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sábado, 19 de abril de 2014

Gueto de Varsovia, 19 de Abril de 1943... De Alguna Manera...


Gueto de Varsovia… Otro 19 de Abril…


Este 19 de abril, como todos los 19 de abril, recordamos el levantamiento del Gueto de Varsovia, y la obligación de esta memoria abarca tanto a los héroes que lucharon como a todos los otros, los que murieron en silencio, en la imposibilidad siquiera de pelear. Desde la Noche de Cristal en noviembre de 1938 hasta la derrota del nazismo en mayo de 1945, no hubo un día de esos terribles años en el que no ocurrieran matanzas, deportaciones, vejaciones, destrucción y cada uno de esos días merece un instante de recordación.

Es obligación recordar la inmensa riqueza de la vida en aquellas pequeñas aldeas, pueblos, ciudades, la cultura y la lengua, el idish, los hábitos y las costumbres de más de 5000 comunidades judías que formaron parte de Europa durante más de un milenio. La destrucción de todo aquello significó la pérdida irrecuperable de un mundo, el que fue mi mundo antes del horror.

En estos días recuerdo mi ciudad natal, Lodz. Y su gueto, en el cual fui encerrado junto a mi familia. Entre 1940 y 1944, la Alemania nazi usó centenares de métodos para matar a la población del Gueto de Lodz. En un principio, impidiendo la entrada de medicamentos para aquellos que los necesitaban y reduciendo la alimentación al mínimo. Muchos murieron. Pero no eran suficientes en el cálculo de los nazis entonces comenzaron con las deportaciones que en realidad no lo eran. Se trataba de “traslados”. La gente era informada de que iba a ser trasladada a otro lugar y para ello debían tomar sus pertenencias consigo. No eran deportaciones; el destino era la muerte. En 1943, comenzaron las así llamadas por los nazis “selecciones”. Casa por casa, los niños y los ancianos eran “deportados” hacia la muerte.

El Gueto de Lodz fue el primero en establecerse en Polonia en 1941, y el último en liquidarse, en 1944. Su constitución era diferente al resto de los guetos. La ciudad de Lodz había sido anexada como parte del Tercer Reich y no constituía en sí un territorio ocupado. Respondía a estrictos planes y cálculos por parte de los nazis. Sus habitantes no eran sólo los judíos de Lodz. A él llegaban de distintos países, de ciudades de Alemania, de la entonces Checoslovaquia y de muchos otros lugares.

En un comienzo, pensábamos que pasaríamos la guerra dentro del gueto y que íbamos a sobrevivir allí. No nos dábamos cuenta de cuál era el verdadero plan: liquidarnos. Al gueto no ingresaban alemanes, no existían pogroms. Era como un país al interior de otro, con su propio gobierno, diario, estampillas, moneda. Era el único gueto que estaba completamente cerrado. Allí adentro la vida seguía, la vida cultural y social y las actividades de los distintos grupos políticos continuaban.

En 1942, fueron liquidadas pequeñas poblaciones cercanas a Lodz. Sus habitantes, en su mayoría, eran transportados a Chelmo, a la muerte. Los aptos para el trabajo llegaban al Gueto de Lodz. Fue entonces que nos empezamos a dar cuenta de lo que realmente ocurría.

En 1943, ya escuchábamos noticias sobre la situación mundial, la guerra, en fin, el mundo exterior que rodeaba al gueto. Yo tenía como tarea encomendada ir a ver periódicamente a un activista de nuestro movimiento –Bund– que tenía una radio que había logrado conservar oculta. El escuchaba la BBC de Londres y a mí y a otros nos contaba lo que estaba ocurriendo. A su vez, yo debía transmitir las noticias a otros para así ir informando a todo el gueto. Recuerdo el mensaje que recibí: “Todos los transportes –deportaciones– de Lodz van hacia Chelmo, donde todos son asesinados”. Yo no supe qué hacer con esa noticia. La verdad es que ni recuerdo si la transmití a mi familia y amigos.

En 1944, entre mayo y julio, hubo transportes incesantes, continuos. La gente, al principio, se resistía a ir. Pero finalmente se rendían. El hambre, la enfermedad, no permitían resistir. A pesar de saber, nadie imaginaba lo peor. Los carteles que inundaban las calles del gueto aclaraban que aquel que no se presentara para ser deportado sería fusilado. Los últimos transportes eran aquellos que deportaban a los trabajadores de las fábricas y talleres.

