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lunes, 8 de marzo de 2021

Grieta y Ceguera. @dealgunamaneraok...

 Alberto sin prejuicios... 


Discurso, Alberto Fernández. Dibujo: Pablo Temes

 

El discurso del Presidente estuvo direccionado a diversos públicos. Fue una pieza de comunicación política, no un manifiesto cristinista.

 


© Escrito por Eduardo Fidanza (*) el sábado 06/03/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

 

Que la grieta obnubila no constituye ninguna novedad. Ahora, cuando vemos que esa distorsión impide enfoques mínimamente equilibrados, afectando a periodistas en condiciones de evitarla, podemos coincidir con la escéptica opinión de David Rieff, un ensayista norteamericano muy próximo a la Argentina: “Ahora solo se habla con personas que piensan lo mismo que tú”.

 

Dirigirse a audiencias que a priori aceptarán complacidas los argumentos que coinciden con su ideología es hacer, además de un negocio, lo que observa Rieff. Convierte el trabajo intelectual en una tautología: no agrega información; incurre, según el diccionario, en una “acumulación reiterativa de un significado ya aportado desde el primer término de una enunciación”.

 

Este sesgo tuvo plena expresión en el modo que los medios recibieron el discurso presidencial del lunes pasado. Con pocas, aunque valiosas excepciones, el dictamen fue la condena absoluta, si se trataba de medios con audiencia opositora; o de aclamación, sin el más mínimo matiz, si su público era oficialista.

 

Un cúmulo de afirmaciones cargadas de juicios de valor estructuraron estos enfoques, deduciendo de allí, como la vieja escolástica, conclusiones que no suman conocimiento. Nos centraremos en los medios críticos, cuya premisa es que Alberto Fernández constituye un apéndice de Cristina Kirchner. Asumen la caricatura del Presidente que las redes consagraron como “Albertítere”.

 

Esa creencia es el eje que organizó la interpretación del discurso, determinando énfasis y omisiones. Lo remarcado fue el cuestionamiento a la Justicia, la oposición y los medios (nada nuevo en el kit oficialista), donde la prensa opositora ve la mano de la vicepresidenta, que habría incluido esos contenidos para mejorar su situación judicial, algo que se está demostrando ineficaz.

 

A partir de esa selección temática se expusieron argumentos recalentados: el albertismo murió antes de nacer, el Presidente es un mero instrumento para ir por todo, lo dicho está al servicio exclusivo de los intereses de Cristina, la querella que ella promueve contra Macri dificultará el trato con el FMI, etc. Por cierto, esto reaviva en muchos lectores de esos medios otro prejuicio rector: “Somos (o seremos) Venezuela”.

 

¿Y si las cosas no fueran tan esquemáticas? ¿Y si se incorporaran dimensiones omitidas a la noticia? ¿Y si, con honestidad intelectual, se incluyeran párrafos del discurso presidencial que proponen un acuerdo pluralista? Entonces el enfoque se enriquecería tornándose más equitativo, aunque las audiencias que no toleran el “sin embargo” quedarían desconcertadas comprometiendo la monetización de la grieta.

 

Para enriquecer el análisis, proponemos considerar otros ángulos e hipótesis, menos explorados.

 

Primero, que existiendo dos coaliciones que reúnen el 90% de los votos, las tensiones al interior de ellas son normales y obligan a discursos sinuosos para preservar la unidad, que es clave. El que por inflexible la quebrara sería el responsable de una segura derrota.

 

Segundo, que la proximidad de las elecciones politiza los discursos de apertura legislativa, que suelen ser para los oficialismos el primer acto de campaña. En ese contexto, la definición de un enemigo es una de las opciones básicas del menú ofrecido por el marketing político.

 

Tercero, que es probable que Alberto Fernández no sea una marioneta, como sostiene convencido el periodismo opositor. Indicios muestran que aspiraría a la reelección. Los dejan trascender voceros oficiosos con muy buena información; y el jefe de Gabinete, reflejando a la mesa chica, cree que sería lógico que así fuera, según le respondió a Jorge Fontevecchia meses atrás.

