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martes, 20 de junio de 2017

Sin Chile, "hubiéramos perdido la guerra" de Malvinas… @dealgunamanera...

Militar británico: Sin Chile, "hubiéramos perdido la guerra" de Malvinas…

El oficial de la fuerza aérea británica (RAF) Sydney Edwards, autor del libro "My secret Falklands War" sobre la guerra de las Malvinas, en entrevista con la AFP en Letchworth, Inglaterra, el 10 de julio de 2014.

Sin ayuda de Chile "hubiéramos perdido la guerra" de las Malvinas, dice a la AFP, sin asomo de duda, Sidney Edwards, oficial de la fuerza aérea británica (RAF), que en 1982 viajó a Santiago con la misión de conseguir el apoyo del régimen de Augusto Pinochet.


© Escrito por Alfons Luna el viernes 11/07/2014 y publicado por la AgenceFrance-Presse de la Ciudad de París, Francia.

Edwards, vicecomodoro en la época, ha escrito un libro de memorias sobre su experiencia en Chile, "My Secret Falklands War", que se publicará, de momento sólo en inglés, a finales de julio.

"Hubiéramos perdido la guerra" porque "no hubiéramos podido responder a los ataques aéreos que lanzaban los argentinos si no hubiéramos sabido cuándo iban a producirse", explica Edwards, de 80 años, en un café de Lectchworth, el pueblo a media hora de Londres en el que reside.

La estación de radares de Punta Arenas, en el sur de Chile, se reveló como una herramienta preciosa para los británicos, "porque nos avisaban cuando los cazas argentinos dejaban sus bases en el sur de Argentina" y permitían enviar a los aparatos británicos a su encuentro lejos de la flota británica.

"La alternativa hubiera sido montar patrullas aéreas bien lejos de la flota. Eso es extremadamente costoso", no sólo financiéramente, sino en términos de desgaste para los pilotos, "y además no hubiéramos podido hacerlo con el pequeño número de aviones que teníamos en los portaaviones".

Edwards llegó el 14 de abril de 1982 a Santiago con una carta de presentación de la RAF y la misión de lograr, y coordinar luego, el apoyo del régimen chileno.

El 2 de abril, Argentina, gobernada también por una dictadura militar, había invadido las islas del Atlántico Sur, sobre las que reivindica su soberanía, dando inicio a un conflicto que duraría casi dos meses y medio y acabaría con su derrota.

Edwards, elegido entre otros motivos por su buen español -había estado destinado en la embajada en Madrid- tenía claro que para conseguir sus objetivos debía cortejar al general Fernando Matthei, comandante de la fuerza aérea, con supuestas simpatías anglófilas, y miembro de la junta militar que gobernó el país entre 1973 y 1990.

La misión era secreta, y ni siquiera en la embajada británica sabían qué motivo exactamente había traído a Edwards a Santiago.

"Nunca había estado en Sudamérica, mucho menos en Chile, y esperaba una especie de lugar polvoriento, mexicano, de cow-boys, como los que había visto en las películas del oeste cuando era un niño. Me asombró encontrar una ciudad próspera y moderna, con estándares europeos".

"Logré una entrevista (con Matthei) el mismo día de mi llegada, tras 20 horas de vuelo".

Los chilenos aceptaron ayudar en secreto -un secreto a voces que se confirmaría con la desclasificación en 2012 de los documentos británicos de la guerra- y a cambio se les daría para siempre el material militar que necesitaban.

"Nunca me reuní con Pinochet, fue deliberado. A menudo estuve en el mismo edificio que él, hablando con Matthei, salía al pasillo y ahí estaba Pinochet. Fue una estrategia deliberada, (el apoyo) no hubiera ocurrido sin su aprobación. Pero [Pinochet] quería una salida por si algo iba mal, poder decir 'no sabía qué estaba haciendo Matthei".

