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domingo, 25 de enero de 2015

Reportaje a Mario Bunge... De Alguna Manera...

“El capitalismo fue un gran avance, pero moralmente es injustificable”...

Primeros pasos. “Mi padre, que era socialista, tenía en su biblioteca un librito sobre materialismo dialéctico. Esta filosofía me atrajo porque parecía explicarlo todo”. Foto: Néstor Grassi

Cuarta entrega de los reportajes destacados de Magdalena Ruiz Guiñazú realizados en el 2014. Aquí, el filósofo admite que es partidario de la libertad de creencias y considera una pérdida de tiempo atacar a las religiones. Opina que el psicoanálisis es “un macaneo puro” y admite que su obra se lee más en el exterior que en nuestro país.

Vuelve a Buenos Aires uno de los filósofos más destacados de la actualidad. La llegada de Mario Bunge coincide con la celebración de sus vigorosos 95 años y la presentación, el 1º de octubre en la Facultad de Derecho, de un nuevo libro, el número 50: Memorias. Entre dos mundos.

—Sin embargo, usted había dicho que no quería escribir esas “Memorias”. ¿Por qué decidió hacerlo?
El doctor Bunge es terminante:
—Decidí hacerlo porque vi por ahí,  en la red, muchas biografías con datos falsos, y esto me decidió. Además, creía que hacerlo me iba a resultar una labor ímproba y no fue así. Resultó facilísimo. Cuando comencé a escribir las palabras aparecieron a borbotones. Estaba en una isla griega y me pasaba el día mirando el paisaje y escribiendo. Por ejemplo, entre muchas otras cosas, recordé la tarde en la que convencí a Arturo Frondizi de que se metiera en política.

—¿Cómo fue?
—En el año 1938 la República Española estaba dando las últimas boqueadas y estaba siendo desplazada por los fascistas que recibían ayuda de italianos y alemanes. Entonces, un conocido del sindicato de Gastronómicos a quien conocía a través de la Universidad Obrera me pidió que le recomendara a un orador porque el sindicato pensaba organizar un homenaje a la República Española. Se trataba de una cena con más de mil cubiertos y no tenían orador. Lo consulté con mi padre y me dijo: “¿Por qué no vas a ver a mi abogado, el doctor Arturo Frondizi?”. Entonces fui, le plantee el problema y me dijo: “¡Pero yo jamás he hablado en público!”. “Es una buena ocasión para empezar”, le contesté, y unas semanas después pronunció un discurso que conmovió a todos los presentes. Algunos lloraban. Frondizi tuvo una trayectoria muy discutida, pero era un hombre de buenas intenciones y básicamente muy honesto.

—Sí, fue un gran presidente.
—Le pasó lo que le ocurrió a Alfonsín: asediado por una cantidad de buitres. Además, cometió el error de querer complacer a todo el mundo. Pero ante todo fue un intelectual, estudió la economía argentina y ahí lo conoció a mi padre cuando se ocupó del petróleo en la Argentina. A los dos el tema les interesaba sobremanera. Luego nos encontramos pocas veces, pero en vísperas de las elecciones que lo iban a llevar al poder fuimos a verlo con quienes se preocupaban por la Comisión Nacional de Energía Atómica. “Uno de los problemas que puede resolver durante su presidencia”, le dijimos, “es la transferencia de la Comisión Nacional a autoridades civiles”. Hasta ese momento estaba a cargo de la Marina. “La ciencia no debe depender de las Fuerzas Armadas”, le dijimos. “Además, debe abandonar completamente el sueño de Perón de lograr la bomba atómica”. Estudios de energía nuclear y de física nuclear se realizaban en aquel tiempo con ese propósito.

—Justamente quería preguntarle esto. Perón era un hombre inteligente, ¿cómo se dejó convencer por una persona tan poco seria como aquel alemán Richter que convirtió la isla Huemul en una fortaleza en la que realizaba esos experimentos?
—Efectivamente, Perón era inteligente y, además, tenía una cultura histórica que solemos olvidar. Lo que ocurría es que estaba rodeado de lo que los ingleses llaman yes men. Es decir, gente que le decía que sí a todo. Por supuesto que de física y de ingeniería no sabía nada, y además no les profesaba un gran aprecio. A pesar de ser germanófilo y saber que la técnica y la ciencia habían hecho grande a Alemania a partir del siglo XIX, tenía un conocimiento limitado sobre el tema. Como le decía, estaba rodeado de serviles que, además, eran ignorantes y no sabían decirle que no. Recuerdo la anécdota del coronel Mercante cuando Perón le preguntaba la hora: “La que usted diga, mi general” –Bunge se ríe francamente.

