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jueves, 29 de diciembre de 2022

Restitución Nieto 131. Javier Matías Darroux Mijalchuck... @dealgunamanera...

 Restitución Nieto 131. Javier Matías Darroux Mijalchuck 


Lucía Ángela Nadín nació el 13 de diciembre de 1947, en la ciudad de Mendoza. Aldo Hugo Quevedo, el 26 de noviembre de 1941, en la localidad de San Carlos, de la misma provincia. Su familia lo llamaba "Negro" o "Negrito".

 

© Publicado el jueves 22/12/2022 por Abuelas de Plaza de Mayo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.



Se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuyo y a los seis meses se casaron. Lucía era profesora de francés, latín y griego, y trabajaba junto a Aldo en un taller de encuadernación en Mendoza. El matrimonio militaba en el PRT-ERP, donde eran apodados "Chiquita" y "Dipy".
 

Luego de la detención de un compañero de trabajo, Nicolás Zárate, en mayo de 1976, Lucía, Aldo y Beatriz Corsino, compañera de Nicolás, se trasladaron a Buenos Aires. Entre septiembre y octubre de 1977, Lucía, embarazada de dos o tres meses, y Aldo fueron secuestrados en la ciudad de Buenos Aires, junto a Beatriz, aparentemente.

 

La pareja permaneció detenida en el centro clandestino "Club Atlético" y "El Banco". Por testimonios de sobrevivientes, pudo saberse que Lucía fue trasladada desde "El Banco" para dar a luz entre marzo y abril de 1978. Hay sospechas de que el parto podría haberse producido en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

 

Desde entonces, no se supo nada más de la pareja ni del bebé.

 

La búsqueda

 

La familia no sabía que Lucía estaba embarazada. Con el tiempo pudieron conocer la noticia, por información que les fue llegando, a través de personas que estuvieron con la pareja antes del secuestro. La denuncia formal, la realizó el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) de Mendoza, en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI). Y fue la CoNaDI que a partir de una investigación documental que el 23 de junio de 2004 logró confirmar el embarazo de Lucía.


La pareja continúa desaparecida. 

Un año más tarde, la familia Nadin dejó su muestra en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). En marzo de 2010, la CoNaDI logró dar con el hermano de Aldo y se sumó su perfil al Banco.

 

Por otra parte, en 2015, a partir de un trabajo de investigación de Abuelas y la CoNaDI sobre información aportada por la sociedad, se identificó a un hombre que se sospechaba podía ser hijo de personas desaparecidas.

 

Luego de un análisis documental y el intento infructuoso por contactarlo, en 2019 la CoNaDI derivó la información a la Unidad especializada para casos de apropiación de niños durante el terrorismo de Estado.

 

En abril de 2019, la Unidad presentó la denuncia ante la justicia. El Juzgado Federal Número 4, a cargo de Ariel Lijo, logró localizarlo el 14 de septiembre de este año y lo invitó a analizarse. El hombre aceptó realizarse el estudio genético.

 

El 21 de diciembre de 2022, el BNDG comunicó la noticia: es el hijo de Lucía y Aldo.

 


Conferencia de restitución del nieto 131.
En la Casa por la Identidad del Espacio Memoria, el 22 de diciembre de 2022, anunciamos el encuentro del hijo de Lucía Nadín y Aldo Quevedo. Fuente: Espacio Memoria y Derechos Humanos (22/12/2022)


   

miércoles, 13 de mayo de 2020

33 Años de la Creación de Banco Nacional de Datos Genéticos... @dealgunamanera...


El Banco Nacional de Datos Genéticos celebra sus 33 años… 


A principios de los años ´80s, las Abuelas de Plaza de Mayo no dejaban de buscar maneras de poder identificar a sus nietos robados en tiempo de dictadura. La ciencia propondría una solución: un índice de abuelidad fiable en un 99,9 por ciento.

© Escrito por Magali de Diego el Martes 19/06/2018 y publicado por El 1 Digital de la Ciudad de San Justo, Provincia de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Nota republicada por quién suscribe el miércoles 13/05/2020.

En la mayoría de los casos, de manera voluntaria, y ante la duda de ser hijos de desaparecidos, casi 1.200 personas al año concurren al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) para que su ADN sea analizado y comparado con el material genético o las muestras biológicas de las más de 300 familias de personas que han sido secuestradas y desaparecidas durante la dictadura militar argentina. 