 

Cuarto, que la dinámica de puro antagonismo exhibido por las fracciones radicalizadas del oficialismo y la oposición, produce contenidos previsibles y belicosos. El discurso presidencial no fue ajeno a ese cariz. La política, en consonancia con los medios, se tornó un juego agresivo y tautológico.

 

Incorporando nuevos factores al análisis se percibe un texto menos homogéneo, lo que permite direccionarlo a diversos públicos. Las invectivas fidelizan a los militantes y acompañan los arrebatos impotentes de Cristina; la elección de Macri como enemigo refuerza la identidad y convoca a los millones de desilusionados con el ex presidente; el llamado al consenso respetando las ideas del otro, busca seducir a los moderados, que decidirán la suerte de Fernández.

 

Es significativo este último aspecto, en el que trabaja Gustavo Béliz: la idea de una democracia sinfónica, metáfora del pluralismo extraída del teólogo católico Hans Urs von Balthasar. Constituye una sofisticación de la “Argentina unida” del eslógan, sobre la que el Presidente podría basar la reelección, si a su gobierno le fuera bien.

 

El emblema de ese consenso es el Consejo Económico y Social, que el Presidente homologa a sus ideales. A eso debe sumarse su estudiada identificación con la Justicia: se asimila a un “hombre del Derecho” que quiere reformarla, no arrasarla como su vicepresidenta. Con menos prejuicios, aflora el albertismo.

 

La distinción de Eliseo Verón entre los destinatarios de la enunciación presidencial muestra hasta qué punto la alocución inaugural es una pieza típica de la comunicación política en lugar de un manifiesto cristinista. El discurso construye al otro “positivo”, oponiéndolo al otro “negativo”. Los militantes y los argentinos de bien somos “nosotros”, los opositores y sus banderilleros son “ellos”.  

 

Nada nuevo, todos los gobiernos hacen más o menos lo mismo. En realidad, la diferencia sustantiva no es retórica sino política. Remite a Cristina y La Cámpora. ¿Por qué? Porque hay una brecha insalvable entre el poder que ostentan y el bajo prestigio social que cosechan. Acumularon capital material, no simbólico. Ocupan áreas claves de la administración, pero la mayoría los repudia.

 

¿Quién continúa saldando por ahora ese débito? Alberto Fernández, cuya imagen positiva es equivalente a la negativa de la vicepresidenta y su hijo. Si como aquí se conjetura, el Presidente poseyera un proyecto, deberíamos aguardar un choque entre ellos en algún momento. Si el Gobierno ganara las elecciones, tal vez la discusión empiece por quién es el padre (o la madre) de la victoria.

 

Un anticipo de las visiones en pugna puede encontrarse en el discurso del 1° de marzo, leyéndolo sin preconceptos, aunque eso desilusione un poco a las audiencias cautivas. Acaso sea el mejor modo de evitar un disgusto mayor, si descubrieran que no todo se explica por el poder absoluto de Cristina, como le vendieron sus referentes mediáticos. 

(*) Eduardo Fidanza. Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires. Fundador y director de Poliarquia Consultores. Analista político e investigador social. Ex columnista semanal del diario La Nación. Miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. Ex profesor titular regular de la UBA.





domingo, 19 de abril de 2015

El ‘caso Nisman’ desvela los agujeros de la justicia y la política argentinas... @dealgunamanera...

El ‘caso Nisman’ desvela los agujeros de la justicia y la política argentinas...

Protesta en Buenos Aires por el 'caso Nisman'. Foto: N. PISARENKO (AP) 

Tres meses después, la investigación se bloquea en medio de una guerra de poder. Los agoreros lo dijeron desde las primeras horas de aquel 18 de enero: nunca sabremos quién mató a Alberto Nisman, el fiscal de la causa AMIA, el peor atentado de la historia de Argentina y uno de los más sangrientos del mundo, con 86 muertos. Tres meses después, la mayoría de los argentinos piensa que lo mataron, y no se suicidó, pero también creen que nunca se sabrá quién fue.