—Pero volviendo a su historia personal, usted tiene un encuentro con la filosofía marxista siendo muy joven, ¿no?
—Fue por casualidad. Mi padre, que era socialista, tenía en su biblioteca un librito sobre materialismo dialéctico. Me lo tragué, y esta filosofía me atrajo porque, al igual que el psicoanálisis, parecía explicarlo todo. En particular me intrigó la dialéctica. Pero cuando le pregunté a mi padre qué era eso, me contestó: “El Maestro Justo –para él Juan B. Justo era “el Maestro Justo”– decía que no era sino hocus pocus. O sea, algo así como “bla, bla, bla”. Pero esto, en vez de alejarme, me hizo leer a Hegel, con quien perdí muchos años. Pasó bastante tiempo, en realidad mucho después, hasta que entendí que todo eso era ininteligible en el mejor de los casos, y una falsedad, en el peor. Cuando me encontré con la lógica matemática y con otros filósofos como Bertrand Russell, me desprendí del marxismo. Más aún: fui el único en hacer una crítica muy detallada de la dialéctica. Esto salió en la Revue Nationale de Philosophie de Francia y fue luego objeto de debate en un congreso en Bulgaria en 1973. –Bunge reflexiona en voz alta–: Mire, no me arrepiento del todo porque creo que el juicio que le mereció a Marx el capitalismo era justo. El capitalismo fue un gran avance pero moralmente es injustificable. En el curso de los últimos cincuenta años la productividad industrial se duplicó, pero sabemos que la desigualdad social ha venido aumentando en todas partes menos en los países escandinavos. Para mí, los países escandinavos son aquellos que tienen el régimen social más justo. ¿Usted sabía que Dinamarca tiene una tasa de mortalidad infantil que constituye la décima parte de la tasa de mortalidad de EE.UU.? Esta es la verdad. Dinamarca, Suecia y Noruega tienen el mejor sistema de salud pública del mundo. Y, sorprendentemente, otro país cuya desigualdad social resulta muy baja es Japón. Fíjese usted: en Japón el gerente gana, a lo sumo, cuatro veces lo que gana su secretaria. En Estados Unidos gana 50 mil veces de lo que gana su secretaria. Una tremenda injusticia, sobre todo teniendo en cuenta que son, casi todos, incompetentes.

—Volviendo a su libro, me resultó sumamente interesante su encuentro con Ernesto Sabato cuando él se dedicaba a la física, que luego abandonó por la literatura, ¿no es cierto?
—Nunca se apasionó por la ciencia. Se doctoró en Física y presentó su tesis, pero cuando fue a París con una beca del Instituto Joliot-Curie le asignaron un trabajo de rutina que le aburrió. Sabato era un hombre muy inquieto, de vasta cultura. No solamente escribía bien sino que hacía unos dibujos deliciosos. Además, estaba muy metido en política. Fue a Francia como comunista y vocero del congreso comunista. Luego lo transformaron en trotskista. Estaba muy desilusionado del estalinismo. Y con razón. En todo caso era lo que se llamaba, en la Universidad de La Plata, doctor asistente y estaba a cargo de trabajos de avanzada, aunque no publicó nada sobre esto. Los profesores que tuvimos en Física y en Matemáticas tampoco publicaban nada. Enseñaban. Casi todos eran expositores excelentes. Para mí el más sabio, más crítico, el mejor de todos, fue don Teófilo Isnardi, de quien fui ayudante en su cátedra de Física Matemática en Buenos Aires. Un hombre brillante que aprendió, en soledad, física cuántica, que no es fácil, y luego publicó en 1927 un artículo sobre el tema en la revista que había fundado José Ingenieros. Los estudiantes formamos dos seminarios, en Buenos Aires y en La Plata, para leer revistas y solíamos publicar trabajitos, ensayos y reproducíamos artículos recién aparecidos en revistas de circulación internacional. Recuerdo la emoción con que esperábamos la llegada de los libros que provenían del exterior. Yo tenía un amigo en el Palacio del Libro que me guardaba las últimas novedades. También en la librería El Ateneo su propietario y fundador, don Pedro García, solía apostarse a la entrada y cuando pasábamos por allí nos avisaba: “Acabo de recibir un libro que quizás le interese”. Andaba a la pesca de posibles compradores. ¡Un buen librero! ¿Dónde están hoy esos libreros? Además de don Pedro estaba Salvador Rueda, que me recomendaba obras literarias. Finalmente, El Ateneo fundó su propia editorial.