"Matthei asumió un gran riesgo, pero lo hizo por su país, porque sabía que si los argentinos ganaban aquella guerra, luego querrían las islas del canal de Beagle", objeto en ese entonces de fuertes fricciones entre los dos países sudamericanos, "y eso hubiera sido otra guerra".

"Lo que hizo Chile no sólo nos ayudó a nosotros, sino que evitó otra guerra en Sudamérica", asegura Edwards.

- El enemigo de mi enemigo es mi amigo –

Apoyarse en un régimen brutal como el chileno no le supuso ningún conflicto al oficial británico. "El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Tengo mi propia opinión sobre las dictaduras y los derechos humanos, pero me las guardo. Uno lucha en una guerra con todo lo que tiene a mano. Ellos empezaron la guerra, pero nosotros teníamos que ganarla", afirma.

Años después, en 1998, Pinochet fue detenido en Londres a demanda de la justicia española y Margaret Thatcher, la primera ministra en la época de la guerra, salió encendidamente en su defensa.

Thatcher "sabía lo que los chilenos habían hecho por nosotros pero no podía decirlo, porque la información estaba clasificada. Yo pensaba, 'si la gente supiera...'. El motivo por el que ella" defendió a Pinochet con uñas y dientes "era saldar una deuda de honor, porque les debíamos mucho a los chilenos".

Edwards fue condecorado con la Orden del Imperio Británico pero no en la lista de honores de la guerra de las Malvinas, para preservar el secreto.

Del final de la guerra, recuerda la fiesta en el club nocturno Las Brujas, en Santiago. "Era un lugar muy popular, quedamos ahí y nos lo pasamos muy bien. Los chilenos estaban muy contentos, era casi como si hubieran ganado ellos la guerra. En realidad la ganaron, supongo".



sábado, 2 de enero de 2016

Steven Patrick Morrissey sobre Malvinas: "Pertenecen a la gente de Argentina"… @dealgunamanera...

La fuerte carta abierta de Steven Patrick Morrissey sobre Malvinas: "Pertenecen a la gente de Argentina"…


Tras su paso por Buenos Aires, el cantante británico escribió un texto sobre las Islas y apuntó contra "la matona" Margaret Thatcher por el conflicto.

© Publicado el martes 15/12/2015 por Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Durante su paso por Buenos Aires la semana pasada, Morrissey dió un show en el Teatro ópera y otro en el Luna Park, donde se reencontró con sus fans argentinos. La visita parece haber inspirado al cantante británico a reiterar su postura sobre la cuestión Islas Malvinas y recordar el conflicto armado de 1982.

En una carta abierta titulada "Morrissey y Malvinas", publicada en el sitio True To You, el ex líder de The Smiths apuntó contra la entonces Primer Ministro Margaret Thatcher, a quien definió como una "matona de ego sobrecargado" que "inventó una civilización de odio".

Morrissey reiteró, como lo había hecho en 2013, que "Las Malvinas pertenecen a la gente de Argentina".

La carta completa, a continuación:

La esperanza política murió con la equivocada entre los varios equivocados; esa matona de ego sobrecargado conocida como Margaret Thatcher. Usando orgullosamente la placa de la brutalidad, la matona Thatcher asesinó a varios jóvenes argentinos y le levantó el pulgar al mundo. La atrocidad tiene algo de validación si la apropiación es el resultado final, y al demonio con el intelecto.

Instalada en su propio trono, la sobreabundancia de la matona de Thatcher dejó en llamas a casi cada una de las ciudades británicas importantes. Pero eso no era suficiente. Vestido en ropa de combate, el piloto fanfarrón voló el buque General Belgrano aun cuando no representaba una amenaza a las tropas británicas; jóvenes que partieron demasiado pronto. Inglaterra se preguntaba qué tan mal se había comportado para merecer a Margaret Thatcher, quién inventó una civilización de odio.

