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domingo, 29 de noviembre de 2015

Destino enceguecedor… @dealgunamanera...

Destino enceguecedor…


No habrá una generación que se la pase debatiendo para entender qué fue de verdad el kirchnerismo.

Nacidos entre la década del 40 y la del 50 del siglo pasado, la tarea que pareció imponerse a mi generación intelectual y política fue la de “entender el peronismo”, regidos por el signo de las masas, como lo definió Carlos Altamirano con una imagen justa. Antes que nosotros, hombres como Jorge Abelardo Ramos, Juan José Hernández Arregui, Ismael Viñas, Rodolfo Puiggrós o John William Cooke habían trazado las grandes líneas del debate para militantes. Sabato y Martínez Estrada escribieron sobre el primer peronismo. Sebreli compuso una Eva fascinante, ética y psicológicamente verdadera. Grandes divulgadores, como Félix Luna, y decenas de investigadores académicos, especialmente en los últimos años, aportaron nuevo conocimiento a este continente donde el peronismo fue el astro cuya fuerza de gravedad atraía a propios y ajenos; y Tulio Halperin Donghi, cuyo ensayo La larga agonía de la Argentina peronista es una obra indispensable.

Como si fuera un drama de ideas políticas, Halperin observaba nuestros debates para “entender el peronismo”, a la búsqueda de aquel fenómeno sin cuya comprensión creíamos que era imposible intervenir en la vida pública. En la derecha o en la izquierda, de Frondizi a demócratas cristianos como Carlos Auyero, era preciso entender el peronismo. En el caso de mi generación, esto quería decir, en primer lugar, no equivocarse sobre su potencia cultural y social. No equivocarse como se había equivocado el Partido Comunista. Muchas interpretaciones entraban en conflicto, desde el trotskismo hasta el maoísmo, desde la izquierda antiimperialista hasta la derecha nacionalista, pero el nombre de la cuestión era el mismo. Y ese nombre, el peronismo, designaba el problema a resolver: incorporarse al movimiento para transformarlo desde adentro; acercársele en tanto aliado indispensable para llegar a las masas; copiar sus relaciones reales e imaginarias con los sectores populares; dar un “verdadero” contenido a su discurso nacionalista o distribucionista o antiimperialista (elíjase el adjetivo según las tendencias que lo pronunciaban).

Nada hubo en mi vida más obsesionante que el peronismo, con sus caras y máscaras.

Nada hubo en mi vida más obsesionante que el peronismo, bajo sus diferentes caras o máscaras. Y no soy una excepción. Miles de políticos e intelectuales apoyaron al peronismo, no porque ignoraran sus rasgos insalvables, sino porque creyeron que por allí pasaba una clave que, de no poseerla, destinaba todos los esfuerzos a la inutilidad. Probablemente el menemismo, una creación peronista sin dudas, haya abierto el período final de este encantamiento. Frente al menemismo, cuadros distinguidos e inteligentes como Chacho Álvarez, que pertenecía al corazón de la renovación peronista, decidieron abandonar el movimiento y construir una nueva alternativa. Quizás allí deba buscarse el comienzo del fin.

Debo decir que “entender el peronismo” fue una tarea política inconclusa por naturaleza, porque quizás había menos que entender que lo que se presuponía, y entender no era apoderarse de un talismán que asegurara el destino político de nadie. Sin embargo, fue un fascinante ejercicio intelectual y un campo de debate ideológico, en tiempos en que, a diferencia del presente, el debate ideológico no era considerado una pieza de museo, tiempos en los que se admitía que existían derecha e izquierda, aunque no tuvieran la fijeza que tuvieron en 1920 o en 1960. Todos los que nos entrenamos en ese campo de debate (que, en ocasiones, fue campo de batalla) mantuvimos una relación intensa con el pasado argentino, a veces demasiado intensa, demasiado parecida a un destino enceguecedor.

El kirchnerismo enterró al peronismo, porque no le fue bien: en ese lugar el fracaso no se tolera.

La victoria del PRO parece abrir el desenlace de un último capítulo que duró doce años y lleva por título “kirchnerismo”. No digo esto porque el “peronismo” vaya a desaparecer, sino porque solamente políticos de mi generación usan esa bandera para designar una tarea por delante (De la Sota, por ejemplo, cuya vida política transcurrió bajo el mismo signo que la mía; Julio Bárbaro, por ejemplo, que todavía cree necesario dividir entre peronistas de verdad y máscaras kirchneristas). Me arriesgo a decir que ese capítulo se acerca a su fin. El kirchnerismo ha sido su enterrador, porque fue peronismo y no le fue bien: nada peor para un peronista que otro peronista fracasado.