El pesimismo se ha instalado en la sociedad con noticias constantes sobre el caso que generan aún más confusión. Y sin embargo el asunto sí ha tenido un efecto claro: ha puesto en primer plano la parte oscura de un país donde los servicios secretos están más cuestionados que nunca; la justicia libra una profunda batalla interna entre jueces y fiscales K (cercanos a los Kirchner) y todos los demás, y se produce en público, casi a diario, una guerra entre la fiscal del caso, Viviana Fein, y la exmujer de Nisman, la juez Sandra Arroyo Salgado. Esto impide tres meses después saber mucho más de lo que se conocía el primer día. Los agujeros negros que vinculan la política, la justicia y los servicios secretos, de los que siempre se hablaba en privado, han quedado en un primer plano.

La única certeza de momento es que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha conseguido sobrevivir de manera notable al caso Nisman. La imagen del fiscal, designado para la causa AMIA por los Kirchner, está hundida después de que se supiera que tenía una nutrida cuenta bancaria no declarada en Nueva York y se conocieran detalles de su vida privada, filtrados por la propia policía. Su demanda contra la presidenta por el pacto con Irán agoniza en los tribunales, y ahora ha recaído en un fiscal cercano a los Kirchner.

“La presidenta cayó cinco puntos en febrero por Nisman y los recuperó en marzo. El asunto ha ido perdiendo relevancia para la sociedad”, explica Eduardo Fidanza, director de la encuestadora Poliarquía. “La estrategia de embarrar la cancha ha funcionado. Es como el tango de Discépolo Cambalache, todo se iguala por abajo. El prestigio del fiscal está hundido con las revelaciones. Además, el poder judicial tiene bajo prestigio en Argentina”, sentencia Fidanza.

De hecho el oficialismo, y su candidato más fuerte, Daniel Scioli, recupera fuerza día a día en este año electoral clave. La muerte de Nisman descolocó al Gobierno y le hizo pasar uno de sus peores momentos, pero ha conseguido darle la vuelta y ahora quien está siendo investigado es el propio Nisman y su familia, por posible lavado de dinero —el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, ha llegado a aconsejar públicamente a la fiscal que detenga a la madre del fallecido— y también un personaje clave, Antonio Stiusso, el todopoderoso hombre fuerte de los espías argentinos.

Su relación con Nisman era muy estrecha —el fiscal intentó llamarle varias veces antes de morir— y la presidenta atribuyó la denuncia del fiscal contra ella, presentada la misma semana en la que murió, a una maniobra de Stiusso, al que ella había despedido un mes antes. Ahora todo el poder se ha vuelto contra él, y tiene varias causas pendientes en la justicia, una de ellas iniciada nada menos que por un amigo del Papa, Gustavo Vera, un concejal de Buenos Aires. Stiusso se ha marchado de Argentina y está ilocalizable. Ha mandado ya el mensaje de que no volverá con este Gobierno.

El caso Nisman ha dado pues un giro completo y ahora perjudica a quienes lo iniciaron, pero sobre todo ha dejado claro a todos los argentinos que los agujeros oscuros de los que siempre se habló en privado están bien a la vista.

© Escrito por Carlos E. Cué el sábado 18/04/2015 y publicado por el Diario El País de la Ciudad de Madrid, España.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El 8N y las Consultoras... De Alguna Manera...


De clase, organizada, sin impacto electoral…


Los principales consultores de todas las tendencias analizan el 8N. Todos coinciden en que fue importante, que tuvo identidad de clase media o alta, que pasó de cacerolazo espontáneo. Pero las diferencias aparecen al hablar de su legado, que va de poco a una mayor distancia con el Gobierno que no se traduce en votos.

Los principales consultores políticos de todas las tendencias coinciden en algunos diagnósticos –tal vez los más sustanciales– respecto del 8N, aunque mantiene miradas discrepantes en relación con sus efectos sobre el futuro político nacional. La mayoría afirma que la movilización fue esencialmente de clase media, que fue bastante organizada –dejó de ser un cacerolazo, si se toma el término como sinónimo de espontaneidad–, que no tiene una representación política clara y que por esa razón no muestra por ahora un impacto electoral decisivo. En el marco de las discrepancias, algunos consultores destacan que la marcha exhibe un retroceso del oficialismo, mientras otros sostienen que simplemente se muestra en la calle lo que ya existía como antikirchnerismo, lo que, también por ahora, no significaría cambios importantes en la relación de fuerzas electorales. En ese terreno vuelven las coincidencias: casi todos piensan que el oficialismo podría ganar las elecciones de 2013, aunque discrepan sobre los porcentajes que alcanzaría.

