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domingo, 3 de marzo de 2019

Falleció Franco Macri (1930-2019)… @dealgunamanera…

Falleció Franco Macri a los 88 años…

Franco Macri. Fotografía Diario Perfil. Cedoc

Fue en su casa de Barrio Parque a causa de una descompensación respiratoria. El mandatario se encuentra en la Patagonia

© Publicado el sábado 02/03/2019 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El empresario Franco Macri, padre del presidente Mauricio Macri, murió esta noche a los 88 años en su casa de Barrio Parque, en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires. El deceso de Franco Macri, quien sufría diversos problemas de salud, se produjo alrededor de las 21:00 a causa de una descompensación respiratoria, informó Presidencia de la Nación. El presidente de la Nación viajó junto a su familia a la localidad neuquina de San Martín de los Andes, para pasar el fin de semana largo. Hasta el momento, no se pronunció al respecto.

Franco Macri había nacido en Roma, Italia, el 15 de abril de 1930 y llegó a Buenos Aires a los 19 años, junto a dos hermanos. En Argentina ya estaba afincado Giorgio Macri, su padre, quien se había separado de su madre. En 1959 fundó su primera empresa, dedicada a la construcción de casas económicas, la que daría origen a un imperio de más de un centenar de firmas con intereses en ese campo, en el sector automotriz, la telefonía y las obras viales, entre otras.

El empresario consolidaría su expansión empresarial al frente del Grupo Macri-SOCMA, con el que llegaría a ser accionista mayoritario de Fiat Sevel Argentina, un consorcio que fabricó y comercializó vehículos Fiat y Peugeot en el mercado argentino hasta finales del siglo pasado. No exento de críticas y polémicas, como sus relaciones empresariales con la última dictadura militar y su gestión al frente del Correo Argentino, Macri llevó sus negocios a todo tipo de rubros, desde los electrodomésticos hasta los residuos. 

Pocas semanas atrás, el Presidente se había referido a la delicada situación de su padre en diálogo con la prensa, cuando cumplió 60 años. "Espero que me toque una muerte rápida. No me gustaría quedar atrapado en la vida como le está pasando a mi padre que está acá, pero no está. Hace un año que está postrado. Si tiene algún momento de lucidez debe estar pasándola mal", expresó Mauricio Macri entonces. Además Mauricio Macri reveló que uno de los escasos momento de lucidez que tenía en los últimos meses, su padre le pidió que le diera "una pastillita" para "sacarlo". "Ya terminé; no tengo nada que hacer. Dependo de asistencia de terceros para todo", le dijo entonces Franco Macri a su hijo.

Repercusiones en el mundo de la política

El exgobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, fue una de las primeras personalidades de la política que expresó sus condolencias a la familia Macri. "Mis respetos y condolencias al Presidente @mauriciomacri y a su familia, por el fallecimiento de su padre Franco Macri. Los saludo con afecto", escribió en Twitter. El legislador Martín Lousteau también usó esta red social para dejar un mensaje al jefe de Estado: "Mis condolencias al  Presidente @mauriciomacri a su familia por el fallecimiento de su padre Franco Macri.

"Se fue un hombre inmenso, tan sabio como difícil", escribió en Twitter el intendente de Vicente López y sobrino de Franco, Jorge Macri. "Aprendimos mucho de Franco y a veces lo sufrimos, pero ninguno de nosotros sería lo que somos sin él en nuestras vidas. Seguro ya lo abrazó mi papá, su hermano menor, Tenorio. Lo lloramos todos". Otro político, el cordobés radical Mario Negri, le hizo llegar a su "Estimado amigo" Mauricio Macri sus "más sentidas condolencias".

Otro mensaje destacado fue el que escribió Javier Timerman, hijo de Jacobo Timerman: "Cuando mi padre estaba en arresto domiciliario en 1978, el consorcio se reunió para echar a mi familia del edificio. Un vecino armó un escándalo y defendió a mi padre consiguiendo que no se vote esa canallada. Ese vecino fue Franco Macri". "Un gesto que muchos no tuvieron", remarcó.



(Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a perfilcom@perfil.com

sábado, 1 de diciembre de 2018

Alfredo Bravo, un político de los que ya no quedan… @dealgunamanera...

Biografía sobre el socialista Alfredo Bravo, un político de los que ya no quedan…

¿Porteño o entrerriano? Alfredo Bravo gustaba decir que había nacido en Concepción del Uruguay, localidad a la que su padre había sido trasladado por trabajo; pero al mismo tiempo era un porteño de ley, asiduo visitante de la noche y la cultura de Buenos Aires.

El periodista y escritor Jaime Rosemberg presentó su libro "Alfredo Bravo, un maestro socialista", en el que recorre la vida del referente del PS que falleció en 2003. Entre sus mayores logros políticos, Bravo participó de la fundación de CTERA y de la reunificación del Partido Socialista. 

Alfredo Bravo


© Publicado el sábado 16/06/2018 por el portal periodístico El Ciudadano Web de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Evocar al dirigente socialista Alfredo Bravo es hablar de una persona de convicciones, austera y consecuente en pensamiento y acción, como ya no quedan. Se lo suele recordar como un cascarrabias o un testarudo pero a pesar de las diferencias que lo separarán de sus pares, recurría permanentemente al diálogo político en la búsqueda de consensos. Ejemplo de ello fueron la fundación de CTERA y la reunificación del Partido Socialista, tal vez sus mayores logros de su vida política. 


