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sábado, 19 de junio de 2021

Severino di Giovanni. Los ideales y la muerte… @dealgunamaneraok...

 Los ideales y la muerte…


El 1 de febrero de 1931 fusilaban al militante anarquista Severino di Giovanni. Osvaldo Bayer escribió este texto en el 2016, cuando se cumplían 85 años del asesinato a manos del dictador Uriburu.

© Escrito por Osvaldo Bayer el  sábado 01/02/2020 y publicado por la  Revista Hamartia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos. 


Hace 89 años, el anarquista Severino di Giovanni era fusilado por el dictador Uriburu. Osvaldo Bayer reconstruye los últimos momentos.
 

Este 1º de febrero se cumplen 85 años del fusilamiento de Severino Di Giovanni, anarquista expropiador. Fue fusilado por la dictadura de Uriburu.

 

La condena llegó a través de un juicio militar. Di Giovanni se encargaba de hacer asaltos para conseguir dinero e imprimir sus publicaciones, para la edición de libros anarquistas y para mantener a familias pobres de presos políticos de ideología libertaria. En una de sus salidas “expropiadoras” fue descubierto en el centro. Perseguido, herido y apresado, se le hizo un juicio militar y fue condenado a muerte. Murió gritando “¡Viva la anarquía!” en la Penitenciaría Nacional. Reuní todos los datos de los archivos y expedientes y hablé con testigos de la época. El diario Crítica describió su muerte:

 

“Dos hombres uniformados pasan por el pasillo llevando un pesado juego de grillos y los elementos necesarios para remacharlo. En la celda, la escena es terriblemente dramática. Los hombres colocan los hierros en los pies de Di Giovanni y durante un rato se sienten los golpes de martillo hasta que el condenado queda casi imposibilitado por completo para moverse. 


La tropa comienza a preparar sus armas. Con aparente tranquilidad los guardianes colocan en el patio el banquillo y miden cinco pasos hasta el sitio donde se hará la descarga. Cuando Di Giovanni emprende la marcha en dirección al lugar del fusilamiento, se oye desde lejos el ruido de los grillos al golpear en el suelo. Todos guardan el más completo silencio alterado solamente por las voces de mando del oficial que ha de dirigir la ejecución. 


Severino di Giovanni, detenido por la policía.
 

Mientras tanto, el patio de la prisión ofrece un aspecto desusado, verdaderos racimos humanos se apretujan en el estrecho espacio para no perder detalle. El techo de la carpintería –de dónde se domina el patio– también está colmado. Afuera, hay miles de personas que aguardan el privilegio de oír las detonaciones.

 

Al fondo del patio, una pared alta en cuya parte superior se encuentran las garitas de los centinelas. Hasta una distancia de cinco metros por delante de la pared, un cantero de un metro de altura cubierto de césped y cayendo en suave declive hacia uno de los caminos frente al taller de carpintería. Sobre ese cantero y a una distancia aproximada de tres metros de la pared, se había colocado la silla trágica.

 

A esa hora –las cinco– la madrugada recién comienza a insinuarse. El banquillo para la ejecución estaba colocado en la parte más elevada de la pendiente verde. Podía advertirse el respaldo exageradamente alto y sus patas, que de tan tiesas parecían incrustarse con fuerza, en el terreno.

 

Una marcha de soldados hizo volver las cabezas. Era el pelotón de guardiacárceles encargado de ejecutar las sentencias. Los soldados evolucionaron hasta formar cuadro dónde se encontraba el banquillo. Las voces de mando parecían ecos extraños.

 

Rodeado por guardianes, Di Giovanni se encontraba dentro del taller que es un galpón abierto hacia la pared de enfrente. Para evitar al reo la visión prematura del lugar de la ejecución se había cerrado el galpón con cobijas a manera de telones de un teatro grotesco. Por debajo de esas colchas se alcanzaban a ver los pies de Severino separados entre sí por la barra de hierro de los grillos. Una orden dicha en tono seco por el secretario del tribunal militar hizo que se condujera al reo a su presencia.