Clase media

Manuel Mora y Araujo, uno de los consultores más tradicionales, hoy titular de la Universidad Di Tella, evalúa que el jueves “la clase media, escasamente articulada a través de organizaciones como los partidos, los sindicatos o grupos militantes, ratificó su capacidad de llenar la calle. La práctica de la protesta, definitivamente, no es patrimonio de ningún sector de la sociedad”. Analía Del Franco, de Analogías, considera que “la gran mayoría de los participantes son del mismo espectro social que los del 13 de septiembre. Si bien esta fue una movilización más numerosa, se puede asegurar que no atrajo a otros sectores sociales más que los niveles medios medios y altos. Para sintetizar, se puede decir que su tendencia ideológica es de centroderecha. Eso no implica que el Gobierno no reciba críticas por izquierda, pero no percibo que se hayan sumado al 8N. Tampoco, votantes de CFK 2011 y hoy críticos o defraudados. Nuestros estudios cualitativos muestran que la critica de éstos no los impulsa (aún) a salir a marchar contra el Gobierno”.

La ¿originalidad?

Enrique Zuleta Puceiro, titular de Opinión Pública, Servicios y Mercados (OPSM), mide la convocatoria no sólo en términos de los que fueron, sino también en términos mediáticos. “La movilización del 8N no tiene precedentes en la historia de las multitudes en la calle y la razón es simple: se desarrolló en todas las ciudades medias y grandes todo el país y ocupó todos los segundos de todo el encendido radial y televisivo en el prime time entre 19.30 y 22 en todas las señales públicas y privadas”.

Artemio López, de Equis, no le ve tanta originalidad histórica. “Los 200.000 opositores de clase media alta y alta, que ya adversaron al gobierno nacional en octubre de 2011, se movilizaron el 13 de setiembre y el 8 de noviembre pasado, rechazando explícitamente toda representación partidaria y señalando claramente la fragilidad de la oposición política realmente existente.”

“Más allá de las discusiones acerca de magnitud –razona Eduardo Fidanza, de Poliarquía– de las polémicas sobre la composición, procedencia y eficacia política que provoca el 8N, lo que creo más significativo es que refleja la desaprobación mayoritaria a la gestión presidencial. En sí misma la concentración no es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, pero es un indicio del momento político y de las perspectivas que podrían estar abriéndose. Hace un año, en el cenit de la popularidad y el poder electoral del kirchnerismo, era impensable semejante movilización de masas.”

En la mirada de Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, “las protestas o acciones colectivas pueden ser analizadas considerando su magnitud, sus consignas, sus métodos de organización y de protesta. La modalidad elegida es elocuente respecto de algunas continuidades actitudinales con el 2001. En este sentido, el cacerolazo evoca inmediatamente imágenes del 2001, cuando se combinó una profunda crisis social y económica con un estallido de nihilismo y descreimiento. La consigna académica más leída y escuchada por entonces era ‘crisis de representación’. Once años después algunos sectores de la sociedad, enérgicamente opositores al kirchnerismo, exhiben una crisis de representación al cuadrado, puesto que se da en el marco de condiciones sociales y económicas completamente distintas, con una sociedad crecientemente politizada y un amplio sector social que acompaña a un proyecto político”.

¿Espontánea u organizada?

Prácticamente todos los consultores evalúan que el 8N tuvo un fuerte nivel de organización. Del Franco lo sintetiza así: “En primera instancia creo que ya no cabe llamarlo cacerolazo, denominación que creo aplicable a manifestaciones con alto nivel de improvisación y espontaneidad. Es sólo una cuestión de denominación y no de evaluación y menos en sentido negativo. Que sea menos espontánea no significa que sea menos legítima”.

Con ella coincide Zuleta: “De espontáneo, estas movilizaciones tienen poco, pero eso no la minimiza ni disminuye en significación y efectos sociales y políticos. Hay que tomar nota: este tipo de movilizaciones rompe con la lógica del balcón, del líder que sale al balcón”.

¿Quién los representa?