A 15 años de su muerte, el periodista Jaime Rosemberg publicó Alfredo Bravo, un maestro socialista, un trabajo detallado sobre la vida del maestro de grado, gremialista y referente político socialista que falleció de un ataque al corazón el 26 de mayo de 2003, apenas un día después de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia.

Crédito de fotografía: Facebook

“Quienes dicen que era un testarudo, un cascarrabias, obvian esa otra faceta de él, que a pesar de las diferencias le gustaba lograr consensos por el diálogo político. La unificación de la CTERA y del socialismo son sus dos grandes logros políticos y gremiales. El gremialismo docente estaba muy dividido, los que como él venían de sindicatos socialistas decían que el docente no tiene que hacer paro, el docente es un apóstol, alguien que se tiene que brindar a sus alumnos. Los peronistas decían todo lo contrario: huelga, el educador es un trabajador como cualquier otro. Confluir en esas dos corrientes fue muy difícil y Bravo fue uno de los articuladores”, indicó el escritor.

A Bravo le tocó comenzar su militancia, con Juan B. Justo y Alfredo Palacios como referencias ineludibles, durante la irrupción del peronismo, un fenómeno que el socialismo nunca terminó de asimilar. “Hace el servicio militar cuando Perón desarrolla su mayor poder y él es de los jóvenes del partido que empieza a plantearle a los viejos líderes como Américo Ghioldi, que algo hay que hacer porque el socialismo, que había nacido como partido obrero, se había quedado sin las masas, sin su principal objetivo que era atender las necesidades de los trabajadores, de los proletarios y de los inmigrantes”, explicó Rosemberg a El Ciudadano.

Bravo era maestro de grado, y se involucró en el gremialismo, a través de CAMyP, con una visión muy particular: “Él era muy sarmientino. Entendía que quien es docente es porque tiene esa vocación de enseñar, de ofrendar, de dar y que no debería estar mezclado con el interés político”.

Tuvo una comprometida acción por los derechos humanos, participando de la APDH, lo que le valió ser “chupado” por la dictadura, estar 13 días desaparecido y recién después ser blanqueado y encarcelado en La Plata. 

“Al otro día que lo chupan, (Jorge Rafael) Videla se encuentra con (el entonces presidente norteamericano Jimmy Carter, quien le plantea por el paradero de dos personas, de Jacobo Timerman y de Alfredo Bravo. Luego de eso lo blanquean. Pero le cuesta 13 días donde sufrió lo peor de las torturas que le dejarían secuelas para el resto de su vida”, explicó Rosemberg.

Luego de muchos meses detenido, la dictadura le otorgó una libertad vigilada y en enero de 1979, antes de que finalizara el gobierno de facto, volvió a la actividad gremial y a la APDH.

Con el regreso de la democracia, tuvo un cargo en el gobierno de su amigo Raúl Alfonsín, situación que lo incomodó hasta que se fue de la gestión: “Estaba en el medio entre el gobierno, que lo quería como un ex titular de la CTERA para darse chapa y sus compañeros del gremialismo que le decían que los tenía que ayudar a aumentar los salarios, a conseguir beneficios. Él hizo equilibrio durante varios años hasta que se le empezó a complicar, anunció un aumento y su superior Adolfo Stubrin lo desautoriza. Bravo le ofrece la renuncia a Alfonsín varias veces. Hasta que sobreviene el tema de (la aprobación de las leyes de) Punto Final y Obediencia Debida que lo deciden a irse”.

Los 90 lo encuentran en el rol de diputado nacional, oponiéndose al neoliberalismo de Menem e intentando armar coaliciones políticas como el FREPASO, donde luego de que se sumara la UCR y la Alianza llegara al poder, fue perdiendo peso de decisión.

Su trabajo legislativo, sin embargo, fue de avanzada, sobre temas que lograron aprobarse mucho tiempo después o algunos incluso ni siquiera eso. “Planteó la nulidad de Obediencia Debida y Punto Final, la despenalización del aborto, también más derechos para transexuales y travestis. Siempre legisló en un mismo sentido.

(Fernando) De la Rúa le caía muy mal pero se lo bancó porque era la alianza que habían conformado. Después, con la reforma laboral, la primera ley con la que no estuvo de acuerdo, se fue (de la Alianza)”, describió Rosemberg.

Luego llegó el estallido de 2001 y el reclamo de “que se vayan todos”, que Bravo no consideraba que se aplicara a él: “Estaba muy enojado. A él lo paraban por la calle pero no lo puteaban. Sentía que estaba aparte de la clase política, que él no se había llevado plata, ni era responsable de la implosión. De hecho él pierde sus ahorros en el 2001, tampoco usó su influencia como diputado para sacar la plata. Un político de los que ya no existen”.

En 2003, luego de pelearse con Elisa Carrió, emprendió junto a Rubén Giustiniani una campaña presidencial que encontró resistencia dentro del propio socialismo y que no le fue bien en las urnas. Sus últimos días, lo encontraron muy decepcionado con la política. 

“Fue un político austero, honesto, simple, demasiado calentón para lo que es el estándar de la política, donde a veces hay que demostrar un poco más de muñeca, tal vez podría haber llegado a más lejos. Pero el carácter y las convicciones eran más fuertes que el qué dirán o el consejo de un asesor”, relató Rosemberg.