Luego de una simple extracción de sangre, los resultados se demoran entre dos semanas y un mes. Solamente cuatro estudios al año marcan positivo, pero cada positivo es una oportunidad de recuperar su identidad y de reencontrarse con una historia que por años estuvo oculta.  

En la actualidad, el Banco alberga unas 9.000 muestras de material genético de familiares de personas que fueron secuestradas y desaparecidas durante la última dictadura militar.

El famoso índice de abuelidad es una fórmula matemática que, con modelos probabilísticos, contrasta los resultados de los análisis genéticos. Uno de estos análisis es el de ADN mitocondrial, que se hereda únicamente de las madres y permite establecer el parentesco a través de abuelas, tíos o primos de la rama materna.

Mediante esta señal oculta en nuestros genes, la biología podía unir a las abuelas con sus tan buscados nietos. 

En el año 1984, a pedido de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), la célebre genetista Mary Claire King y su grupo arribaron a la Argentina donde probaron por primera vez el índice de abuelidad en el Laboratorio de Inmunogenética del Hospital Durand. Esta prueba permitió el reconocimiento de la niña Paula Logares, la primera nieta recuperada. 

El caso fue tan exitoso que en el año 1987 se creó por Ley de la Nación 23.511 el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), con el objeto de “obtener y almacenar información genética que facilite la determinación y esclarecimiento de conflictos relativos a la filiación”. 

Desde que se formó, e incluso hasta el 2009, este organismo estaba bajo el mando del Poder Ejecutivo. A partir de la sanción de la Ley 26.548 se lo declaró autónomo y autárquico por lo que se determinó su traspaso a un edificio del MINCYT. La nueva sede de esta institución, organizada principalmente para la investigación, está equipada con laboratorios de última generación que permiten trabajar con una rapidez impensada en sus inicios.  

En la actualidad, el Banco alberga unas 9.000 muestras de material genético de familiares de personas que fueron secuestradas y desaparecidas durante la dictadura militar argentina, 295 grupos familiares con ADN en comparación y ha colaborado en 75 de las 127 restituciones que resolvieron las Abuelas de Plaza de Mayo hasta la fecha.

Creación.

Fue creado en 1987, un 13 de Mayo para ser preciso, por ley 23.511 en la Presidencia del Dr. Raúl Alfonsín con el fin de obtener y almacenar información genética que facilite la determinación y esclarecimiento de conflictos relativos a la filiación.9
En particular la ley hacía referencia a los "niños desaparecidos o presuntamente nacidos en cautiverio" durante la dictadura militar que se sucedió entre 1976 y 1983. Se dispuso que funcionara en el Servicio de Inmunología del Hospital Carlos G. Durand.

En 2009 se promulgó la Ley 26.548 que modificó las atribuciones del BNDG. En primer lugar estipuló que su objetivo era el de garantizar la obtención, almacenamiento y análisis de la información genética que sea necesaria como prueba para el esclarecimiento de delitos contra la humanidad cuya ejecución se haya iniciado en el ámbito del Estado nacional hasta el 10 de diciembre de 1983 Además le otorga las facultades de realizar investigaciones relativas a su objeto y de custodiar el archivo nacional de datos genéticos.

El BNDG, que pasa a depender el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, debe garantizar el cumplimiento de las facultades otorgadas a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI)

Fuente
: Wikipedia  




lunes, 23 de marzo de 2020

24 de Marzo. Lesa humanidad: cuando la ciencia hace justicia… @dealgunamanera...

24 de Marzo. Lesa humanidad: cuando la ciencia hace justicia…


El Banco Nacional de Datos Genéticos funciona en Argentina desde 1987 y fue el primero de este tipo en el mundo. Trabaja en 120 casos mensuales. Hay más de 300 personas en todo el país que aún no conocen su verdadera identidad.

© Escrito por Candela Ramírez el domingo 23/03/2019 y publicado por el Diario Digital El Ciudadano & la Región de la Ciudad de Rosario de Santa Fe, Provincia de Santa Fe de la Veracruz.

Una abuela se pregunta: ¿puede mi sangre servir para identificar un nieto? La ciencia del mundo se pregunta: ¿tenemos los recursos para dar esa respuesta? Alguien en alguna parte se pregunta: ¿quién soy? Son estas preguntas las que confluyen, y confluyeron, para que se puedan encontrar a hijas e hijos de personas desaparecidas y que fueron apropiados por la última dictadura cívico-militar.