Buena parte de los consultores creen que nadie, aunque hay algunas discrepancias. Roberto Bacman es el titular del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP). “Todo parece indicar que no dejó nada nuevo el 8N. En realidad, y en lo que hace al meollo de la protesta es más de lo mismo: críticas al Gobierno, a su accionar, a su orientación y al estilo presidencial. Sin embargo, y al igual que dos meses atrás, se enfrenta a un callejón sin salida: no aporta nada en concreto, se aúna sólo en la crítica, no propone y, para colmo de males, no existe por estos tiempos en la Argentina ninguna fuerza ni dirigente político que pueda capitalizarla. Por el contrario, también se pudieron escuchar críticas a algunos dirigentes que de alguna u otra manera la impulsaron desde las sombras. Hacia el interior de la protesta subyace un arco demasiado heterogéneo, que incluye un variopinto conjunto de segmentos de la sociedad que impulsan reivindicaciones de distinto tipo y tenor.”

Ricardo Rouvier, de Rouvier y Asociados, percibe lo mismo, pero opina que debe mirarse un poco más que la representación política: “Es indudable que así como se expresa la protesta ante un oficialismo fuerte, de voz alzada, definido, decisionista, también deja al desnudo la falencia de una oposición que no da señales de vida. Es posible que este acontecimiento otorgue energía a los adversarios del Gobierno; pero eso se verá en el futuro. Con la marcha, la oposición política mejoró sus ilusiones para el 2013, a pesar de que no pueda convertir en fortaleza inmediata la manifestación callejera. No tiene cómo transferirla a sus consensos”.

En una línea que pone el acento en las debilidades de la oposición, Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, sostiene: “Mi hipótesis es simple: el 8N no expresa la debilidad del kirchnerismo sino la debilidad de la oposición. Un sector de la sociedad no encuentra liderazgos capaces de interpretar y representar sus aspiraciones, deseos y valores, y asimismo no percibe alternativas políticas sólidas y competitivas que puedan desafiar seriamente al kirchnerismo. Cuando algunos dirigentes opositores sostienen que la presencia de políticos enturbiaría la protesta, hacen dos cosas: revelan su propia debilidad y fortalecen las mismas matrices que dificultan el fortalecimiento de liderazgos políticos opositores. Para que el 8N produzca un impacto político deberá articularse políticamente, tarea que les corresponde asumir a los partidos y/o dirigentes de la oposición”.

Distinta es la mirada de Del Franco para quien “un referente concordante para estos grupos, es alguien con postura de centroderecha. Macri es quien viene a la mente en forma inmediata. No considero oportunista que trate de capitalizarlo. Por el contrario, si de la Ciudad de Buenos Aires se trata, los presentes el jueves fueron sus votantes en las elecciones a jefe de Gobierno. Ahora tiene el problema de que no representa a quienes marcharon en otros lados”.

En ese terreno, Mora y Araujo apunta que “las clases bajas, los sectores de la Argentina de la pobreza –que obviamente no engrosaron las multitudes del 8 de noviembre– encuentran algunos canales de representación, ejercida principalmente por los dirigentes políticos locales y a través de ellos por los gobiernos locales, provinciales y nacional. Las clases medias, y de ahí para arriba, no tienen más representación: o se sale a la calle o no se tiene voz. Ese es el fracaso de la política argentina, o sea de los políticos argentinos y sus organizaciones”.

Las consignas

“En la última encuesta llevada a cabo por CEOP –relata Bacman– se pueden observar las cinco motivaciones de los manifestantes del 8N: inseguridad, falta de diálogo, corrupción, posible reforma constitucional que habilite la reelección y los controles sobre el dólar. Pero en el mismo trabajo de campo la imagen positiva de CFK se ubica en el eje del 52 por ciento y la aprobación de su gestión alrededor del 50. Entre ellos sobresalen los más jóvenes (18 a 34 años), los de clase baja y los residentes en el Gran Buenos Aires profundo y el interior del país. Y ellos fueron los que no salieron a protestar.”