“Con el correr del tiempo las pequeñas diferencias quedan de lado y queda el ejemplo de la persona. Los gremialistas peronistas dicen que estuvieron juntos en todas las luchas, los socialistas lo consideran un ejemplo. Qué mejor que sacar lo positivo y dejar las peleas propias de la condición humana y realzar el ejemplo de rectitud, de honestidad, de coherencia. Fue un político de los que casi no quedan y que estaría bueno recrear porque no está bueno que la política la hagan los consultores de opinión”, finalizó. 

El mito del lugar de nacimiento 

¿Porteño o entrerriano? Alfredo Bravo gustaba decir que había nacido en Concepción del Uruguay, localidad a la que su padre había sido trasladado por trabajo; pero al mismo tiempo era un porteño de ley, asiduo visitante de la noche y la cultura de Buenos Aires.

“El mito tiene que ver, un poco en broma y un poco en serio, con una picardía de don Alfredo que él decía que había nacido en Concepción del Uruguay el 30 de abril de 1925. En el registro civil de allá no encontré nada y en su libreta de enrolamiento era nacido en la ciudad de Buenos Aires. Mi tesis es que nació allá pero lo anotaron en la ciudad de Buenos Aires. Haya nacido donde haya nacido era un porteño de cabo a rabo”, explicó Rosemberg. 
Presos por Pelotudos

Luego de ser “blanqueado” como preso por la dictadura, Bravo pasó varios meses detenido en la Unidad 9 de La Plata, donde conoció a Adolfo Pérez Esquivel y a varios de los que luego serían sus colaboradores en el Congreso. “Conoce a un jujeño, Jorge Ríos, que fue su compañero de habitación. Que cuando Bravo llegó al penal, le explicó: «En este módulo están los montoneros, en este otro los del ERP, y en este otro estamos los PPP, los Presos Por Pelotudos que somos nosotros». Trataban de ponerle humor dentro de esa situación espantosa que vivieron”, contó el escritor.


viernes, 6 de abril de 2018

Los cómplices de la mentira… @dealgunamanera...

Los cómplices de la mentira…

Jorge R. Videla y Claudio Escribano. Fotografía: Archivo Página/12.

La maldad inconsciente es cuando alguien no se da cuenta. Otra forma es cuando alguien sabe lo que hace y no lo oculta. Pero la peor de todas es cuando se sabe y se lo oculta. Como hicieron los militares de la dictadura con los desaparecidos. Otra variante es el cómplice de esa mentira. La corporación de medios fue cómplice de la dictadura al ocultar lo que ocurría con el terrorismo de Estado y fue cómplice con la dictadura al ocultar lo que ocurría en Malvinas durante la guerra. Ahora resulta que no, que fueron críticos y que estaban asustados, según la nueva versión que ofrece el que fuera en ese entonces subdirector del diario La Nación, Claudio Escribano, en una entrevista que publicó esta semana el periódico El País de España.

© Escrito el viernes 06/04/2018 por Luis Bruschtein y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El ocultamiento de la maldad es el reconocimiento de que se trata de algo inaceptable, que ningún argumento alcanza para justificarla, que existen argumentos que solamente pueden entender algunos pocos elegidos.  

Escribano reconoce su profundo rechazo al kirchnerismo, pero no le aclara al entrevistador que poco antes de asumir Néstor Kirchner, le presentó un ultimátum de cinco puntos. En el segundo decía muy claramente: “No queremos que haya más revisiones de la lucha contra la subversión. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas”. El entrevistador es concesivo, sabe con quién está hablando y lo deja irse por las ramas. El nombre de Jacobo Timerman surge en la entrevista y Escribano responde casi en forma despectiva,”son cosas de Timerman”, ni el entrevistador ni el entrevistado dicen que Timerman estuvo secuestrado y fue torturado salvajemente por la dictadura. Tampoco dicen que cuando lo liberaron, Timerman recibió el premio Moors Cabot y que los directores de La Nación y Clarín, devolvieron los suyos en clara defensa de los genocidas.

El País presenta a Escribano como si fuera un periodista influyente y al mismo tiempo inocente. Son conceptos que se contradicen. Escribano fue el subdirector, con funciones de director efectivo, en el diario más conservador del país en largos períodos de dictadura, durante los cuales, los dictadores se sentían expresados por ese medio. Pero las hilachas se escapan entre las palabras. “¿Cómo vio la dictadura cuando fue el golpe?” pregunta. “Como algo inevitable”, responde Escribano usando la justificación más frecuente del golpe del 76. Era evitable si el grupo social que representaba La Nación no lo hubiera respaldado.

Las preguntas siguen y “el periodista político estrella de ese momento” asegura que no sabía nada. “Sí, aparecían cuerpos –dice la estrella del periodismo– pero como un tema abstracto, no con nombres y apellidos, ni como números.” Entonces se sabía, era imposible no saberlo para un periodista. Y los militares no lo ocultaban a periodistas amigos, al revés, lo exhibían con orgullo como parte de una victoria militar o trofeo de guerra. Sigue con el tema de los desaparecidos: “Todo quedaba en los enfrentamientos, pero uno iba teniendo una idea de que había más cosas. Pero los militares con los que se tenía diálogo jamás hacían concesión con esto”. Alguien que presenta un ultimátum como el que le plantaron a Néstor Kirchner demuestra que estaba enterado y que lo justificaba plenamente. Agrega que “del robo de niños no teníamos ni idea”, pero el ultimátum exigía la impunidad para todos los genocidas, incluyendo a los responsables por el robo de niños. No solamente exigía la impunidad, sino que reclamaba el reconocimiento público a lo realizado por las Fuerzas Armadas.