 

Durante las horas que permaneció en capilla parece que Di Giovanni había recuperado esa famosa serenidad que fue la norma de su vida. Apareció debajo de los telones marchando lentamente. Vestía un traje azul de mecánico, nuevo. Los grillos le separaban los pies hasta permitirle apenas un paso cortísimo. Una soga atada entre los grillos y las esposas le facilitaba los movimientos al andar. Llevaba las manos cruzadas hacia adelante.

 

Lo llevaron ante el secretario del tribunal. Parado frente al funcionario repitió el gesto de indiferencia con que la madrugada anterior recibiera la lectura de la sentencia. Solo que esta vez apenas si podía dominar la intensa agitación de que era objeto.

 


Levantaba bien alta la cabeza como si deseara aspirar de un golpe todo el aire que lo rodeaba. La mandíbula estaba extendida hacia adelante. El rostro congestionado sudaba copiosamente. La mirada estaba fija no ya en el secretario, sino en el cielo estrellado que podía verse sobre los almenares de la prisión.

 

La lectura de la sentencia fue mucho más larga no obstante ser el mismo documento. Mientras escuchaba la lengua humedecía constantemente sus labios resecos. Parecía que estaba a punto de hablar pero que dominaba el deseo. Silenciosamente escuchó la lectura de la sentencia.

 

Continuó andando. Al llegar al pie del cantero en dónde se hallaba el banquillo, necesitó la ayuda de dos oficiales para subirlo. Resbalaba en los pastos humedecidos del cantero. Subió luego efectuando unos pequeños saltos cuya contemplación acentuaba lo trágico del espectáculo.

 

Los dos oficiales lo sujetaban de los brazos levantándolo en peso para evitar una caída. Con un ademán algo brusco se soltó de los oficiales que lo conducían efectuando los últimos pasos hacia al banquillo. Luego con cierta displicencia tomó asiento en el mismo. Apoyó la espalda contra el alto respaldo del sillón. Y luego se quedó contemplando los preparativos con el cuerpo en descanso un poco inclinado hacia adelante.

 

Una vez sentado y el pelotón a su frente se acercó a él un soldado con la venda en las manos. Llegó hasta él por la espalda. Le puso la venda sobre sus ojos pero Di Giovanni le dijo:

 

–No quiero que me pongan la venda.

 

Cómo el soldado insistiera, hizo un gesto brusco con la cabeza. Entonces el soldado se retiró después de haberlo atado al banquillo con una soga que le cruzaba el pecho.


Cuando el pelotón estaba listo para apuntar y el sargento dio por señas la orden de apuntar, Di Giovanni se afirmó fuertemente contra el respaldo del banquillo. Levantó la cabeza. Puso todos los músculos en tensión y luego, irguiéndose todo lo que fue posible concretó en un grito su último pensamiento

 

–¡Evviva l’anarchia!

 

Segundos después, el jefe del pelotón bajaba la espada y el cuerpo de Di Giovanni era atravesado por 8 balazos. Al recibir la descarga un poco de humo que salió de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse del banquillo para caer pesadamente hacia al costado izquierdo. El respaldo del banquillo hecho astillas. Un gran charco de sangre inundó el asiento cayendo al suelo.


 

UN AULLIDO ATROZ DESGARRA EL SILENCIO: SON LOS PRESOS DE LA CÁRCEL QUE SE DESPIDEN DE SU COMPAÑERO.

 

Sobre el césped, él se mueve todavía. Aunque tenía el pecho atravesado de proyectiles no murió instantáneamente. Se acerca el sargento y le da el tiro de gracia. Preciso y eficaz. Un estremecimiento del cuerpo que queda inmóvil. Son las 5.10.

 

El doctor Cirio, médico de la prisión, el director de la penitenciaría y otras personas se aproximan. El médico constata la muerte y extiende el certificado. El cadáver es llevado hasta una ambulancia dónde hay un féretro de pino blanco.

