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sábado, 24 de mayo de 2014

La aventura de Amadito se acerca a su fin… De Alguna Manera...


La aventura de Amadito se acerca a su fin…

El vicepresidente se convirtió en la cara de la corrupción K en el fin del ciclo. Cada vez la tiene más complicada.

Máximo y su tropa de La Cámpora le bajaron el pulgar y el vice vivió otra semana negra.

Pobre Amado Boudou. Cristina lo hizo vicepresidente porque, para extrañeza de sus incondicionales, le parecía simpático. Por razones no muy claras, creía que el roquero que, como un ángel del infierno yanqui vestido de cuero negro lustroso, quemaba kilómetros a bordo de una Harley Davidson atronadora, sería el hombre indicado para enfervorizar a adolescentes hartos de los personajes grises que pululaban a su alrededor.

Boudou, que con toda seguridad tomo la decisión presidencial por evidencia de que aprobaba su conducta, no pensó en modificarla. En vez de conformarse con lo ya conseguido, fue por más.

Al elegir a Boudou para guardar sus espaldas y fingir ser presidente durante sus ausencias esporádicas, Cristina cometió un error que no puede sino lamentar. Pronto se enteraría de que ni siquiera la legión de jóvenes reclutados para garantizarle la eternidad quería al neoliberal metamorfoseado en kirchnerista exuberante. Máximo y su tropa de La Cámpora le bajaron el pulgar.

Acertaban: para desconcierto de los fieles y, hay que suponerlo, de la mismísima Cristina, Boudou, el vicepresidente más votado de la historia del país, se las arregló para desplazar a Ricardo Jaime de su lugar como el emblemático número uno del elenco gubernamental. Tal y como están las cosas, al vice le espera un porvenir muy pero muy ingrato.

Amado está en apuros desde que la gente comenzó a preguntarse si la Presidenta estaba por “soltarle la mano”, pero su protectora es reacia a hacerlo por varios motivos. Uno es que no le gustaría confesar que cometió un error apenas comprensible al elegirlo para ser su compañero de fórmula sin prestar atención a las advertencias de miembros de su pequeño entorno familiar.

Otro es que le gustaría aún menos entregar la cabeza del ex favorito a los talibanes opositores que, luego de felicitarse por el triunfo, vendrían por la suya. Así y todo, por si acaso Cristina está preparándose anímicamente para tal eventualidad, de ahí la decisión de remplazar a la tucumana Beatriz Rojkés de Alperovich por el ex gobernador santiagueño Gerardo Zamora, un radical de ADN kirchnerista, como segundo en la línea de sucesión presidencial. Desde su punto de vista, es mejor que un radical encabece la cola de lo que sería tener que preocuparse por la proximidad al trono de un senador peronista.

Además de la hostilidad de muchos kirchneristas que ven en él un aventurero oportunista que, con malas artes, se las ingenió para engatusar a Cristina, una señora que, según parece, toma en cuenta los méritos estéticos de sus colaboradores principales, Amado tiene en contra el clima político. Como siempre sucede al acercarse a la puerta de salida el “gobierno más corrupto de la historia” de turno, se ha iniciado la temporada de caza.

Opositores de todos los pelajes, abogados, jueces y otros sienten que ha llegado la hora de tomar en serio asuntos que hasta hace poco les parecían anecdóticos. La anticuada maquinaría judicial está funcionando con mayor rapidez que antes. Causas, entre ellas las que involucran a Amado, que en otro momento se hubieran tramitado con lentitud exasperante, avanzan a una velocidad inacostumbrada. Si tienen suerte, algunos juristas se erigirán en héroes cívicos.

Al negarse la Corte de Casación porteña a sobreseerlo en el caso de la imprenta Ciccone, Amado quedó a un paso de ser llamado a indagatoria por el juez federal Ariel Lijo. ¿Bastaría como para ahorrarle tamaña humillación su condición de vicepresidente? Parecería que no, aunque, como siempre ocurre cuando de un tema legal se trata, las opiniones de los constitucionalistas están divididas.