Los héroes de guerra británicos sin piernas aún apoyan a Thatcher, porque si no lo hicieran, estarían forzados a enfrentar la verdad sobre sus vidas: que sus miembros fueron usados como combustible de su ego. Las Malvinas pertenecen a la gente de Argentina, principalmente porque están exactamente acá, en el cálido y ventoso aire argentino. No están tres millas al oeste de Knightsbridge.

A la destructora Thatcher no le importó que se perdieran vidas británicas o argentinas, y es solo su menú de horrores lo que preserva su legado. Nunca habrá un monumento de Thatcher en pie en suelo británico, pues sería derribado en un instante por ser un símbolo del terror envenenado.

De cualquier forma, la paz mundial no es de su incumbencia.


Morrissey en Argentina. 12/2015






domingo, 18 de agosto de 2013

Síndrome de Hubris... De Alguna Manera...


Alerta médica por la salud emocional de la Presidenta…


Noche de furia en el centro de operaciones electoral K. Encierro en Olivos. Reacción en Tecnópolis. Los efectos de la derrota electoral en Cristina: preocupación de sus médicos y de varios funcionarios. Hubris, la enfermedad del poder.



Ya se sabe que la noche del domingo 11 no fue fácil para la Presidenta. A la hora que llegó al hotel Intercontinental, el olor a derrota se extendía por cada uno de los salones y las habitaciones tomadas por el Frente para la Victoria. Con el paso de las horas, la irreversibilidad de los datos adversos ahondó el agobio de la penuria. En un momento, pues, la Dra. Cristina Fernández de Kirchner dio rienda suelta a su enojo. Se escucharon entonces gritos y reproches a varios de sus funcionarios. En el final apareció el llanto. Fiel al estilo del relato del kirchnerismo, hubo una orden tajante: nada de esto debía trascender.

Llevó algún tiempo recobrar la calma. Una maquilladora debió trabajar sobre el rostro de la Presidenta para tapar los efectos de las lágrimas y del enojo. El mandato era claro: todos los que acompañaran a la jefa de Estado en su discurso debían lucir alegres. El clima tenía que ser de festejo. Cada uno intentó hacer lo suyo de la mejor manera posible. El único que no lo logró fue Daniel Scioli: la expresión de su cara fue el retrato de una amarga –muy amarga– derrota. Las cámaras, sin embargo, fueron implacables, y, por lo tanto, las secuelas del llanto presidencial lleno de furia quedaron a la vista de todos.

Alerta médica. Los médicos de la Unidad Presidencial estuvieron en alerta durante todos estos días. Anida en ellos un sentimiento de preocupación. No es para menos: la labilidad emocional de Fernández de Kirchner, circunstancia que acontece de consueto, se ha acrecentado en estas horas de pena y enojo.

“Trato de no cruzármela porque cuando me ve me grita”, reconoce un funcionario que celebra el hecho de que, debido a sus nuevas tareas, debe pasar ahora mucho menos tiempo que antes en la Casa Rosada.

A la “aparente” felicidad y alegría que la Presidenta exhibió en la noche del domingo, le siguieron dos días de encierro en Olivos en los que no se la vio. El impacto de la derrota en la provincia de Buenos Aires la afectó fuertemente. A ese estado de abatimiento le siguió otro de furia. Fue eso lo que se vio durante el crescendo de su discurso en Tecnópolis y en su catarata de tuits, hechos que dejaron muy preocupados a varios miembros del Gobierno. “Con discursos como éste, Sergio (Massa) no necesita hacer campaña”, sentenció uno de los gobernadores que la escuchó con azoro.

Los altibajos anímicos se ven exacerbados por el entorno de soledad que rodea a la jefa de Estado. La ausencia de Néstor Kirchner se hace cada vez más presente. El ex presidente no sólo era su esposo sino también la única persona que le podía ofrecer protección y contención ante la adversidad. “No le traigan malas noticias a Cristina”, era lo que no se cansaba de repetirles a los miembros de su Gabinete. En la derrota de 2009, el que dio la cara por todo el Gobierno fue él. Uno de los grandes problemas que enfrenta hoy la Presidenta es la soledad que el poder ahonda. Y eso no se resuelve con ningún medicamento.

