando hablamos de clase media en la Argentina no podemos dejar de lado rol de la universidad, como herramienta de ascenso, allí mismo había disputas sobre si politizar o no la universidad...

Durante los años peronistas ser universitario era casi sinónimo de ser antiperonista. Tras el golpe del 55 se abre una discusión que va a llevar a ciertos sectores de esa universidad formada en el antiperonismo a repensar qué había sido el antiperonismo. Allí hay varios grupos interesantes, como Contorno, de los hermanos Viñas, en el que participaron Rozitchner y Sebreli, entre otros. Ese grupo distingue por un lado al peronismo como experiencia popular de la clase trabajadora y por otro ataca los rasgos autoritarios o demagógicos del propio Perón. En el 55 se inicia esa revisión, que va a llevar a lo que algunos autores llaman conciencia culpable de una clase media que no pudo comprender el fenómeno peronista.

-Hay una creencia generalizada: la clase media, por definición, aunque cada vez menos, ha sido antiperonista.

El comienzo del peronismo involucra a sectores medios, sobre todo en el interior, en las provincias. Y en los 70 también hay clase media peronista. Pero coincido, las grandes mayorías de la clase media son antiperonistas hasta el golpe del 55 y no peronistas, con matices, en los 70. Eso explica que en el 73 Perón se haga de unos cuantos votos de la clase media.

A ese Perón lo votan incluso los conservadores, frente a la creciente influencia de la izquierda...

Influye el conservadurismo, pero hay un componente, cierta clase media creía que el lío que había dentro del peronismo sólo era solucionable por el hombre que de alguna manera había propiciado ese enfrentamiento entre la izquierda y la derecha del peronismo.


-Viendo las últimas elecciones, ¿todavía creemos que a este país sólo pueden gobernarlo los peronistas?

Esa es una idea que se ha diseminado, a la que adhieren muchos sectores. El peronismo, fuera del gobierno, es una traba para cualquier gobierno no peronista. Y por otro lado son una mayoría social que no ha dejado de ampliarse. Si sumamos las listas, casi el 80 por ciento de los votos van a opciones peronistas.

-¿La clase media se peronizó o se achicó?

Las clases medias se han vuelto más heterogéneas. A finales de los 80 ya eran mucho más heterogéneas que en los 70. Y en los 90, con el fenómeno de lo que la sociología llamó la nueva pobreza, tenemos gente que culturalmente pertenece a la clase media pero que económicamente ha caído. Está también el fenómeno de los nuevos ricos, que culturalmente siguen teniendo hábitos de clase media. Además, en estos últimos años la clase media se ha ampliado. Hoy es mucho más difícil asignarle una ideología a la clase media.

-¿Tenían una lectura de la realidad política estos sectores medios no militantes, un discurso crítico?

En los monólogos de Tato Bores uno puede ver reflejada cierta manera de mirar la política que está muy cerca de la manera en que una mayoría de esta clase media pensaba la política. Un ámbito opaco, corrupto, que privilegia el juicio moral sobre el político. La lectura de la realidad que hacían estos sectores era esta, al inverso de lo que pasaba en la militancia, donde los problemas de familia se resolvían cambiando la sociedad. Estas clases medias no militantes pensaban que hasta los problemas políticos tenían una solución moral. Hacían falta buenas personas haciendo política. A grandes rasgos, esa era su lectura de la realidad política.

-Tal vez una de las tesis del libro sea que esta clase media funciona por oposición, es antiperonista, anticomunista, pero no necesariamente pro militar...

Independientemente de cuán lejos hayan estado de los militares, los golpes militares venían a solucionar sus problemas con determinados gobiernos. En el 55, frente un gobierno peronista que juzgaban dictatorial, en el 76 frente un gobierno peronista que juzgaban decadente. Pero enfatizo más su preocupación acerca de lo que significaban los gobiernos peronistas que una adhesión a los militares. Lo que los puso en la vereda militar tanto en el 55 como en el 76 no fue tanto su deseo de ver a las Fuerzas Armadas en el poder sino su rechazo a lo que juzgaban gobiernos corruptos, demagogos, y en el caso del 76, un gobierno que ya no podía garantizar el más mínimo orden social, político y económico.