Escribano se reunió con Kirchner, pero dice que no lo hizo con Videla. Dice que el periodismo tendría que haber hecho más durante la dictadura, pero La Nación y Clarín fueron defensores activos de la dictadura frente a otro periodista como Jacobo Timerman. Los dos diarios están involucrados en la historia negra de Papel Prensa, el monopolio expropiado por los militares que habían secuestrado a la familia y a empresarios del grupo Graiver.

Reconoce que un general condenado por violaciones a los derechos humanos, le advirtió de que estaba “en la mira de López Rega”. Dice que lo amenazó el almirante Emilio Massera “pero debo reconocer que cuatro días después me llamó para disculparse”. Vivía en un mundo de animales que se lanzaban esas amenazas de muerte, pero dice que no sabía nada y encima lo justifica porque después le pidió disculpas.

La derecha argentina no puede aceptar su historia de violencia y autoritarismo, que son condiciones que suele denunciar como exclusivas de los movimientos populares. Le parece natural que lo amenacen de muerte. Entonces le recuerdan que el diario Buenos Aires Herald, con mucho menos poder que La Nación, cubría la información sobre los desparecidos. “Bueno –responde–, pero el Buenos Aires Herald también apoyaba a Martínez de Hoz”, como si eso restara valor a lo que hacía el periódico de lengua inglesa y no hacía La Nación.

Coronación de un discurso engañoso: después de jurar que no sabía nada, finaliza con el argumento de los genocidas para explicar sus condenas: “La batalla cultural ha sido ganada por la izquierda. El tiempo cerrará todo. Ha habido militares condenados, muchos en prisión. La amnistía y los indultos han servido para los subversivos. La Nación ha tenido una posición muy rotunda a pesar de las críticas y de ser minoría. Todos los políticos argentinos tenían diálogo con los militares, empezando por los del partido comunista. Los casos de desaparecidos tenían muy poco eco en la sociedad, salvo en la APDH en la que estaba Raúl Alfonsín”.

El “tiempo” no cerró nada. En todo caso lo cerrará la lucha de los organismos de derechos humanos acompañados por la sociedad y la justicia. En cambio, “el poco eco” se convirtió en trueno a medida que pasó el tiempo y junto con ese transcurso creció el repudio de la sociedad a los genocidas. Los juicios no fueron consecuencia del triunfo de la “subversión”, como dice Escribano, sino de la victoria de la democracia, quizás la más importante de los últimos treinta y cuatro años. En este tiempo se han escrito muchos libros, desde “La prensa Canalla”, hasta “Decíamos ayer”, sobre la complicidad de las corporaciones mediáticas con la dictadura. No hay forma de ocultarlo o disminuirlo. La intención de hacerlo los pone más en evidencia, los muestra conscientes de la monstruosidad que cobijaron y del daño gravísimo que infligieron.



domingo, 27 de marzo de 2016

La fatal equivocación… @dealgunamanera...

La fatal equivocación…


La fatal equivocación. Dibujo: Pablo Temes.

La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores.

Han pasado cuarenta años del golpe de Estado; en junio habrá pasado medio siglo del que derrocó a Arturo Illia. En esa década que va entre 1966 y 1976 se preparó la tormenta que cerró el horizonte a partir del siniestro 24 de marzo. En ambas fechas, un periodismo mal informado, confundido o cooptado proporcionó a sus lectores un cuadro de marasmo político (en 1966) o de inconmensurable desorden interno (en 1976), que no tenía otra solución que la que se preparaba en los cuarteles.

Frente a un gobierno que no actuaba (el de Arturo Illia) o frente a un gobierno peronista en disolución que no estaba en condiciones de enfrentar los hechos de violencia, en parte generados desde su mismo corazón por la Triple A; entre un presidente blando y lerdo, como se dijo de Illia en las poderosas revistas semanales que lo caricaturizaban como una tortuga; y una presidenta como Isabel Perón que se refugiaba en Ascochinga, muchos argentinos, apoyados por tesis que difundían los grandes diarios, y el menos leído, pero muy infuyente La Opinión de Jacobo Timerman, creyeron que el golpe llegaba para restaurar el orden.

La fatal equivocación explica el apoyo o la indiferencia civil que acompañó a los tanques.

La sociedad (nunca más justo ese término que tenía pocas excepciones) terminó eligiendo entre “orden” o “anarquía” sin querer enterarse del precio que pagaba. No necesitó otros motivos que el caos de los últimos meses de Isabel Perón y la violencia entre bandos armados. Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”.

Los partidos aceptaron convencerse de que esos militares eran caballeros que llegaban a restaurar un sistema político que ya no servía por defección e incapacidad de sus mismos dirigentes. Le proporcionaron a la dictadura funcionarios, intendentes, diplomáticos. Fueron colaboracionistas incapaces y cómplices. Ellos también habían dejado de entender.

Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”

Si se me permite un recuerdo: en aquel entonces, yo era parte del activismo pequeño burgués de un partido marxista y conocía el clima de las entradas y las salidas de fábrica. Mis compañeros obreros, salvo los muy enceguecidos por una línea partidaria, no podían organizar su experiencia de violencia cotidiana, la portación de armas por gente hasta entonces pacífica, los rumores de muertes, la militarización de quienes en muchos casos habían sido camaradas y amigos.

