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domingo, 4 de febrero de 2018

Escándalos de Corrupción… @dealgunamanera...

Esos sindicalistas ricos que dan vergüenza ajena…

Caídos. Humberto Monteros, de Bahía Blanca y el Pata Medina, de La Plata, de la UOCRA; Caballo Suárez, del SOMU; Balcedo, del SOEME. Fotografía: Cedoc

El secretario general de la CGT dijo sentir eso ante las fortunas “mal habidas de algunos malandras” que ostentan un cargo en gremios. Sin embargo, advierte que son una excepción y que machacar con esos casos busca golpear al movimiento obrero.

© Escrito por Juan Carlos Schmid, Secretario general de la CGT, el domingo 04/02/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Vergüenza ajena es la expresión inmediata que siento al ver las riquezas mal habidas que los medios han develado de algunos mal llamados dirigentes sindicales.

Sin embargo, no podemos ser ingenuos… Detrás de la reiteración de titulares e imágenes se busca instalar la certeza de una cruzada contra la corrupción; que algunos de esos malandras ostenten un cargo sindical no debe confundir. Son la excepción, mucho menos frecuente que la enquistada en otros actores de la sociedad, y de ningún modo la regla.

La honestidad de la inmensa mayoría. Desde la fundación de la CGT, en 1930, a partir de la confluencia de gremialistas provenientes del anarquismo, el comunismo y el socialismo, y durante todo el período peronista que llega a nuestros días, el movimiento obrero organizado hizo suyos los valores de honradez que, frente a las corruptelas de patrones, políticos y funcionarios inescrupulosos, llevaron a que los militantes sindicales padeciesen todo tipo de sacrificios materiales. Más allá de cualquier debate sobre su actuación o sus posiciones políticas, es indudable la conducta solidaria de los principales secretarios generales y dirigentes históricos de la CGT, llámense Luis Gay, José Espejo, Eduardo Vuletich, Andrés Framini, José Alonso, Raimundo Ongaro, Augusto Vandor, Agustín Tosco, René Salamanca, José Ignacio Rucci o Saúl Ubaldini, por citar sólo algunos nombres de una larguísima lista, que incluye a la gigantesca mayoría de los miles de cuadros que tiene hoy el sindicalismo argentino. Todo ello, sin contar los innumerables compañeros que se desempeñan en los cargos intermedios de las estructuras gremiales.

Todos los gremialistas que acabo de mencionar vivieron austeramente y, en más de un caso, incluso en la pobreza, muy a pesar de la denigrante y estúpida cantinela de todo pelaje, cuyos exponentes vieron en el peronismo “el hecho maldito del país burgués”, tal como lo decía John William Cooke. Es muy fácil de comprobar lo que digo. Basta comprobar que, una vez fallecidos esos dirigentes, muchos de ellos asesinados, dejaron a sus familias en serias dificultades. Para vivir, la mayoría de sus esposas e hijos debieron recurrir a la solidaridad de sus compañeros.

El mito de un Vandor “millonario”, por tomar un solo ejemplo, no se sostiene ante la realidad de que su viuda tuvo que trabajar 25 años más para jubilarse y seguir viviendo en el mismo departamento de dos ambientes de la calle Emilio Mitre. Qué rara forma esa de “robar” para seguir siendo pobre, sin siquiera asegurarle el futuro a su familia.

Recordemos, ya que hablamos de muertes o, mejor dicho, de asesinatos, que el movimiento obrero argentino ofrendó la vida de más de veinte secretarios generales desaparecidos durante el Proceso de Videla y Martínez de Hoz. Y lo menciono así porque muchos de los que hoy hablan desde posiciones dominantes y con poder de decisión fueron socios de esos tenebrosos personajes.

A esos compañeros que forman parte del martirologio de nuestro pueblo hay que agregar la larga lista de dirigentes y militantes sindicales asesinados en los años setenta por pseudorrevolucionarios que despotricaban contra la supuesta “burocracia sindical” o por las bandas lopezreguistas. Los violentos siempre forman parte de esa secta, transversal a las ideologías. Nunca les importó el zanjón de sangre y dolor que dejaron detrás de sus alocadas aventuras.

Todo ello vuelve más indignantes los casos de corrupción en las filas del movimiento obrero. Hay que ser un cretino completo para que, después de dedicar años de vida a la militancia gremial, se manche al conjunto de la dirigencia luego de alcanzar un cargo de poder. El poder sirve para transformar a la sociedad, para mejorar la vida de los compañeros y compañeras, no para alimentar la ambición de nadie.

Cuando veo a esos idiotas del dinero fácil, me viene a la memoria la actitud de José Espejo, hombre de confianza de Eva Perón y del General, que acumuló un enorme poder. Cuando tuvo que irse, lo hizo sin pestañear, en silencio, respetando las reglas de la militancia gremial y política; y buscándose un trabajo, en su caso, repartiendo vino casa por casa, hasta su jubilación. 