-Para muchas de estas personas, haber sido ingenuas, no saber, es visto como un valor y no como un pecado, como una justificación frente a su inacción ante el terrorismo de estado...

Hay que correr el eje del interrogante. No preguntarnos si sabían o no. Es evidente que algo se sabía, se oía, se veía. Distorsionada, parcializada, había información. Pero también es cierto que lo que sucedía, no lo conocíamos como lo conocemos ahora. Yo quise preguntar cómo procesaron lo que sabían. Y hay varios elementos a tener en cuenta. Por un lado, que buena parte de lo que sabían no constituía una absoluta novedad. Si uno lee la prensa del 74, 75, hay denuncias de torturas, aparición de cadáveres, desapariciones, hay mucho de lo que después se va a masificar, lo que se va a convertir en una industria de la muerte. Ahí vemos un cierto acostumbramiento, una naturalización de la violencia.
Otro elemento es que en el 76 no fue el primer golpe militar, había memoria de otros golpes, y esos golpes, en la memoria, no significaban terrorismo de estado. Significaban gobiernos autoritarios, cierre de partidos políticos, pero no terrorismo de estado. Otro elemento es que los pares democracia dictadura y civiles militares no se oponían como lo bueno y lo malo. Hoy hay un consenso mayoritario de que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. No era así en los 70. Y allí hay un cuarto elemento, que es lo que yo llamo el estado supuesto saber. Buena parte de estos sectores medios no comprometidos con la lucha política, sobre todo aquéllos que estaban mal informados, que eran muchos, atribuyó un saber al estado, un saber absoluto que yo llamo supuesto saber porque traigo el concepto de Lacan, del sujeto de supuesto saber.
Su idea es que no hay análisis posible si el analizado no supone un saber mágico, secreto en el analista. Ese concepto me sirvió para pensar muchos de los testimonios que para ellos el estado no podía estar haciendo lo que hacía sin ninguna razón. Alguna razón oculta o inalcanzable para nosotros debe tener. Ese elemento jugo un rol al menos en los primeros años. El estado como fetiche, cierta superstición civil de depositar en el estado un saber al que no se le exige prueba o evidencia de lo que hace, sino que está basado en la necesidad de creer.

-¿Se puede hacer una versión de este libro desde una lectura de actualidad?

Sería mucho más complejo. Si analizamos los datos sociales, el nivel de desempleo que hubo entre el 69 y el 82, la inequidad, la diferencia entre el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico, si miramos las encuestas sobre cómo creían que iba a ser su futuro, todo eso da un escenario de los sectores medios en los setenta mucho menos heterogéneo del que vino después. Lo que vino después, y en parte por las políticas que se tomaron en los años setenta, fue la erosión para los sectores medios, que hoy son mucho más heterogéneos. Hoy habría que establecer muchas más distinciones

-¿Qué hemos naturalizado hoy? ¿La corrupción, la inseguridad, la pobreza?

Naturalizar significa que hay algo del orden cultural que se empieza a pensar como si fuera natural, algo que no puede dejar de existir. Estos temas se siguen pensando como una suerte de mal social, pero que no forman parte del orden natural de las cosas. Como sí se asumió que formaba parte la violencia en los setenta.

¿Y en cuanto al sujeto de este libro, pese a su creciente heterogeneidad, hoy es un sujeto políticamente más comprometido?

En los setenta eran un sector muy amplio, hoy su discurso es minoritario. Hoy están los hijos y los nietos de aquella clase media. Los nietos de las personas que yo entrevisté, tienen una visión inequívocamente negativa de lo que significó la dictadura militar, el terrorismo de estado, y hasta más comprensiva de los movimientos insurgentes. Las clases medias no sólo han cambiado, sino que se han renovado. Hoy tenemos posiciones menos conservadoras, más críticas de los que significó el terrorismo de estado.

-Pero hoy hablar de esos temas no implica ningún peligro...