Asimismo, si bien es factible que la Corte Suprema opte por ayudarlo por razones institucionales, dando a entender sus integrantes que a su juicio no le convendría en absoluto al país que el vicepresidente marchara preso, los especialistas en la materia no creen que estaría dispuesta a arriesgarse defendiendo a un personaje tan polémico.

Mientras tanto, distintos líderes opositores están esforzándose por convencer a los demás, comenzando con aquellos kirchneristas que están alejándose subrepticiamente de un proyecto sin un futuro claro, de que por ser insostenible la posición en que Boudou se encuentra le corresponde pedir licencia.

Según los más caritativos, sería de su interés abandonar por un rato su trabajo vicepresidencial para concentrarse en eliminar todos aquellos malentendidos maliciosos –entre ellos, el ocasionado por la huida de un testigo que dice temer por su vida–, de los que es víctima y, una vez terminada la tarea así supuesta, volver al Gobierno con su honra a salvo.

¿Es lo que realmente piensan? Es probable que no; como Boudou, sabrán muy bien que si se dejara conmover por quienes insinúan que sería astuto de su parte pedir licencia, sus compañeros no le permitirían regresar. Para ellos, su mera presencia en el Gobierno es fruto de uno de los caprichos menos explicables de Cristina; lo que quieren es que se borre, que se vaya para siempre.

A juzgar por las encuestas de opinión, para la mayoría Boudou resume en su persona una proporción notable de los vicios que son considerados típicos de las zonas menos salubres del submundo político nacional. Adelantándose a la Justicia, muchos dan por descontado que es un mentiroso serial, un traficante de influencias resuelto a enriquecerse en tiempo récord con la ayuda de testaferros de trayectoria dudosa.

Puede que exageren, que de no haber sido por su forma desfachatada, menemista, de actuar en público, a pocos les hubieran molestado sus presuntas actividades ilícitas; al fin y al cabo, la forma heterodoxa en la que Néstor Kirchner agregó más dólares a su patrimonio ya abultado no lo perjudicó a ojos de quienes siguen creyéndolo un auténtico prócer. Parecería que ser un peronista nato aún acarrea privilegios con los que compañeros de ruta de procedencia liberal, como María Julia Alsogaray y Boudou, solo pueden soñar.

A aquellos kirchneristas progres que imaginan que Cristina encabeza una especie de revolución popular, la saga protagonizada por el vice plantea un problema que en buena lógica debería atormentarlos. ¿Cómo incorporar las peripecias novelescas de un hombre tan distinto de los demás compañeros al “relato” épico? No les es del todo sencillo.

Para los demás, lo que ha sucedido es más preocupante de lo que supondrán los que, a pesar de todos los reveses, se aferran a la convicción de que el matrimonio patagónico procuraba hacer algo positivo para el país. Tendrán que preguntarse: ¿cómo fue posible que Boudou lograra trepar hasta la cima del poder, a un latido nada más de la presidencia de la Nación, con la aquiescencia complaciente del movimiento mayoritario y del 54 por ciento del electorado? La respuesta dista de ser reconfortante: porque así lo quiso una sola persona, Cristina, la dueña absoluta del destino nacional.

Criticar a la Presidenta por una decisión que resultó ser cómicamente arbitraria sería fácil si el sistema político fuera monárquico porque en tal caso todo dependería de la voluntad del jefe supremo, pero en teoría la Argentina es una república en la que el poder del mandatario es limitado por la Constitución. En realidad, claro está, las instituciones no funcionan porque, mientras se da la sensación de que la economía anda bien, a la mayoría no le interesan los detalles. Es solo cuando los problemas comienzan a multiplicarse que la opinión pública cambia de manera drástica.

De repente, millones de personas se manifiestan horrorizadas por la corrupción que durante años habían consentido. Y, por enésima vez, se difunde la esperanza, entre quienes se preocupan por tales cosas, de que el país esté en vísperas de un renacimiento moral, que nunca más habrá presidentes que actúen como autócratas. Tales etapas suelen ser agradables, pero para que brinden resultados concretos sería necesario que más políticos, muchos más, recuperaran el amor propio. Si la “década ganada” nos ha enseñado algo, esto es que una democracia no puede funcionar con una clase política dominada por obsecuentes serviles.