El Banco Nacional de Datos Genéticos es un archivo sistemático de material genético y muestras biológicas de familiares de desaparecidos. Su trabajo sirve como prueba objetiva en el proceso de restitución de identidad de personas que fueron apropiadas y para el esclarecimiento de delitos de lesa humanidad. También sirvió como fundamento para la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final.

El robo de bebés fue una práctica sistemática llevada adelante por los militares en Argentina entre 1976 y 1983. Abuelas de Plaza de Mayo lideró la búsqueda de las personas que fueron secuestradas en su niñez junto a sus padres y madres o que nacieron durante el cautiverio de sus madres embarazadas. Fue la lectura de una noticia sobre un padre que negaba la paternidad lo que despertó la pregunta de una abuela: ¿podía su sangre servir para identificar a un nieto? La ciencia aún no tenía la respuesta.

Las Abuelas se reunieron con investigadores por todo el mundo hasta que llegó la respuesta: el índice de abuelidad, que es una fórmula estadística que establece la probabilidad de parentesco entre abuelos y nietos, a partir del análisis del perfil genético y que garantiza un 99,99 por ciento de eficacia.

Así, el Banco Nacional de Datos Genéticos –BNDG– se creó en 1987, cuando se sancionó la ley 23.511, durante la gestión de Raúl Alfonsín. Fue el primero en el mundo. En 2009 pasó a la órbita del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, que hoy es una secretaría dependiente de la cartera de Educación. La compra de insumos y equipamiento necesarios para su funcionamiento es una política de Estado que continúa vigente.

Herencia e identidad

Daniel Alcázar es técnico en hemoterapia. Entró a trabajar en el laboratorio del BNDG en 1991 y desde 2001 se dedica a viajar por todo el país haciendo extracciones de sangre. Su trabajo es conseguir las muestras de personas que dudan de su identidad, que tengan familiares desaparecidos o que sean citadas en el marco de una causa judicial.

Le apasiona trabajar en el Banco aunque sea duro por la cantidad de historias que lo conmueven. Prefiere viajar en colectivo pero muchas veces, por las distancias y los tiempos, tiene que hacerlo en avión. Intenta hacer su trabajo rápido pero hay casos que le demandan quedarse varios días en un lugar, como cuando tiene que recorrer varios pueblos.

Alcázar viaja, viaja mucho. Es cansador porque muchas veces los resultados de las muestras no dan coincidencia. Entonces viaja, viaja de nuevo a ver si la muestra que sigue resulta en una nueva restitución. Junto con 30 personas más conforma el equipo del BNDG, que incluye bioquímicos, antropólogos forenses, biólogos moleculares, abogados y comunicadores, entre otras profesiones.

Además el trabajo de Alcázar consiste en escuchar. Del centro, del norte o del sur del país, las personas que conoce le comparten un retazo de la historia del país que hace eco en sus historias personales. Muchas veces escucha relatos de familiares de desaparecidos que le hablan de su pérdida, de ese dolor continuo. Otras, le cuentan cómo fueron los días en cautiverio y cuánto sufrieron. El daño del terrorismo de Estado es permanente, las secuelas individuales persisten. El daño al tejido social dura generaciones: la falsificación de identidad se hereda.

Hijas e hijos de desaparecidos ya rondan los 40 años. Muchos tienen hijos. Si fueron bebés apropiados y aún no recuperaron su verdadera identidad, quiere decir que hay una nueva generación que desconoce también su origen. De ahí la importancia de que más allá del gobierno de turno siga existiendo el BNDG: para que cualquier persona a la edad que sea pueda resolver las dudas que tenga sobre su identidad.

Ciencia al servicio de lo social

La directora del Banco, Mariana Herrera Piñero, cuenta que cuando una persona duda de su identidad puede acercarse a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) o a Abuelas de Plaza de Mayo. Ambos organismos acudirán al BNDG en caso de ser necesario.

Al mismo tiempo, el Banco recibe a personas que son citadas por la Justicia por investigaciones relacionadas con la apropiación de menores. “En 2018 organizamos jornadas de intercambio y capacitación con la CONADI y con la Unidad Especializada para causas de apropiación de niños durante el terrorismo de Estado. Fueron muy productivas y nos ayudaron a aceitar la labor diaria. El volumen de trabajo es muy grande, tenemos alrededor de 120 casos mensuales de jóvenes que dejan su muestra”.