Puedo equivocarme, pero añadiré un último detalle: no habrá una generación que se la pase debatiendo para entender qué fue de verdad el kirchnerismo. Esta época no construye mitologías sino cuando están fuertemente sostenidas en los medios. Esta época es ingrata con aquellos que pierden centralidad y, además, no poseen las virtudes de un liderazgo fuera del poder y sin los atributos del Estado. No hay operación histórica que pueda sacarle a la Presidenta que se retira el haber sido electa dos veces; haber repetido, pero también modificado e invertido la tradición marital peronista; haber convocado, en su mejor momento, a millones. Pero está lejos de ser un enigma. Casi podría decirse que hoy ya ha sido demasiado explicada.

© Escrito por Beatriz Sarlo el domingo 29/11/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 28 de julio de 2014

Pequeñas grandes miserias… De Alguna Manera...


Pequeñas grandes miserias…

K No Era, Teresa Parodi. Dibujo: Pablo Temes

La forma en que el Gobierno expulsa y somete a ex aliados, pero encubre a los alineados, revela su propio ADN. Política indigna.

La Cámpora pretende apropiarse del trabajo que Víctor Ramos hizo en varias villas miseria porteñas y por eso le pidió a Cristina que ordene su expulsión del Gobierno. Sin embargo, el funcionario, por temor u obsecuencia, primero dijo que los responsables fueron los alcahuetes, los enanos bufones de la reina que lo sacaron poco menos que a los empujones de su despacho. Simultáneamente avisó que va a seguir apoyando a Cristina. Reaccionó como alguien con el Síndrome de Estocolmo que refleja la dependencia enfermiza del torturado con su torturador. Al día siguiente, Ramos reculó en chancletas hasta el ridículo. De decir que fue víctima de “un golpe de Estado” pasó a hablar de “problemas burocráticos administrativos” y a desmentirse a sí mismo con un inexplicable: “yo renuncié”. Fue patético el nulo valor que le dio a su palabra quien, al cierre de esta edición si todavía no renunció, aún es el presidente del Instituto Dorrego.

La autora intelectual de la patoteada fue Cristina. Ni una hoja se mece en este gobierno si no la mueve la mano de hierro de la abogada exitosa y millonaria. Pero la ejecutora, la autora material, la que se puso la capucha de verdugo para bajar la guillotina sobre la cabeza de Ramos fue Teresa Parodi que también quedará marcada por esa actitud indigna de una artista que sufrió persecusiones y que ahora las encabeza.

Parodi edificó su carrera sin el carisma, pero con el perfil ideológico de Mercedes Sosa. Canciones combativas que reclamaban libertad e igualdad. Durante mucho tiempo fue discriminada por las radios y las compañías grabadoras por esa respetable intransigencia. Ella levantó su voz contra esos atropellos. Sólo algunos periodistas y locutores la ayudaron para que ella expresara su pensamiento y quebrara ese aislamiento. Pero desde que llegó el kirchnerismo, casi en silencio, se transformó lentamente en un engranaje del aparato de un Estado que castigó la disidencia, la rebeldía y el pensamiento diverso. 

Teresa como tantos, también por miedo a dejar de pertenecer al paraíso oficial o por verticalismo, se transformó en lo que tanto odiaba, en un comisario político. El estalinismo pingüino es una versión berreta de otros autoritarismos regionales. Teresa Parodi fundó “Las Cristinas”, junto a Hebe de Bonafini, usó cada día más ropa con tejidos y dibujos étnicos de la Patria Grande y recibió dinero por muchas actuaciones a lo largo y lo ancho del país donde más de una vez no había casi nadie en la sala. 

Pero Teresa cobraba lo mismo el subsidio destinado a difundir la cultura nacional y popular. Su silencio frente al ataque que sufrieron muchos periodistas y artistas que se atrevieron a pensar distinto fue recompensado con un ministerio. Y en una de sus primeras acciones importantes fusiló políticamente a Víctor Ramos. No se sabe si lo consideran un inútil después de diez años de gobierno o un traidor porque se sacó una foto con Daniel Scioli y se subió a su “Ola Naranja” junto a Mario “Pacho” O’Donnell, otro que también, al igual que Ramos fue menemista, duhaldista, kirchnerista, cristinista, chavista y ahora se disponen a ser sciolistas o massistas llegado el caso. ¿Y por qué no macristas, si Pacho fue hasta alfonsinista?