Efectos políticos. Claro que la labilidad emocional de Fernández de Kirchner tiene también consecuencias políticas. Su enojo y su ira no son inocuos. Muchos de los que ganaron el domingo están preparados para sufrir la eventualidad de castigos que afecten sus respectivas gestiones.

El mencionado discurso de Tecnópolis tuvo, además, un mensaje alarmante: el menosprecio de la voluntad popular y la profundización de la confrontación y la división. La ira no es sólo un pecado capital sino también un estado emocional bajo el cual se pueden llegar a tomar decisiones o decir cosas de consecuencias imprevisibles. Un ejemplo de ello fue el famoso discurso del general Perón del “por cada uno de los nuestros que caigan, caerán cinco de ellos”, frase de la que se arrepintió toda su vida.

Enfermedad del poder. Al estado de labilidad emocional de la Presidenta hay que agregarle la del síndrome de Hubris, una de las manifestaciones más claras de la enfermedad del poder. En la antigua Grecia ya se hablaba de actos o conductas hubrísticas, que eran definidas como acciones en las que una persona poderosa hacía alarde de gran orgullo y autosuficiencia y trataba a los otros con desdén. Al mencionar estas posturas, Aristóteles señalaba que el placer producido por esa conducta radicaba en satisfacer el deseo de superioridad que la persona tenía sobre los otros.

En el año 2009, la prestigiosísima revista científica Brain publicó un artículo señero sobre el tema, firmado por los doctores David Owen y Jonathan Davidson. Owen es neurólogo y psiquiatra inglés y Davidson es psiquiatra de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos. El artículo se titula: “Síndrome de Hubris: ¿Un trastorno de la personalidad adquirido? Estudio de los presidentes de los Estados Unidos y de los primeros ministros británicos en los últimos cien años”.

Al definir el síndrome, los autores enumeraron los siguientes síntomas:

  • Tendencia narcisística del líder a ver el mundo primariamente como una arena en la cual ejercer el poder y buscar la gloria.
  • Una predisposición a adoptar decisiones que, en apariencia, le dan al líder una gran imagen.
  • Una desproporcionada preocupación del líder en su imagen.
  • Una manera mesiánica de hablar acerca de hechos cotidianos y una constante exaltación de sí mismo.
  • Una identificación del líder con la nación, o la organización al extremo de considerar sus apetencias y las necesidades del país como idénticas.
  • Una tendencia a hablar en tercera persona.
  • Una excesiva confianza de la persona en su propio juicio y poco aprecio por el consejo o la crítica del otro.
  • Un exagerado autoconvencimiento del líder, rayano con la omnipotencia, en lo que puede llegar a lograr.
  • Una actitud de creer de que antes que responder a la ciudadanía, el líder está destinado a hacerlo ante la historia.
  • El convencimiento del líder de que la historia lo reivindicará.
  • Una progresiva pérdida de contacto con la realidad acompañada de un creciente aislamiento.
  • Desasosiego e inquietud.
  • Una tendencia a dar curso a una visión autocomplaciente de la rectitud moral de un determinado curso de acción, para obviar la necesidad de considerar otros aspectos del mismo, como su practicidad, sus costos y la posibilidad de un resultado diferente al deseado.
  • Una incompetencia hubrística, es decir, que las malas decisiones del líder no se corrigen debido a su autosuficiencia que lo lleva a menospreciar los posibles efectos adversos de una determinada medida política.

Asociaciones. Algunos de estos rasgos son compartidos con el trastorno narcisístico de la personalidad. En otros casos, se observa una asociación con el trastorno bipolar.

Se considera que el síndrome de Hubris es un mal producido por el poder cuyos síntomas remiten una vez que la persona lo ha dejado. El elemento clave es que el Hubris es un trastorno causado por la posesión del poder, particularmente cuando su ejercicio se ha mantenido por años bajo condiciones de mínimo control y ha estado asociado a algunas decisiones que fueron consideradas exitosas por la población.

