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viernes, 28 de agosto de 2020

Impunidad y mordaza. Los 'gritos' del 17ª… @dealgunamanera...

Los 'gritos' del 17ª…

Los medios del miedo. Dibujo: Pablo Temes

Al Gobierno le dolió el banderazo y lo evaluó mal. Si sigue con su agenda, habrá más marchas.

© Escrito por Nelson Castro el sábado 22/08/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Se ve que al Gobierno el banderazo del 17A le dolió y mucho. Es lo que reflejaron las declaraciones de sus funcionarios el día después y los subsiguientes. La frase más infeliz de todas fue la del Presidente: “No nos van a doblegar los que gritan”, dijo. Quienes “gritaban” en la calle eran ciudadanos y ciudadanas que ejercían su derecho a manifestarse y a protestar.

Curiosa y contradictoria expresión la del jefe de Estado. Curiosa por provenir de alguien perteneciente al peronismo que irrumpió en la vida política de la Argentina “gritando” en la calle el 17 de octubre de 1945. Contradictoria porque el mismo Alberto Fernández participó en abril de 2013 de una marcha contra la reforma judicial impulsada por Cristina Fernández de Kirchner. Parece que, para AF, cuando ganan la calle sus acólitos es “el pueblo peticionando”, pero, cuando lo hacen sus opositores, “gritan”.

Al oficialismo le dolió que la oposición haya ganado la calle. Durante décadas el peronismo se sintió dueño de la calle y de la Plaza de Mayo. Eso ya pertenece al pasado. La calle –como la Plaza de Mayo– es de todos.

Si el Presidente no se hubiera dejado atrapar por la turbación, habría hecho una mejor evaluación de lo que pasó –y de lo que pasará– porque, de seguir el Gobierno con esta agenda, habrá más marchas.

Hubo una cuestión de magnitud a tener en cuenta: de no haber sido por la cuarentena, la concurrencia habría sido mucho más numerosa aún. El Presidente –y sus funcionarios– se quedaron con las imágenes de lo sucedido en la Capital Federal. Si hubiesen profundizado un poco más, habrían visto que hubo mucha gente manifestando en diversos lugares del país. Habrían apreciado, además, la heterogeneidad de los que manifestaban –entre los que había quienes votaron por el Frente de Todos– y habrían advertido que junto con el rechazo al proyecto de la reforma judicial hubo otros reclamos más terrenales: seguridad, trabajo y los efectos colaterales de la cuarentena.

“Esa gente jamás estará con nosotros”, se escuchó decir en los pasillos del poder. Es lo que se oía también durante el kirchnerato y durante el gobierno de Mauricio Macri en referencia a sus opositores. Parece que, al igual que a sus predecesores, a Alberto Fernández le cuesta entender que es el presidente de todos, lo hayan o no votado.    

Notable esta obnubilación que turba las mentes de nuestra clase dirigente.

El 17A también interpela a la oposición, a la que el descolgado tuit de Macri desde su lugar de vacaciones en Europa –llamar “trabajo” a su tarea en la FIFA es una obscenidad– complica. Esa oposición –que aún le adeuda a la sociedad una autocrítica profunda de su fracasada gestión– tiene dos obligaciones frente a los que aspira a representar: permanecer unida y aprender de sus errores. De la primera condición depende el mantenimiento del equilibrio de poder para frenar los intentos hegemónicos que alberga el kirchnerismo. De la segunda, la posibilidad de ser una alternativa real en las próximas elecciones.   

Impunidad y mordaza. Son dos condiciones que van siempre juntas.

El silencio es clave para que el delito se enseñoree en una comunidad. Por eso la libertad de expresión es un bien esencial en las sociedades democráticas. No por nada, en la Constitución de los Estados Unidos la enmienda que la protege es ni más ni menos que la primera.

Los intentos de limitar el trabajo de los periodistas tienen en la Argentina una larga historia. Y es penoso que parte de esa historia se relacione con gobiernos constitucionales. Ya en la presidencia de Carlos Menem hubo un intento –que afortunadamente no prosperó– de promulgar una ley mordaza.

Durante los 12 años del kirchnerato se llevó adelante el intento más duro y desembozado por acallar las voces críticas. Todo comenzó con el embate feroz contra Perfil y la censura contra Pepe Eliaschev –hechos de los que Alberto Fernández fue partícipe– y siguió con la Ley de Medios, a la que la hoy vicepresidenta y su difunto esposo le imprimieron la épica de una cruzada cuyo objetivo era no solo destruir a Clarín sino también al periodismo crítico.  

