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domingo, 21 de octubre de 2012

Lecciones para la Argentina... De Alguna Manera...

Encuentro con Lula, el estadista más grande de los últimos 50 años...
 
Presidente Luis Inácio Lula da Silva,

Crónica detallada y emocionada sobre el ex presidente de Brasil. Anécdotas de una historia particular. Y todas las definiciones en las que deberíamos inspirarnos.

Lula me miró emocionado, se golpeó el corazón con el puño cerrado y me llamó con una seña. Tardé un segundo en estar a su lado y me dio un abrazo de esos que sólo se les dan a los afectos más profundos. Después comprobé que lo hace con todo el mundo. Es cariñoso, incluso con quienes no conoce.

Los fotógrafos gatillaron mil veces, para mi felicidad. Jamás olvidaré esa imagen. Lula con el video Compañero presidente en la mano y a mi lado. Nunca imaginé semejante gratificación de quien considero el estadista más grande de la región de los últimos cincuenta años. Al principio no me atreví a acercarme a su mesa y el antiguo VHS se lo dio, gentilmente, el doctor Guillermo Lipera, miembro del comité organizador del coloquio de IDEA. Es un documental biográfico de Lula que comencé a hacer el día más importante de su trayectoria política, el 27 de octubre de 2002, cuando cumplió 57 años y se consagró presidente electo de Brasil después de haber perdido tres elecciones consecutivas.

¿Cómo llegué a ese lugar? Un periodista extranjero en la intimidad de la celebración de Lula fue posible gracias a Víctor De Gennaro, que en ese momento era el mejor amigo de Lula en Argentina. El me dio una tarjeta personal y me dijo que se la entregara a Carlos Grana, jefe de los metalúrgicos de San Bernardo do Campo en San Pablo. Ansioso, a las 7 de la mañana ya estaba en la puerta del gremio con el camarógrafo y el Zorro Milicich como productor, que se había puesto la camiseta de Rosario Central. Grana llegó solito y en un Gol sin vidrios polarizados. No había un solo custodio ni matón a su lado. Pensé en Armando Cavalieri y me dio vergüenza ajena. Grana me invitó a que lo acompañara.

¿Adónde vamos?, pregunté. “A la casa de Lula”, fue la respuesta que me aceleró el corazón. Y fue cierto. Entramos al Condominio Residencial Hill House, de Villa Teresinha, muy similar a los de clase media de Caballito, que hasta seguridad privada tenía. Ingresamos con otros viejos compañeros del sindicato en el que Lula se hizo dirigente, y 57 chicos con 57 tortas blancas con una estrella roja en el centro con sus respectivas velitas. Todos le cantaron el “parabienes”, con la música de nuestro “que los cumplas feliz”. Me acerqué, y sin pensarlo le dije:

 Alfredo Leuco y el Presidente Lula. Mar Del Plata, 2012. El columnista de PERFIL le entrega a Lula el viejo VHS con el documental sobre su vida, que hizo hace una década.

—Lula, le quiero desear un feliz cumpleaños y un feliz gobierno.
Me dijo “muito obrigado”, me estrechó la mano y siguió de largo como si nada. Tuve que apelar a mi arma secreta:

—Ah, Lula, el viernes estuve con Víctor De Gennaro y le manda un gran abrazo.
Logré detener su marcha sin mentir. Y le sacudí la primera pregunta:

—¿En quién pensó cuando apagó las velitas y se emocionó tanto?
—En mi madre. Ella era lavandera. Me acordé del día de su muerte. Yo estaba preso por la dictadura militar y ella se murió sin saberlo. Mi carcelero se conmovió y me sacó media hora a escondidas de sus superiores para que yo estuviese en el velorio. Pero no me permitieron estar en su entierro ni hablar con mis familiares.

—No pudo contener el llanto...
—Y, ¿qué le parece? Ella era analfabeta, igual que mi padre. Me mandaban a comprar el diario sólo para ver las fotos y los dibujos. Me hubiese gustado tanto tenerla esta noche a mi lado...

—Es comprensible, recuerdo....

En ese momento, un morochazo de dos metros tipo NBA me dijo claramente: no más preguntas, y me apartó con firmeza.

Pero yo ya había filmado con mi camarita familiar toda esa celebración. ¿Qué más podía pedir un periodista?

Así salió Lula de su casa rumbo al colegio Joao Firmino, donde votó frente a más de 300 lentes y flashes que habían llegado hasta de los países más recónditos de la Tierra para registrar la epopeya del lustrabotas que llegó a conducir el quinto país más importante del mundo por territorio y población, y que en poco tiempo estará en el mismo puesto pero en términos de poder económico.

Los chicos del barrio de Lula también le cantaron la canción-himno de campaña que pedía “un Brasil decente para un pueblo pobre pero noble y trabajador”.

