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jueves, 28 de febrero de 2013

Miente, miente que algo quedará… De alguna Manera...


Miente, miente que algo quedará…





En ese aprovechamiento de una frontera difusa entre la verdad y la mentira, todos los gobiernos de ayer, hoy y siempre, intentaron imponer su discurso sin atender a las profundas tramas culturales que circulan de manera subterránea, en nuestro caso atadas a una voraz tradición de saqueo y conquista, profundizada por las férreas dictaduras que azotaron América Latina en los años setenta.

La astucia de la historia encuentra en la comprensión de los hechos fácticos y comprobables que el arte de la retórica no siempre transforma la ficción en realidad.

Hoy Argentina transita por un terreno delicado de olvidos, omisiones y agendas políticas entrecruzadas con intereses mediáticos a favor o en contra del gobierno, mientras el periodismo profesional no encuentra santuario ni puntos de equilibrio para recuperar aquel camino de credibilidad que en algún momento supo establecer con su público.

Si bien esa relación siempre tuvo pactos fáusticos velados, que pueden serializarse en el apoyo de no pocos medios a los gobiernos de facto -cuando distrajeron su atención de la desaparición y asesinato de una generación de intelectuales, principalmente, del campo popular-,  la polarización actual invita a reflexionar no sólo sobre qué escribe la prensa, sino sobre quiénes condicionan el oficio.

Salvo contadas excepciones, los actuales barones del periodismo vernáculo lejos están (estamos) de la pluma y capacidad de investigar, sin miserabilísmos, y narrar los hechos como aquellas piezas únicas que mostrara desde su genio Rodolfo J. Walsh.

Aunque resulte paradójico, de la brutal pelea mediática entre el gobierno y la prensa concentrada existen resultados positivos. Ya no hay verdades reveladas y la perversa mixtura de relaciones de poder pone en evidencia lo más feo, lo más sucio y lo más malo de aquellos empresarios de medios desinteresados por aquel maravilloso oficio de escribir por el que murió Walsh, sin perder nunca su compromiso político.

Pero lo cierto es que ya no estamos en tiempos de insurgencia armada y que términos como “cipayo”, entre otros, atrasan en una construcción mediática mezquina en la que las tensiones políticas mediatizadas sorprenden a propios y ajenos.

Por primera vez desde el quiebre de la relación medios / gobierno -recién desde 2008- algunos periodistas sacaron de sus cajones aquellos contubernios que tenían guardados bajo siete llaves.

La historia sangrienta de Papel Prensa, el pasado de Héctor Timerman como director de un diario procesista o el coro que hiciera Enrique Vázquez a la dictadura desde la revista SOMOS es sólo una muestra de las disputas.

Sin embargo, algunos políticos están convencidos de que si no son acompañados por los medios, no existen. Y así se transforman en rehenes de peleas corporativas.

Antonio Gramsci (*) supo diferenciar el “sentido común”, ese que nos quieren imponer, del “buen sentido”: aquel por el cual debemos unificar criterios y elaborar proyectos colectivos.

A diez años de un proceso de transformación profunda, por momentos eficiente y exitoso al corto plazo, resulta aún difícil encontrar marcas de transparencia y continuidad en la buena administración de la cosa pública.

Menos aún imaginar que el maravilloso mundo paralelo a lo “Truman Show” instalado en Puerto Madero producirá un efecto derrame, cuando del otro lado está la villa “Rodrigo Bueno”, y que el titular de la SIGEN Daniel Reposo -apellido ideal para su función en el organismo de control interno- encontrará a todos los Ricardo Jaime que aún no conocemos.

Recordar el espíritu converso de los menemistas transmutados vestidos de ocasión, sirve para revisar el fracaso actual de una estrategia de desperonización que con La Cámpora, Kolina y, en menor medida, Unidos y Organizados, sólo repite la historia de la tristemente célebre Coordinadora radical.

Salvando la distancia ideológica, en especial por la prolija labor en materia de Derechos Humanos del recientemente fallecido Eduardo Luis Duhalde, que aleja en términos absolutos de cualquier analogía al pragmatismo kirchnerista, tanto del nazismo como de un genuino proceso revolucionario, el poder comunicacional parece ser el motivo que desvela a quienes ejercen cargos estratégicos.

Si hay algo que los políticos deben aprender del pensamiento totalitario es que la mentira conduce al odio y a la ruptura de un tejido social, aquel que debemos construir entre todos día tras día.

También, que hay buenos entre los malos y que el único camino está en la construcción, no de peatonales ni de proyectos faraónicos audiovisuales, sino de debates abiertos a la participación ciudadana.

