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miércoles, 12 de febrero de 2014

El secuestro de la ESMA... De Alguna Manera...


El secuestro de la ESMA...


El edificio de la ESMA podrá intercambiarse como una moneda entre los gobiernos de la Ciudad y la Nación, pero lo que allí sucedió pertenece al legado trágico de nuestro país. Sólo por eso debería evitarse hacer del terror un espectáculo.

El monumento a los judíos asesinados en Europa debió esperar que pasaran sesenta años del fin de la guerra para ser construido. Topografía del Terror, el mayor centro de documentación sobre el nazismo, reconstruido como museo sobre los terrenos donde funcionaron la Gestapo y las SS en Berlín, fue inaugurado en 2010, veinte años después de la unificación de Alemania.

En la Argentina, en menos de cuatro meses se elaboró un proyecto museográfico para que el próximo 24 de marzo el edificio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, se llene de luces y sonidos, tabiques y mucho vidrio para evocar las torturas, los nacimientos de las presas cautivas, reconstruir la “capucha” y la “pecera”, ese simulacro de redacción montado para las ambiciones políticas del almirante Massera, quien quería ser el nuevo Perón de la Argentina. Un proyecto que pertenece a la Presidencia de la Nación, a la Secretaría de Derechos Humanos y a la Universidad de San Martín, y cuyo sustento legal es un convenio de abril de año pasado por el que ya se anticiparon 500.000 pesos a la universidad.

Llama la atención en ese convenio la cláusula que establece que “las partes se avendrán a las pautas de seguridad y confidencialidad propias de la seguridad presidencial, manteniendo el decoro y la reserva necesarias sobre toda información que por su naturaleza o contenido reviste clasificación de seguridad y llegue a su conocimiento directa o indirectamente con motivo de la ejecución de este convenio dentro del ámbito de la Presidencia de la Nación”.

¿Qué hay tan secreto que proteja a los funcionarios a perpetuidad? Si de lo que se trata en toda reconstrucción del pasado es de que la luz pública saque de la oscuridad lo que en la Argentina fue clandestino y secreto. ¿O será que la confidencialidad incluye el sospechoso acuerdo entre el gobierno de la Nación y el de la ciudad de Buenos Aires por el que la Ciudad se desentiende de los Sitios de Memoria del Terrorismo de Estado, donde funcionaron los centros clandestinos, que hasta ahora estaban bajo la custodia legal del Instituto Espacio para la Memoria?

El IEM, disuelto de hecho, fue creado en 2002 como un ente público, autárquico, autónomo y plural, integrado por una docena de organizaciones y figuras comprometidas en la defensa de los derechos humanos, como el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.

Si resulta saludable y necesaria toda luz pública que saque de la oscuridad lo que en la Argentina fue clandestino y secreto, el mayor contrasentido es que los gobiernos de la democracia sigan actuando de manera autoritaria y de espaldas a la ciudadanía. En nuestro país, la represión fue clandestina. Un rasgo oculto que contamina la política y distorsiona la democracia, ya que los gobernantes eluden la obligación de la transparencia y la información.

Como si se tratara del traspaso del subte o la estatua de Colón, de manera inconsulta, casi en secreto, el gobierno de la ciudad se desentiende de lo que les pertenece a los porteños como tragedia y geografía. La ESMA fue el más tenebroso campo de detención clandestina de Buenos Aires, cuyo edificio le fue restituido en 2004 y ahora lo devuelve para que el gobierno nacional relance con un espectáculo electrónico su desmentida “política de derechos humanos”, desde que designó al general Milani al frente del Ejército.

El próximo 24 de marzo se cumplirán diez años desde que la ESMA fue desalojada. El imponente edificio de la Avenida del Libertador se vació de las lecciones de muerte para llenarlo de Memoria. No para “incomodar a los cómodos” o “sacudir a los indiferentes”, como propone el proyecto de museo, sino para aprender a vivir en paz. La resignificación de un lugar de muerte es que enseñe a vivir en democracia, con respeto y tolerancia. Los museos deben servir para aprender del pasado. No para reeditar los enfrentamientos que llenaron de muertos nuestro país. La historia como aprendizaje, no como venganza. Lidiar con el pasado no es sencillo para ninguna sociedad. Sin embargo, la catastrófica historia de Europa en el siglo XX legó al mundo la universalidad de los derechos humanos como el antídoto a aplicar.