—Cuénteme, doctor, ¿sigue manteniendo sus prevenciones contra el psicoanálisis?
—Dejemos eso porque usted es una fiel seguidora de don Sigmund Freud.

—El análisis es una gran ayuda, —me atrevo a opinar.
—No, no. El psicoanálisis es macaneo puro. Pregúnteselo a mi hija, que es profesora de la nueva ciencia cognitiva en Berkeley, Los Angeles, que es la mejor universidad del mundo en ciencias, mejor que Harvard y Cambridge. En todo caso, se piensa con el cerebro y Freud pensaba con el alma. Esa es una psicología completamente anticuada y, sobre todo, dogmática. Jamás se hizo un experimento psicoanalítico. Aquí, en 1901, el doctor Humberto Piñero –un hospital lleva hoy su nombre– fundó un laboratorio pero no hubo investigación original. En Argentina recién se hizo investigación original cuando apareció el gran Bernardo Houssay en los años 20. Fue el primer científico experimental en Argentina, el primero en publicar trabajos originales. Era un genio. Un hombre que unió la endocrinología con la inmunología y formó grandes investigadores como el doctor Eduardo Braun Menéndez. Recuerdo que con Braun viajamos a Roma en el mismo avión. Braun Menéndez no solamente era un gran sabio sino que fue el verdadero discípulo de Houssay, que no era de prodigar afectos, quien lo consideraba como un hijo.

Bunge evoca nuevamente sus recuerdos:
—En aquel tiempo no había prácticamente física experimental, sólo algunos trabajitos muy modestos, pero había, sí, neurociencia. Hay un caso muy extraño, muy notable, muy curioso. Es el de Braulio Moyano, que fue el único científico puntano, de San Luis, que trabajó solo, se hizo solo y formó a sus discípulos. Desgraciadamente tuvo muy poca repercusión. Hubo también un alemán, Christopher Jakob, que enseñaba en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y también en La Plata. Hacía neurociencia del peludo.

—¿Del peludo?
—Sí, del animal. Fue fundador de una publicación, la única seria y de nivel internacional, sobre neurología en Argentina. Dejó un solo discípulo. La Facultad de Química era la más seria de todas. Allí hice mis primeros trabajos prácticos en química en 1937.

—Y usted, que vive en Canadá y enseña allí en una universidad, ¿cómo se ubicaría dentro del pensamiento argentino?
—Como alguien totalmente desconocido, marginado, boicoteado por mis colegas de Filosofía a diferencia de lo que ocurre en otras partes. Por ejemplo, en España, en el colegio secundario se enseñan los rudimentos de mi filosofía. También en México. En Argentina, por supuesto que no.

—¿Por qué piensa que ocurre esto?
—Porque he llamado charlatanes a los que aquí enseñan desde el primer año. Les envenenan el cerebro a los chicos obligándolos a estudiar Hegel, Nietzsche y los existencialistas. A partir de entonces no pueden pensar. Están inhabilitados para pensar. Además, se enseña por autores y no por temas. Nadie abarca temas y yo, desde el comienzo, abarqué temas.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, ¿qué es el azar?  ¿Qué es la causalidad? ¿Qué saben del espacio y el tiempo? Esto no se hace aquí.
Bunge está visiblemente enojado pero no queremos dejar de conocer su pensamiento.

—Por ejemplo, doctor, para usted, ¿qué es el tiempo?
—Ahhh… Los primeros en pensar seriamente en eso fueron Aristóteles, desde luego, y Epicuro. Para ellos el tiempo es la sucesión de los acontecimientos. En un mundo inmutable, como el que había imaginado Parménides, no hay tiempo. Esa unidad relacional del tiempo, a diferencia de la idea de Newton, ve el espacio como la trama de las cosas. Si no hubiera cosas, si a Dios se le ocurriera eliminar a todo el mundo, si quedara hueco, también desvanecería el espacio. En cambio, para Newton el espacio y el tiempo son inmutables y están ahí.