Lo cierto es que quienes se beneficiaron económicamente con  la desaparición forzada de personas no pueden ni deben conducir los destinos de la patria. Porque patria y democracia son parte de un mismo destino

En octubre, como suele ocurrir en elecciones de término medio, se avecina un voto castigo. Esta vez será contra un discurso único y homogeneizante que nos aleja de la realidad y convierte de manera absurda a los amigos en enemigos, muchos de los cuales están confinados a un destierro preventivo desde un cenáculo cerrado.

Pero la mesa chica tiene apóstoles traicioneros encarnados en algún Judas al acecho.

El peligro de la ausencia de diálogo es que produce golpes institucionales internos y divisiones peligrosas para la gobernabilidad, como ocurre con un movimiento obrero partido en múltiples facciones.

Por cierto, según la tradición cristiana, Judas se quedaba con la plata de los pobres. Si ese es el rumbo, con mística, culto y adoración al mesías… ya no se morfa.

Tal vez algún sapo.

© Escrito por Por Osiris Troiani el jueves 27/02/2013 y publicado por plazademayo.com de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




(*) Antonio Gramsci (1891-1937) http://www.infoamerica.org




lunes, 8 de octubre de 2012

Polvos... De Alguna Manera...


Polvos…


Nada de lo que sucedió esta semana era inconcebible. Era relativamente sencillo de prever. Dejada a su libre albedrío, la bestia del desorden y la ruptura deliberada de las normas tenía que volverse inexorablemente contra los mismos demiurgos que durante años abusaron de su cháchara engañosamente garantista. Cualquiera fuera el desenlace final de la rebelión de uniformados que esta semana estalló sorpresivamente en la Argentina, algo es indisputable: la destrucción del orden arrasa a los omnipotentes que se creían a salvo.

Desde hace ya muchos años en la Argentina el poder político encaramado en la cúspide del Estado estimula conscientemente el desarme de lo establecido. Cínica construcción retórica, es el travestismo de una transformación inexistente. Abroquelado en la construcción de un laberinto anti “represivo” vacío de veracidad, el gobierno kirchnerista se vino dedicando desde 2003 a levantar su ingeniería de tierra arrasada. Esta semana, cuando suboficiales de la Armada puteaban en la cara al jefe de su Estado Mayor, pasó lo que era lógico e ineluctable. 

¿Por qué no lo habrían hecho? En un escenario sobre el que se montó fríamente el diseño de una impostura libertaria (todos-tienen-derecho-a-todo-durante-todo-el-tiempo-y-en-todas-partes), los prefectos, gendarmes y suboficiales de varias fuerzas estimaron que era necesario visibilizarse. Esa ha sido la doctrina del Gobierno, aplicada a rajatabla mientras los castigados eran quienes el Poder Ejecutivo sindica como sus enemigos.

Todo era algo perfectamente anticipado, aunque esta semana se salió de madre. Deriva de un proceso que, una vez puesto en práctica, avanza irresistible. Con la disciplina estigmatizada como formalidad producida por un pasado repudiable, el desorden se despliega con coherencia lógica. Así, remolcada por una nomenclatura sindical docente que defiende sus prerrogativas, una ruidosa burguesía judicial le ordena a un ministro de Educación que “negocie” con estudiantes alzados que toman colegios y suspenden clases.

Por orden oficial, la calle es de todos. Como es de todos, no es de nadie, algo entendible entre 2003 y 2005, pero que a partir de entonces fue puro cinismo, negación deliberada de organizar la vida social. Bajo esa especulación latía la convicción tenebrosa de que, como el orden es antipopular, es mejor y hasta redituable tolerarlo. ¿No fue este gobierno el que admitió, fomentó y toleró el corte de la frontera internacional con Uruguay con el pretexto de la pastera de Fray Bentos?

Durante años se han reconfortado entre ellos meciéndose con el arrullo demagógico de la “transgresión”. Néstor Kirchner y Alberto Fernández, quienes le abrieron la Casa Rosada a la troupe de Marcelo Tinelli para que grabara, con la intervención de aquel presidente, escenas de un sketch destinado a burlarse de las autoridades que renunciaron en 2001. Se han manejado endiosando la ruptura impune de códigos, escalafones y jerarquías. Maradonizaron la vida de todos los argentinos. Escuadrones de sub 30 fueron rociados en los comandos del Estado, muchos de ellos sin antecedentes ni méritos.

La algarada reivindicativa de prefectos y gendarmes es, además, corolario lógico de una estrategia gélidamente aplicada. El kirchnerismo hizo del doble comando una herramienta sistemática, expresión orgánica de su metódico esfuerzo desestructurante. A las propias (y a menudo cuestionables) fuerzas de seguridad les aplicaron esa receta letal de comandos bifrontes, cuyo paradigma vergonzoso es el caso Garré/Berni en el Ministerio de Seguridad.