Nada podía interpretarse con las claves que hasta entonces se usaron; la realidad se disgregaba como si fuera una construcción arenosa, donde todo paso abría un agujero en la superficie que, antes conocida, ahora se volvía un pantano lleno de trampas. Aunque tuviéramos “línea política” no estábamos en condiciones de contestar las preguntas más elementales ni respuestas capaces de orientar actos cotidianos: ¿tenía sentido dejar un paquete de volantes en casa de esa obrera, aunque si eran encontrados a ella seguramente le costaría su libertad o su vida?, ¿podía pedirse a ese compañero de Ford que hablara en la asamblea, aunque lo mataran al día siguiente?

Es increíble el modo en que la convicción ideológica vuelve despreciables los propios riesgos, pero también aquellos que tomamos sin avisar a quienes ponemos en peligro en nombre de la revolución o la liberación o el pueblo. Nos habíamos vuelto implacables creyendo que éramos generosos y valientes. Atribuíamos a todos nuestra propensión intelectual al sacrificio.

Pensar los errores.

En estos cuarenta años hemos maldecido a la dictadura y está bien. Pero en 1985 comencé a preguntar si, ya en condiciones de democracia, no era momento de que nos  examináramos nosotros. No sólo los que fueron guerrilleros sino también quienes pensábamos que la guerra vendría después, cuando “estuvieran dadas las condiciones”. El repudio que recibió mi pregunta de 1985 fue casi unánime. Y eso que no había Twitter.

Como sea, la cuestión sigue intrigándome. La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores. El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, incluso en sus formas más elementales. Para algunos de nosotros, sin embargo, la discusión sobre el peronismo y la izquierda revolucionaria debía comenzar ya, incluso en las peores condiciones.

Pero eso tenía mucho de abstracto y era discutido con  argumentos morales: no hablar de las víctimas mientras gobiernen los verdugos; no hablar de nosotros mismos cuando podíamos ser las próximas víctimas; no llamar guerrilleros a los militantes muertos o desaparecidos; no denunciar el aventurerismo de las organizaciones revolucionarias que habían sacrificado a sus integrantes.

El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, aun la más elemental

Tuvieron que pasar muchos años para abrir ese debate. Oscar del Barco tiene el mérito y la coherencia de haber reflexionando sobre el caso de un militante asesinado por su propia organización. Mucho antes, todavía en el exilio de México, Héctor Schmucler escribió una frase decisiva que nadie había escrito: “¿Acaso Rucci no tenía derechos humanos?”.

Esas palabras abrieron una nueva etapa. La primera, sin duda, fue la resistencia heroica de los organismos de derechos humanos, impulsada por el desesperado coraje. Esa lucha abrió una perspectiva sin obtener el derecho de trazar un límite.

Nota al pie.

¿Cuántos desaparecidos? Cualquier cifra nos convence de que fue un infierno. Eso no pudo entenderlo un funcionario (ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires que hace doblete como director artístico del Teatro Colón). Sacó la calculadora y sirvió una mescolanza de datos históricos, comparaciones poco esclarecidas y, sobre todo, manifiesta impunidad para ser al mismo tiempo pedante y escasamente conocedor de un tema al que ofendía con su intervención desorganizada por la precipitación y el nerviosismo.


  

martes, 24 de marzo de 2015

Los Golpes de Estado políticos y empresariales... De Alguna Manera...

Videla: "Los políticos incitaban al golpe, los empresarios también"…

Análisis sobre la relación del empresariado y la dictadura durante el último golpe de Estado. El último golpe de Estado fue el más organizado de todos los que ocurrieron en nuestro país. Las primeras conversaciones ocurrieron, de manera informal, nueve meses antes, cuando el general Jorge Rafael Videla fue nombrado jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, durante el gobierno constitucional de la presidenta Isabel Perón.

En una de las entrevistas para mi libro Disposición Final, Videla sostuvo que “la planificación del golpe en forma orgánica comienza luego, cuando me convierto en comandante en jefe del Ejército”, el 28 de agosto de 1975, cuando, durante una crisis militar y política, el Ejército impuso a la Presidenta la designación de Videla.

“En ese momento, empiezo a recibir visitas de gente interesada en verme”, agregó.

 A esa altura, el gobierno peronista estaba muy debilitado: un drástico programa de ajuste económico, bautizado el “Rodrigazo” por el apellido del ministro de Economía, Celestino Rodrigo, había derivado en la primera huelga general contra un gobierno peronista y en la salida del hombre fuerte del gobierno, José López Rega.

Todo eso en medio de una densa violencia política, con distintos grupos armados, de izquierda y de derecha, que en 1975 cometieron 1.065 asesinatos por razones políticas. En las vísperas del golpe, cada cinco horas ocurría un atentado y cada tres estallaba una bomba, según el diario La Opinión, de Jacobo Timerman.

Fue el golpe más preparado y comentado de la historia nacional; tanto fue así que los últimos tres meses y medio del gobierno peronista fueron utilizados por los militares para elaborar las listas de personas que serían detenidas luego del 24 de marzo de 1976 a lo largo y ancho del país.“No era una situación que nosotros pudiéramos aguantar mucho: los políticos incitaban, los empresarios también; los diarios predecían el golpe. La Presidente no estaba en condiciones de gobernar. El gobierno estaba muerto”, dijo Videla.