En un momento hizo llorar hasta a los fotógrafos japoneses, que parecían muy distantes y profesionales. Lula cortó la torta que en su interior decía su nombre, escrito en chocolate. El primer bocado se lo dio en la boca a uno de los chiquitos cantores, que no podía caminar sin apoyarse en muletas. Fue un momento estremecedor. Lula se puso en cuclillas para estar a su altura y con la cucharita le hizo “avioncito” como cualquier padre le haría a su hijo. Sólo que Lula no era su padre. Y que se había acordado de doña Lindu, como él le decía a Eurídice, su madre lavandera y analfabeta.

Sin miedo. Las buenas noticias dicen que Lula viene derrotando a un maldito cáncer de garganta, como derrotó todo lo que se le puso adelante. Por eso me acordé de aquel día glorioso del año 2002, cuando la consigna de esa campaña que llevó a Lula a la presidencia decía así: “La esperanza vence al miedo”. Hoy, el pueblo brasileño que ama a Lula, frente al ataque del cáncer, dice lo mismo: “La esperanza vence al miedo”.

Después, pude cruzar un par de palabras más. Fue cuando se enteró de que yo era cordobés. Se confesó admirador de Agustín Tosco y la Córdoba clasista y combativa de finales de los 60 y principios de los 70. El Gringo Tosco fue un dirigente sindical, marxista independiente, lúcido, honrado y valiente como Lula que me habló de las experiencias de Sitrac-Sitram y de las similitudes del cinturón industrial paulista, cuna de las terminales automotrices, con lo que ocurre en mi provincia. Al final se despidió con una confesión: en un momento estuvo a punto de viajar a Córdoba para probar suerte en IKA-Renault. Tal vez hubiese cambiado la historia de Brasil y el Cordobazo habría tenido un grito en portugués. Fue la pueblada que derrocó a un gobernador fascista y que hirió de muerte al dictador patricio, el general Juan Carlos Onganía.

El miércoles fue la estrella de IDEA. Lula exhibió en plenitud su ideología y se acordó de aquel día de gloria, del que se va a cumplir exactamente una década dentro de seis días.

La pregunta inmediata en los pasillos fue: “¿Y cuál es la ideología de Lula?”. José Manuel de la Sota y Hugo Moyano se apresuraron en llevar agua para su molino y dijeron que era claramente un peronista del último Perón. Y algo de razón tienen. Es profundamente humanista, y cada día más cristiano. Se casó por iglesia con su actual mujer y la amistad del sacerdote Frei Betto debe sumarse a que la batalla contra el cáncer suele insuflar más fe y religiosidad a los hombres. Es muy interesante intentar observar que tiene el “lulismo” adentro. Es un debate conceptual que está creciendo para orientar definitivamente el rumbo de los gobiernos populares de América latina. ¿Es lo mismo Lula que Chávez? ¿Se puede caracterizar a Cristina de la misma manera que a Lula? El populismo beligerante de Chávez, más el manual de la confrontación permanente como forma de construcción política de Ernesto Laclau, son caminos divergentes en la teoría que proclamó Lula en su paso por Argentina.

Hizo la transformación social más grande de la historia de Brasil: llevó cuarenta millones de pobres a la clase media. Eso es movilidad social ascendente y no macanas. Y la diferencia con Argentina y Venezuela es que lo hizo sin fracturar la sociedad y sin inyectar odio en sus venas. Todo lo contrario: Brasil está hoy más cohesionado y no partido al medio como los países de Chávez y Cristina. Hoy Dilma continúa con la alianza y no la lucha de clases, con inflación controlada, sin malversar las estadísticas públicas, discutiendo a fondo con el periodismo pero sin intentar silenciarlo ni controlarlo, con un diálogo permanente con la sociedad en general y la oposición en particular, y apoyando la idea de que más de dos períodos de gobierno son monarquía. Lula lo dijo con todas las letras cuando elogió la alternancia “no sólo de hombres, sino también de sectores sociales” en el gobierno. “Es una conquista de la humanidad”, dijo. Y se puso a sí mismo como ejemplo. Le prohibió a su partido que moviera un dedo para reformar la Constitución y buscar la eternización en el poder. Pudo haberlo hecho porque tenía una aceptación del 87% cuando finalizó su gobierno. Pero no quiso, se autolimitó. Y aunque apoyó francamente a Chávez, dijo con toda claridad que debería empezar a construir su sucesión.

Fracaso. Ernesto Laclau, que ayer se reunió con Martín Sabbatella, propone cosas muy distintas, más infantilmente radicalizadas y cercanas al fracaso. Apoya la reelección permanente, la batalla contra los medios de comunicación convertidos en satanes y voceros de las corporaciones económicas, y el choque y el castigo como manera de elegir enemigos y diseñar su propia identidad. Plantea que “el constitucionalismo radical sostiene el poder conservador y el ultrainstitucionalismo es el típico discurso de la derecha”, a la que son funcionales tanto Binner como Pino Solanas y Libres del Sur. Corta tan finito, tan sectario, identifica tantos enemigos de Cristina que la obliga a quedarse cada vez más sola. A esa misma hora, el Pepe Mujica, otro que hay que ver actuar pero saber escuchar también, se alineó con Lula respecto de las dificultades que tienen los líderes populistas agresivos para encontrar sucesión: “Los mejores luchadores son los que dejan gente que los suplante”, sentenció ante el aplauso de jóvenes del radicalismo en La Plata. La ausencia de herencia política es el más grave problema tanto de Chávez como de Cristina.