Rouvier agrega que “la protesta se fundamentó en algunas cuestiones de gestión que pueden ser discutidas y revisadas, sobre todo las que hacen a la inflación y a la inseguridad, pero hay otras de claro perfil conservador; inclusive en sectores medios bajos que se enojan ante la Asignación Universal por Hijo que cobra un vecino. La disponibilidad mayor o menor de acceso a la divisa supone una adaptación ciudadana que todavía no se ha transitado; pero es indudable que los sectores medios sienten que el Gobierno los amenaza, y pone en peligro sus libertades individuales tal cual las proclamó el liberalismo. El valor de lo colectivo, lo comunitario, es el valor por conquistar del kirchnerismo, ante la hegemonía del individualismo, el éxito personal y la competencia salvaje”.

El efecto electoral

Un dato llamativo es que casi todos los consultores, incluso los más alejados del oficialismo, piensan que el Frente para la Victoria tiene todas las chances de ganar las elecciones del año próximo, porque más allá del 8N conserva el caudal electoral necesario para obtener más votos que las demás fuerzas. Lo que sucede es que esos mismos consultores –los más alejados del Gobierno– ponen listones altos: que el FpV no va a hacer una elección parecida a la de 2011 o que no va a tener los legisladores propios suficientes para votar una reforma constitucional. Ambas alternativas son virtualmente imposibles: como resaltó la propia CFK cuando se refirió al tema en Harvard, difícilmente pueda haber reforma si no hay acuerdo con otra fuerza política de envergadura; y la comparación entre los votos en una elección presidencial y una legislativa tiende a ser poco realista. También en esto caen algunos de los encuestadores más cercanos al oficialismo.

En ese marco, no deja de haber polémicas. Para Mora y Araujo “la clase media desafía al gobierno nacional en la calle, y eso significa que el Gobierno pierde sus votos. Los de abajo no están muy motivados para salir a manifestarse, pero posiblemente siguen leales electoralmente. La aritmética más simple preanuncia entonces un serio problema electoral. Ni siquiera conservando el 100 por ciento de los votos de todas las personas que están por debajo de una línea de pobreza, el Gobierno podría repetir los resultados del 2011. En términos del mercado político, el problema parece claro: hoy no hay mucha oferta opositora, pero la demanda la pide a gritos. Y, por lo que se ve, el gobierno nacional conserva a su electorado de abajo pero no quiere ofrecerle nada –o no encuentra qué ofrecerle– a esa clase media que lo ayudó a constituirse y que se declara insatisfecha”.

Fidanza anuncia un declive más pronunciado: “El escenario que veo es el de una lenta declinación del Gobierno que desemboca en el síndrome del pato rengo para la Presidenta. Esto ocurriría aunque el Gobierno ganara las elecciones de 2013. Podría alcanzar una primera minoría en caso de que la oposición permanezca fragmentada. La razón es que no se prevé una recuperación significativa de la economía, como en el período 2010-11. En cuanto a la reforma constitucional con cláusula de re-reelección, parece improbable debido al amplio rechazo popular que suscita”.

López, en cambio, cree que “en perspectiva, el caceroleo opositor nada cambia en el sistema de preferencias electorales manifiesto en octubre de 2011, donde el oficialismo, merced a su gestión y en especial al sostenimiento de los atributos de empleo y consumo obtuviera el 54,11 por ciento de los votos. Se plantea sí una situación crítica para la oposición política hoy incapaz de representar estas demandas ciudadanas y que para colmo, con cada nuevo liderazgo emergente, sigue fraccionándose. Tal el caso de Macri y De la Sota, las dos nuevas figuras visibles del elenco de la opo que cazan votos en el mismo zoológico anti K que ya lo hicieron Binner, Alfonsín, Duhalde, Carrió el 30 de octubre de 2011”.

“Para quienes ven la realidad de la política desde el ojo de cerradura de la competencia electoral –analiza Zuleta– es posible que los cambios sean mínimos. Las multitudes del 8N no expresan tendencias demasiado diferentes de las que en los últimos meses vienen revelando las encuestas nacionales: un empeoramiento gradual de casi todos los indicadores de apoyo y evaluación de desempeño del Gobierno, pero en el plano del voto, el oficialismo conserva lo sustancial de su caudal electoral, ante la ausencia de propuestas y liderazgos alternativos.”

© Escrito por Raúl Kollmann y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 e Noviembre de 2012.