Asistimos ahora a otro intento de amordazar a la prensa que investiga e informa sobre los hechos de corrupción que comprometen a funcionarios. Ese es el objetivo de la modificación introducida furtivamente por el senador Oscar Parrilli –el súbdito de CFK– en ese bodoque que es el proyecto de reforma judicial. Para la comprensión del lego, ese agregado hace que cualquier información o investigación periodística que sea crítica de la marcha de una causa pueda ser entendida como una presión contra el juez o fiscal a cargo del caso. ¡Un verdadero disparate!

El procedimiento de Parrilli, que dejó muy mal parada a la ministra de Justicia, Marcela Losardo, que no tenía idea de lo sucedido, no hace más que empequeñecer la figura del Presidente. Él también queda como un súbdito de CFK.

“Para reformar el Poder Judicial, tocando los medios de comunicación, hay que tener un respaldo muy grande. Una espalda que este gobierno no tiene. Vamos a un Vicentin dos. Son dos errores políticos. Estas cosas necesitan amplios consensos”, dijo un legislador bonaerense del Frente de Todos.

No fue la única voz que desde sectores afines al oficialismo salió a lapidar el proyecto. En un artículo publicado en La Nación, Alberto Binder –mentor de la ex procuradora filo K Alejandra Gils Carbó– afirmó que se trata de un proyecto “repleto de inconsistencias, y que entorpece el camino para las reformas de fondo que proclama”. Y Paula Litvachky, representante del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y cuya participación en el debate también fue propuesta por el Frente de Todos, dijo: “Este proyecto está centrado en una lógica de creación de juzgados que implica una mirada contraria al avance del sistema acusatorio” establecido por el Código Procesal Federal.

A todo esto, ¿dónde está Gustavo Beliz, a quien se presentó como uno de los motores de esta reforma, a modo de reivindicación por el maltrato y la persecución a la que, luego de echarlo de su cargo de ministro de Justicia, Néstor Kirchner –con el silencio de su jefe de Gabinete, Alberto Fernández– lo sometió?





domingo, 9 de febrero de 2020

De Europa al barro. Después de la gira, las internas... @dealgunamanera...

Después de la gira, las internas...

 “Se va la primera...” Alberto Fernández. Dibujo: Pablo Temes

El periplo europeo del Presidente fue muy productivo. Ahora toca resolver la deuda y alinear funcionarios. Kicillof, siempre amateur, y roces en Justicia.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


Fue una semana de caricias políticas para Alberto Fernández. Su exitosa gira por Europa le deparó las mieses de la cordialidad de la canciller de Alemania, Ángela Merkel, del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y del presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Todos ellos lo recibieron muy bien, comprometieron su apoyo para los reclamos por la deuda y hasta le hicieron regalos simpáticos y de calidad (la guitarra que le regaló Macron es de muy buena hechura).

Dicho esto, hay que recordar que a Mauricio Macri también lo trataron muy bien en su primera gira europea. Y lo mismo le sucedió a Néstor Kirchner en su primer viaje presidencial al Viejo Mundo. A la única a la que nunca le fue verdaderamente bien fue a Cristina Kirchner. Ya se ha dicho aquí que su patológica personalidad generó el rechazo de todos los jefes de Estado que la conocieron.

La moraleja de este racconto es que el apoyo de los líderes mundiales es una condición imprescindible para enfrentar una negociación tan compleja como la que deparará la búsqueda de un acuerdo de pago con el FMI y los bonistas, pero insuficiente para reconstruir la economía del país.


Deuda. Néstor Kirchner solucionó el problema de la deuda pero Cristina se fue del gobierno con 25% de pobreza, la deuda con los holdouts y altos índices de inflación y desempleo.

Mauricio Macri solucionó el problema con los holdouts, pero su gobierno terminó con más del 30% de pobreza, la deuda con el FMI y bonistas privados, e índices de inflación y de desempleo aún mayor de los que había heredado.

En su periplo europeo, el Presidente fue a pasar la gorra en pos de la ayuda de los líderes mundiales a los que visitó. Es altamente probable que también le vaya bien con Donald Trump, que trató con deferencia al flamante embajador en Washington, Jorge Argüello, quien volvió a ocupar esa sede diplomática de la cual había sido expulsado en 2012 como castigo por CFK.

Está claro que el problema de la deuda se va a solucionar. El desafío es que vengan las inversiones. Por eso –y para que no le suceda lo que a sus antecesores– el gobierno de Fernández debe abocarse a la búsqueda de las soluciones políticas y estructurales que requiere la problemática de la economía argentina.

Kicillof. En el devenir de la negociación por la deuda, el Gobierno tuvo en las dos últimas semanas una especie de quinta columna: Axel Kicillof. Su impericia para manejar el vencimiento del bono por 249.750 millones de dólares emitido en 2011 por Daniel Scioli fue proverbial.