—Y Platón, ¿por ejemplo?
—La única doctrina correcta de Platón es que los objetos matemáticos son inmutables. En cambio, las cosas reales cambian constantemente. Pero usted me preguntaba hace un momento acerca de mi posición. Mis obras son leídas, pero no en Argentina sino en otras partes. Ocupo el lugar número 44 en el Science Hall of Science de la American Asociation of Masters of Science que tiene una lista de los 200 autores científicos más citados en el transcurso de los últimos doscientos años.

—Y usted ocupa el lugar 44. Impresionante.
—Soy bastante leído, ironiza Bunge. Pero, por supuesto, desconocido en las facultades de Filosofía de Argentina.

—Hace un momento nombró a Dios. ¿Usted es agnóstico?
—No. Soy ateo. Como Borges. Es una manera de decir. 

—Pero tengo entendido que admite la religiosidad en otras personas.
—No sólo la admito sino que la respeto y, como Voltaire, que era deísta, soy partidario de la libertad de creencias. Además, creo que es una pérdida de tiempo atacar a las religiones.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guinazú el sábado 24/01/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




sábado, 19 de octubre de 2013

Mario Bunge: “El que no entiende el peronismo no entiende la Argentina”... De Alguna Manera...

 “El que no entiende el peronismo no entiende la Argentina”...


A los 90 años, lúcido y provocador como siempre, el reconocido físico y filósofo afirma que los intelectuales deben tomar distancia de los gobiernos, elogia a los Kirchner aunque cuestiona ciertas “irregularidades” y cuenta cómo fue que dejó de considerarse antiperonista.

¿Cuál es el secreto para llegar a los 90 años? La respuesta la tiene el físico, filósofo y epistemólogo Mario Bunge. “Es facilísimo -confiesa a Enfoques-. Primero, es cuestión de llegar a los 89 años. Después se le agrega uno y se llega a los 90. ¿Y cómo se llega a los 89? Trabajando siete días por semana, aprendiendo todos los días alguna cosa y absteniéndose de fumar, de beber y de leer a los posmodernos, es decir, absteniéndose de consumir tóxicos, sean materiales o espirituales.”

Bunge es así. Un milagro de la longevidad (nació el 21 de septiembre de 1919), pero también una confirmación de que el paso del tiempo no le quitó ni un segundo a su fama bien ganada de transgresor y de pensador polémico. Su cuerpo se mueve tan ágilmente como su cerebro. 

Editó en 2009 su último libro, Filosofía política: solidaridad, cooperación y democracia integral, de abrumadoras 600 páginas, pero ya terminó de escribir uno sobre materia y mente, y está corrigiendo algunos artículos que darán forma a otro. Se jubiló hace unos pocos meses en Montreal, Canadá, donde está radicado desde hace 44 años y donde daba clases siete horas por día, de lunes a domingo, en la Universidad McGill.

Volvió al país la semana pasada para dar cinco charlas en la ciudad de Rosario que despertaron pasiones: hubo 1200 inscriptos, por ejemplo, para escucharlo hablar sobre “Valores morales individuales y sociales”.

Este hombre de ojos celestes y abundante cabello canoso habla con sencillez y naturalidad de casi todos los temas, aunque reconoce cuando no sabe de algo. Parece estar lejos del estereotipo de alguien que ha sido catedrático de filosofía y de física tanto en la Argentina como en universidades norteamericanas, latinoamericanas y europeas, que ha recibido prestigiosas becas y que fundó desde la Universidad Obrera Argentina hasta la revista de filosofía Minerva , pasando por la Society for Exact Philosophy.

Los ocho tomos de su Tratado de filosofía básica , que aparecieron entre 1974 y 1989, lo hicieron tan famoso en el mundillo intelectual como sus ensayos periodísticos, muchos de ellos publicados en La Nación, en los que demuestra que su estilo es tan punzante como sus ideas.

