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sábado, 7 de junio de 2014

La confesión... De Alguna Manera...


La confesión...


Se me hace cuento.

–He perdido otro grupo de amigos –me comentó mi amigo Herbert–.

“Estaban arreglando las sedes para ver el Mundial. Casas, picadas, familias; cotejando tamaños de televisores, mujeres más o menos molestas, edades de los niños, barrios aledaños… Y de pronto no pude más: confesé. No me gusta ver el Mundial. Me aburre el fútbol. No tengo el menor interés en ver los partidos, ni siquiera de Argentina. Hace veinte años podía ver un Boca-River; una final del Mundial, un partido definitorio de Argentina. 

Pero como dice Cacho Castaña en Septiembre del 88: “No sé qué pasó, no sé cómo fue…”. Pero me hinché las pelotas, paradójicamente. No me interesa. No le encuentro sentido. Escucho a la gente en los bares deduciendo sobre fútbol y me parece una farsa. No distingo ninguna relación entre las jugadas y los comentarios. Escuché las mismas acotaciones durante cuarenta años con cientos de equipos distintos. Todos los partidos son iguales, todas las apostillas vanas. Pero mis amigos me habían visto saltar de alegría por un gol, alentar hasta quedarme afónico, pedir cambios e insultar al televisor. Fingía, les expliqué. No me movía un pelo. Impostaba la pasión. Les hacía creer que me entusiasmaba igual que ellos, para no quedarme solo. Como ese libro sobre el "subcomediante" Marcos: La genial impostura”.

–Dijiste la verdad –apunté– Ahora sos como un monoteísta en la Antigüedad. Los demás tienen imágenes para adorar, emociones, sentidos. Vos les estás diciendo que todo eso no tiene ningún valor. No les alcanza con que no los quieras convencer. El sólo hecho de haberlo dicho te va a marginar. Estás solo como un perro.

– ¿Por qué los judíos no se confiesan? –preguntó extemporáneamente Herbert.

– ¿Qué haríamos sin la culpa? –repregunté.

–Nicolás me preguntó si era gay. Después de que confesé que ya no me gustaba ver fútbol, me preguntó si era gay. Pero no sólo no soy gay, soy un caballero. En el Mundial 2010 argumenté una gripe y falté a Argentina-Alemania. Salí a caminar solo por la ciudad. Buenos Aires parecía arrasada por una bomba neutrónica. No había ni mendigos. Una mujer estaba arrodillada junto a su auto, con una rueda pinchada. 

Era Mabel. Durante años, fue nuestra musa imposible en la oficina. Personal jerárquico, en todos los sentidos. Evanescente, furtiva, portentosa: inaccesible. Pero quien fuera que debiera auxiliarla, no llegaba. Me acerqué. Fue la primera y única vez en mi vida que usé un cricket. Por suerte encontré un hotel por horas abierto, el conserje estaba clavado al televisor y ni miró el billete que le daba. Cuando le pedí el vuelto me regresó el mismo billete. No me cobró. Éramos los únicos huéspedes y, en lugar de escuchar los gritos de las habitaciones vecinas, escuchábamos los gritos sordos de angustia por el partido; aunque apagados, caían desde las ventanas de los edificios linderos. 

Y las imprecaciones del conserje. Pero eso nunca lo conté. Hubiera revelado que no tenía gripe; y mancillado la reputación de Mabel. Es la primera vez que lo cuento.

–Podríamos decir que los que ganan, no cuentan la historia –reflexioné.

–Esa frase de que la Historia la escriben los que ganan es una fantochada –replicó Herbert–. 

Los españoles derrotaron a los aztecas, pero ya no hay ningún libro que defienda a los conquistadores. De hecho, al pobre Colón lo tienen de aquí para allá. Flavio Josefo, el gran derrotado, contó la historia de Massada, no los romanos que la conquistaron. Los norteamericanos ganaron la Guerra Fría, ¿Conoces algún académico que hable a favor de Truman, de Eisenhower, de Nixon? Pero finalmente, de algún modo misterioso, se impone la verdad. No el relato del vencedor o del derrotado, sino la versión acorde a los diez mandamientos: Caín mató a Abel. X robó. H mintió. Sobre las ruinas de todas nuestras pretensiones, sólo queda la verdad. Pero… vos lo dijiste: la verdad los hará solos.

© Escrito por Marcelo Birmajer el Sábado 07/06/2014 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



lunes, 16 de abril de 2012

La confesión... De Alguna Manera...

Confesión...


Estrenado en 1971 y dirigido por Costa-Gavras con guión de Jorge Semprún sobre un libro de Artur London, el film La confesión narra una tragedia del siglo XX. Historia en apariencia exótica y arcaica, evoca paralelismos evidentes con la Argentina de hoy. Aun cuando acaeció en la lejana y bella Praga, mucho dice de lo que viene pasando con las vicisitudes del caso Boudou. Justo esta misma semana se estrenó en el San Martín una versión teatralizada de 1984, novela de George Orwell publicada en junio de 1949, escalofriante y preciso anticipo de los juicios y “confesiones” de la era soviética.