Cuando se propone una postergación de los plazos de pago o alguna otra variante, se requiere un consenso previo con un número de acreedores que sea suficiente para que el deudor se asegure contar con la aquiescencia de la casi totalidad de los acreedores. Eso es lo que no hizo Kicillof. Lo suyo fue un piletazo sin ninguna posibilidad de éxito.

“Fue algo amateur, sin ningún sentido”, lo definió un analista económico de elite. Y tan amateur fue que acabó impactado negativamente en la reestructuración del bono AF20, un bono dual que se paga en pesos o en dólares a un cambio determinado.

Es evidente, además, que Kicillof no tiene muy en claro su rol. Él es el gobernador, no el ministro de Economía. La lógica indica que debió haber sido su ministro de Economía, Pablo López, quien llevara la voz cantante de la negociación ante la opinión pública.
Para eso están los ministros, que son, además, fusibles.

“Axel se equivocó otra vez. Tiene mucho que aprender”, confiesa una voz de su cercanía.


Internas. Poco le duró al Presidente el dulce sabor de las jornadas vividas entre Roma, Berlín, Madrid y París. La interna emergió con toda su potencia apenas el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, volvió a decir que en la Argentina no hay presos políticos.

Que haya salido a cruzarlo Julio De Vido no sorprendió a nadie. Es más, el retruécano del depreciado ex ministro –despreciado, además, por muchos de sus ex conmilitones– es casi un galardón para el jefe de Gabinete. Pero que esa discrepancia haya sido expresada públicamente –una vez más– por una integrante del gabinete, la ministra de las Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, es insólito.

La repercusión de este episodio sin dudas ha sido fuerte al interior del Gobierno. No es casual que el canciller Felipe Solá haya salido de inmediato a respaldar a Cafiero al advertir que este incidente termina afectando la autoridad del Presidente. Y el mismo AF advirtió esto ya que ayer la orden que circulaba al interior del gabinete era no hablar más del tema.

Otro foco de tensión que se está incubando es el de la reforma judicial. El proyecto anunciado por el Presidente el 10 de diciembre en su discurso ante la Asamblea Legislativa aún no tiene fecha de presentación a causa de las diferencias internas entre la ministra de Justicia, Marcela Losardo, y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz.

AF decidió que se encarguen de su redacción –entre otros– Losardo, Beliz, Cafiero, el secretario General de la Presidencia, Julio Vitobello, y la interventora de la AFI, Graciela Camaño.

La última semana trascendió que Beliz habría solicitado el asesoramiento del fiscal José María Campagnoli. Es un aporte extraoficial. “No está institucionalizado”, afirman. Campagnoli, que fue subsecretario de Justicia durante el período en que Beliz se desempeñó como ministro de Néstor Kirchner, fue víctima de la persecución política del kirchnerismo cuando investigó a Lázaro Báez.

Losardo, por su parte, ya hizo saber en los pasillos de Comodoro Py que está “muy en desacuerdo” con la reforma judicial que está armando Beliz, con eje en la Justicia Federal, conmocionada en estos días por la muerte del juez Claudio Bonadio.

Bonadio fue un juez muy pero muy cuestionable al que el kirchnerismo –en el ejercicio de la doble moral que forma parte de su esencia– protegió y elogió cuando se benefició con sus fallos y a quien recién denostó cuando fue objeto de sus investigaciones por hechos de corrupción.





domingo, 26 de enero de 2020

El sinuoso camino de Alberto Fernández… @dealgunamanera...

El sinuoso camino de Alberto…

Axel Kicillof. Dibujo: Pablo Temes

La economía marcará el éxito o el fracaso del Gobierno, aunque para eso se necesita certidumbre política, algo que hoy no posee.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 26/01/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Es una foto que habla. Fue tomada en las horas previas a la partida de Alberto Fernández hacia Israel. Se ve a Cristina Fernández de Kirchner en el momento de firmar el libro de traspaso del mando. A su lado, el escribano general de gobierno, Carlos Gaitán. La vicepresidenta sonríe y el escribano también. Es una ceremonia que, en realidad, es un trámite que, a partir de un decreto publicado en el Boletín Oficial el lunes pasado, se ha simplificado y ya no exige la presencia del Presidente y del vice para su validación.   

Pero –siempre hay un pero cuando se trata de CFK– lo curioso y singular es el lugar: no es el despacho que la vicepresidenta ocupa en el Congreso; no es tampoco la Casa de Rosada; no es ni siquiera un despacho oficial: es el despacho de CFK en el Instituto Patria. Hace acordar a cuando se hacía llevar los diarios en el avión presidencial desde Buenos Aires a El Calafate. Las conductas de CFK no han cambiado.