Su padre fue un médico y diputado socialista y su madre, una enfermera alemana. Bunge tiene cuatro hijos: dos argentinos, de su primer matrimonio, y dos canadienses con su esposa actual, Marta Cavallo. “Los niños”, como les dice él, son todos profesores universitarios: Carlos, de 69 años, es físico; Mario, de 66, es matemático; Eric, de 43, arquitecto, y Silvia, de 37, neuropsicóloga.

-Siempre que vuelve al país está condenado a que le pregunten sobre la actualidad argentina. ¿Qué piensa de los Kirchner?
-No pienso nada, no estoy enterado, no entiendo una palabra de política argentina. Si antes, en la época de Perón, era difícil de entender, ahora es casi imposible, a menos que se sea politólogo. Esa pregunta se la tiene que hacer a un amigo de los Kirchner que es un eminente politólogo, el profesor José Nun, que ahora va a ir como embajador argentino a Gran Bretaña.

-Ya lo entrevisté el año pasado. Le dedicó grandes elogios a los Kirchner.
-¿Ah, sí? No sabía. Estuve en una reunión con él y me impresionó mucho lo que sabe. Me parece bien que los intelectuales, en particular los científicos, tomen posición, pero también que guarden su distancia respecto de la política partidista. Y, sobre todo, respecto de los gobiernos. Trabajar para un gobierno, compromete.

-¿Los intelectuales tienen que ser políticamente asépticos?
-Exacto.

-Pero usted no es aséptico, sino un intelectual de pensamientos políticos tajantes.
-No se debe perder la objetividad. Unos amigos me dijeron que el Gobierno es malo, pero los opositores son aún peores. La gente del Gobierno comete muchas irregularidades, tal vez deshonestidades, pero, al menos, no es reaccionaria.

-Muchos encuentran rasgos parecidos entre los gobiernos de los Kirchner y el primer gobierno peronista. ¿Es así?
-No lo sé. En la época del primer peronismo, y durante muchos años, yo fui gorila porque en el terreno de la cultura el peronismo no dejó nada positivo. Al contrario, arrasó con lo poco que había. Pero con el correr del tiempo comprendí que el peronismo tenía algunos aspectos buenos.

-¿Por ejemplo?
-El voto de la mujer, transformar los territorios en provincias, hacer un plan de construcción de empresas hidroeléctricas. Hablar sobre la reforma agraria estuvo bien, pero no la hizo. Prometió una cantidad de cosas que no realizó y así engañó a mucha gente. Ya no soy gorila, aunque lo fui, y el motivo principal fue porque Perón degradó la educación y la cultura y, además, realmente no fue muy democrático.

-¿Entonces dice que ya no es gorila?
-No, soy mono tití (risas). No soy ni gorila ni chimpancé.

-¿Y qué cambió en usted?
-Eramos tan apasionadamente antiperonistas que no fuimos capaces de hacer un análisis objetivo del peronismo. Más aún, usábamos categorías políticas europeas. Creíamos que el peronismo era una forma de fascismo. Y no lo es: es original, es un tipo de populismo. Creíamos también que Perón era bruto. Es falso. Era inteligente, no sólo habilidoso, y tenía cultura histórica, al fin y al cabo era profesor de historia militar en el Colegio Militar. Lo menospreciamos y por eso no lo entendemos. Gino Germani, que fue el fundador de la sociología moderna en la Argentina, se fue del país en 1966 y al año siguiente me visitó en Montreal. Le pregunté: “¿Por qué te fuiste de la Argentina? ¿Por la persecución? No -me dijo-, me fui porque fui incapaz de entender al peronismo. Todavía hoy no lo entiendo”. Y es así: quien no entiende al peronismo no entiende el país.

-La incomprensión del peronismo es casi lógica, por ejemplo, cuando se ve que conviven la izquierda, la derecha, el centro.
- Sí, pero hay ciertos aspectos que son muy originales. Por ejemplo, Perón quiso modernizar la Argentina. También otros militares progresistas como el general Savio o como el fundador de YPF, el general Mosconi. El partido dominante, conservador, no quería modernizar nada.

-En la Argentina tenemos siempre la sensación de estar comenzando una etapa nueva que nunca es exitosa. ¿Hay responsabilidad de los dirigentes o de toda la sociedad?
-Es una característica argentina: destruir y empezar después de nuevo.

-¿Y a qué lo atribuye?
-No lo sé.