Es terrible pensar que para esa fecha, París ya había sido “liberada”, el sur de Italia también y los soviéticos ya estaban en los alrededores de Varsovia. A veces pienso que si el Ejército Rojo no hubiera detenido su avance hacia el oeste de Polonia, cerca de ochenta mil judíos del Gueto de Lodz podrían haber sido salvados. Lamentablemente, los soviéticos decidieron primero dejar que los alemanes aplastaran el levantamiento de los polacos en Varsovia. Esto dio tiempo suficiente a los nazis para liquidar el Gueto de Lodz.

No puedo evitar que el dolor que me provoca la indiferencia se reafirme año tras año. Casi nadie recuerda, ni conmemora. Cuando digo esto no pretendo condenar a toda la humanidad por su indiferencia. Basta sólo con calcular las miles de matanzas que ocurrieron durante todo el siglo pasado y comienzos de este, para entender que es imposible conmemorar en una fecha a cada una, aun si se quisiera. Los días del calendario no alcanzarían.

En agosto de 1944, con la liquidación final del Gueto de Lodz, se cerró una vida muy próspera como la vivida por los 250.000 judíos que habitaban Lodz; ciudad tan dinámica y variada en su movilidad social, en sus gustos, en sus pertenencias, donde convivían los jasídicos con los sionistas, los ortodoxos con los socialistas, los ateos con los reformistas.

En estos días me invade la tremenda tristeza de pensar que, en pocos años, con la desaparición de los últimos sobrevivientes no habrá nadie que incline, silenciosamente, su cabeza pensando en el mundo que fue.

El 19 de abril es un día de recogimiento, un día para nombrar cada uno de los guetos, cada uno de los campos de exterminio y, si fuera posible, a cada una de las víctimas.

El 19 de abril nos permite, a los sobrevivientes y al resto, anclar el recuerdo. Sabemos que la memoria es muy frágil. Me incluyo entre los que necesitan establecer en esa fecha, el 19 de abril, la condensación de todo lo ocurrido en esos terribles años. Para poder seguir adelante, más de 70 años después, luchando para que el peor flagelo que tuvo la humanidad en esos tiempos, la indiferencia frente al dolor de los demás, no ponga en peligro la convivencia entre los hombres.

© Escrito por Jack Fuchs sobreviviente de Auschwitz el Sábado 19/04/2014 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


miércoles, 5 de marzo de 2014

Ganadores y perdedores… De Alguna Manera...


Ganadores y perdedores…


Ucrania sufre el asedio de Rusia, que aún no renuncia a sus pretensiones imperiales propias del ya extinto ciclo soviético. 

Gran parte de lo que está aconteciendo ahora mismo en el centro y este de Europa hunde sus raíces en un acontecimiento descomunal que se precipitó hace aproximadamente cinco lustros, la desaparición no solo de la Unión Soviética, tal y como había sido fundada en 1917, sino del conjunto de países que formaban parte de ese bloque al que la histórica frase del primer ministro británico Winston Churchill denominó como naciones “detrás de la cortina de hierro”.

Emitido por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.

Gran parte de lo que está aconteciendo ahora mismo en el centro y este de Europa hunde sus raíces en un acontecimiento descomunal que se precipitó hace aproximadamente cinco lustros, la desaparición no solo de la Unión Soviética, tal y como había sido fundada en 1917, sino del conjunto de países que formaban parte de ese bloque al que la histórica frase del primer ministro británico Winston Churchill denominó como naciones “detrás de la cortina de hierro”.

La Unión Soviética, de la que formaba parte Ucrania, se fundó en 1917 y permaneció dentro en las fronteras históricas de lo que era la Rusia zarista hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Los triunfos del Ejército Rojo en la lucha contra el fascismo y el nazismo permitieron que las tropas soviéticas ocuparan una cantidad muy importante de naciones del este y centro de Europa previamente ocupadas por las tropas alemanas. Consecuentemente, ante la presencia militar soviética y mediante el accionar de algunos partidos comunistas de Europa Central nacieron las llamadas “democracias populares”, gobiernos asociados, aliados y sometidos a Moscú: Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, y las excepciones de Albania y Yugoslavia que permanecieron, de alguna manera, indómitamente ajenas al poder soviético. Desde luego, la primera fue Alemania Oriental, bautizada cínicamente “República Democrática Alemana”.

El mapa europeo de 1989, hace 25 años, exhibe un bloque soviético gigantesco cuyos confines iban del Pacifico a las fronteras mismas del occidente europeo. En el caso concreto de Alemania, la frontera del comunismo, el llamado “socialismo realmente existente”, era precisamente la República Federal de Alemania, y pauses vecinos como Austria, entre otros.