En la Argentina se ha ido dando un largo proceso de humillación deliberada de formas consagradas y trayectorias respetables. Sólo así puede entenderse que este país padezca a un canciller con los antecedentes y características de Héctor Timerman. También en ese marco se comprende por qué el matrimonio Kirchner se ha sentido servido con las prestaciones de sujetos como Ricardo Jaime o comisarios como Guillermo métanse-las-cacerolas-en-el-orto Moreno. 

Es parte de lo mismo. Como esos hombres que no castigan físicamente a sus parejas, pero las humillan de palabra y con gestos, a los argentinos se les ha ido naturalizando el maltrato. La empobrecida tropa de las fuerzas de seguridad escupe y empuja a sus jefes porque desde la máxima cátedra del Estado ésa ha sido la línea. ¿No fue Cristina Kirchner la que pateó malamente a Esteban Righi para reemplazarlo por el evanescente Daniel Reposo?

La mera noción de prudencia ante realidades previas fue esmerilada adrede por un oficialismo convencido de que nada es imposible y de que los límites no existen. Así, partieron a la CTA y crearon su Yasky conveniente. La misma receta se le aplicó a Moyano: ahí está ahora Antonio Caló hablando bien de “la señora”. Lo mismo con la Federación Universitaria Argentina (FUA), a la que le crearon una filial K paralela para pulverizar a una conducción no doblegada. 

Similar mecanismo usaron para destrozar fuerzas opositoras. La borocotización empezó con el macrismo y siguió con radicales y socialistas. Hasta a la AMIA le tocó el turno; necesitado de manejarse con propia tropa, el Gobierno hizo algo parecido a lo de Perón en los años 50, cuando quiso armar una DAIA propia. Eso significa hoy el desacreditado Sergio Burstein, servicial peón de la Casa Rosada para trabajos sucios en la comunidad judía.

Todo proviene del mismo molde y marcha hacia las mismas consecuencias. Pero lo que ha revelado esta semana la explícita insubordinación de las tropas de seguridad es de una gravedad más profunda que nunca antes. Los malabares con las cadenas de comando encuentran ahora un techo concreto y hostil. Cuando al presidente Raúl Alfonsín se le rebelaron fuerzas militares subversivas, careció de recursos para reprimirlas. 

Era 1986 y las Fuerzas Armadas eran básicamente las mismas que a él le tocaba comandar cuando dejaron el gobierno, en diciembre de 1983. Pero Alfonsín no descolgaba cuadros; él mandaba juzgar y condenar criminales. Tras ordenarle al inolvidable general Ernesto Alais que las tropas bajo su comando en el Litoral bajaran a la Capital para desactivar ese motín carapintada, esas tropas nunca llegaron. Los militares no le respondían al gobierno democrático. Esto de ahora, en cambio, no es ni remotamente una conjura fascista o un golpe antidemocrático; es el desenlace previsiblemente caótico y plebeyo de un descontento social inocultable. Dicho con un colosalmente eficaz lugar común: de aquellos polvos, estas tempestades.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en sábado 6 de Octubre de 2012.


martes, 12 de junio de 2012

CFK no tiene cura... De Alguna Manera...

CFK no tiene cura...

Palazos. Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes

El caso Reposo, las idas y vueltas con el dólar y los “Aló Presidenta” que sólo generan nuevas distorsiones.

Indefendible”, “impresentable”, “un papelón”, fue algo de lo que se escuchó en el seno del oficialismo no bien terminó la lamentable presentación de Daniel Reposo en el Senado, en la que defendió su candidatura a la Procuración, durante la cual a los muchos “errores de tipeo” de su CV agregó un desconocimiento supino de cuestiones elementales concernientes al cargo al cual aspiraba. Las citas de algunos de los conceptos que expresó el postulante, que afortunadamente la opinión pública pudo ver y escuchar en directo, pasarán a formar parte de los anales del disparate. A modo de muestra, vaya ésta: “Yo estoy con la corriente trifásica (sic), en cuanto a que el recurso de Casación y el control de constitucionalidad tiene que verse en su amplitud. Y para eso hay que respetar el principio en virtud del cual el juez juzga y el fiscal acusa”. Lo de la corriente trifásica pareció algo más emparentado con la electricidad que con el Derecho.

Otra: “A través de los medios periodísticos se han publicitado situaciones delictivas (...). Así, se generaron un sinnúmero de situaciones, y éstas son materias que hay que regular a través de los tres poderes. Son situaciones que no hacen a la libertad de expresión, pero que se vinculan con el hecho de generar un mecanismo adecuado de regulación para bajar los niveles de insatisfacción que se producen ante la falta de políticas en este sentido...” Es decir que, ante la falta de políticas de Estado, Reposo proponía la restricción a la libertad de prensa para combatir una nueva figura de “inflación penal”.