-Entiende más al peronismo que a la sociedad argentina…
-Me fui hace más de medio siglo del país. Estoy mucho más enterado de la política norteamericana y canadiense que de la argentina. Y éste es un país muy complejo, mucho más que los Estados Unidos. Allá hay un solo partido con dos alas: el ala republicana y el ala demócrata. Y, a su vez, el ala demócrata se divide en dos partidos, republicano y demócrata (se ríe).

-Lo que no cambia en usted es su enfoque muy crítico de los Estados Unidos.
-Sí, aunque insté a mis dos hijos canadienses a que fueran a estudiar a los Estados Unidos porque las universidades son mejores que las canadienses. Ser completamente antigringo es absurdo, es de reaccionario: en Estados Unidos está lo mejor junto con lo peor.

-Quizá esté más cómodo en Estados Unidos que en Europa porque allí hay más pensadores posmodernos… ¿Tanto le molestan?
-Sí, paralizan el pensamiento. Cuando se repiten frases imbéciles como las de [Martin] Heidegger, o demenciales como las de [Edmund] Husserl, o muchas de [Georg] Hegel, no se puede pensar en forma racional. Por ejemplo, la definición que da Heidegger en su gran libro El ser y el tiempo : “El tiempo es la maduración de la temporalidad”. O en su Carta sobre el Humanismo dice: “El ser es ello mismo”. ¿Qué significa todo eso? Absolutamente nada. Es para engrupir a la gilada.

-¿Y usted se considera moderno?
-Soy preposmoderno (risas).

-Si critica a aquellos filósofos, ¿qué queda para los actuales? ¿Respeta a alguno?
-Los pensadores profundos hoy están refugiados en la matemática, la física, la química, la teología y en algunas ciencias sociales como la historia o la sociología. También faltan pensadores profundos en la economía: no hay ningún economista, de izquierda o de derecha, que le llegue a los talones a John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía moderna. No hay nuevas teorías: falta un nuevo Keynes que no les tenga miedo a las matemáticas, a la estadística.

-¿Por que lo decepcionó el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama?
-No cumplió ninguna de sus promesas y, además, cometió un acto inmoral: aceptar el Premio Nobel de la Paz al mismo tiempo que era comandante en jefe de dos ejércitos invasores. Más aún: reforzó la cantidad de soldados en Afganistán y no cerró ninguna de las 860 bases militares que tiene Estados Unidos en el extranjero.

-¿Le parece que Obama nunca tuvo intención de hacerlo o se encontró con una maquinaria que se lo imposibilitó?
-Los científicos sociales no deberían especular sobre la mente de los personajes. Sabemos que cuando entró en la Casa Blanca, Obama entró en una prisión muy bien custodiada por la enorme burocracia, los militares, el Partido Republicano y la derecha de su propio partido. Tiene las manos atadas, pero en su caso yo habría denunciado eso y habría renunciado a la presidencia. Porque él llegó al poder con la consigna del cambio y nada esencial puede cambiar por los intereses creados, por la corrupción profunda.

-Algunos imaginaron que la crisis financiera internacional iba a permitir que surgiera un capitalismo distinto, más “sensible”. ¿Estamos a tiempo de esperar algo semejante?
-Hubo cosas positivas y negativas. Hay que empezar por averiguar por qué China y la India son los dos únicos países en el mundo cuya economía ha crecido en los últimos doce meses. Ambos son proteccionistas y no son neoliberales. La India se ha salvado de los tsunamis financieros, en particular, porque regula el mercado financiero y no permite las especulaciones. Y a China le falta democracia, pero también está avanzando en ciencia y técnica a pasos agigantados. A propósito de esto, ¿sabe cómo se manejan la finanzas internacionales en este momento? Hay un cuento que lo ilustra. En un pueblo turístico de Europa, llega de pronto un alemán muy rico al único hotel del lugar, deja en el mostrador un billete de cien euros y le dice al dueño: “Me gusta mucho el lugar y quiero estudiar la posibilidad de pasar una semana acá. ¿Me permite mirar las habitaciones?” “Sí, suba, las habitaciones están todas abiertas”, le responde el dueño del hotel, que sale corriendo y le lleva el billete de cien euros al carnicero para saldar una deuda. El carnicero sale corriendo con el billete para pagarle al proveedor de alimentos para sus cerdos. A su vez, el proveedor de alimentos para cerdos va corriendo con ese billete y le paga a la prostituta una deuda por sus servicios. La prostituta toma el mismo billete de cien euros y lo deja en el mostrador del hotel para pagar la deuda que tiene por haber alquilado las habitaciones. Entonces, al cabo de un rato, baja el turista alemán y le dice al dueño del hotel que no le gusta ninguna de sus habitaciones, toma el billete y se va. Han transcurrido nada más que cinco minutos, nadie hizo nada, nadie produjo nada, pero todo el mundo está feliz porque todas las deudas han sido saldadas (risas). En esto consisten las grandes finanzas. Detrás de estas grandes manipulaciones no hay nada. Hay gente que se arruina, pero nadie se beneficia. Es monstruoso.