Las subsecuentes vicisitudes electorales parecen incrementar la probabilidad de una crisis hubrística y de un síndrome de Hubris. El enfrentar una situación contradictoria también. La lista de hombres y mujeres que ejercieron el poder y que padecieron el síndrome de Hubris es relevante. Entre los presidentes de los Estados Unidos están: Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt, John Fitzgerald Kennedy, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y George Walker Bush. Entre los primeros ministros británicos están: David Lloyd George, Neville Chamberlain, Winston Churchill, Anthony Eden, Margaret Thatcher y Tony Blair.

En silencio. No hay que abundar en detalle para determinar que en la conducta de la Presidenta se evidencian varios de los síntomas del síndrome de Hubris. El problema es que ella no se da cuenta de ello y los que se dan cuenta no se atreven a decírselo. Esa es la dimensión que existe entre los funcionarios del Gobierno.

¿Tiene tratamiento el síndrome de Hubris? El artículo de Owen y Davidson acomete la cuestión y da la respuesta:

* “A medida que crece la efectividad de los tratamientos psicológicos de los trastornos de la personalidad, es concebible que los individuos que padecen síndrome de Hubris, trastornos narcisísticos de la personalidad y otras afecciones afines se muestren más receptivos a recibir ayuda, sabiendo que pueden tener mayor alivio que en el pasado.”

* “Los beneficios más probables que derivan de una mayor conciencia social del Hubris son que, en la medida que las expectativas cambien, los líderes en todos los órdenes de la vida sientan una obligación mucho mayor a aceptar y no resistir los mecanismos de control social prescriptos en los regímenes democráticos, como el límite de un máximo de ocho años establecido para los presidentes de los Estados Unidos y la renuncia a buscar re-reelecciones.(…). Debido a que un líder político intoxicado de poder puede tener efectos devastadores sobre mucha gente, hay una especial necesidad de crear un clima de opinión pública por la que se haga a esos líderes más responsables de sus acciones.”

Esta es la compleja situación por la que atraviesa hoy la Presidenta. Como tantas otras circunstancias de la vida política, esto plantea un dilema de cuya resolución depende el futuro de su gobierno y del país. Es imprescindible que Fernández de Kirchner recobre el equilibrio emocional, por su salud y por el bien de todos. La necedad, de la que lamentablemente suele jactarse, la dejará atrapada en las redes del síndrome de Hubris, una enfermedad del poder cuyas consecuencias negativas siempre padece la sociedad.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 18/08/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



domingo, 17 de marzo de 2013

El Papa de la era estatal… De Alguna Manera...


El Papa de la era estatal…

Cuando el mundo estaba atravesando la crisis económica de la Gran Depresión, en 1931, el papa Pío XI hizo la primera mención expresa a la doctrina social de la Iglesia en la encíclica Quadragesimo Anno. Dos años después, Estados Unidos inició su New Deal, caracterizado por el crecimiento de la participación del Estado en la economía. Poco después, la doctrina social de la Iglesia nutre con sus conceptos ideológicamente al peronismo: capitalismo social, un equilibrio entre la máxima justicia social y la máxima libertad individual posibles con distribución de la renta sin violencia.

A Bergoglio le tocará el próximo martes asumir como papa en un mundo que, tras el colapso primero del comunismo y luego la crisis del neoliberalismo, se encamina hacia una segunda ola de capitalismo social con crecimiento de la participación del Estado en la economía y recetas que unen a Pío XI y Keynes, como lo refleja el gráfico que acompaña esta columna. Justo para un papa peronista como sería Francisco.