 

Ha terminado todo. Rostros pálidos abandonan la prisión y cuando salen a la calle Las Heras respiran a pulmón pleno. Severino Di Giovanni ha pagado su deuda.


La valentía del reo hasta el último momento llamó la atención de todos y hay rostros pálidos y semblantes descompuestos por la ruda impresión.”

 

“La descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”, escribirá el cronista del Buenos Aires Herald.




viernes, 6 de abril de 2018

Los cómplices de la mentira… @dealgunamanera...

Los cómplices de la mentira…

Jorge R. Videla y Claudio Escribano. Fotografía: Archivo Página/12.

La maldad inconsciente es cuando alguien no se da cuenta. Otra forma es cuando alguien sabe lo que hace y no lo oculta. Pero la peor de todas es cuando se sabe y se lo oculta. Como hicieron los militares de la dictadura con los desaparecidos. Otra variante es el cómplice de esa mentira. La corporación de medios fue cómplice de la dictadura al ocultar lo que ocurría con el terrorismo de Estado y fue cómplice con la dictadura al ocultar lo que ocurría en Malvinas durante la guerra. Ahora resulta que no, que fueron críticos y que estaban asustados, según la nueva versión que ofrece el que fuera en ese entonces subdirector del diario La Nación, Claudio Escribano, en una entrevista que publicó esta semana el periódico El País de España.

© Escrito el viernes 06/04/2018 por Luis Bruschtein y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El ocultamiento de la maldad es el reconocimiento de que se trata de algo inaceptable, que ningún argumento alcanza para justificarla, que existen argumentos que solamente pueden entender algunos pocos elegidos.  

Escribano reconoce su profundo rechazo al kirchnerismo, pero no le aclara al entrevistador que poco antes de asumir Néstor Kirchner, le presentó un ultimátum de cinco puntos. En el segundo decía muy claramente: “No queremos que haya más revisiones de la lucha contra la subversión. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas”. El entrevistador es concesivo, sabe con quién está hablando y lo deja irse por las ramas. El nombre de Jacobo Timerman surge en la entrevista y Escribano responde casi en forma despectiva,”son cosas de Timerman”, ni el entrevistador ni el entrevistado dicen que Timerman estuvo secuestrado y fue torturado salvajemente por la dictadura. Tampoco dicen que cuando lo liberaron, Timerman recibió el premio Moors Cabot y que los directores de La Nación y Clarín, devolvieron los suyos en clara defensa de los genocidas.

El País presenta a Escribano como si fuera un periodista influyente y al mismo tiempo inocente. Son conceptos que se contradicen. Escribano fue el subdirector, con funciones de director efectivo, en el diario más conservador del país en largos períodos de dictadura, durante los cuales, los dictadores se sentían expresados por ese medio. Pero las hilachas se escapan entre las palabras. “¿Cómo vio la dictadura cuando fue el golpe?” pregunta. “Como algo inevitable”, responde Escribano usando la justificación más frecuente del golpe del 76. Era evitable si el grupo social que representaba La Nación no lo hubiera respaldado.

Las preguntas siguen y “el periodista político estrella de ese momento” asegura que no sabía nada. “Sí, aparecían cuerpos –dice la estrella del periodismo– pero como un tema abstracto, no con nombres y apellidos, ni como números.” Entonces se sabía, era imposible no saberlo para un periodista. Y los militares no lo ocultaban a periodistas amigos, al revés, lo exhibían con orgullo como parte de una victoria militar o trofeo de guerra. Sigue con el tema de los desaparecidos: “Todo quedaba en los enfrentamientos, pero uno iba teniendo una idea de que había más cosas. Pero los militares con los que se tenía diálogo jamás hacían concesión con esto”. Alguien que presenta un ultimátum como el que le plantaron a Néstor Kirchner demuestra que estaba enterado y que lo justificaba plenamente. Agrega que “del robo de niños no teníamos ni idea”, pero el ultimátum exigía la impunidad para todos los genocidas, incluyendo a los responsables por el robo de niños. No solamente exigía la impunidad, sino que reclamaba el reconocimiento público a lo realizado por las Fuerzas Armadas.