Comparar el mapa de esa Europa de hace 25 años con la realidad actual revela el cambio sísmico que se produjo. Con la desaparición del régimen soviético en Rusia recuperaron su libertad e independencia muchas naciones que habían permanecido sometidas al poder soviético: los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), las viejas naciones europeas del centro de Europa y las ex repúblicas soviéticas (Bielorrusia, Ucrania, Georgia), además de varias más, asiáticas y de prosapia eminentemente islámica, como Azerbaiyán, Kazajstán, Tayikistán y Uzbekistán.

Esta Rusia de 2014, la Rusia de Vladimir Putin, es una versión encogida y achicada del imperio soviético de fines del siglo XX. Ucrania forma parte de esta historia. En realidad, la peripecia de Ucrania es dolorosa y es sangrienta. El país se integró a la Unión Soviética en 1919 sin una larga experiencia independiente como otros países, y atravesó, como uno de los eslabones primordiales del poder stalinista, todos los mismos fenómenos violentos y de planificación burocrática que caracterizaron al proyecto socialista soviético: industrialización, granjas colectivas con control del Estado, una historia que no logró nunca resolver una cuestión decisiva en Europa, la vigencia del Estado nación.

Si se examina un mapa de Ucrania se advierte claramente que el conflicto actual presenta unos matices que lo tornan especialmente difícil de resolver. El centro y oeste de Ucrania, son fronterizos con Polonia, Rumania y Moldavia, entre otros países, es de raigambre claramente occidental y europea. Pero en el este de Ucrania la mayoría de la población es rusa puesto que, como parte de la creación del poder soviético en el siglo XX, muchas repúblicas fronterizas con Rusia fueron “rusificadas” en un sentido étnico y grandes contingentes de población se fueron instalando a lo largo de las décadas en esos países cuyos gobiernos mantenían relaciones de dependencia con la Unión Soviética.

En consecuencia, el proyecto de la Ucrania occidental de asociarse con la Unión Europea ha sido vivido, por una Rusia que no deja de pensarse a sí misma como un imperio, sea capitalista o comunista, como una traición o un peligro de división. Pero, además, hay otro problema delicado, que solamente se entiende observando el mapa: no sólo este problema es grave, sino que Ucrania incluye una región autónoma llamada Crimea. Crimea es una península ubicada al sudeste de Ucrania, en los mares Negro y de Azov, menos de cinco kilómetros de Rusia. La península que separa a Crimea de Rusia es tan corta que podría perfectamente cubierta con un puente que se piensa construir. En esa república autónoma de Crimea hay una importantísima base naval, hoy rusa, ayer soviética, la base de Sebastopol. La decisión del presidente Vladimir Putin de desplazar y estacionar tropas sobre Crimea, ha sido presentada como un intento de proteger a una población de origen y lengua rusa que supuestamente correría peligro si Ucrania, efectivamente, se convierte en una nación asociada a la Unión Europea.

¿Qué es lo que está en juego, en consecuencia, en Ucrania? El propio futuro de este país como nación europea independiente. Pero, además, hay quienes piensan que también está en juego también la propia Rusia. ¿Rusia se postula para convertirse en nuevo imperio ahora con otro signo ideológico, o se conforma con ser una importante Estado-Nación? Se plantea también la polémica por el futuro de Putin, hombre que conduce con puño de hierro un régimen que no es una dictadura en sentido estricto, pero que es gobierno con altísima concentración del poder.

También está en juego el futuro de Europa, porque Rusia no tiene las manos absolutamente libres. Rusia tiene una enorme dependencia tecnológica y financiera de Europa, así como Europa tiene una enorme dependencia del gas natural de Rusia. Como se ve, se trata de un juego en donde todos pueden perder y eventualmente todos podrían ganar. Pero para que esto suceda, sería indispensable que no aconteciera lo peor y que este clima de conflicto que ha llevado a estas horas al jefe de la diplomacia norteamericana a Ucrania, no termine en un baño de sangre, toda vez que los rusos en más de una oportunidad -recordar Afganistán y Chechenia- han ejecutado, ya sea  con el poder soviético o con el poder capitalista- incursiones armadas en sus países vecinos.

Se puede entender la sensibilidad de Rusia como gran potencia, pero el siglo XXI no debería quedar marcado por actos agresivos de colonización o acciones intimidatorias típicas de la Guerra Fría.

Esto es lo que está en juego hoy en Ucrania. Puede fácilmente deshacerse este conflicto si los seres humanos que en él participan son sensatos, así como puede escalar y convertir al centro de Europa en un polvorín. Ojalá que esto último sea lo que no suceda.

© Escrito por Pepe Eliaschev el Miércoles 05/03/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.