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sábado, 21 de enero de 2012

Eufemismos... De Alguna Manera...

No te metas, dejá vivir, ¿A vos qué te jode?...


Hábitos de una sociedad en deuda. Eufemismos. A este paso, el siglo XXII encontrará a los argentinos balbuceando un diccionario vacío de palabras, pero repleto de eufemismos. Con el consabido respeto por las instituciones y los hábitos republicanos, hablar de convivencia democrática esconde una interesante serie de eufemismos.

Para vivir en sociedad, en esta sociedad en la que el que te afana no se conforma con hacerlo, sino que además necesita exhibirlo, siempre es bueno tener a mano un “no te metas”, un “no te compliques la vida”, un “dejá vivir”, un “¿a vos qué te jode?”, un “no es asunto tuyo”. No importa si ese asunto que no es tuyo es la muerte de un pibe por culpa de un conductor borracho a quien ni el Operativo Sol ni el 911 se encargó de frenar a tiempo. Un buen ciudadano debe saber que, si no es deudo, sobreviviente o abogado de parte, ése tema no es suyo.

Quienes hayan leído la columna de hace una semana, saben hasta el fastidio que mis vacaciones me impiden meterme de lleno en cualquier cosa que no sea la sabia secuencia desayuno-almuerzo-merienda-cena, mi entrenamiento diario, la vida en familia, perder algún partido de Trivial con mi amigo y compadre Horacio Castagnola –con mis hijas mayores como sus cómplices– y amagar casi a diario con volver a un casino al cual no volveré, entre otras cosas, porque es el más caro de la Argentina sin más mérito que el de pretender convocar a cada vez menos parroquianos.

De tal modo, comprenderán que mi sentido de “convivencia democrática” está también condicionada por esto de andar por la playa. Entonces, los “no te metas” son aún más descremados. ¿Qué derecho tengo yo, al fin, de putear al papá que le pone al nene un cuatri bajo el culo a volar a 90 por hora si todavía no mató a nadie cercano? Es verdad que no existe ninguna habilitación para que circule por las calles del país un aparato que sólo puede usarse en zonas específicas –no urbanas– y que, por lo tanto, ni siquiera está patentado. Pero no tengo ningún derecho a pretender que se cumpla la ley si hacerlo implica ir en contra de una de las fuentes de ingreso que genera el turismo veraniego. Supongo que lo mismo cuenta para la cocaína, las pastas o inyectarse rollitos hechos con textos de Paulo Coelho.

¿Desde qué presunción voy a explicarle yo a ese vendedor si sabe que acaba de venderle un freezer de 8 lucas a un señor que, al día siguiente, aparecerá en los diarios reclamando vía Twitter por el salario de los trabajadores? Eso tampoco es asunto mío. Y dar detalles me convierte, además, en un auténtico buchón.

¿Por qué contestarle lo que pienso a ese hincha de Racing que me grita entusiasmado por el regreso del Coco a la Academia? ¿Qué necesidad tengo de decirle que, por más que los diarios hablen de la Revolución Coco de la Buena Onda y el Inflador Anímico, un ratito de cualquier partido de verano bastará para que todos entiendan que no existen por definición ni tal revolución ni tal inflador anímico, sino que es mejor aspirar a tener buenos jugadores y jugar bien a la pelota? Además, dejando que las cosas decanten por su propio peso me ahorro pasar por más antipático de lo que ya soy.

¿Tengo derecho a explicarle la real relevancia de las declaraciones de un encordador de raquetas desplazado del equipo argentino de Copa Davis a aquel que se muestra preocupado porque un medio anda desparramando la especie de que, con Martín Jaite como capitán, se abatirán sobre nuestro tenis las siete –o diez, como quieran– plagas de Egipto? De hacerlo, me convertiría en un patético exponente de lo que una piara de mediocres simplifica con otro eufemismo: hacer periodismo de periodistas. Por cierto, no creo que exista el periodismo de periodistas. Ni el periodismo deportivo, ni el económico, ni el político, ni el de nada. Hay, eventualmente, especializaciones. Y pocas cosas me salen más fácilmente que hablar mal de gente que trabaja de lo mismo que yo. Igualmente, hoy no esperen mucho más de mí al respecto.

Por el contrario, quisiera esbozar una especie de alegato en contra del “no te metas”. Estamos impregnados por una cultura que sólo admite que no metas tus narices o, si las metés, que sea por intereses; aun los más espurios. Si lo hacés por un irredimible arrebato narcisista de aspirar a vivir en una sociedad menos tramposa, más sana, menos careta o tenés un tema personal con el involucrado, o te levantaste de mal humor o arrastrás destrato sexual. Yo me banco cualquiera de esas acusaciones con tal de lograr que o no haya más jueces que se compren anillos de 250 lucas verdes. O que los que se compren, al menos, sean de mejor gusto.

A tono con cualquier enero como éste, en el que lo que cotiza más alto son las confesiones de Pachano, el escándalo de la elección de colas en Corrientes o los vaivenes del safari que nos quitarán a los argentinos (me contaron de buena fuente: a los pilotos les molesta no ver ni camellos, ni beduinos ni gente desnutrida a la cual pisar a la vera del camino), no aparece debidamente expuesto este asunto de que el nuevo presidente de Independiente fue repudiado por ese encanto de la barra brava –se los vio un tanto escuálidos en volumen por la tele– porque decidió no aportar a la causa.

No conozco cómo piensa ni qué hará el nuevo presidente Rojo. Tampoco tengo claro que vaya a averiguar cómo se vendieron jugadores como para construir tres Maracanás y no se terminó un Libertadores, pero prometo averiguarlo pronto. De lo que sí estoy seguro es que, en esto de los barras, no puedo menos que ponerme totalmente de su lado. Como lo hice con Verón y la Gata Fernández cuando se carajearon con los imbéciles. Como lo haría con cualquiera que se digne a ponerse del otro lado de los mercenarios.

Sin embargo, debo advertir que el de los barras es el más elocuente caso del “no te metas” de nuestro fútbol. Y que los cerdos cuentan con la anuencia, la complicidad y hasta la admiración de una parte demasiado importante de la sociedad futbolera.

Y si no nos damos cuenta del daño que provocan a nuestra pasión, si no acompañamos fervorosamente a los aventureros que dan pasitos ante el gigante, lo más probable es que ese aventurero termine resignado, sometido o asociado a la mugre.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 14 de Enero de 2012.