Israel. Al Presidente le fue bien en Israel. Fue una buena decisión suya la de participar en las ceremonias oficiales de conmemoración de los 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, emblema de las atrocidades cometidas por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo más importante fue mostrarle al mundo que, al menos en la condena a ese hecho repugnante y trágico de la historia, hay en la Argentina una política de Estado. No es un tema menor.

Eso no significa que las diferencias con Israel se hayan extinguido. Algunas se corrigieron rápidamente en estos días tras la rectificación que debió hacer la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, que había afirmado que “mantener a Hezbollah como una organización terrorista es comprarnos un problema que no tenemos (sic)”.  

Y claro que esas diferencias se extienden a la muerte de Alberto Nisman –un magnicidio institucional– y al sabor amargo que dejó para las relaciones entre los dos Estados el fallido memorándum entre la Argentina e Irán, fogoneado por CFK y su difunto ex canciller Héctor Timerman. Y, hay que decirlo, son diferencias nada sutiles.  

En la reunión –y posterior discurso– entre Alberto Fernández y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, no faltaron las palabras referidas a la necesidad de mantener el compromiso en busca del esclarecimiento del atentado contra la AMIA.

La confirmación de ese compromiso es –sin duda– algo valioso pero hay que recordar que otros ya dijeron lo mismo, con las mismas palabras, el mismo énfasis y, lamentablemente, el mismo resultado: la nada misma. A 28 años del ataque terrorista contra la Embajada de Israel, a 26 del atentado contra la AMIA y a cinco del trágico final de Nisman hay un denominador común: el fracaso.

El caso Nisman ha dejado al Presidente en una situación incómoda. Y lo mismo vale para la Justicia.

Buena impresión. En su primera experiencia internacional, AF produjo una buena impresión, mucho mejor que la que solía producir CFK. A la entonces presidenta no la soportaba nadie. Es cierto que no le costó mucho lograrlo: hizo falta tan solo un poco de sentido común y buenos modales. Hay, además, una necesidad de aceitar la buena relación del Presidente con los líderes mundiales. Es una necesidad que tiene una explicación muy simple: la deuda de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional y los bonistas. De eso habló con ellos en las pocas palabras que cruzó a lo largo de su corta estadía en Jerusalén.

Lo que los líderes a los que vio –y a los que va a ver en la semana entrante–  se preguntan es si el Presidente es quien está en control del Gobierno o es la vicepresidenta. Y esa pregunta aún no tiene respuesta.

El Presidente viene desandando un camino sinuoso. Y ese camino sinuoso tiene consecuencias no solo políticas sino también económicas. Una de esas sinuosidades se da en los nombramientos. Que el titular de la Inspección General de Justicia sea el abogado Ricardo Nissen, el apoderado de Máximo y Florencia Kirchner en la causa Hotesur, es lisa y llanamente un verdadero disparate. “Cuando hay una causa que involucre a Hotesur me abstendré”, dijo Nissen para responder a las críticas que generó su designación. ¿Puede alguien sensatamente creer que eso será así?

Justicia. Gustavo Beliz sigue trabajando en el tema judicial. Habrá un proyecto de reforma de la Justicia Federal, un fuero que  necesita cambios. La incógnita es hacia dónde irán esos cambios. Si el objetivo es diluir el poder actual de los jueces para favorecer a CFK y compañía, nada habrá cambiado. No es eso lo que Beliz quiere. Lo mismo dice el Presidente. Pero habrá que ver qué es lo que la vicepresidenta quiere.  

Guillermo Nielsen es un ejemplo de las consecuencias que genera la duda sobre el real poder de AF. A su paso por el Foro Económico de Davos dejó conceptos que despertaron el interés de muchos de los que lo escucharon. Esos muchos le creen a Nielsen y comparten sus diagnósticos y sus planes. Lo que no saben –y se preguntan– es si en el Gobierno le creen o no, si valoran sus iniciativas o no, si sus proyectos son prioritarios o no.

Otro foco de tensión interna es la provincia de Buenos Aires. Axel Kicillof sigue demostrando haber aprendido poco de sus gruesos errores del pasado. Cree que apurando a los acreedores con bravuconadas los va a acorralar para que depongan sus exigencias en relación con el pago del bono 2021 por 250 millones de dólares, que vence a fin de este mes.

Lo peor es que eso se traduce también en tensiones con el ministro de Economía, Martín Guzmán. “O me dan la plata para pagar o no lo pago”, dijo el gobernador bien fuerte para que se enterara el que quisiera dentro del gobierno nacional.

El asunto es de gran importancia no solo para el caso en sí sino también para toda la renegociación con el Fondo Monetario Internacional. Y esa negociación es clave para poder aspirar a transformar la Argentina en un país atractivo para los inversores, algo que hoy no es.