Entre los años 2001 y 2011, el peso del Estado sobre el total de la economía pasó en la Argentina del 29% al 40%, esencialmente promovido por el kirchnerismo. Pero en el liberal Estados Unidos pasó del 34% al 41%, llegando al 44% en 2009, cuando tuvieron que salir a subsidiar al sistema financiero para que no quebraran los bancos. O en Inglaterra, el país que inició la revolución neoliberal con Margaret Thatcher, el peso del Estado pasó del 37% al 45%. Lo mismo sucedió hasta con los austeros japoneses y los siempre estatistas franceses, cuya participación del Estado en la economía, medida como total del gasto público sobre el producto bruto nacional, alcanzó el récord del 56% del total.

Los motivos no son necesariamente ideológicos sino de necesidad: cuando se produce una crisis económica la inversión privada se retira, el gasto de los privados se contrae y sólo queda el Estado, con su capacidad de financiar déficit con emisión y/o con deuda para invertir. En el caso de la Argentina, la reestatización de una parte de la economía se anticipó a la de los países desarrollados simplemente porque nuestra crisis económica fue en 2002 y la de los países desarrollados en 2008, pero la respuesta fue siempre la única posible.

Al revés, en países como Brasil o China –que no sufrieron la implosión que padeció la Argentina de 2002 ni la crisis económica de los países desarrollados de 2008 sino sólo sus consecuencias derivadas– no hubo un crecimiento del peso del Estado sobre el total de la economía: en Brasil apenas aumentó 1% y en China directamente bajó.

“Es normal que el papel del Estado cambie de acuerdo con las circunstancias”, dijo el Premio Nobel de Economía de 2001, Michael Spence. En los 80, Ronald Reagan se hizo presidente de los Estados Unidos sosteniendo que “el Estado no es la solución a nuestros problemas, el Estado es el gran problema”. Incluso en los 90, Bill Clinton llegó a la presidencia diciendo: “No vamos a enfrentar nuestros desafíos con un Estado grande, la era del Estado grande se terminó”. Hoy Obama es reelecto sosteniendo que “en la nación más rica del mundo nadie que trabaje jornada completa deberá vivir por debajo de la línea de la pobreza”. Quizás por eso Obama fue tan efusivo en darle la bienvenida al nuevo papa, con la esperanza de que lo ayude a frenar a los ultracristianos del Tea Party y a convencer a Merkel de que debe ser más heterodoxa en materia económica.

Mucho cambió desde que Friedrich Hayek ganó el Premio Nobel de Economía en 1974; sostenía que los precios de los productos se regulan automáticamente y transmiten informaciones eficientes para la economía de manera mucho más poderosa que cualquier sistema basado en la planificación centralizada.

Pero ante una crisis económica como la de 2008 en los países desarrollados, quizás hasta Hayek podría haber propuesto seguir –por un rato– las ideas de Keynes sobre una mayor intervención del Estado en la economía.

En esta década se desarrolló un debate ideológico sobre el tema. En 2010, los británicos Richard Wilkinson y Kate Pickett publicaron el libro El espíritu de la igualdad: por qué razón las sociedades más igualitarias funcionan casi siempre mejor. Al año siguiente, el presidente del Instituto Regulador Financiero de Inglaterra desarmó los argumentos de Wilkinson y Pickett en su libro La economía después de la crisis: objetivos y medios. En coincidencia, el Premio Nobel de Economía de 2006, Edmund Phelps, sostuvo que “no hay evidencia de que países con sectores públicos voluminosos sean buenos en la generación de crecimiento. Si se excluye a los países escandinavos, la magia del Estado grande desaparece”.

Quizás el punto medio lo pone el progresista Premio Nobel de 1998, Amartya Sen, hijo de la religiosidad de la India, quien en su libro Desarrollo como libertad escribió que si existiera un mundo donde la economía planificada fuera tan eficaz como el mercado, eso no haría a esa opción más deseable porque el hecho de que las personas puedan elegir dónde trabajar, qué producir o qué consumir es un importante factor de libertad para los seres humanos.
El nuevo papa podrá ser un gran mediador en el dilema de siempre: cuál es el grado de libertad y de igualdad que mejora la vida de los seres humanos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 17 de Marzo de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.