Los principales actores políticos y económicos jugaban al golpe, incluidos los grupos guerrilleros, que pensaban que el retorno de los militares al poder los favorecería porque, de esa manera, la mayoría de los argentinos comprenderían quiénes defendían, de verdad, sus genuinos intereses.

Basta recordar el comunicado del Ejército Revolucionario del Pueblo, uno de los principales grupos armados, hace hoy 39 años: “Es el comienzo de un proceso de guerra civil abierta que significa un salto cualitativo en el desarrollo de nuestra lucha revolucionaria”.


Esas listas de detenidos derivaron en miles de asesinados y desaparecidos.

Según Videla, los militares protagonizaron el golpe de 1976 con un consenso básico: “Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que la sociedad le pasara desapercibido. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera”.

Antes de morir, en 2013, Videla asumió en Disposición Final la responsabilidad de esa “decisión”, y sostuvo que, si bien tenía “un peso en el alma, no estoy arrepentido de nada ni ese peso me saca el sueño. Duermo muy tranquilo todas las noches”.

© Escrito por Ceferino Reato, editor ejecutivo de la revista Fortuna, el martes 24/03/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 5 de octubre de 2013

El periodismo desde la recuperación democrática... De Alguna Manera...


Una profesión indispensable para una sociedad democrática...


Carlos Ares reflexiona sobre el rol del periodismo desde la recuperación democrática. Desde los primeros resquicios, abiertos en plena dictadura por la revista Humor, pasando por el valor de publicaciones como el Buenos Aires Herald de Robert Cox hasta la irrupción del tema de la corrupción, de la mano de Página/12. El crimen de Cabezas, el recuerdo de los más de cien periodistas desaparecidos y la actualidad de la “militancia periodística”.

Prólogo necesario. Treinta años de periodismo suponen unos 16 millones de minutos, de noticias, de títulos, nombres, fotografías, programas de radio o de TV, portales, análisis y comentarios confeccionados y retransmitidos por miles de profesionales. Revisarlos en un texto breve impone una selección brutal, casi salvaje. Pero, aún así, el sobrevuelo resulta útil. Revisar es recordar, recordar es traer al presente las miradas sobre nosotros, sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos, todos.

‘Humor’, fin y principio

El ciclo de la dictadura militar que se inició en 1976 se da formalmente por concluido el domingo 30 de octubre de 1983, día de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente de la Nación.

Los historiadores advierten que, en realidad, el fin de la dictadura comenzó a gestarse en junio de 1982, cuando la derrota en la guerra de las islas Malvinas acabó con el último y desesperado intento de los militares para mantenerse en el poder.

Pero desde el periodismo podría también situarse ese final en la entonces imperceptible raja, luego grieta, más tarde fisura y por último en el inmenso boquete que abrió en la represa de la censura militar la revista Humor en 1978, antes de que se disputara el Mundial de Fútbol.

Mensual al comienzo, quincenal después, en el número ocho de la revista ya estaba en la tapa, dibujado ante el tiburón insaciable de la inflación, el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz.

Y en el número 15 se atrevieron con la caricatura de Videla.

La revista fue obligada en principio a una “exhibición limitada”, luego prohibieron una edición, pero ya no podían con ella ni con la creciente demanda y, en adelante, ya no podrían con nada.

En ese contexto, en el de los años previos a la recuperación democrática, junto a Andrés Cascioli, Tomás Sanz y toda la tira de dibujantes y redactores de Humor, debe también releerse a la inolvidable María Elena Walsh y su estremecedor País jardín de infantes, artículo escrito en 1979 para la sección Opinión del diario Clarín.

También es un deber rendir tributo al coraje de Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald, a quienes las Madres de Plaza de Mayo dedicaron años después una solicitada pagada por ellas mismas con el título: A Roberto Cox, el periodista digno, el hombre íntegro.

El filo de Humor, que se presentaba como “la revista que supera apenas la mediocridad general”, cortaba el silencio mortal, desintegraba el autoritarismo, la soberbia y la locura militar, disolvía su poder, los desnudaba de uniformes y máscaras y los revelaba ladrones e inútiles.

El efecto del humor fue siempre demoledor para todo tipo de poder que se inviste absoluto e impune.

Ahora mismo, aunque en una escala mucho menor de riesgo, el sarcasmo de las columnas que escribe cada domingo Alejandro Borensztein en Clarín y las ironías con que se responde a los dichos del poder en el programa Periodismo para todos de Jorge Lanata son, en lo inmediato, políticamente más devastadoras que las denuncias documentadas de corrupción o mala gestión, causas siempre demoradas en procesos judiciales interminables.

La imagen de la represa que se resquebraja y se parte, es quizá la más indicada para representar simbólicamente lo que ocurrió.

La sociedad tenía sed de saber todo lo que encubrió la dictadura y que pasaba en el día a día.

Había que sacudirse el gris, el cuerpo, la lengua y, casi, aprender de nuevo el oficio.

La censura militar que reprimía el flujo y dejaba gotear sólo su versión de los hechos se pudrió en su propio embalse.

Hasta el final de la década del 80, el periodismo se desbordó en publicaciones, programas de radio y televisión.

En esos programas había de todo: cómplices de la dictadura, militantes de los partidos políticos en recuperación y profesionales que habían sobrevivido en la clandestinidad o que regresaban del exilio.