Los que se quedaron en el 55. El bloque mediático, la corporación judicial y el particular poder político-económico que hoy nos domina hacen lo imposible para convencer al hombre común de que estamos a merced de un grupo de filibusteros, vulgares chorros disfrazados de gremialistas, cuya única aspiración sería alcanzar el poder para dedicarse a esquilmar a sus compañeros.

Ese discurso o, más bien, ese relato de ficción, se inserta en un entramado ideológico y sociológico al que podemos definir como los nostálgicos de la dictadura instaurada en 1955, la mal llamada Revolución Libertadora. Esa que se hizo para que “el hijo del barrendero siga siendo barrendero”, según el no muy elaborado pensamiento del almirante Arturo Rial. En ese barro, mezcla de revanchismo, desprecio por el prójimo y odio a los pobres; se amasó el pensamiento prejuicioso y la acción disociadora de muchos en nuestra vapuleada Argentina. La “grieta”, que tanto se menciona, tiene un origen mucho más antiguo que el expuesto en tiempos más recientes.

No es mi intención aquí fungir de historiador, pero sí recordar algunos hitos de esa desdichada trayectoria. El general Aramburu y el almirante Rojas creyeron que destruyendo el movimiento sindical harían desaparecer al peronismo. Lo que lograron fue el nacimiento de la Resistencia Peronista. El presidente Frondizi, un dirigente de primera línea con orígenes de radical probo, acudió al ingeniero Alsogaray con las mismas intenciones, y ya sabemos en qué terminó. Onganía le encomendó la misión a Krieger Vasena, con el resultado de los Rosariazos, Cordobazos y demás puebladas. López Rega lo intentó con Celestino Rodrigo; Videla y Martínez de Hoz lo emprendieron con el peor genocidio de nuestra historia. El doctor Alfonsín, obnubilado por su amigo Germán López, que se había quedado anclado en 1955, pergeñó la llamada “ley Mucci”, y el resultado fue la más continuada protesta obrera contemporánea. Cavallo lo intentó hasta que su sueño mesiánico naufragó tras la odisea de la Banelco, poniéndonos al borde de la desintegración y el riesgo de una guerra intestina de todos contra todos.

Esta historia, de más de sesenta años, que sumió a la Argentina en estériles confrontaciones, fue movida por ese sueño eterno, para usar las palabras de Andrés Rivera, de desintegrar al movimiento obrero organizado y, por esa vía, devorarse al peronismo.

Los ataques desde la doble moral. El actual embate apela a unos pocos casos excepcionales que pretenden manchar a todo el movimiento obrero y, lo que es más grave, buscando otorgar a los funcionarios de turno una injerencia que no les compete. De eso se trata la anunciada intención de emprender auditorías o controles sobre las organizaciones gremiales, en una violación de las normas internacionales y nacionales que les reconocen independencia del Estado y de los gobiernos. Esos anuncios olvidan que los sindicatos no manejan fondos públicos, sino fondos de sus propios afiliados. Podría acaso tener algún sentido si en la Argentina hubiese un sistema de afiliación obligatoria. Pero en nuestro país la afiliación gremial es completamente voluntaria, y los sindicatos son entidades civiles, no oficiales, cuyos dirigentes responden exclusivamente a sus afiliados. Son estos los únicos con derecho a fiscalizar, lo que efectivamente se hace a través de la presentación anual de balances ante las asambleas y demás medidas de control de la gestión, de acuerdo con los estatutos de cada sindicato.

Las prestaciones sociales y médicas de los sindicatos argentinos constituyen una tarea sorprendente; es tan potente que llama la atención incluso de dirigentes gremiales de países más avanzados, donde a pesar de contar con mejores condiciones económicas no tienen coberturas tan amplias y eficientes. ¿No será este el verdadero problema que molesta a algunos representantes de poderosos intereses? ¿No será que no soportan a quienes consideran “feos, malos y sucios” porque construyen poder económico con el objeto de discutir de igual a igual?

Si los funcionarios están tan preocupados por controlar las cuentas de organizaciones civiles particulares, ¿por qué no auditan a entidades financieras o a la Sociedad Rural? Entre sus directivos o asociados hay más de un alto funcionario del actual gobierno, y el famoso bono recibido por un ministro, otorgado por una organización que él mismo presidía hasta minutos antes de asumir el cargo público, no es precisamente un ejemplo de transparencia. Por el contrario, sí es una muestra clara de un doble estándar moral que se extiende a otros hechos que ocupan la primera plana de los diarios. Todo esto sucede ante la mirada impertérrita de la Oficina Anticorrupción, un organismo que, cuando se trata de colegas funcionarios, a lo sumo expresa reconvenciones más propias de una maestra jardinera a sus niños que las de quienes deben velar por la ética pública. En cambio, si los señalamientos apuntan a algo someramente relacionado con un sindicato, esgrimen intervenciones, las llevan a cabo y, en lugar de sanearlo como prometen, lo terminan convirtiendo en una caja de Pandora.