Un día, la Presidenta tendrá que rendir cuentas ante la Justicia a menos que la facción más poderosa de la clase política decida amnistiarla. Podría argüirse, pues, que Boudou y Cristina son víctimas de las circunstancias. Por ser la Argentina un país de cultura caudillista, de instituciones débiles y un sistema judicial maleable, los políticos pasajeramente exitosos se ven rodeados de tentaciones que para muchos son irresistibles.

Suelen creerse impunes, blindados contra cualquier adversidad concebible por sus fueros y por la complicidad de otros que, de tener la oportunidad, no vacilarían en emularlos. Corren riesgos que, de reflexionar un poquito, les parecerían excesivos, pero daría la impresión que son congénitamente incapaces de aprender de la experiencia triste de sus antecesores que, por lo común, atribuyen a sus presuntos errores ideológicos.

Para Cristina y sus incondicionales, el pecado más ignominioso de los menemistas no fue robar sino apostar al “neoliberalismo”. Puesto que a diferencia de quienes ganaron la década de los noventa del siglo pasado, ellos eran nacionales y populares, suponían que no tendrían por qué preocuparse.

© Escrito por Jaime Neilson el Viernes 23/05/2014 y publicado en la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 15 de marzo de 2014

Una cuestión menor… De Alguna Manera...


Una cuestión menor…

Boudou, otra vez en el centro de la polémica. Foto: Gentileza LaNación.com

La acción del oficialismo de quitarle relevancia al sudoku de Amado Boudou guarda coherencia con muchos de sus actos. 

Puede ser eventualmente sencillo calificar de intrascendente el hecho de que el vicepresidente de la Nación esté jugando con un chiche electrónico mientras en la cámara alta del Congreso Nacional el Jefe de Gabinete rinde examen o, en todo caso, da cuenta de lo gestionado. El Gobierno quisiera creer que es irrelevante, o sobre todo y para ser más precisos, el Gobierno quisiera que la sociedad creyese que un Amado Boudou jugando al sudoku, en el Senado, en plena sesión, no es algo relevante. Y en verdad, algo de razón tiene el Gobierno cuando alega que quien juega al sudoku siendo vicepresidente de la Nación en mitad de una sesión importante del Senado, no es algo del otro mundo.


No está del todo errado el Gobierno, porque el mero hecho de haber designado a este sujeto como su candidato a vicepresidente de la Nación, confirmó desde el primer momento la nula importancia que le concedía la presidente Cristina Kirchner a ese cargo. Ya había tenido que lidiar en su primer mandato con un Julio Cobos que le impuso su marido, Néstor Kirchner, quien, al igual que sucede hoy con distintas franjas del kirchnerismo, procuraba quebrar, dividir y fragmentar a la oposición, armando una seudo “concertación”, que de concertación no tenía nada. 

Tras ese fracaso matrimonial estrepitoso con Cobos, la presidente, ya viuda, decidió por su cuenta elegir a uno persona que, según todos los comentarios de los que conocen la interna del Gobierno, le acercaba jovialidad, alegría, eso que suele llamarse “buena onda”. 

Efectivamente, Boudou aparecía como un rockero entrado en años y con algunos kilos de más, pero rockero al fin, siempre sonriente y fanáticamente enamorado del “modelo nacional popular”.

Desde el momento en que Boudou fue consagrado por el dedo presidencial candidato a vicepresidente y luego votado por la sociedad argentina (algo que también debe ser dicho y subrayado, porque tenemos los argentinos la tendencia a decir “¿Quién? ¿Yo, señor? No, señor. Yo no lo voté”. Nadie votó, sabía nada, ni tenía ninguna referencia de quién era Boudou), que esta persona haya llegado a este cargo y aparezca ahora jugando al sudoku en plena sesión, está demostrando que no se equivoca el Gobierno cuando dice que es un asunto irrelevante.

Es irrelevante Boudou, pero, sobre todo, en la mirada del actual gobierno es irrelevante ese cargo para la estructura institucional que ellos han armado.