Medios y política

En el río revuelto se formaban sociedades como la que reunió a la feudal familia Saadi de Catamarca con ex Montoneros para sostener el diario La Voz, de la llamada “izquierda” peronista. A su vez, ex jefes de la organización guerrillera ERP, aportaban fondos acumulados en robos o secuestros extorsivos para bancar la salida y los pasivos económicos iniciales del diario Página/12, nacido entonces para “contrainformar” y revelar lo que el poder quería ocultar y subsidiado ahora con fondos públicos. El Partido Comunista edita Sur y fracasa. La Junta Coordinadora del radicalismo, que lideraba Enrique “Coti” Nosiglia, intenta también tener su propio diario para apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín, electo en octubre de 1983, y desarrolló, con publicidad oficial y fondos públicos, la última etapa de Tiempo Argentino. Poco antes, en febrero de 1982, el llamado “desarrollismo” rompía su histórica alianza política y financiera con Clarín y sus representantes, entre ellos, Rogelio y Octavio Frigerio, Oscar Camilión y Antonio Salonia, años más tarde aliados al peronismo como ministros del gobierno de Carlos Menem. Clarín quedó entonces en manos de la viuda de Roberto Noble, su fundador, y de un gerente y militante que había llegado con el desarrollismo, Héctor Magnetto.

Las nuevas tecnologías y la televisión abierta, el llamado “destape” que se produjo durante los primeros años de la recuperada democracia, renovó los textos, los diseños, el lenguaje, se instalaba un “nuevo periodismo” y la libertad se expresaba en los escaparates de los quioscos, donde se exponían y vendían a la vez, en cantidades que hoy resultan increíbles, revistas culturales como Crisis y de contenidos esotéricos, sexuales y diversos como Libre, de actualidad como Gente, Siete Días, PERFIL y políticas como Somos, nacida en los 70 para apoyar a la dictadura.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, financió también un semanario político, El Expreso, con el que esperaba apoyar su postulación como candidato a presidente, pero el proyecto fracasó a los pocos meses. A la vez, Bernardo Neustadt, otro apologista de la dictadura, seguía editando Extra y Jacobo Timerman, que había sido secuestrado y torturado, se hizo cargo de La Razón, tradicional vocero del Ejército, a pedido del gobierno radical.

Al amparo del prestigio social creciente que tenía el periodismo, los conversos se escondían en las redacciones. Informantes, cómplices y ex servicios de inteligencia de los militares y de los Montoneros o del ERP resurgían como “periodistas” y comenzaban ya a reescribir el pasado para instalar un “relato”. El vértigo de aquellos años impedía hacerse las preguntas básicas: ¿qué hiciste, dónde estabas? Se trataba de sumar todas las fuerzas a la investigación de la barbarie militar.

Las crónicas del juicio a las juntas de comandantes de la dictadura fueron trabajos urgentes y ejemplares. Una revista, cada semana, El Periodista de Buenos Aires, financiada por Andrés Cascioli con los beneficios de Humor, y el Diario del Juicio, publicado por la editorial Perfil, son sólo dos de las cumbres éticas alcanzadas por el periodismo en estos treinta años. Durante la dictadura, Perfil sufrió el secuestro de su director editorial, Jorge Fontevecchia, y ocho clausuras de sus productos. En la radio se destacaba Magdalena Ruiz Guiñazú, que había sido integrante de la Conadep.

Los más experimentados profesionales eran requeridos por los más jóvenes, sin importar la procedencia o las ideas políticas. Se formaron parejas emblemáticas. Mónica Gutiérrez era la cara más “alfonsinista” junto al “peronista” Carlos Campolongo en el noticiero central de la TV pública. Jorge Lanata convocó a Horacio Verbitsky, servicio de inteligencia de Montoneros, y al escritor Osvaldo Soriano, para ser columnistas en Página/12. El diario Crónica, dirigido por el mítico Héctor Ricardo García, vendía, con sus tres ediciones diarias, más ejemplares que Clarín. La Nación desplazaba a La Prensa entre los sectores de clase media y alta.

Menem, pizza y champagne

Los alzamientos “carapintadas” de la Semana Santa de 1987, el fracaso del Plan Austral, la hiperinflación y la llamada “renovación” del peronismo, en la que Carlos Menem se impuso a Antonio Cafiero, provocaron el final anticipado del gobierno de Raúl Alfonsín. El periodismo derramado comenzaba a ser negociado. Salían nuevos medios, pero la crisis económica golpeaba a la mayoría. Entre 1987 y 1991 cerró la cuarta parte de las fuentes de trabajo. La investigación del asesinato de la adolescente María Soledad Morales en Catamarca,  que convocó durante meses a los diarios y la televisión hasta el juicio y la condena de los responsables, le dio a los empresarios periodísticos la verdadera dimensión de su influencia. Tenían poder y comenzaron a ejercerlo.

A fines de 1989, Menem elimina el inciso “f” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión que impedía a los dueños de los medios gráficos participar de la propiedad de radios o canales de televisión y desencadena, seguramente sin prever las consecuencias, la formación de “grupos”, de “corpos”, de “holdings” en todo el país. Clarín legitima así la propiedad de radio Mitre y se queda con Canal 13. En el reparto, entre otros, la familia Vigil, dueños de editorial Atlántida, editora de la revista Gente, con el canal 11, ahora en manos de la española Telefónica.