Para la comunidad científica haber encontrado respuesta a la pregunta de Abuelas fue una forma de ponerse al servicio de lo social y de los derechos humanos luego de un siglo donde la ciencia muchas veces se usó en guerras y matanzas. Construir un Banco y no responder a cada caso de forma individual fue importante para el desarrollo científico y también para permitir la masividad de la búsqueda.

Herrera Piñero nombra también al Equipo Argentino de Antropología Forense que aporta perfiles genéticos de personas desaparecidas para que se puedan completar los grupos familiares del banco.

La directora destaca que los avances científicos de los últimos años son muchísimos. Recuerda que cuando se comenzaron a realizar los análisis de ADN en 1985 sólo se analizaban las características presentes en la sangre y se hacía de forma manual. Hoy los procesos son automatizados.

Cuenta que la genética forense avanza continuamente y por eso es importante que quienes forman parte del laboratorio se sigan capacitando. “Hoy podemos comparar la muestra de un posible nieto contra todos los grupos familiares que se encuentran a la búsqueda de un nieto o nieta a través de un software llamado Familias, en donde se carga el perfil genético de la persona analizada y desde allí se compara con toda la base de datos disponible”, explica.

Herrera Piñero plantea que el cálculo estadístico se ve reforzado en la medida en que los árboles familiares se encuentren más completos: es vital contar con la mayor cantidad de muestras de familiares posibles del núcleo cercano. “Por eso se creó un área de antropología forense que se ocupa exclusivamente de exhumar y extraer muestras de ADN de abuelos fallecidos que no lograron dejar su muestra y de posibles nietos que no llegaron a analizarse”.

Por otra parte, explica que los estudios que dan resultados negativos se registran como no inclusiones: “Esto quiere decir que el negativo surge de la comparación contra las familias que actualmente se encuentran cargadas en la base de datos. En la medida en la que se sumen nuevas familias que estén buscando un nieto o nieta o que se completen los árboles familiares, los perfiles de las personas que dudan de su identidad, estos jóvenes se vuelven a comparar para establecer si hay un nuevo match”.

El trabajo continúa

“Es una genialidad de las Abuelas haber pensado cómo encontrar sus nietos y dar con todo esto”, piensa Alcázar. Herrera Piñero coincide y agrega: “Este organismo es un legado de las Abuelas no solo para la restitución de nietos nacidos en cautiverio, sino para todos los países que sufrieron tragedias similares a las nuestras”. Actualmente el Banco trabaja con Colombia, Perú y El Salvador. En 2016 recibió a la agrupación nigeriana Bring Back Our Girls que busca a jóvenes secuestradas por un grupo islámico desde 2014.

La búsqueda de nietas y nietos es compleja porque una de las características principales de la represión militar fue su clandestinidad. No existen registros oficiales de cuántas personas fueron detenidas ni por dónde pasaron. Tampoco todos los familiares de desaparecidos saben si había un embarazo al momento del secuestro. Es posible que nunca hayan dado su muestra al Banco.

En el robo de bebés se pone de manifiesto la responsabilidad civil durante la dictadura: los grupos militares contaron con la complicidad de funcionarios civiles, médicos y auxiliares. Lugares como la ESMA o Campo de Mayo funcionaron como maternidades clandestinas, lo que permitió que la supresión de identidad fuera legitimada en los registros oficiales.

Hasta el momento los organismos recuperaron las identidades de 128 personas. Faltan más de 300. Se acerca el 43° aniversario del último golpe cívico militar, las heridas todavía no cierran.



domingo, 2 de noviembre de 2014

Lo que se hereda no se roba... De Alguna Manera...


Lo que se hereda no se roba...


La restitución del nieto 114, Ignacio Hurban (Guido Montoya Carlotto), pone en evidencia un vínculo esencial para la recuperación de la identidad: el de las Abuelas con la ciencia. Aquí, una breve historia sobre cómo se estableció el índice de abuelidad.

Laura Carlotto parió engrillada y encapuchada. Estuvo cinco horas con su bebé. Antes de que se lo robaran, le susurró al oído: "Guido, como tu abuelo". Entonces la durmieron, la trasladaron y la mataron de espaldas. Treinta y seis años después, Estela de Carlotto se sentó en conferencia de prensa, miró de frente y anunció satisfecha: "Se cumplió lo que dijimos: ellos nos van a buscar". 

Los genes y la cultura separaban a Ignacio Hurban de sus padres adoptivos. Cuando la duda se volvió insoportable, mandó un mail a las Abuelas de Plaza de Mayo. Se hizo los análisis y la sangre lo confirmó: era el nieto 114. Era Guido Montoya Carlotto. Él había buscado; la ciencia lo había encontrado. 