Sin duda, hoy se puede hablar de los setenta y vestir una remera del Che, porque no hay riesgo para el statu quo. Pero lo que me interesa es que los sectores medios se han renovado, son más heterogéneos y tienen una visión menos influida por el mandato familiar que por lo que ha hecho la democracia en todos sus aspectos. Cuando se lee este libro por ahí se pregunta quién puede pensar todavía esto. ¿Quién puede? La gente que era adulta en esa época, que es la que más me interesa comprender.

© Escrito por Horacio Bilbao y publicado el viernes 22/11/2013 por la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires…

Las fotos:


Publicidad de la línea aérea Austral ALA, 1970. En su texto se alude a la "zurda", la "infiltración" y hasta la "delación".

Rolando Rivas, taxista: La guerrilla fue tematizada en la famosa telenovela. En esta imagen de 1972, Quique Rivas (hermano del protagonista y miembro del "Ejército Revolucionario Reivindicador") recibe la noticia de que ha sido designado para secuestrar al millonario empresario Helguera Paz, padre de Mónica, la prometida de Rolando.

MEDIAS PARIS. Publicidad del producto Mediaslip, de la firma Paris, año 1971. Su slogan: "A la hora de matar". El lenguaje publicitario de la primera mitad de la década de los setenta es fecundo en este tipo de aprobatorias alusiones a las metáforas de la violencia.

DGI. Publicidad de la Dirección General Impositiva, año 1978. En esta serie de avisos, titulada "El tanquecito de la DGI", se dejaba traslucir la represión ilegal. El binomio subversión-corrupción funcionó como un dispositivo inculpador eficaz durante los primeros años de la dictadura militar.

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.


sábado, 13 de abril de 2013

Era obvio…


Era obvio…
“Detrás de la polémica alrededor de lo autodenominado periodismo militante y las críticas a las formas de periodismo profesional e inquisidor de los gobiernos, se esconde muy solapadamente la crítica al sistema mismo de división de poderes”.

(Diario PERFIL, bastante antes del fracaso del 7D).

* * *

No creo que la reforma judicial que lanzó la Presidenta sea una venganza por el amparo que le impidió al Gobierno festejar el 7D, ahora ratificado por la decisión de la misma Cámara Civil y Comercial Federal de declarar inconstitucionales los dos artículos de la Ley de Medios cuestionados por Clarín.

Creo que, aunque el kirchnerismo hubiese tenido su 7D, igualmente habría lanzado esta reforma judicial porque resulta coherente con su cosmovisión y su filosofía. En esta columna, desde hace más de tres años y en forma reiterada, se ha venido sosteniendo que no podrían ir contra el periodismo sin finalmente ir contra la Justicia porque, más allá de cuestiones tácticas o ejecutivas, la matriz que cuestiona al periodismo es idénticamente aplicable a la Justicia.

Muy simplificadamente: si no existe la objetividad y todo es subjetivo para el periodista, también lo es para el juez. Si todo razonamiento no puede ser sino intencional, tampoco podrían –todos– los juicios de los magistrados ser objetivos. Y si no existe una verdad y todo es relativo, no debemos guiarnos por el criterio de verdadero o falso, ni siquiera por el de correcto e incorrecto, sino por el criterio de bueno o malo. Sin importarnos si lo que sería bueno es mentiroso, falso o incorrecto. Entonces, la epistemología tiene fundamentos tan débiles como la metafísica.

Para ellos, los jueces (como los periodistas y, antes de su descrédito, los economistas) son unos chantas que se arrogan hablar desde la posesión de la verdad, como dueños del discurso de la ciencia, pero tienen credenciales falsas. Son brujos que disfrazan el carácter religioso de lo que prescriben bajo una toga académica hecha para impresionar y disfrazar su desnudez argumentativa apelando a mitos como el del equilibrio de la balanza ciega.

Si su autoridad es un fraude, entonces no pueden tener autarquía o protecciones especiales y deben disciplinarse al único poder legítimo, que es el de la política. La superioridad de la política sobre todos los otros campos le confiere supremacía a quien conduce el Estado, el órgano político por excelencia. Si la política es todo, todo es poder.