Será la economía uno de los puntos claves –aun cuando no el único–que marcarán el éxito o el fracaso del gobierno de Alberto Fernández. Y no habrá posibilidad de éxito económico si no hay certidumbre política, esa que hoy le falta al Gobierno.





domingo, 8 de diciembre de 2019

Mauricio, el cuco de Alberto Fernández… @dealgunamanra...

Mauricio, el cuco de Alberto Fernández…

Por la vuelta. Gustavo Beliz. Dibujo: Pablo Temes

El presidente electo les pidió prudencia y trabajo en equipo a quienes serán sus ministros y les recordó qué pasa si fracasan: “Viene Macri”.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 08/09/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


"Habemus gabinete”. Los rumores dieron paso a los hechos y desde el martes le tocará a cada uno de los ministros acompañar a Alberto Fernández en la difícil y titánica tarea de gobernar la Argentina.

El presidente electo decidió tener un gabinete numeroso. Mauricio Macri hizo lo mismo al comienzo de su gestión. No le sirvió de nada. El éxito de un gobierno no depende de la cantidad de ministerios.

El elenco ministerial es heterogéneo, en su mayoría moderado e integrado por personas que no tienen prontuario.  

Economía. El área económica quedó –una vez más– dividida: el ministro de Hacienda, Martín Guzmán, se encargará principalmente del tema de la deuda; y el de Producción, Matías Kulfas, de la economía de todos los días.

El tema de la deuda es, sin duda, un asunto capital. Si no se resuelve de una manera inteligente y realista, será imposible la implementación de cualquier plan económico con aspiraciones de éxito. Es una verdad de Perogrullo.

Alberto Fernández se inclinó por un ministro de Economía de un muy buen nivel académico, pero sin peso político propio.

He ahí un desafío, porque siempre ha resultado ser un problema la presencia en ese cargo de alguien sin poder propio. A Guzmán le pertenece la idea que cautivó a Alberto Fernández de no pedirle más plata prestada al Fondo Monetario Internacional. El poder político en el área económica lo tiene Kulfas, amigo de Guzmán. El Ministerio de la Producción va a manejar las áreas de Producción, Minería y Comercio, es decir, del corazón de la economía del país.

Relegado quedó Guillermo Nielsen. Sus críticas a Axel Kicillof fueron letales para sus posibilidades ministeriales. Es verdad que a él le interesaba el área de energía, pero su proyección –hasta hace tres semanas– era otra.

A mediados de noviembre, en ocasión de una conferencia que dio en Miami, Nielsen se encontró con Alejandro Werner –uno de los hombres del FMI que tiene a su cargo el caso argentino–, quien bajó desde Washington, para conocer sus ideas para la renegociación de la deuda. Relegados fueron también Emanuel Álvarez Agis y Martín Redrado.  

Bien y mal. La inclusión de Gustavo Beliz es elogiable. La de Carlos Zannini, no. El argumento que dio AF para explicar su designación fue decididamente malo: “No me lo impuso nadie”, dijo, y agregó que era  una reivindicación por los 107 días que estuvo injustamente preso.

Más allá de lo criticable de la prisión preventiva que padeció, Zannini está procesado en la sensible causa por la firma del memorándum de acuerdo entre la Argentina e Irán que Alberto Fernández supo criticar severamente.

Massa. En el reparto de cargos y cuotas de poder, a Sergio Massa le tocó el Ministerio de Transporte y AySA. A Transporte va el ex intendente de Junín Mario Meoni, amigo personal de Massa. Meoni es un hombre honesto proveniente del radicalismo, que se fue con Julio Cobos para luego recalar en el Frente Renovador. Persona de buen diálogo con todos y muy crítico del matrimonio Kirchner. No le será fácil lidiar con Moyano y otros.

A AySA va Malena Galmarini. Su designación causó sorpresa. AySA es una empresa estatal que, a través de los planes de construcción de la red de agua corriente y de cloacas, tiene una profunda penetración en el conurbano bonaerense. Galmarini aspira a repetir ahí la experiencia de su esposo en la Anses, el trampolín que le permitió salir del anonimato.

Kirchnerismo. La Anses y el PAMI han quedado bajo el ala del kirchnerismo. En la jerga del poder se los conoce como “la caja”. Manejan plata –mucha– y territorio. Tienen un valor estratégico.

Al PAMI va la hasta ahora diputada Laura Volnovich, especialista en temas de seguridad social que pertenece a La Cámpora. A la ANSES va Alejandro Vanoli, ex presidente del Banco Central, que durante su gestión representó exactamente lo contrario de la actitud de diálogo que pregona Alberto Fernández.  

Prudencia. El presidente electo les pidió a sus funcionarios prudencia y un trabajo en equipo y sin cortocircuitos “porque si no, ya saben lo que viene: Macri”.