Muchos años antes, las Abuelas habían entendido que sus hijos no volverían, que había que buscar a los nietos. Se escondían a la salida de las escuelas y se disfrazaban de enfermeras en los hospitales. Tomaban el té en Las Violetas y se exponían al desprecio en las comisarías. Se esperanzaban y se derrumbaban. Predicaban en el desierto: los diarios les cerraban la puerta, los jueces las echaban del despacho. La Argentina era un lugar claustrofóbico, así que salieron al mundo para buscar ayuda. Denunciaban las desapariciones y el robo de bebés, pero también pensaban en cómo saltar el eslabón perdido -sus hijos- para encontrar a sus nietos cuando volviera la democracia. Científicos de Francia, España, Italia y Suecia les dijeron que era imposible: las identificaciones se hacían con pruebas de paternidad. 

En 1982, cuando Chicha Mariani (primera presidenta de Abuelas) y Estela (su vice) llegaron a Nueva York para contar lo que pasaba en la ONU, Víctor Penchaszadeh se reunió con ellas en un hotel de la Avenida Lexington. El genetista exiliado, que había soñado con el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel, escuchó el pedido. Ansioso por invertir la carga de una ciencia asociada al nazismo de probeta, les contestó que sí. Reunió a sus colegas de la Universidad de Berkeley con Fred Allen -del Blood Center de Nueva York- y con un equipo de estadísticos, epidemiólogos y matemáticos, coordinados por la genetista Mary-Claire King, y se cargó el desafío: determinar la filiación de un niño con la sangre de sus abuelos. En 1983 les dijeron a Chicha y Estela: "Sí, es posible. Y sí, es infalible".El "índice de abuelidad" se armó primero para los cuatro abuelos, después para tres, después para familiares menos directos. Terminaba la dictadura y empezaban los ensayos en el país. 

Pero el camino era sinuoso. El laboratorio privado más conocido estaba dirigido por un perito de las Fuerzas Armadas. Como Abuelas no quería saber nada, la Secretaría de Salud porteña derivó los exámenes al servicio de Inmunología del Hospital Durand. La primera restitución con técnicas inmunogenéticas fue en el 84. El reencuentro de Elsa Pavón con su nieta Paula Logares, de siete años, empezó difícil. Hasta que la abuela le recordó cómo le decía de chiquita a su papá: Calio. Paula puso la voz que ponía entonces, se largó a llorar y se quedó dormida. 

Aun preguntándose si estaban haciendo bien, las abuelas y los familiares que acompañaban siguieron adelante. Impulsaron el proyecto para un Banco Nacional de Datos Genéticos, sancionado en 1987 y reglamentado en 1989. Sería uno de los tesoros más valiosos de la Argentina: archivaba la sangre de los familiares que aceptaban compararse con quienes dudaban de su identidad. 

"Éramos como cobayos", grafica el secretario Abel Madariaga en el magnífico documental 99,99%. La ciencia de las Abuelas. "Me sacaron como medio litro de sangre, había que hacer muchísimas pruebas". Pero así fueron apareciendo su hijo Francisco y muchos otros niños y adolescentes que supieron quiénes eran en realidad. La arquitectura legal terminó de armarse en 1992 con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad: si el Estado los había desaparecido, el Estado debía encontrarlos. 

En busca del ADN

Todo era artesanal al principio. Los exámenes se centraban en grupos sanguíneos, antígenos linfocitarios y enzimas, explica Daniel Corach, que aprendió las técnicas de King y creó el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la UBA. Y los análisis se hacían por hemólisis, reacciones que enfrentaban los glóbulos rojos del donante con anticuerpos específicos. En 1985 empezó a cambiar el paradigma, con la publicación de las técnicas de ADN descubiertas el año anterior en Gran Bretaña. La revolución llegó al país en los noventa, cuando los genetistas se metieron más adentro de la sangre. El panorama parecía inabarcable -hay 25.000 genes en una persona-, pero ellos hicieron foco en doce sitios o marcadores. "Sus características moleculares y genético-poblacionales los hacen ideales para las identificaciones, por su alta variabilidad: las chances de que dos personas que no están emparentadas tengan la misma constelación de marcadores es extremadamente remota", precisa Corach. Pero la técnica seguía siendo manual: había que extraer, cortar, separar y exponer fragmentos de ADN. Cada paso tardaba un día; el proceso completo, varias semanas. 