Lula le dio un reportaje al diario La Nación y fue el principal orador del coloquio que nuclea a los 900 empresarios más importantes de la Argentina. Los Kirchner jamás cometieron semejante herejía. Lula llegó a decir que los periodistas que critican excesivamente pierden credibilidad. Y que los que elogian en forma desmedida, también. Por eso manifestó que él confía en la gente para valorar la verdad o la mentira y que quiere medios más libres y con menos injerencia del gobierno. “Yo fui tremendamente castigado por los medios y me fui con un altísimo nivel de aprobación”, fue su conclusión, similar a la que dijo Perón en su momento: “Subí con todos los medios en contra y me derrocaron con todos los medios a favor”. Todo lo contrario de esta Argentina manchada con viejas teorías paternalistas que creen que los diarios lavan el cerebro de la gente.

Disparador. José “Pepe” Nun, ex secretario de Cultura de Néstor Kirchner, el más aplaudido del coloquio en Mar del Plata, aportó otros elementos disparadores de ese debate dentro de lo que en los 70 se llamaba “campo popular”.

Nun, que está distanciado del cristinismo por varias razones pero sobre todo porque algunos funcionarios que él expulsó por ladrones hoy siguen enquistados en otros puestos de poder, también criticó con altura el populismo. Sostuvo que el individualismo extremo que no tiene límites para su codicia y que evade impuestos genera una masa de marginados y excluidos, que son carne de cañón para el populismo. Que el líder populista habla por esos sectores que no tienen voz y apunta a destruir las instituciones porque no quiere que nadie lo controle. Muchos llegan a creerse dioses. ¿Y quién se atreve a hacerle una auditoría a Dios?, preguntó Nun, con ironía. Palos compartidos para la avaricia empresaria y para el autoritarismo chavista.

Lula, al revés de Cristina, predica la conveniencia de aumentar las alianzas sociales y evitar caer en el aislamiento.

Contó lo difícil que fue explicarle a su partido la sociedad con José Alencar, quien fue su compañero de fórmula. Un empresario al que muchos de sus camaradas definían como un burgués. Romper los dogmas del martillo y la hoz, alejarse del estalinismo jurásico, abrirse a los nuevos tiempos sin bajar las banderas igualitarias del socialismo le permitieron concretar sus sueños desde el poder y sacarlos de las charlas de café.

Néstor y Cristina también comprendieron la necesidad de sumar sectores medios ubicados más a la derecha, y por eso Daniel Scioli, Julio Cobos y Amado Boudou fueron vicepresidentes. Hoy la sensación es que la Presidenta se encerró sobre sí misma y que le alegra perder el apoyo de muchos caceroleros que también la votaron.

La humildad de Lula es garantía de diálogo. Dedicó el 50% de su tiempo a reuniones con sus adversarios con el siguiente lema: “Un presidente no sabe de todo y por eso debe escuchar a toda la sociedad.”

En un desayuno con la cúpula del FAP, Lula le contó a De Gennaro que Carlos Grana, nuestro común amigo sindicalista metalúrgico, hoy es intendente de San Bernardo do Campo. Y se manifestó feliz porque el hijo del jardinero del cementerio más pobre de San Pablo está estudiando diplomacia. Es que Lula fue el primer presidente de la historia de Brasil sin título universitario. Y él se encargó de intentar ser el último. Fue el que más universidades construyó. Durmió en una casilla con sus siete hermanos y un padre golpeador. Vendió naranjas y sardinas por las calles. De lustrabotas a estadista. Sin rencores ni odios. Un constructor del futuro sin injusticias y con más libertad. Ojalá se transforme en un espejo para los argentinos.

Es generoso, sabe que vino al mundo a hacer el bien a los que la pasan mal. Hoy es un Che Guevara desarmado, un Salvador Allende que pudo concretar su obra, un Tosco que no se murió en la dictadura. Es asombrosa su capacidad de acción, pero también su impresionante facilidad para transformar conceptos complejos en consignas populares. “Democracia es que mi pueblo coma cinco veces al día y no que coman una vez cada cinco días”. Eso dijo. O que su proyecto político es que ningún brasileño tenga que agachar la cabeza ante ningún poderoso.

Más de una vez definió muy claramente su ideología: “Somos un partido socialista de extrema democracia”. Profundo y sencillo: justicia social mil, autoritarismo cero.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.