Escribano se reunió con Kirchner, pero dice que no lo hizo con Videla. Dice que el periodismo tendría que haber hecho más durante la dictadura, pero La Nación y Clarín fueron defensores activos de la dictadura frente a otro periodista como Jacobo Timerman. Los dos diarios están involucrados en la historia negra de Papel Prensa, el monopolio expropiado por los militares que habían secuestrado a la familia y a empresarios del grupo Graiver.

Reconoce que un general condenado por violaciones a los derechos humanos, le advirtió de que estaba “en la mira de López Rega”. Dice que lo amenazó el almirante Emilio Massera “pero debo reconocer que cuatro días después me llamó para disculparse”. Vivía en un mundo de animales que se lanzaban esas amenazas de muerte, pero dice que no sabía nada y encima lo justifica porque después le pidió disculpas.

La derecha argentina no puede aceptar su historia de violencia y autoritarismo, que son condiciones que suele denunciar como exclusivas de los movimientos populares. Le parece natural que lo amenacen de muerte. Entonces le recuerdan que el diario Buenos Aires Herald, con mucho menos poder que La Nación, cubría la información sobre los desparecidos. “Bueno –responde–, pero el Buenos Aires Herald también apoyaba a Martínez de Hoz”, como si eso restara valor a lo que hacía el periódico de lengua inglesa y no hacía La Nación.

Coronación de un discurso engañoso: después de jurar que no sabía nada, finaliza con el argumento de los genocidas para explicar sus condenas: “La batalla cultural ha sido ganada por la izquierda. El tiempo cerrará todo. Ha habido militares condenados, muchos en prisión. La amnistía y los indultos han servido para los subversivos. La Nación ha tenido una posición muy rotunda a pesar de las críticas y de ser minoría. Todos los políticos argentinos tenían diálogo con los militares, empezando por los del partido comunista. Los casos de desaparecidos tenían muy poco eco en la sociedad, salvo en la APDH en la que estaba Raúl Alfonsín”.

El “tiempo” no cerró nada. En todo caso lo cerrará la lucha de los organismos de derechos humanos acompañados por la sociedad y la justicia. En cambio, “el poco eco” se convirtió en trueno a medida que pasó el tiempo y junto con ese transcurso creció el repudio de la sociedad a los genocidas. Los juicios no fueron consecuencia del triunfo de la “subversión”, como dice Escribano, sino de la victoria de la democracia, quizás la más importante de los últimos treinta y cuatro años. En este tiempo se han escrito muchos libros, desde “La prensa Canalla”, hasta “Decíamos ayer”, sobre la complicidad de las corporaciones mediáticas con la dictadura. No hay forma de ocultarlo o disminuirlo. La intención de hacerlo los pone más en evidencia, los muestra conscientes de la monstruosidad que cobijaron y del daño gravísimo que infligieron.



domingo, 10 de septiembre de 2017

Paciencia democrática… @dealgunamanera...

Paciencia democrática…

Paciencia democrática, por Norma Morandini Foto: Cedoc

Es la historia de una perseverancia. Conozco pocos ejemplos en los que la apariencia de un fracaso poco tiempo después se confirma un logro. Conservo, entre los papeles amarillados por el tiempo, el último número del primer diario Perfil, el que salió por tan sólo tres meses. Como nadie resiste a una fotografía propia en el diario, aquel ejemplar publicaba una reunión-debate en el Centro Cultural en la que participé. Corría 1998 y Jorge Fontevecchia se había burlado de los prejuicios de los intelectuales, el mío propio, que nos negábamos a ir a la revista Caras pero aparecíamos en la sección de sociales del diario, dedicada al quehacer intelectual.