Catorce líderes del Partido Comunista de Checoslovaquia fueron arrestados por la policía política del régimen títere de la URSS y procesados en masa en noviembre de 1952, acusados de traición a la patria. Tras ocho días de un “juicio” miserable, once de ellos fueron ejecutados. Entre los condenados a muerte y colgados en la horca se hallaba Rudolf Slánský (1901-1952), acusado de conspirar con el capitalismo occidental para demoler al “socialismo”. Slánský fue nada menos que secretario general del PC checo después de la Segunda Guerra y uno de los arquitectos del régimen pro soviético instalado tras el golpe de Estado de 1948 urdido por Moscú. Torturado en la prisión, intentó quitarse la vida. Slánský era uno de los diez judíos que formaban parte de ese grupo de 14 “traidores”. Al igual que en la Rusia soviética, el más crudo antisemitismo caracterizaba al régimen checo. De hecho, a poco de empezar la farsa judicial, el 20 de noviembre de 1952, los 14 fueron acusados de tramar una conjura “trotskista-titoísta-sionista” al servicio del imperialismo norteamericano. Uno de ellos era London, cuya pena capital fue conmutada a cambio de su confesión: viejo y curtido militante comunista, “admitió” que trabajaba para “el enemigo”.

En abril de 1963 los condenados (tanto asesinados como sobrevivientes) fueron plenamente “rehabilitados” y en mayo de 1968, cuando florecía la Primavera de Praga, totalmente exonerados. Tras la exitosa revolución democrática de 1989, el presidente Václav Havel designó al hijo de Slánský como nuevo embajador checo en la entonces ya moribunda Unión Soviética.

Los condenados por los regímenes de las llamadas “democracias populares” eran imputados de “desviacionismo”, “nacionalismo burgués” y conspiraciones “trotskistas-titoístas-sionistas”. Nada demasiado diferente se hizo en la China maoísta, tan reverenciada por las izquierdas occidentales, incluida la argentina.

London nació en 1915 en Ostrava y falleció en París en 1986. Militante de la Juventud Comunista desde los 14 años, peleó contra el fascismo en las Brigadas Internacionales en España, se alistó en la Resistencia francesa en 1940, fue apresado por los alemanes y deportado al campo de concentración de Mauthausen en 1942. Sobreviviente, en 1949 asume como vicecanciller del nuevo régimen comunista checo. En 1951 lo apresan sus camaradas, junto a otros 13 “conspiradores”. Con tortura y apremios, ilustrados de manera estremecedora en el film de Costa-Gavras (London es protagonizado por el actor comunista francés Yves Montand), le arrancan una confesión de “conspiración contra el Estado”. Es uno de los cuatro que zafan del cadalso, pero lo condenan a cadena perpetua. “Rehabilitado” en 1956, puede abandonar el país recién en 1963 para radicarse en Francia, donde en 1968 publica L’Aveu (La confesión).

London y sus compañeros veían en Stalin y en la URSS un poderoso e incuestionable centro de la revolución mundial. Moscú era para ellos el faro que alumbraba el futuro de la humanidad. Ser fiel a Stalin y al PC era decisivo e insoslayable. “El partido” y sus líderes eran la verdad y lo que desde allí se les pedía a dirigentes y militantes debía ser aceptado, justificado y obedecido sin protestar. El triunfo del comunismo soviético había suscitado esperanzas tan descomunales como absurdas y, en aras de ellas, todo sacrificio era admisible. Se habían jugado el pellejo, armas en la mano, en la guerra contra el fascismo y habían aplicado desde el poder un programa netamente anticapitalista. No les alcanzó. Infiltrados, espías al servicio de imperialismo yanqui, agentes de la CIA, saboteadores, sionistas cosmopolitas (o sea, judíos): todo el arsenal del vilipendio se usó para aniquilar a quienes, participantes activos de la épica antinazi y luego marxista-leninista, un buen día amanecieron como víctimas propiciatorias.

Las burocracias policíacas que esmerilaban en las cámaras del terror a dirigentes políticos, intelectuales y meros ciudadanos disidentes o sospechosos de serlo, aplicaron durante décadas métodos espeluznantes y humillantes. Destruyeron personas, aniquilaron sus valores, los convirtieron en cadáveres civiles, justo ellos, valerosos combatientes contra el fascismo del siglo XX. Muchos se deben haber preguntado en los pabellones de la muerte si el sistema comunista fundado por Lenin y consolidado por Stalin era una parte, horrible pero necesaria, de un camino que abría las puertas al futuro. Quisieron creer y creyeron, contra viento y marea, hasta que la muerte o el ostracismo los miraron a los ojos. Enterrados en vida, muchos murieron de viejos o de enfermos, pero en silencio, para-no-hacerle-el-juego-a-la-derecha, esa repulsiva consigna de cobardes. No los aniquiló una “ideología”. Antes, como hoy, estos regímenes de conducción vertical y supremacía absoluta se maquillan de doctrinas, pero sólo procuran capturar y mantener el poder y los negocios a él anexados.

La confesión: en el engranaje del proceso de Praga, es el libro de un hombre conmovedoramente fiel a la ortodoxia comunista, de blindado dogmatismo. Tras ilusionarse al ver “reventar el corsé de fuerzas retrógradas que impedía a nuestro Partido y a nuestra sociedad abrirse a las corrientes purificadoras del XX Congreso del PC de la URSS (el de la des-stalinizacion), de 1956”, London vio la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968, que duró 23 años.

La Argentina no es Checoslovaquia, el comunismo no es el kirchnerismo y 2012 no es 1952, pero hay un parecido notable entre quienes confesaban crímenes inexistentes ante sus camaradas-verdugos hace setenta años y quienes hoy se hunden aquí en el silencio, tras ser progresivamente radiados y expulsados por un gobierno que va “por todo”.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 14 de Abril de 2012.