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viernes, 9 de junio de 2017

Sociedad porno… @dealgunamanera...

Sociedad porno…


¿Hay unos valores para la vida privada y otros para la pública? ¿Cuál es el límite entre ambas esferas? De la respuesta a estas preguntas podrá colegirse el clima moral en el que vive una sociedad.

© Escrito por Sergio Sinay, escritor y periodista, el domingo 14/05/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En la Argentina los dos ámbitos se han superpuesto hasta convertirse en uno solo, al menos en campos como la política, el deporte y la farándula. Pero no sólo ahí. Las redes sociales permitieron que también los ciudadanos de a pie se sumen al hábito de la transparencia en el peor sentido de la palabra. Lo que no se exhibe no existe, entonces hay que exhibirlo todo: intimidades, cuerpos, miserias de todo tipo, banalidades, traiciones. Famosos o no, todos se exhiben. El pudor es cosa perimida. Y con él, a poco de andar, también el respeto.

El divorcio de un futbolista y una modelo, las patéticas y sinuosas andanzas sexuales de un ex gobernador y candidato presidencial, la criminal e irresponsable picada de un supuesto piloto de carreras por las calles céntricas, más tantas otras escenas y testimonios de vacío existencial que famosos y anónimos desparraman y consumen sin límites certifican lo que el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han denomina sociedad de la exposición.

La vida no tiene existencia por sí misma, ni mucho menos. Se la vive para exhibirla al precio que sea, de lo contrario se duda de estar vivo. Cada sujeto, dice Han, es su propio objeto de publicidad. Tiene que mostrarse, aunque lo que exponga sea penoso. Como ocurre con las imágenes de sexo explícito. De ahí que la sociedad de la exposición sea, en definitiva, una sociedad pornográfica. No hay metáfora, no hay sugerencia, no hay misterio ni otro tiempo que el inmediato. Se pierde la capacidad de simbolizar. Y, por fin, no hay vergüenza (un ejemplo al paso, cada declaración o video de quien encabezó durante doce años un gobierno de inédita corrupción).

Para tener vergüenza es necesario registrarse a uno mismo, establecer una escala de prioridades y valores interna, cuidarse, protegerse. La vergüenza, por lo demás, no es algo que termina en lo personal. Quien la tiene puede acceder al pudor, respetar al otro, valorar la intimidad del prójimo, entender la presencia de un límite. 

Fotos, frases, escenas que la televisión e internet reproducen sin decoro y sin códigos éticos, la alegre exposición de personajes cuya profesión se limita a la generación de escándalos o a la exhibición de sí mismos en situaciones y posiciones de las quién sabe si se arrepentirán algún día, dicen hasta qué punto la vergüenza se esfumó. Y con ella el respeto, que es, como señalaba Kant, el reconocimiento de la propia dignidad y la del otro.

Pornografía en la política, pornografía en el deporte, pornografía en la farándula, pornografía en los medios. Una transparencia obscena que deja todo a la vista. Y eso que se ve asusta.

Basta con pensar quién pudo haber sido elegido presidente y con escucharlo decir que “respeta a las mujeres” (en un vaciamiento extremo de la palabra respeto).

Basta con pensar qué pudo haberle ocurrido a cualquier conductor o peatón que transitara por las calles que dos asesinos o suicidas potenciales tomaron como pistas para exhibirse.

Basta con pensar qué modelos reciben los hijos de quienes publicitan una y otra vez sus miserias e infidelidades conyugales. Todo expuesto, convertido en memes que se suponen graciosos, y viralizado masivamente hasta que se convierte en la anestesia que adormece a una sociedad que ya no se pregunta a quién vota, a quién idolatra, a quién escucha o qué modelos alienta, permite, toma y reproduce.

Lo público, escribe Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, ya no es lo compartido (en el sentido cooperativo y empático de la palabra), sino lo publicitado. La pérdida de lo público abre el espacio en el que se derraman y vomitan intimidades. Sólo que nada de eso es ya privado. Y quien no respeta su propia intimidad no puede pedir que otros lo hagan. Sobre todo si esos otros tampoco tienen la suya y se alimentan de la ajena.

Así, la sociedad pornográfica es también caníbal. Es la sociedad del espectáculo, dice Han. Y el espectáculo debe continuar.