Esa afirmación refleja con exactitud la ecuación política de los últimos años de la Argentina. Macri fue producto  del autoritarismo y de la intolerancia del matrimonio Kirchner, que dividió al peronismo y al país.

Viceversa, la vuelta al poder del peronismo y del kirchnerismo es producto de los graves errores cometidos por el actual gobierno y del efecto paradojal que produjo su actitud de fomentar la grieta que desembocó en la reunificación del peronismo disperso.

Mal discurso. El discurso de fin de mandato de Mauricio Macri fue en líneas generales, malo. Le faltó una autocrítica verdadera –decir que no se está satisfecho por los resultados económicos no es una autocrítica– y se ató al nuevo eslogan –“dejamos una vara alta”– con el que pretende darle a su gobierno un vuelo que no tuvo.

Eso no significa desconocerle el mérito de haber normalizado el Indec y restituido su credibilidad o la obra pública de calidad y sin sobreprecios. Pero decir que se “deja una vara alta”, que las bases de la economía están mejores con el 40% de pobreza, con récord  de inflación, con empresas suspendiendo personal, cerrando y/o entrando en default es no tener idea de la gravedad de la situación económica y social del país.

La alocución cayó mal, incluso, en muchos sectores de Cambiemos. “¿De qué país está hablando?; ¿dónde vive?”, se preguntaban muchos de sus dirigentes al escucharlo.

Macri termina su mandato con más del 60% de imagen negativa. Tan alto es el rechazo que genera que hasta puede perder hoy la elección en Boca, en la que equivocadamente se involucró, como reveló Juan Román Riquelme en la entrevista con Jorge Rial.    

En su discurso, Macri apeló al remanido recurso de repartir las culpas de la catástrofe económica que generó su gobierno entre la herencia recibida, la sequía, el escenario internacional y el resultado de las PASO. Es lo mismo que hacía –y hace– Cristina Fernández de Kirchner.





domingo, 6 de marzo de 2016

Arreglos y desarreglos… @dealgunamanera...

Arreglos y desarreglos…

Jaime Stiuso y Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes

La negociación por la deuda y el caso Nisman dejan al descubierto la mala gestión anterior.

Tras llegar a un principio de acuerdo con el gobierno argentino, ¿qué quieren ahora los holdouts, que, le están pidiendo al juez Thomas Griesa que dilate el levantamiento de la cláusula pari passu por otros 30 días?”, le preguntaron al mediador Daniel Pollack los periodistas que colmaban su oficina del piso 27 del 245 de Park Avenue perteneciente al estudio de abogados McCarter & English del que forma parte. “Plata”, contestó –sonriente y sin dudarlo, Pollack.

El arreglo del largo conflicto con los fondos buitre representa un mojón no sólo para la economía de la Argentina, sino también para su reinserción internacional. Marcará el fin del largo camino del default que, en medio de vítores y aplausos inentendibles, declaró Adolfo Rodríguez Saá durante su presidencia “brevis” en diciembre de 2001. Sin el cierre de este litigio será imposible que el país acceda a niveles de crédito internacional a las tasas de mercado, algo de lo que se tiene enorme necesidad tanto a nivel público como privado.

El asunto está fuera de discusión aun para la mayoría del peronismo, que en el Congreso tiene la llave para permitir que el acuerdo se concrete.

En ese ámbito produjo una viva impresión la forma como el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, replicó y dejó mal parado a su predecesor, Axel Kicillof, quien, con su habitual soberbia y tono profesoral –olvidando además el reportaje de La Nación en el que dijo “pagarles lo que piden es imposible, una trampa. No pagarles nada es imposible”–, desgranó sus críticas hacia el arreglo que contiene quitas que en su gestión no se lograron. La contundente respuesta de Prat-Gay fue celebrada por varios de los miembros del Frente para la Victoria que estaban en la reunión de comisiones de la Cámara de Diputados, a quienes el ex ministro siempre les resultó indigerible no sólo por sus decisiones, sino también por sus modos.

Cuando todo esto sea historia, algunos ex funcionarios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y varios banqueros se animarán a contar en detalle las idas y vueltas del sainete que se montó alrededor de la negociación con Pollack a fines de julio de 2014, cuando se estuvo a punto de llegar a un acuerdo que la ex presidenta sorpresivamente abortó. El ex presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, conoce muy bien esa trama.