En Alemania, la construcción de los monumentos que recuerdan el nazismo no está exenta de polémicas. Sin embargo, códigos de ética orientan la reconstrucción del pasado con claves muy precisas para evitar los golpes bajos, eludir la injerencia de la política y, sobre todo, para impedir que la historia no se utilice para adoctrinar mal a las nuevas generaciones. Porque, tal como advirtió Hermann Broch en ese ataque a la sociedad alemana que antecedió al nazismo, Los inocentes, de todos los sufrimientos que los seres humanos somos capaces de provocarnos, la guerra no es el peor mal, es sólo el más absurdo, ya que el primer legado de la violencia es la insensatez. Y cuánta insensatez hay cuando el sufrimiento de tantos argentinos se vive como desinterés, moneda de cambio o propaganda política. Al final, el mayor contrasentido entre nosotros es que se invoca a los derechos humanos y se ignora que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos.

El edificio de la ESMA podrá intercambiarse como una moneda entre los gobiernos de la ciudad y la Nación, pero lo que allí sucedió pertenece al legado trágico de nuestro país. Sólo por eso debería evitarse hacer del terror un espectáculo.

© Escrito por Norma Morandini, Senadora Nacional por la Provincia de Córdoba el miércoles 12/02/2014 y publicado por http://www.normamorandini.com.ar/?p=7360

domingo, 2 de septiembre de 2012

Bolas... De Alguna Manera...


Bolas...
Héctor J. Cámpora.

Exhausto de su propia delgadez de ideas, el vocabulario político argentino es un amasijo de balbuceos y palabras caducas. Así como el habla radiofónica se ha sumergido en la oquedad infinita del “a ver” o del “tiene que ver con que”, el lenguaje de políticos e intelectuales es cruzado hoy por el furioso vendaval de la falta de significados. Particularmente llamativa es la recurrencia al pasado para describir el presente o pronosticar el futuro. Es una falencia brutal que se percibe en las nomenclaturas. El núcleo duro del grupo que conduce la Argentina se define por el apellido de un político bonaerense que hace 39 años fue presidente durante 49 días y murió en 1980. Esos datos biográficos no aportarían nada si no fuese porque el legado de Héctor Cámpora a la historia de las ideas o de las grandes decisiones es de modestia inocultable; sin embargo, la guardia de hierro que ha colonizado el poder político acepta el descriptivo “camporista” para reconocerse en una supuesta idea común. Si en el corazón del régimen confiere sentido un apellido que hace ya medio siglo sólo evocaba precarias definiciones, en el entero país prolifera y domina una jerga obsoleta, poblada de arcaísmos. Es como si la Argentina política fuese un laboratorio arqueológico que recuerda aquel deslumbrante aporte de Tato Bores con su personaje Helmut Strassen buscando restos que le permitieran comprender a este inasible país.

Abundan ahora las descalificaciones armadas a partir de superficiales apelaciones a la historia. Gestapo, fascismo, stalinismo, Juventudes Hitlerianas, nazis, son algunos de los términos arrojados irreflexivamente al aire para liquidar de manera aplastante lo que (justificadamente) se percibe desde un sector como ominosa y verdadera amenaza. Del lado oficial, la retórica remite, en cambio, al lenguaje de hace varias épocas: gorilas, fuerza de tareas, oligarquía. Estos festivales de retórica petardista pero impotente tienen un trazo común. En la Argentina se habla con el desvencijado vocabulario del pasado por el alucinante vacío de ideas actuales que prendan con potencia en la piel de la realidad y la nombren con precisión.