Las sucesivas crisis económicas o financieras, los cambios tecnológicos que ampliaron la red de medios a cables, satélites y sitios virtuales, además de los pactos o acuerdos políticos de turno, determinaron luego pases de manos y de acciones en el control de los canales y emisoras de radio, hasta que a fines de 2007 otro presidente peronista, Néstor Kirchner, aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y consolidó el monopolio de Clarín, el mayor grupo privado de medios del país.

El periodismo líquido, turbio de dictadura, que se fue aclarando en la transición democrática, se cristalizó en los noventa y se convirtió en el espejo de la sociedad. La política de venta de las empresas del Estado estimuló los negocios y las ambiciones, crecieron en calidad e información los diarios económicos, liderados por Ambito Financiero. El gobierno de Carlos Menem –reelecto en 1995– es, desde el comienzo y durante los dos períodos de su gestión, sospechado, acusado y denunciado por más de 200 hechos de corrupción. El diario Página/12 inaugura, en 1991, la serie con las “coimas” que le piden a la empresa Swift-Armour para aprobar sus proyectos de inversión. En revistas, es Noticias, un semanario de política y actualidad, la publicación que contribuye a revelar la descomposición del sistema. Mucho más modesta, en recursos y en lectores, La Maga, criticó también duramente, desde 1992,  la cultura de “pizza y champán” del menemismo.

Menem confiaba en un pacto, no escrito, según el cual facilitaba a los grandes medios la formación de grupos concentrados a cambio de apoyo a su gobierno. Pero ese supuesto “acuerdo” no alcanzó a las publicaciones más independientes o partidarias. Por su parte, muchos periodistas encuentran en los libros de investigación sus propias fuentes de trabajo, sin intermediarios. Los lectores, ávidos, insatisfechos, demandan la información en contexto y las relaciones empresarias y políticas

La tradición retomada por Rodolfo Walsh en los años sesenta, con Operación masacre y Quién mató a Rosendo, entre otros títulos memorables, recobra fuerza en los años noventa. El crecimiento del género es imparable. Una frase adjudicada al diputado peronista-menemista, José Luis Manzano, “robo para la corona”, dio el título a un libro de Horacio Verbitsky que alcanzó un registro histórico de ventas. La avalancha de libros de ensayo y de investigación firmados por periodistas abarcó a todas las actividades y personajes, desde las “biografías”, autorizadas o no, de artistas populares, hasta los ensayos y análisis sobre acontecimientos que aún estaban bajo investigación, como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, el contrabando de armas, los saqueos, la caída del gobierno de la Alianza y la crisis terminal del año 2001.

De la “ley mordaza” a la Ley de Medios

El periodismo comienza a verse también en el espejo de la corrupción de los años noventa y en la primera década del nuevo siglo. La expansión de los grupos multimedia en negocios que no tienen que ver con el periodismo, limita la independencia de sus profesionales o los hace participar en las llamadas “operaciones”, a veces sin que ni siquiera se enteren. Por su parte, la necesidad de mejorar su imagen ante el público y de relacionarse en buenos términos con los medios, lleva a las empresas a crear sus propios departamentos de prensa y a contratar agencias “consultoras”.

Los derechos del periodista raso se reducen. Los medios marginales, en ventas de ejemplares o en audiencia, se ven sometidos por las urgencias económicas. El poder político no soporta las críticas ni la investigación. En 1995, cuando es reelecto, Menem declara: “derroté a la oposición y a la prensa”. Trece años más tarde, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, le iniciaba la guerra a una supuesta “corpo” de medios opositores liderada por Clarín, con los que había pactado hasta entonces.

En 1995, Rodolfo Barra, ministro de Justicia de Menem, preparó un proyecto de “ley mordaza” para castigar los supuestos “excesos” de la prensa. En 2008, Kirchner encubrió su ataque al grupo Clarín en un proyecto de Ley de medios que debía promover la “pluralidad de voces”, pero terminó en demandas por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia.

Los periodistas buscaron refugio en las empresas que seguían produciendo periodismo. La reaparición del periódico Perfil resultó un oasis ante lo que parecía convertirse de nuevo en un desierto, esta vez de medios independientes. Desde sus comienzos, la editorial Perfil soportó ataques, extorsiones políticas, judiciales y financieras, y también fracasos económicos. El asesinato de de uno de sus reporteros gráficos, José Luis Cabezas, fue el crimen que marcó la época.

Treinta años después, con el recuerdo de José Luis, sin olvidar los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.

En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido “grupos” de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero, para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido.

© Escrito por Carlos Ares (*) el domingo 29/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(*) Fundó y dirige las escuelas de periodismo TEA y TEA Imagen. Trabajó en El Gráfico, Goles y Humor. En 1981 comenzó a colaborar en Madrid con el diario El País, del que luego fue corresponsal en Buenos Aires durante 23 años. Jefe de sección de El Periodista de Buenos Aires en 1984 y prosecretario general del diario La Razón en 1985. Creó y dirigió las revistas La Maga entre 1991 y 1997 y La García en 1999. Condujo por Canal 7 entre 2000 y 2002 el programa Troesma, nominado al Martín Fierro como “mejor programa cultural”. Actualmente coordina el sistema de medios públicos de la Ciudad de Buenos Aires y conduce el programa La clase en el canal de la Ciudad.