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domingo, 16 de diciembre de 2012

Lo justo… De Alguna Manera...


Lo justo…

Trimarco y Magnetto conmovieron a la Justicia.

“Lo que se llama justicia es un modo de servir los intereses de los que tienen el poder. Los poderosos hablan de justicia pero, en rigor, quieren reafirmar y justificar su dominio sobre los demás miembros de la comunidad. En suma, la justicia es un encubrimiento de intereses particulares.” Esto no lo escribió Carta Abierta promoviendo el juicio por jurados, ni lo repitió enojado el ministro Alak después del fallo de la Cámara a favor de Clarín, ni el abogado de Susana Trimarco después de la absolución de los sospechados de haber secuestrado a Marita Verón. Lo dijo hace dos mil quinientos años Trasímaco, un sofista al cual Platón rebatió en La República.

Y Marx directamente coló el derecho en el mismo plano que la religión: “La justicia de las transacciones que se realizan entre los agentes productivos se basa en el hecho de que estas transacciones derivan de las relaciones de producción como algo natural. Es justo cuando corresponde al modo de producción, cuando es adecuado a él. Es injusto cuando va en contra de él.”

Estas visiones se orientan al carácter distributivo de la justicia donde, dependiendo del sistema de producción para los marxistas o del sistema moral para los libertarios, lo justo es darle a cada uno lo mismo, a cada uno según sus méritos, a cada uno según sus obras, a cada uno según sus necesidades, a cada uno según su rango o a cada uno según lo atribuido por la ley.

Que se considere justa o injusta la existencia de derecho de herencia trasciende al derecho y es el resultado de una determinada moral.

La frustración que siente la sociedad al ver que un juez en primera instancia cree una cosa y la Cámara de su fuero lo contrario es fruto de la colisión entre dos visiones de la justicia. No pocas veces los abogados tienen una concepción formal del derecho reducible a una codificación sistemática de leyes, o caen en un principismo cuyo paroxismo se sintetiza en la ironía “hágase justicia aunque el mundo perezca”. Mientras, la mayoría de la población tiene una visión intuicionista y considera autoevidente lo que es justo más allá de los complejos procedimientos judiciales.

No consuela que se trate de un problema universal donde un juez de Ghana considere ajustado a derecho detener la fragata Libertad para que luego el Tribunal Internacional del Mar de Hamburgo disponga lo opuesto. O dentro de los Estados Unidos las divergencias entre el juez Griesa y su tribunal de apelación.

Los ciudadanos normales tienen una visión de la justicia que podría denominarse “cósmica”, donde lo justo sería algo similar al orden y la medida. Se produce injusticia cuando algo ocupa el lugar que no le corresponde, se produce un exceso o hay una demasía, entonces la Justicia tiene que restablecer el equilibrio corrigiendo y castigando la desmesura, sea ésta del Gobierno o de Clarín, de los fondos buitre o de nosotros los deudores.

John Rawls, el filósofo especializado en justicia más importante del siglo XX, trató de reconciliar la idea de justicia con la de moral, combatiendo las perspectivas utilitaristas que dominaron en el campo del derecho en la modernidad. Para Rawls, es posible imaginar una forma de contrato social generador de una justicia que no fuera resultado meramente de la eficacia social: “Que algunos deban tener menos con objeto de que otros prosperen puede ser ventajoso pero no es justo. Sin embargo, no hay injusticia en que unos pocos obtengan mayores beneficios, con tal que con ello se mejore la situación de las personas menos afortunadas. Puesto que el bienestar de todos depende de un esquema de cooperación sin el cual ninguno podría llevar una vida satisfactoria, la división de las ventajas debería ser tal que suscite la cooperación voluntaria de todos los que toman parte de ella, incluyendo a aquellos peor situados”.

Rawls sostenía que diferentes concepciones de justicia eran resultado de diversas nociones de sociedad: “Para entender una concepción de justicia, tenemos que hacer explícita la concepción de cooperación social de la cual deriva”. El proponía un experimento mental ejemplificado como “el velo de la ignorancia”, donde justo sería aquel sistema que todos eligieran sin saber “cuál es su lugar en la sociedad, su posición, su clase o estatus social, y sin saber nadie tampoco cuál es su suerte en la distribución de ventajas, capacidades naturales, su inteligencia o su fortaleza”.

Si quisiéramos aplicar los principios teóricos de Rawls al caso Clarín, sería justa aquella Ley de Medios que eligieran todos quienes fueran a resultar conductores de medios: Clarín, Telefónica, Vila-Manzano, Moneta, Hadad, Cristóbal López y los miles de pequeños medios audiovisuales no famosos, sin saber a priori cuál sería su suerte en “la ruleta del destino”, a quién le tocaría ser Clarín y a quién ser el pequeño medio de comunicación de un pueblito.

Lo mismo vale para el conflicto de poderes entre la Presidenta y el Poder Judicial. Si quisiéramos aplicar a Rawls, sería justo un sistema de división de poderes que aceptaran todos los políticos de todos los partidos atravesados por el velo de la ignorancia, sin saber si a ellos les tocaría ser del peronismo, del radicalismo o del más pequeño partido vecinal, o si llegarían a presidente o concejal. Simplificadamente: ¿le serviría a Cristina Kirchner tener una Justicia doblegada al Poder Ejecutivo sabiendo que cuando su oposición gobierne padecerá la arbitrariedad de su adversario?

Obviamente, el ejercicio mental que resulta útil a los fines teóricos es inaplicable a los fines prácticos pero sirve para poder colocarnos en el lugar de los demás. ¿Nos gustaría tener jueces garantistas si fuéramos acusados de un delito que no cometimos mientras toda la prensa y la opinión pública piensa que somos culpables? Honró el CELS su independencia al criticar el oportunismo de la Presidenta pidiendo mano dura para los delitos sexuales.

Rawls asimila la justicia a la imparcialidad. “La justicia –escribe Rawls– es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es a los sistemas de pensamiento; una teoría, por muy atractiva, elocuente y concisa que sea, tiene que ser rechazada o revisada si no es verdadera.”

El problema es que la teoría del relato se guía por principios opuestos y, para poder escapar de la comprobación empírica, relativiza toda noción de verdad y de objetividad. En esto los jueces y los periodistas somos primos hermanos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 16 de Diciembre de 2012.