-¿Le gustaría volver al país?
-Claro, me gustaría mucho. Pero invertimos el producto de la venta de una casa en un departamento en Montreal y no nos queda plata. Y acá, además, no me necesita nadie. En la Facultad de Filosofía, por ejemplo, no me han invitado. Me invitaron una sola vez, en 1985. Nunca más.

-¿No se siente reconocido por sus pares?
-No, para nada. Mis libros no son usados ni recomendados en ninguna facultad.

-¿Por qué?
-Porque no están al día. Además, mis libros huelen demasiado a ciencia y ese olor no es el perfume preferido de los filósofos argentinos. Y la filosofía de la ciencia estuvo dominada casi desde que me fui por gente que no tiene la menor idea de lo que es la ciencia y que, para peor, defendía a seudociencias como el psicoanálisis.

-¿Usted no tiene una fijación contra el psicoanálisis? ¿Lo habló con su psicólogo?
-(Risas) Es un fenómeno típicamente argentino. En el resto del mundo, el psicoanálisis ha sido olvidado. Pero la Argentina es un país muy conservador. Cuando yo tenía 16 o 17 años, cualquier adolescente se entusiasmaba con el psicoanálisis por el tema del sexo. Nos dábamos cuenta de que [Sigmund] Freud no tenía la menor idea del sexo y las pocas ideas que tenía eran equivocadas. Por ejemplo, el orgasmo vaginal o el complejo de Edipo no existen. Cualquiera se hace psicoanalista sin la menor formación científica.

-¿Cree que muchos no le perdonan ese tipo de posturas en la Argentina?
-Claro, porque les arruino el negocio. En 1985 vine al país invitado por una asociación de psicología y algunos justamente me pidieron: “Doctor, no nos arruine el negocio; vivimos de eso”. Lo mismo me dijeron en un congreso en España cuando ataqué a la microeconomía neoclásica y demostré que sus postulados eran falsos. Entonces dos profesores me dijeron: “¿Y qué vamos a enseñar?” Yo les dije: “¿Y por qué no enseñan algo inofensivo como trigonometría?”

Mano a mano

Mario Bunge me hizo sentir viejo. La charla que tuve con él me atrajo, me instruyó, me entretuvo, me despertó adhesiones y rechazos, pero en muy pocos momentos pude sacarme de la cabeza la imagen de ese veterano tan jovial soplando las 90 velitas. Mi sensación senil se acrecentó cuando Bunge me mostró su nuevo chiche tecnológico: un libro electrónico en el que lleva las obras completas de Tolstoi, Cervantes y Proust. 

El único indicio concreto de su edad es un ligero problema de audición. En el fluido diálogo abundaron sus recuerdos más remotos (lo envidié porque a veces no me acuerdo ni de lo que hice ayer) y sus incendiarias definiciones en las que destroza al peronismo (al que trató mucho mejor que en otras notas), el psicoanálisis, los economistas, la homeopatía y el rock. 

¿Es transgresor o se hace? No parece decir nada por compromiso ni para hacer honor a su fama. Al final, admitió con culpa que debería hacer más ejercicio: camina un poco y practica natación sólo en el verano. Hay algo que extraña de su juventud: practicar remo en el Tigre.

“Remar contra la corriente es único”, me dijo. Y allí entendí que eso es lo que él se pasó haciendo en estos últimos 90 años.

© Escrito por Ricardo Carpena el domingo 21/10/2010 y publicado en el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.