© Escrito por Norma Morandini, periodista y escritora el domingo 10/09/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Entonces, sentí tanto su cierre como más tarde me entusiasmé con su relanzamiento, del que celebramos ahora sus doce años. La propuesta de un periódico plural en el que las columnas de opinión son su apuesta más fuerte se anticipó a su tiempo. O mejor: acompañó, con paciencia, el sinuoso camino de la democracia. Hoy, frente a la intolerancia y el fundamentalismo reconocemos que la acumulación de ira e intolerancia dogmática atentó contra una cultura de convivencia, cuyo principal sostén es precisamente el debate público de ideas, en el que las diferencias son la razón misma del pacto verbal de la democracia. Todo lo que propicia este periódico.

Como caí en la tentación de cambiar la pluma de la escritura por la tribuna de la política, mi vida legislativa coincidió con diez de los doce años del periódico Perfil. Fue la década en la que se distorsionó la misma idea democrática, violentada por una concepción de poder autoritaria que mal toleró el disenso. En ese tiempo encontré en sus páginas, en los editores del suplemento Ideas, un espacio para las que siguen siendo mis obsesiones democráticas, la educación ciudadana y una pedagogía de la paz como antídoto al pasado de terror. Al repasar todo lo que escribí en ese tiempo, nada puedo agregar para condenar el lenguaje del odio y ese contrasentido de que se invoquen los derechos humanos y se los niegue con los palos, las encerronas, los encapuchados. Desde estas páginas pude expresar mi perplejidad frente a la distorsión del lenguaje humanista de los derechos humanos, una herramienta de pacificación, utilizado para incitar a la violencia y agregar más sufrimiento al lastimado espacio público de la convivencia.

A lo largo de todos estos años, en las páginas de este periódico fuimos dando cuenta de la precariedad de nuestra democracia y el trabajoso camino de las reformas. A la par se premió “la inteligencia”, y al honrar a figuras como Robert Cox, quien desde el Buenos Aires Herald publicaba la información de los desaparecidos que se pretendía ocultar, plantó banderas sobre la función de la prensa: la denuncia en los tiempos de terror y la defensa de la libertad del decir en los tiempos democráticos, sin descuidar la lucha contra la intolerancia.

Los argentinos no podemos tener una memoria tan corta como para olvidar aquel día en el que como un karma simplificamos en dos palabras nuestro mayor compromiso político: el “nunca más” a la violencia política, al sufrimiento de tantos de nuestros compatriotas. Fue cuando instintivamente elegimos lo que nunca habíamos tenido, la democracia como el sistema en el que podemos unir la justicia social con los derechos fundamentales de la libertad, la integridad y el pluralismo.

Ignoro si deliberadamente eligieron el 11 de septiembre por su connotación educativa para el relanzamiento de Perfil. Si así fue, Perfil hizo escuela. Su permanencia será una buena prueba de que los argentinos finalmente naturalizamos las diferencias y aprendimos a trabajar pacíficamente sobre el conflicto. Desear muchos años para Perfil significa, también, el deseo de muchos años de paz democrática en Argentina.



domingo, 3 de abril de 2016

Robert Cox. Un pionero en las denuncias contra la dictadura… @dealgunamanera...

Robert Cox. Un pionero en las denuncias contra la dictadura…


El editor del Buenos Aires Herald fue protagonista en la búsqueda de la verdad sobre los desaparecidos.

© Publicado el martes 29/03/2016 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 


En su paso por Argentina, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, rindió homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado y recordó a los extranjeros que "lucharon mano a mano con los argentinos por los derechos humanos", entre ellos el editor del Buenos Aires Herald, Robert Cox. Este domingo, Perfil reveló audios inéditos de entrevistas que Cox realizó al represor ex ministro de Interior de la dictadura Albano Harguindeguy.

El mandatario estadounidense resaltó a "periodistas como Bob Cox, quienes con gran valentía informaron sobre los abusos contra los derechos humanos a pesar de las amenazas contra ellos y sus familias".