En el bloque de senadores del Frente para la Victoria se vivió todo con mucha bronca. El jefe de la bancada, Miguel Pichetto, fue el más disgustado. El, que conoce al dedillo lo que ocurre en el Senado, hace tiempo que le hizo llegar a la Presidenta la señal de que los votos para aprobar la candidatura de Reposo no estaban. El senador intentó evitar ver expuesto a su bloque a la dura circunstancia de ponerles el cuerpo a las gruesas inconsistencias de Reposo. Pichetto atraviesa un momento particular de su carrera, ya que tras el homicidio de Carlos Soria carga con buena parte de la administración de su provincia, Río Negro. El hijo de Pichetto es el ministro de Economía de la provincia, cuya demanda de fondos a la Nación es crucial para los gastos de la gestión. Encima, en el Senado está Amado Boudou, con quien Pichetto tiene mala relación.

“Tenía los votos”, expresó Reposo el viernes. Esa afirmación no reflejaba la verdad. El Gobierno presionó para que la postulación saliera. “Es una muestra de fidelidad hacia Cristina”, fue la consigna que bajó hacia los que en el oficialismo sabían de su inviabilidad.

Luego de este traspié, al Gobierno lo acecha otro problema: el de la crisis económica. El descontento social comienza a expresarse de manera creciente, gatillado por los distintos efectos que las medidas oficiales producen. Los cacerolazos del jueves y las movilizaciones del viernes lo reflejan. La imagen de la gente golpeando sus cacerolas y marchando hacia la Plaza de Mayo remite a los aciagos días de 2001-2002. Lo mismo vale para las manifestaciones que organizó la rama de la CTA que no responde al Gobierno.

Hay que ser claros: la situación no es la misma que la de hace diez años. Pero el Gobierno, con sus conductas y sus medidas, no hace más que generar un clima reminiscente de aquel tiempo. Nadie en el Gobierno parece advertir la dinámica de estos hechos y los efectos nocivos que produce la torpeza con la que se pretende enfrentarlos. Veamos, por caso, el ir y venir de declaraciones sobre la pesificación, término que a la sociedad le produce pavor. En su presentación ante el Congreso, el jefe de Gabinete, Juan Abal Medina –que produjo una pobre impresión en la bancada del oficialismo y en la de la oposición–, habló de la necesidad de dar la batalla cultural por la “desdolarización”. En iguales términos se expresaron el ministro del Interior, Florencio Randazzo, y el senador Aníbal Fernández. Ante el revuelo que ello causó, el Gobierno salió a desmentirlo. Lo hizo como siempre, echándoles la culpa a los medios. 

Pero hete aquí que luego se conoció un proyecto de ley para pesificar varias transacciones comerciales. En su “Aló Presidenta” del miércoles –en el que se dio otro paso en la progresiva quita de poder al ex poderoso ministro Julio De Vido y se confirmó la condición de Guillermo Moreno como jefe de Economía en funciones– Fernández de Kirchner dijo que todas las medidas que se viene tomando desde noviembre responden al objetivo de cuidar el dinero de los argentinos. Alguien debería recordarle a la Presidenta que eso mismo dijo el ex ministro Domingo Cavallo el día que anunció el corralito. El corolario de esta y otras acciones y expresiones del Gobierno fue predecible: la gente no para de sacar sus dólares de sus cuentas. En mayo la cifra ascendió a 1.600 millones. En este marco, la decisión de Cristina de pasar a pesos su plazo fijo de US$ 3 millones –algo que inexorablemente tenía que hacer si quería exhibir un mínimo de coherencia–, como toda acción tardía, carece de eficacia.

El problema principal de la economía argentina es la inflación. Y, hasta el momento, el Gobierno no ha tomado ninguna medida seria para combatirla. En muchas provincias se viven momentos de gran preocupación. Sus gobernadores necesitan el dinero que envía la Nación para hacer frente al pago de los sueldos. Además, junio es un mes complicado porque hay que afrontar el medio aguinaldo. Algunas alarmas ya se han encendido porque aún no se han dado los pasos administrativos para liberar esos fondos, demora que puede llegar a complicar la realización de esos pagos.

Siempre dentro de lo que fue el “Aló Presidenta” del miércoles –en el que nunca faltan los “asentidores”, los “reidores”, los “aplaudidores”, ni tampoco los que con sus rostros de incomodidad demuestran estar no por convicción sino por obligación y/o temor–, la Presidenta estuvo impecable al repudiar las agresiones que sufrieron los colegas de Tiempo Argentino, Télam y Crónica a las puertas del hospital de Malvinas Argentinas ante la total inacción de efectivos de la Policía Bonaerense. Me uno a ese repudio. Lástima que Fernández de Kirchner no haya tenido la misma actitud para con los cientos de colegas igualmente agredidos a lo largo y a lo ancho del país por dirigentes y organizaciones que, en muchos casos, manifiestan una clara orientación kirchnerista. Como se ve, el kirchnerismo puro nunca falta.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 10 de Junio de 2012.