La respuesta de Prat-Gay a Kicillof fue celebrada hasta por miembros del FpV

En el gabinete de Mauricio Macri la inflación genera desacuerdos. Todos se exponen con corrección. Las mayores discrepancias se manifiestan entre Prat-Gay y el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger. El ministro –quien, a pesar de ser apodado “el Transitorio” por los que no lo quieren mucho dentro del PRO, goza de la creciente valorización del jefe de Estado– considera que existe una falta de acción por parte del titular del Central para mantener estable el valor del dólar. “A 13 pesos era muy barato y a 16 pesos es peligroso; a ese valor impacta en precios y es un factor más que alimenta la inflación”, señala el economista Gabriel Rubinstein, cuya opinión es compartida por varios de sus colegas. Entre los que comparten esa opinión parece estar el Presidente, quien, en la semana que pasó, habló con Sturzenegger para indicarle que debía actuar para mantener la divisa estadounidense cerca de los 15 pesos.

Nisman.

La causa sobre la muerte del fiscal Nisman puede arrojar novedades esta semana. El martes vence la posibilidad de apelar la decisión de la jueza de instrucción Fabiana Palmaghini en lo relativo al pase a la Justicia Federal. La fiscal Viviana Fein ya adelantó que no lo hará, iniciativa que, además, no tendría sentido ya que su superior, el fiscal de cámara Ricardo Sáenz, siempre sostuvo que la causa debería haberse tramitado, desde un principio, en el fuero federal. Lo curioso es que quien queda en posición de apelar es Diego Lagomarsino, que para Sáenz debería ser imputado en todas las hipótesis –incluida la del homicidio o ayuda al suicidio– y no sólo por prestar el arma, circunstancia que favoreció su posición al permitirle tener acceso a las pericias y demás medidas de prueba.

El pase al fuero federal en primer lugar implicaría reconocer que se está en presencia de un homicidio y que dicho homicidio tiene que ver con el trabajo de Nisman, es decir, su investigación del atentado contra la AMIA y que había denunciado a la ex presidenta y al ex canciller días antes que lo encontraran muerto. Más allá de la competencia natural, lo que sí tiene la Justicia Federal es la competencia más amplia: puede citar a declarar al ex canciller Héctor Timerman, a la ex presidenta Cristina Fernández, el ex comandante del Ejército, general César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani, al ex titular de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) Oscar Parrilli, o a todos, sin que nadie le cuestione por qué lo hace, ya que, tratándose de un juez federal, puede hacerlo aunque sean ex autoridades nacionales.

Lo llamativo es que este giro copernicano de la causa lo produjo la declaración de Antonio “Jaime” Stiuso, a quien evidentemente la jueza Palmaghini le creyó. “No es cierto que hayamos adulterado el acta de su declaración. Cuando terminó –y antes de firmarla–, yo mismo se la leí en voz alta y él no objetó nada”, se le oyó asegurar –indignado– al secretario de la fiscal Fein, Bernardo Chirichela, cuando se enteró de lo que argumentó Stiuso al ser interrogado por la jueza sobre por qué no constaba en su declaración de febrero de 2015 que a Nisman lo habían matado a causa de su investigación.

Fue curioso escucharlo a Parrilli en sus denuestos contra Stiuso, a quien calificó de “psicópata”. Lo que no explicó fue por qué durante el kirchnerato se le dio tanto poder a ese “psicópata”, a quien Gustavo Beliz denunció cuando era ministro de Justicia de Néstor Kirchner. ¿Habrá olvidado que por esa denuncia Beliz fue echado de su cargo? A considerar por estas expresiones del ex titular de la AFI, como por las de Kicillof citadas más arriba, la amnesia parcial parece ser un rasgo distintivo de varios ex funcionarios de los gobiernos kirchneristas.

Producción periodística: Gudio Baistrocchi con la contribución de Santiago Serra.




sábado, 26 de diciembre de 2015

El pimer sobreprecio K... @dealgunamanera...

El hilo que une Afsca y Rosatti…


Los vínculos entre el rol del periodismo en el primer caso de sobreprecio K, la intervención de la Autoridad de medios y el candidato de Macri en la Corte. El triste caso de Sabbatella.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 26/12/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Al comienzo, a Néstor Kirchner le costó tener un ministro de Justicia que se adaptara a su estilo. Gustavo Beliz le duró 14 meses (tras ser el primero en denunciar a Stiuso) y su sucesor, Horacio Rosatti, sólo 12 meses (tras no firmar un sobreprecio en la construcción de cárceles decidida por De Vido).

A Cristina le fue más fácil: nombró al comienzo de su mandato como ministro de Justicia directamente a Aníbal Fernández. Pero Néstor Kirchner fue mucho más peligroso y sinuoso que su esposa. El hacía esfuerzos por parecer algo distinto de lo que era y quería ministros de Justicia (y una Corte Suprema) que le irradiara el prestigio del que carecía y no podía construir. Cristina siempre fue más obvia y fácil de decodificar. La sinuosidad de Néstor Kirchner les hizo creer a algunos diarios (y autojustificar a otros) que no había que criticar al gobierno (de reconstrucción nacional) durante esos primeros años.