Esta visión de gobierno igual a Estado sin división de poderes ni fiscales de esa división de poderes, como sería la prensa, es explícita y hasta se podría decir que es coherente en los países cuyo sistema político es de partido único. En China, en Cuba, en la ex Unión Soviética existen tribunales que fallan todos los días en pleitos entre particulares sin tener libertad para fallar contra el Estado con independencia. Pero el sistema de partido único ya no es una característica casi exclusiva de países donde gobierna un Partido Comunista, con las derivaciones que haya tenido, sino que es un fenómeno cada vez más creciente en países capitalistas.

En una entrevista publicada en la última edición de la revista Ñ, el filósofo Slavoj Zizek lo explica claramente: “Sólo Europa y un poco Estados Unidos se encuentran en crisis; América latina está progresando rápidamente; Africa subsahariana está progresando; Malasia, Polonia, China, Singapur, Taiwán, tienen un progreso explosivo. En todo el planeta, al capitalismo le está yendo mejor que nunca. ¿Pero qué es lo que está en crisis? El matrimonio interno entre el capitalismo y la democracia se está desintegrando. Lo que está apareciendo hoy es una gran nueva forma de capitalismo, pero que ya no necesita de la democracia en el sentido europeo. En China, los viejos comunistas totalitarios hoy parecen ser los mejores administradores del nuevo capitalismo. Si entráramos en un mundo que deje de ser ideológicamente europeo, entonces quizá tendríamos una sociedad mucho más autoritaria”.

Re-re. La reforma judicial que lanzó la Presidenta castiga a la oposición y beneficia al partido oficial, que –al igual que todos– siempre considerará justa una injusticia favorable. Como no promovería un cambio así quien se viera fuera del Gobierno, la idea de que el kirchnerismo aspira a perpetuarse indefinidamente en el poder constituyendo una especie de sistema político de partido único parecería ser consistente con su búsqueda de reforma judicial.

Pero existen otros escenarios. Por ejemplo, que el kirchnerismo instale el tema por diferentes razones, aun sabiendo que aunque su reforma judicial sea aprobada por el Congreso nunca entrará en vigencia porque la Corte Suprema la declarará inconstitucional y, hasta que llegue a esa instancia, jueces y cámaras también la frenarán (ver página 2 de esta edición).

Y, como en el caso de la Ley de Medios, más que a su total aplicación y vigencia, que el kirchnerismo apueste a construir una épica de la lucha que –al mismo tiempo de mantener motivada a la tropa en el presente– sirva para justificar un eventual fracaso del modelo en el futuro y crear un mito que aumente las posibilidades de volver al gobierno si algún día tuviera que dejarlo.

“La función de una idea es sostener. No se trata de que se realice la idea. Lo importante primero es su existencia”, escribió Alain Badiou sobre otro tema.

Ahora, que haya sido obvio que un ataque al periodismo fuera la vanguardia de un ataque al sistema de división de poderes, y coherente con que finalmente desemboque en un ataque a la Justicia, no quita que los fundamentos filosóficos en los que el kirchnerismo apoya su consistencia sean falsos en el mismo sentido epistemológico que pretenden refutar.

Si todo es relativo, también debería ser relativo que todo es relativo.

El kirchnerismo se disfraza de posmoderno para derribar las certezas y las grandes verdades del modernismo, pero su pensamiento dogmático y asertivo es más antiguo que el que viene a combatir bajo la excusa de acusarlo de anacrónico. Lo contrario al pensamiento débil del filósofo italiano Gianni Vattimo, referente del posmodernismo, a quien la Presidenta recibió esta semana.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 13/04/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



viernes, 7 de diciembre de 2012

TV y libros: un amor posible… De Alguna Manera...


TV y libros: un amor posible…

TV Y LIBROS. La permanencia de los programas de cultura.

Con rating escaso pero seguidores fieles, los ciclos de literatura en la televisión tienen continuidad desde hace 25 años. Los conductores de varios de estos ciclos analizan las claves del fenómeno.
Tienen un público que para la TV es escaso pero para la cultura es numeroso. Tienen seguidores que los acompañan por la programación del cable y de la televisión abierta. Tienen formatos tradicionales unos o incorporan códigos del lenguaje audiovisual otros. Los programas de literatura en la TV parecen estar inmunes ante los rigores del rating: desde Los siete locos de Cristina Mucci, que ya cumplió 25 años, hasta el reciente ciclo de cuatro clases magistrales que dictó por Canal 7 el escritor Ricardo Piglia, estas criaturas extrañas del mundo del espectáculo siguen siendo el deleite de una audiencia reducida pero fiel.