No hablo desde la nada. En reiteradas ocasiones, ya desde 2003 (y no desde 2009), di cuenta de lo impresionante que era ver a Carlos Kunkel despachar desde la Casa Rosada sentado a espaldas de un descomunal retrato de Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Interpelé por TV a Diana Conti cuando, en una de sus noches más turbulentas, proclamó por TV su admiración por Stalin (1878-1953). El rosismo de Kunkel y el stalinismo de Conti, como el antisemitismo virulento de Luis D’Elía, no son inventos. Son profesiones de fe y admisiones de los propios interesados, paladines prominentes de la actual casta gobernante. Sus existencias y sus ensoñaciones son hechos fehacientes y expresivos, no meras exaltaciones individuales. Tienen proyección política. Sucede como cuando la Presidenta profesa su respeto admirativo por los barrabravas o las Fuerzas Armadas Peronistas, o cuando el ministro Alberto Sileoni se declara arrobado por las tomas de colegios.

Pero esa retórica habla del anquilosamiento de quienes conducen el país, atraso que va de la mano con el que padecen otros ámbitos y sectores, incluso aquellos que nada tienen que ver con este gobierno. Es un problema nacional, síntoma de una carencia dramática y profunda. Parte de este fenómeno se dramatiza a diario en radio y TV, donde se advierten los esfuerzos malogrados de muchos de los ocupantes del habla mediática, transpirando a la búsqueda de palabras que les escasean, desde el “a ver” obsesivo, al “digo” sempiterno, pasando por “el tema de” o esa nueva condena oral, el “tiene que ver con”. ¿Qué revelan esos pedregosos pantanos del habla? Enuncia mal quien piensa pobremente. Si –además– lo hace desde la chatura de conocimientos, el desenlace es penoso. Muchos rascan del fondo de herrumbradas ollas de palabrejas, para valerse de las que perciben como más rotundas. Ahí nomás se arma un desbarajuste de antigüedad patética. Ese palabrerío desorbitado indica que la Argentina está sofocada por un lenguaje que hiede a bolas de naftalina.

Este fenómeno, en sí mismo dramático porque describe la decadencia de una sociedad, implica excesos perniciosos. El manoseo banal de cuestiones esenciales, que deben y pueden ser abordadas con valentía pero también con responsabilidad, termina vaciando significados. Las víctimas son esos fenómenos en torno de los cuales es imprescindible ser muy preciso para evitar que se borre su tenebroso significado histórico. La semana pasada, Marcos Aguinis, enjundioso escritor argentino cuya frontalidad cívica es proverbial, trazó un paralelo retórico que terminó en confusa parábola.

Escribió que “las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal (sic) al fin, como la raza superior y otras locuras”. El dislate radicó en atribuir un “ideal” a los criminales de la Hitler-Jugend (Juventud Hitleriana), la organización paramilitar del Partido Nacional-Socialista alemán entre 1922 y 1945. La HJ era hermana joven de su rama adulta, la siniestra Sturmabteilung (SA). En mi columna “Eterfascismo” (PERFIL, 17 de agosto de 2012), aludí al fenómeno de la creación de la juventud fascista de Mussolini. Creo haber sido cuidadoso en no identificar mecánicamente fenómenos. Es grave sugerir que la máquina homicida nazi estaba provista de “un ideal”, a diferencia de los jujeños reclutados por Milagro Sala. Lo grave no es, empero, el fastidio de Aguinis, quien está en su pleno derecho de razonar como le plazca. Mortifica mucho más constatar el empobrecimiento del universo de ideas y valores en el que debería debatir la sociedad civil.

En el país se habla mal, se escribe con pobreza y se razona en estilo balbuceante por una fehaciente caída en el mundo de los significados, una impresionante hegemonía de la mentira respecto de la verdad, una victoria de la representación simbólica a expensas de los hechos constatables.

Fervorosamente atados a personajes, consignas, métodos y razonamientos de un pasado que no volverá, una mayoría de argentinos no puede nombrar porque no puede concebir. En sí mismo, esto es mucho más grave y truculento que cualquier remedo neonazi o neostalinista que se quiera fantasear.

© Escrito por Pepe Eliaschev  y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 1º de Septiembre de 2012.