Perfil aparece allí llenando ese vacío en su edición de relanzamiento al debutar justamente como el único en informar que la corrupción era el motivo de la salida de Rosatti del Ministerio de Justicia: “El primer sobreprecio K” fue el título del panorama político del primer ejemplar de Perfil, escrito por entonces por Jorge Lanata, y el título principal de la tapa del diario decía: “El ex ministro de Justicia de Kirchner renunció para no firmar una licitación con sobreprecios”.

Sabbatella no supo decirle “no” a la Presidenta como sí hizo Rosatti en 2005 con Néstor Kirchner

Fue necesario que Néstor Kirchner cambiara tres ministros de Justicia (mientras De Vido continuaba incólume) y que le pasara el bastón de mando a su mujer para que la mayoría del periodismo profesional comenzara a criticar al gobierno. Ese punto de inflexión dio origen a la nueva Ley de Medios y a la creación de la Afsca como su organismo de aplicación.

No es casual que nuevamente el nombre de Horacio Rosatti, ahora como designado para integrar la Corte Suprema de Justicia, y la interverción de la Afsca vuelvan a ser hoy noticia casi simultáneamente. Justicia y periodismo son los dos factores de equilibrio del sistema de división de poderes, al punto que al periodismo se lo ha considerado muy exageradamente como un cuarto poder y más acertadamente como un auxiliar de la Justicia.

La Corte Suprema, al declarar constitucional la Ley de Medios, dejó expresa constancia de que debía ser aplicada con ecuanimidad y no utilizada como herramienta para castigar a medios no afines, como se había hecho con la publicidad oficial, tema que citó en ese propio fallo.

Y tampoco es casual que comienzo y fin de la historia construyan un epílogo casi de novela entre la inicial discriminación con la publicidad oficial y el último acto de la Afsca, que fue el intento de conceder licencias de televisión digital en el que nuevamente Editorial Perfil fue discriminada a favor de Szpolski y Cristóbal López. Para hacer la parábola más simple, diez años después se repite hasta el mismo actor: Szpolski (entonces López no tenía medios) en 2005 con publicidad oficial y en 2015 con licencias de televisión digital.

Así como el juicio por discriminación con la publicidad oficial que Perfil inició hace diez años sirvió para construir la evidencia sobre el uso político de la publicidad, la presentación en 2015 de Perfil en la licitación de televisión digital compitiendo con Szpolski y Cristóbal López  vuelve a servir como evidencia, en este caso de que la Afsca no aplicaba la Ley de Medios para generar pluralidad de voces.

Anteayer, al ser echado de la Afsca, y en un típico discurso de arenga, Martín Sabbatella sostuvo que el desalojo que lo arrancó de la oficina donde se había atrincherado impediría que se siguiera cumpliendo la Ley de Medios (puso el ejemplo del monitoreo de la interferencia de las ondas radiales con los radares de los aeropuertos), cuando no cumplió la principal y declamada función de promover la pluralidad de voces.

Sabbatella hoy es un político que en sólo tres años pasó de tener un gran futuro a poder perderlo todo

Sabbatella es un triste caso de destrucción de un capital político.

Cuando en 2012 asumió al frente de la Afsca, Cristina Kirchner dijo: “Nadie lo puede tildar [a Sabbatella] de oficialista. Encabezaba una lista en contra de Néstor Kirchner en 2009”. En 1999 había sido electo intendente de Morón por la Alianza, años antes había integrado el grupo que fundó el Frepaso. En 2003 volvió a ganar las elecciones para intendente de Morón ya con su propio partido, Nuevo Morón. En 2007 volvió a ganar las elecciones para intendente  de Morón con su partido Nuevo Encuentro, con el que buscó expandirse a toda la provincia de Buenos Aires. Mientras fue intendente cosechó elogios variados: The Wall Street Journal lo consideró como un político latinoamericano transparente por su “lucha en solitario contra la corrupción en Argentina”, en 2008 obtuvo el Premio Konex en Administración Pública, y en 2010 Poder Ciudadano lo distinguió como ejemplo de “transparencia” y “lucha contra la corrupción”.

En 2015 Sabbatella perdió Morón después de 16 años de controlar su intendencia. No supo, como Rosatti sí hizo con Kirchner, decirle que no a Cristina y aplicar verdaderamente la Ley de Medios. Prefirió ser candidato a vicegobernador bonaerense integrando la fórmula de Aníbal Fernández. Perdió casi todo, esencialmente su credibilidad, al dejar demostrado que la Ley de Medios no era para ampliar la pluralidad.

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