Escenas de la novela argentina fue una serie de cuatro programas, producidos por la TV Pública y la Biblioteca Nacional, que salieron al aire los sábados de septiembre. Piglia –de regreso al país tras su retiro como docente en Princeton– le dio un nuevo impulso a este género que ocupa un espacio en la TV desde mediados de los años 80. El escritor incorporó invitados, entrevistas, preguntas del público e imágenes de archivo que le dieron al ciclo una dinámica televisiva, sin dejar de ser una clase sobre literatura. (Ver: “Tenemos que hablar más de libros...”).

Los programas que se hicieron un espacio tienen nombre y apellido: además de Los siete locos , de Mucci, Ver para leer , Continuará y Disparos en la biblioteca , de Juan Sasturain; El refugio de la cultura y Otra trama , de Osvaldo Quiroga; El fantasma y Mujeres por hombres , de Silvia Hopenhayn; y Esta noche libros , de Gerardo Rozin, entre otros.

La calidad del programa más allá del formato es la apuesta del escritor y periodista Juan Sasturain: “Un programa de televisión tiene, antes que nada –como un libro o una película– la obligación de ser eso: un (buen) programa de televisión. Que se sostenga por sí mismo –sea atractivo, el público lo vea y se interese por su forma y realización– más allá de los ocasionales contenidos: la cocina, la entrevista, el fútbol, el concurso de baile, la ficción, el humor, la política, la salud, la música, los libros (o la literatura y los escritores) como en este caso. Todos los formatos son válidos: sólo hay que hacerlos bien”.

Sasturain, quien confiesa que comenzó a hacer tele “a los 60 años largos” señala que: “El caso de Ver para leer puede ser ejemplar. Fue una idea de Claudio Villarruel que desarrollaron Federico Huber (director) y Sonia Jalfin (productora y coguionista) antes de invitarme a escribir y conducir. Y una de las claves para que funcionara está, creo, en la adecuación entre el producto/programa y el medio: Telefé era y es un canal comercial, muy popular, de audiencia masiva y Ver para leer, nunca lo olvidó. Viajaba ‘chupado’ los domingos a la noche, muy tarde, detrás de Susana o de Gran Hermano, que le dejaban la pantalla caliente”.

La pionera de la tele en programas de cultura, Cristina Mucci, recuerda sus comienzos: “Jamás había trabajado en la tele, fue una audacia. Nosotros comenzamos en el 87, fue el primer programa desde el regreso de la democracia. En los 60 hubo algo, pero había quedado muy atrás. Al principio del gobierno de Alfonsín había una riqueza cultural extraordinaria. Yo hacía la página de Cultura en el diario La Razón, de Jacobo Timerman, cuando él volvió al país en el 84, y ahí surgió esta idea de llevar el tema a la tele. El modelo que había era el programa francés Apostrophes. Entonces yo fui a la Embajada de Francia y me dejaron ver algunos tapes”.

El ciclo que recuerda Mucci es, tal vez, el más emblemático del género. Conducido por Bernard Pivot durante 15 años, entre 1975 y 1990, tenía un efecto inmediato en su audiencia: después de la emisión de los viernes, las librerías francesas vendían los sábados los libros que Pivot bendecía al aire. Las causas de su éxito se remiten, según los críticos, a su pasión por la lectura, a su amor al medio televisivo, a ser insobornable en sus elecciones, y a la humildad de considerarse tan sólo “un intérprete de la curiosidad pública”.

Las emisiones históricas de este ciclo también tienen sus anécdotas: desde la más escandalosa, la de Charles Bukowski, borracho, manoteando a una sorprendida dama de las letras francesas, hasta la entrevista a Vladimir Nabokov, la favorita de Pivot.