La historia se aceleró con los secuenciadores, robots que obtienen perfiles genéticos completos. Para el 98, cuando Corach tuvo el primero, ya se había extendido la reacción en cadena de polimerasa, una técnica que copia y amplifica las zonas de interés informativo. El secuenciador trabaja en las cadenas con un capilar de cincuenta micrones de diámetro, mientras un láser identifica los fragmentos. Todo se codifica en una cadena alfanumérica. En apenas media hora pueden correr muestras de ocho personas distintas. Aunque cambiaron las técnicas, el índice de abuelidad -que abrió nuevas perspectivas para la criminalística, el abordaje de catástrofes y la genética forense- sigue siendo crucial para determinar el parentesco. 

Cuando alguien con dudas sobre su identidad entra al BNDG, le toman fotos, huellas digitales y un consentimiento firmado. Le sacan sangre en un box de extracción y el material se analiza en distintas áreas: ADN mitocondrial, nuclear, cromosomas sexuales y biología molecular. El perito a cargo no conoce los expedientes. Trabaja con números y códigos, sin nombres ni apellidos. Los procesos se repiten y ratifican con análisis estadístico. 

Desde el 2009, el BNDG está en la órbita del Ministerio de Ciencia nacional. La inminente mudanza a la nueva sede de Córdoba 831 provocó un conflicto con algunas organizaciones de derechos humanos y con la actual directora, Belén Rodríguez Cardozo. Creen que el traslado pondría en riesgo el equipamiento, los perfiles genéticos, las muestras biológicas y los archivos. "Las altísimas medidas de seguridad que se pondrán en vigencia serán incomparablemente superiores a las que rigen en la sede del Hospital Durand", prometen en el Ministerio. Penchaszadeh, que volvió al país en 2007, es uno de los coordinadores del traspaso. 

Ignacio es Guido

Con o sin polémica, la nueva ley es un paso adelante: regula los allanamientos, fija la obligatoriedad de los exámenes y confirma la imprescriptibilidad de los crímenes."Que exista un chico desaparecido nos afecta a todos", suele explicar Carlotto. Ese chico, recuerda, lleva la prueba del delito en la sangre. En el caso de Igancio el proceso "fue rápido porque la familia con la que había que comparar el ADN estaba completa, tanto paterna como materna. Los antropólogos forenses que habían encontrado los restos del papá ya habían mandado las muestras al Banco".  

Porque Ignacio supo quién fue su madre, pero también su padre: Walmir Oscar Montoya, montonero como Laura, desaparecido en noviembre de 1977. Hortensia Ardura, la otra abuela, también recuperó a un nieto. Nada de esto hubiera sucedido si Estela no mandaba a exhumar el cuerpo de su hija en 1985, cuando el texano Clyde Snow -un antropólogo texano de botas y sombrero, traído por la organización- miró las estrías en los huesos de la pelvis y le dijo: "Estela, tú eres abuela". Así también supo que su hija se había resistido (tenía un brazo quebrado) antes de que la mataran de un disparo en el cráneo. 

En esa escena de dolor y esperanza estaba el otro gran aporte de las Abuelas a la ciencia argentina. Snow forjó al Equipo Argentino de Antropología Forense: jóvenes que entraban casi a las escondidas en los cementerios y pasaban tanto tiempo entre huesos y balas que terminaban comiendo choripán en las fosas. Snow, que murió en mayo de este año, les enseñó a reconstruir el tormento de los secuestrados y a desarticular el relato de las muertes en enfrentamientos. Si había un balazo en la parte superior de la cabeza, era un asesinato. Si había un cajón de nene con ropa pero sin huesos, era una muerte fraguada y, entonces, una esperanza. Esos jóvenes hoy son profesionales admirados, que reponen identidades en todo el mundo. 

"No existe la posibilidad de cambiar, suplantar o suprimir la identidad sin provocar daños gravísimos en el individuo -recuerdan las Abuelas-. Perturbaciones propias de quien al no tener raíces, historia familiar o social, ni nombre que lo identifique, deja de ser quien es sin poder transformarse en otro". 

Para lograrlo, el secreto está en los genes, que se preservan durante siglos. Una buena noticia para las 312 familias que necesitan respuestas: cuando las Abuelas ya no estén, las van a seguir encontrando. 

© Escrito por Pablo Corso el Domingo 02/11/2014 y publicado por el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.