Así como Boudou es vicepresidente de la Nación, Gerardo Zamora es presidente provisional del Senado, santiagueño que llegó al poder de la mano del radicalismo para, una vez instalado en el gobierno de la provincia norteña, casarse para siempre con el oficialismo. Ya comienzan a llegar denuncias serias y bastante escalofriante sobre designaciones hechas por Zamora. Lo que aúna a Zamora con Boudou es el mismo desprecio por las instituciones, las normas y el orden constitucional  que ocupan los distintos funcionarios en la alternativa de una sucesión presidencial.

Por eso, lo del sudoku es irrelevante para ellos. Porque no tiene importancia lo que denominan “formalidades burguesas”, aún cuando hace dos semanas, la presidente se autocriticó, diciendo que los peronistas históricamente no le habían dado mucha importancia al tema de la democracia. Paradójico, en un movimiento que pivotea sobre su condición mayoritaria, ¿cómo es posible que un movimiento electoralmente mayoritario haya despreciado la democracia?

Impresiona la historieta del sudoku, foto maravillosa que lo sorprende a Boudou jugando con una pantalla de tablet sobre sus muslos, mientras el Senado está sesionando y la oposición atormenta con las mejores armas parlamentarias a Jorge Capitanich. La situación habla de otra enfermedad, cada vez más evidente en el oficialismo: ignoran la potencia de las nuevas tecnologías, con la presencia de herramientas que a través de los pequeños teléfonos inteligentes permiten registrar prácticamente todo.

Ya han tenido varios episodios en donde fueron sorprendidos por esa potencia tecnológica. Recordemos el caso de Juan Cabandié, filmado cuando apretaba a una sencilla policía de tránsito y amenazándola con un “correctivo” por estar “desubicadita”. Hubo otros casos: Mariano Recalde, por ejemplo, hablando en una peronista y diciendo lo que opinaba realmente de las fuerzas opositoras. Todos ellos, jóvenes y no tan jóvenes como Boudou, parecen ignorar que al ser funcionarios públicos de una sociedad compleja como la argentina, están permanentemente expuestos a la mirada de los juguetes electrónicos, que no tienen neutralidad absoluta. En manos apropiadas, las máquinas que graban, registran y acreditan hechos de la vida real, tienen la potencia de mostrar mejor que en mil palabras la verdadera naturaleza de la gente que gobierna.

¿Qué dice, en resumen, la foto de Boudou jugando sudoku en el Senado? 

Dice:
“Me-mato-de-la-risa-del-Congreso. 
No-me-interesa-lo-más-mínimo. 
Soy-una-criatura-del-poder, enancada-en-el-poder-y-atornillada-al-poder, gracias-a-los-que-tienen-poder-y-a-los-que-porque tienen-poder-no-me-van-a-abandonar”.  

El juego parlamentario le es ajeno, porque carece de experiencia, práctica y, sobre todo, de afecto hacia la sociedad abierta y democrática. No necesita escuchar a nadie, ni siquiera para saber cómo le iba en la sesión a su correligionario Jorge Capitanich.

Esta ignorancia va de la mano también de la omnipotencia, hermana pequeña de la impunidad. Creen que esa omnipotencia es un camino a la imposibilidad de que sean algún día convocados para rendir cuentas. Creen que nada les puede pasar. No advierten los peligros. Pueden hacer lo que quieran, mostrarse tal cómo son, sin preocuparse. Esto muestra la foto de Boudou jugando al sudoku en el Senado de la Nación. No es un episodio irrelevante para muchos argentinos que aspiramos a un gobierno más serio, decente y correcto. Pero sí para ellos, porque consideran irrelevante la posición de Boudou. Fue puesto en ese lugar para cuidar la fidelidad a un gobierno vertical y unipersonal como el que hoy tiene la Argentina. Así que “la cuestión menor”, como Capitanich bautizó al caso de Boudou, es ciertamente una cuestión mayor, porque ven a la república y sus instituciones democráticas como una cuestión menor.

© Escrito por Pepe Eliaschev el Viernes 14/03/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.