“Después cerró La Razón y me quedé sin trabajo -recuerda Mucci- y entonces puse mi energía en tratar de hacer el programa. Félix Luna me contactó con Canal 13, que era estatal, y presenté el proyecto. Cuando me dijeron que lo hacíamos, ahí me dio terror. Entonces lo llamé a Tomás Eloy Martínez, quien además de su gran cultura tenía experiencia, ya que había trabajado en los comienzos de Telenoche, con Mónica y Andrés Percivale.” “Con Los siete locos nunca arrasamos con los rating –agrega– pero siempre tuvimos una buena audiencia, de alrededor de un punto, unas cien mil personas sólo en Capital y Gran Buenos Aires. Tampoco hay que aspirar a mucho más, si pensamos que de algunos libros se venden mil ejemplares”. Hablar de temas de la cultura y no ir al ritmo de los lanzamientos es la receta que Mucci aplica para su ciclo: “Yo genero temas, tampoco tenés que ir atrás de la industria editorial; hay que tener independencia económica. Por eso estos programas son para la TV pública, es el lugar indicado, porque no es un canal comercial”.

Después de canal 13, Mucci fue convocada para ATC junto a Carlos Ulanovsky, y durante los noventa estuvo en Canal á. “Ya hace 11 años que estamos de nuevo en Canal 7, salvo un breve sobresalto en 2004 cuando levantaron el programa –a Quiroga y a mí–, pero tuvimos tanto apoyo de escritores, colegas y público que nos volvieron a poner a la semana”.

Además de Apostrophes , el otro programa emblemático que comenzó en los años 70 fue A fondo , del español Joaquín Soler Serrano, que salió al aire entre 1976 y 1981 por Televisión Española. Pasaron por el ciclo personajes de la talla de Borges, Cortázar, Rulfo, Onetti, Puig, Alberti, Donoso y Vargas Llosa.

En uno de esos programas (el ciclo puede verse en YouTube y recientemente lo transmitió Encuentro), Borges confesó cómo se las arreglaba para convivir con su ceguera. “El hecho es que ya me he acostumbrado a la soledad, y yo sé que tengo que poblarla de fantasmas, de cuentos, de fábulas, de poemas”, le dijo al periodista.

Soler Serrano era un especialista en indagar en los detalles menos conocidos pero relevantes de los escritores. El ciclo se limitaba a una charla con el entrevistado, con una destreza asombrosa para mantener la conversación durante una hora o más, y un conocimiento exhaustivo de su obra. Al punto que Cortázar le dijo: “Estás muy bien informado, realmente, yo no sé por qué estoy aquí”.

Para Osvaldo Quiroga, “la forma de abordar la literatura en televisión (El Refugio tiene 18 años en el aire, 12 en la TV Pública, y ahora se llama Otra trama) parte de la premisa de generar un puente entre el libro y el televidente. En mi caso, siempre traté de despertar el interés por el contenido del libro y por las formas literarias que despliega. En mi vida la mayor satisfacción que he tenido es la gente que me dice que empezó a leer por el programa. Con eso solo ya estoy hecho”.

Pero, además, El Refugio es un programa de radio. “Yo trato de potenciar la radio con la televisión –comenta Quiroga–; también creo que es fundamental apostar siempre a la excelencia, cueste lo que cueste. Pero la relación del público de la TV con la cultura es despareja. En mi opinión, la oferta de televisión de pésima calidad es altísima, pero también hay opciones, como las que ofrece la televisión pública y el cable. También creo que son muy buenas las ficciones que por suerte comienzan a ofrecerse en casi todos los canales. La producción cultural argentina es extraordinaria. Y la de las letras ha sido siempre admirable”.

“Para mí –concluye– el mejor programa de libros fue Apostrophes.

¿Sabés por qué? Porque el conductor leía doce horas por día. No se puede hacer un programa así si no amás la lectura y si no dejás los ojos en los libros. La cultura no es aburrida ni está destinada a señoras que no tienen nada que hacer. La cultura es un ejercicio de erotismo permanente”.
© Escrito por Silvana Boschi y publicado por la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a los 7 días del mes de Diciembre de 2012.