Hace años que Ramos es amigo y la mano derecha de Jorge Coscia, que también fue condenado a la Siberia del silencio después que le sacaron tarjeta roja casi sin explicaciones. Los que se quedan en el Gobierno por lo bajo justifican ese lastre que tiran por la borda porque para seguir navegando el barco debe “sacarse de encima a los corruptos”. Epa, epa, cuánta insolidaridad vigilante y delatora que anida en el kirchnerismo. Mientras están en el Gobierno, los funcionarios son Madres Teresas al mando de la emancipación de los pobres latinoamericanos. Cuando los rajan pasan a ser ladrones de cuarta y oportunistas. La misma medicina la tomaron casi todos los que fueron eyectados del Estado.

Hasta Alberto Fernández que integró la mesa chica con Néstor y Cristina fue espiado y escuchado por los servicios de inteligencia y escrachado por el oligopolio de medios que se enriquecieron con los dineros públicos como el cártel de Gvirtz. Alberto recibió los balazos del hostigamiento que antes él mismo disparaba.

Es como si Cristina les dijera, figurativamente, por cierto, que si se quedan, siempre les van a tocar los Oyarbides. Pero si se van y no siguen arrodillados a sus caprichos, le mandan la SIDE, la AFIP y hasta son capaces de tirarte encima perros de presa de la Justicia como el fiscal José María Campagnoli o el juez Ariel Lijo. Vos elegís, le dijo Cristina a Julio De Vido cuando amenazó con lavarse las manos y dar un paso al costado: “Podes irte a la cárcel o al cementerio”.

Asi funcionan las cosas en el cierre del kirchnerismo que, a esta altura, puede dejar de ser la etapa infantil del peronismo para convertirse en su fase final, en el ciclo terminal. Eso deberá rectificarse o ratificarse en las elecciones de 2015. Muchos encuestadores dicen que el crecimiento de Macri tiene que ver con que, finalmente, en una parte importante de la población pesa más esa frase de que “mejor probemos otra cosa, ya estamos hartos de peronismo” que la verdad revelada de que “a este país sólo lo puede gobernar el peronismo”.

Sería un esperpento de la historia para la generación de Montoneros en el pejotismo. Fueron los que quisieron jubilar a Perón y enseñarle peronismo y terminarían (Dios y Cristina, dirán) con el movimiento fundado por el general que resistió todas las tormentas menos el reinado de Cristina. Sería un exabrupto del revisionismo que Cristina, que votó al peronismo en 1973 con la boleta de Jorge Abelardo Ramos (el padre de Víctor) porque era más cool y menos grasa, sea ahora la liquidadora del movimiento.

A veces, en un solo gesto se puede analizar todas las miserias que tiene una proyecto como el kirchnerismo. A veces una sola actitud concentra todos los venenos como si fuera una probeta para analizar el ADN autoritario de un liderazgo tóxico como el de Cristina. A veces con un solo comportamiento militantes de años tiran a la basura una trayectoria.

Amo la política sana porque creo que no hay otra forma de extirpar las inequidades sociales que con la militancia en los partidos. Puedo comprender la defensa de lo indefendible de cierto pragmatismo ideológico que trata de disimular los ajustes ortodoxos y la inflación galopante. Pero jamás entenderé que en nombre de la disciplina partidaria un dirigente político se someta a la peor de las humillaciones. Nadie que pierda su dignidad como persona puede defender la dignidad de otro. Y eso es hacer política: defender la dignidad de los demás sin caer en la propia indignidad.

© Escrito por Alfredo Leuco el Sábado 26/07/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Izquierdismo... De Alguna Manera...

Izquierdismo...


Hay verdades y hay mentiras. También hay deschaves. O sincericidios, esa palabra colosal que inventó la perspicaz Silvia Bleichmar. Un sincericidio es como quitarse la vida diciendo la verdad. Por algo, Cristina Kirchner anunció “mañana me van a matar” cuando esta semana reveló que votó a Perón en 1973, pero “desde la izquierda”. Curiosa confesión, abre un espacio digno de volver a visitar.

En una expedición a los pobres de la Villa 21-24, al regresar de la zarista San Petersburgo, Cristina se sintió en confianza como para blanquear lo que hizo a los 20 años, en septiembre de 1973. El 23 de ese mes, la Argentina eligió presidente de la Nación por segunda vez en un año. Ya se había votado el 11 de marzo. El electo Héctor Cámpora asumió el 25 de mayo. Juan Perón lo echó el 13 de julio, 49 días después. Puso en su lugar al yerno de José López Rega, un oscuro coleccionista de corbatas llamado Raúl Lastiri. Las nuevas elecciones las ganó Perón, llevando como compañera de fórmula a María Estela Martínez. Asumieron el 12 de octubre.