En 2009, Cox recibió el Premio Perfil Nacional a la Libertad de Expresión por su desempeño en el diario. Robert Cox llegó a la Argentina en 1959, contratado como redactor por el Buenos Aires Herald. Su influencia en el periódico fue tal que lo llevó a modificar completamente su dinámica y diseño, transformando un pequeño boletín dedicado principalmente a proveer información británica, en un diario respetado, del cual fue designado director en 1968.


Como cronista, el periodista británico iba personalmente a las rondas de las Madres de Plaza de Mayo y, también constató que los militares utilizaban los crematorios del cementerio de la Chacarita para incinerar los cuerpos de los desaparecidos. En los audios revelados este fin de semana, se percibe cómo Cox reclama por los desaparecidos al tiempo que denuncia que el trabajo de los jueces que avalan los hábeas corpus es inútil.



Harguindeguy respondió con fuerte tono desafiante: "En cuanto aparezca la lista (de desaparecidos) tienen dos horas para encontrarme 15 nada más. Nada más que 15 casos falsos. Yo voy a decir que en esos 5000, estos 15 están en esta situación, estos fueron liberados, o están aquí, o están allá, del resto ni me ocupo y lo tiro al canasto de los papeles. Porque si en dos horas comprobé 15, olvidate. Estoy esperando que salga la lista. En las dos primeras horas voy a demostrar 15 casos falsos".

Y admitió entrelíneas que los desaparecidos estaban muertos al ufanarse que "no era Jesúcristo" y "no podía decir "Lázaro, levántate y anda".


El viernes 25 pasado, Cox invitó a su departamento a distintas personas relacionadas con la resistencia a la dictadura. Se trató de un cocktail reservado entre quienes asistieron el CEO de Perfil Jorge Fontevecchia y Tex Harris, también mencionado por Obama. Harris fue el enviado permanente en la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires de la Secretaria para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios del presidente James Carter entre 1977 y 1980.


La española María Consuelo Castaño Blanco también estuvo entre los invitados del ágape. Ella fue ilegalmente arrestada junto a sus tres pequeñas hijas en 1979 sólo por estar casada con un argentino buscado por la dictadura. Escribió un libro contando su historia, uno de cuyos ejemplares obsequió a Fontevecchia durante la velada.


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sábado, 30 de noviembre de 2013

30 Años de Democracia... De Alguna Manera...


Un libro recopila 30 años de democracia...


Una notable selección de escritos sobre las tres décadas de constitucionalidad ininterrumpida.


Con el objeto de conmemorar un decisivo aniversario, 30 años de democracia ofrece una notable selección de escritos de diversos autores. Editado por Planeta, el libro puede ser leído como una celebración, pero es mucho más: una invitación a repasar, a repensar y, también, a reconstruir. El lector, seguramente, agradecerá la labor de El Observador, la sección de análisis e investigación del Diario Perfil, al diseñar la amplitud de los temas, el pluralismo de las voces y la categoría de las plumas, mucho más allá de las diferencias y las coincidencias.

Como bien dice en el prólogo Robert Cox, ex director del diario Buenos Aires Herald. "Los ensayos de este libro proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudian. Creo que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve. La tarea de entender a la Argentina es fascinante. No sólo disfruté aprender sobre los treinta años de democracia a través de los diecinueve ensayos de este libro, sino que también he fortificado mi optimismo sobre el futuro".

Escriben:

Robert Cox
Manuel Mora y Araujo
Tomás Abraham
Mónica Beltrán
Carlos Gabetta
Fabián Bosoer
Federico Lorenz
José Miguel Onaindia
Fernando Rocchi
María Cecilia Míguez
Daniel Bilotta
Martín Becerra
Carlos Ares
Juan Carlos Tedesco
José María Poirier
Diana Cohen Agrest
Diego P. Gorgal
Miguel Benasayag
Juan Cruz Ruiz
María Rosa Lojo
Ezequiel Fernández Moores

© Publicado el sábado 30/11/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.