En esas elecciones, la fórmula Perón-Perón obtuvo 7.359.252 votos, el 61,85%. Pero algo curioso sucedió. Mientras que 6.497.815 de esos votos fueron depositados con la boleta del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), 883.434 fueron emitidos con la de otro “frente”, el de Izquierda Popular (FIP). Entre éstos estaba el de esa veinteañera Cristina.

El FIP fue una derivación del Partido Socialista de Izquierda Nacional, fundado por Jorge Abelardo Ramos, y sus seguidores. El Colorado Ramos fue un infatigable polemista que se plegó al peronismo en los años 40. Trabajó para Perón como divulgador y en su época fue muy conocida su columna, que firmaba como Víctor Almagro, en Democracia, uno de los varios diarios de aquel gobierno.

Pero Ramos provenía del trotskismo, y ésa fue su residencia ideológica central. Durante años, editó libros con el sello Coyoacán, nombre del barrio de México DF donde vivió y fue asesinado León Trotsky. Al igual que la corriente inspirada en el mítico Nahuel Moreno (Hugo Bressano, 1924-1987), para Ramos había que estar con el peronismo porque allí estaban “las masas”. Hacia allí fue y allí se quedó. Más de tres lustros después, Ramos sería embajador de Carlos Menem en México. Siempre junto a las masas.

Pero la maniobra de votar a Perón “desde la izquierda” fue un mamarracho muy grosero. La boleta (se consiguen ejemplares carísimos en Mercado Libre) era igual a la del Frejuli (Perón-Perón), pero con la sigla FIP. Pretender que esos 883.434 votos apoyaban a Perón “desde la izquierda” fue un grueso insulto a la inteligencia. Por una razón muy simple: el 11 de marzo de ese año, mientras que el Frejuli obtuvo para Cámpora el 49,5% (5.908.414 votos), el FIP presentó la candidatura presidencial del propio Ramos, que recibió 48.571 votos, o sea el 0,41%. ¿La “izquierda nacional” multiplicó en septiembre por 18 sus 48.571 votos de marzo?

Trapisonda típica de su oportunismo camaleónico, a Ramos demasiados colectivos siempre lo dejaban cerca.

Al evocar su gesto de supuesta radicalidad ideológica, la Presidenta perpetró uno de sus habituales trucos, aunque desnudó ¿sin quererlo? su viejo objeto del deseo. Encuadrado en un relato de izquierda, el peronismo sería el domicilio eterno del pueblo. Eso explica que epígonos de aquellos viejos avatares sean referentes centrales del Gobierno. El hoy ciudadano británico Ernesto Laclau, nacido en 1935, fue seguidor de Ramos, que había nacido en 1921. Aunque mucho más joven (1952), el actual secretario de Cultura, que acaba de fijar residencia en la Villa 21-24, Jorge Coscia, también proviene de la misma incubadora, la “izquierda nacional”. El peronismo de matriz “troska” comparte algo con el maoísmo criollo del PCR, que en aquellos años vio en Isabel y López Rega a los protagonistas centrales de una supuesta guerra entre la Argentina y el “social imperialismo” soviético. A esta tribu perteneció Carlos Zannini, otro ícono del modelo nacional y popular que venera la Presidenta.

Pero si Cristina votó “desde la izquierda” a Perón en septiembre de 1973, ¿habrá votado también a Ramos en marzo? ¿Ella era peronista? La triquiñuela de Ramos fue una pompa de jabón, porque ni siquiera se proponía desmarcarse, apostando por ejemplo a votar a Perón para presidente en una fórmula con otro vicepresidente. Cristina votó desde “la izquierda” a Isabel y López Rega, el creador de la Triple A. La izquierda real estaba en el Frejuli en marzo de 1973. Y en septiembre la Alianza Popular Revolucionaria, con Oscar Alende y Horacio Sueldo, recogió 885.201 votos (7,56%) con candidatos y programa propios, mientras que el trotskista Partido Socialista de los Trabajadores, con Juan Carlos Coral y Nora Sciappone, recibía 181.474 votos.

El sincericidio cristinista desnuda la frivolidad juguetona e irrespetuosa con que se maneja el grupo gobernante. Es la misma ligereza con la que, improvisada como es habitual, bautizó “Carupé” (sic) a la Virgen de Caacupé, la misma superficialidad que exhibió al enrostrarles en la cara al padre Pepe Di Paola y a los curas de la 21-24 que si las cosas cambiaron en la villa fue gracias a este gobierno, ignorando con su desdén proverbial una tarea social que empezó mucho antes de que la Presidenta supiera que esa barriada existe.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 15 de Septiembre de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.