La viga en el ojo del Gobierno. Las preguntas que se imponen son las siguientes: ¿fueron los sindicatos los responsables del atraso argentino?, ¿qué rol jugó el mundo empresario?, ¿qué intereses manejó y maneja el complejo mediático, que muchas veces se desentendió del destino del país?, ¿cuáles fueron las obligaciones que evadió nuestro sistema judicial para acomodarse a los diferentes “tiempos políticos”?

Entre tanto, la clase política, para defender espacios de poder que muchas veces tienen apenas el tamaño de una baldosa, pacta cualquier acuerdo a cambio de veinte monedas. ¿Acaso no acabamos de verlo en las llamadas “reformas” previsional y tributaria, verdaderos ajustes para favorecer a los sectores más concentrados de la economía, a costa de los más vulnerables?

Lejos, muy lejos de cumplir el mandato evangélico de prestar atención a la viga en el ojo propio más que a la paja en el ojo ajeno, quienes nos gobiernan pretenden presentarse como si hubieran sido creados por ángeles celestiales.

Todos los días nos enteramos de parientes de autoridades beneficiados por decretos de blanqueo, condonaciones de deudas con el Estado; de directivos, socios o accionistas de grandes empresas, quienes, no habiendo transcurrido el tiempo legal y, en más de un caso, sin haberse siquiera desprendido de esos intereses, pasan de la noche a la mañana a ser ministros y secretarios en áreas que afectan a esas mismas corporaciones. Tenemos un ministro de Hacienda declarando el ochenta por ciento de su patrimonio en el exterior. ¿Son verdaderos funcionarios públicos o siguen siendo los mismos CEO de siempre, encaramados en los organismos del Estado? ¿A esto pretenden llamar capitalismo en serio? Tengo todo el derecho a expresar mi recelo sobre estas situaciones. 

La misión del sindicalismo. Se está promoviendo una idea que no busca elevar las prácticas morales sino atacar al sindicalismo, intentando impedir que cumpla con su misión y razón de ser: la defensa de los intereses de los trabajadores y los más necesitados. Es decir, de todos aquellos que, en palabras del papa Francisco, son la “periferia existencial” en un mundo injusto y egoísta: nuestros viejos, nuestros niños, nuestros jóvenes que no pueden trabajar ni estudiar, los millones de argentinos que no consiguen llevar a sus casas lo necesario para parar la olla diariamente.

Es una primitiva y rudimentaria idea para convencernos del destino elegido por las víctimas de la injusticia y la desigualdad, quienes preferirían un plan de ayuda al orgullo de ser obrero y ganarse el pan con el sudor de su frente. Es una mirada tan antigua y retrógrada, que ya hace más de un siglo fue denunciada por nuestros mejores intelectuales y artistas, impecablemente retratada en esa maravillosa obra de Ernesto de la Cárcova, Sin pan y sin trabajo, pintada en 1894. Ya entonces se acusaba de “vagos” a los excluidos y explotados, y de “vividores” a quienes, sacrificando tiempo y descanso, luchaban por organizarlos.

Ahora, con un discurso pretendidamente “moderno”, nos apabullan con los mismos prejuicios y rencores. Que quede claro: los trabajadores soñamos con una democracia moderna, con instituciones republicanas sólidas, en una Patria donde la corrupción sea la excepción y no la norma, con la estrella polar que guía a la Doctrina Social de la Iglesia dentro de una concepción que conduzca hacia la verdadera armonía en la comunidad, que supo tener entre nosotros algunos defensores como Enrique Shaw, el único empresario propuesto para santo. Si el empresariado siguiese esas enseñanzas, no solo no habría divergencia de objetivos con el mundo del trabajo, sino que la alianza entre ambos sería casi indestructible.

Esa vocación mayoritaria del sindicalismo argentino es la que está bajo ataque.

Lamentablemente, estamos enlodados en un mundo dominado por la “cultura del descarte” y, en lo que nos concierne, en una Argentina desigual e injusta; por eso, la misión de las organizaciones sindicales sigue vigente, por más que se la pretenda denigrar, encorsetar o encuadrar, caracterizándola como el final de un ciclo histórico.

La agresión contra los sindicatos no es nueva y siempre ha estado vinculada a políticas tendientes a concentrar cada vez en menos manos la riqueza e imponer condiciones progresivamente peores a las grandes mayorías. En su historia, el movimiento obrero atravesó etapas mucho más duras; basta recordar que ha luchado sin tregua durante los regímenes autoritarios.

Los trabajadores sufrimos la proscripción, los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora; la “movilización militar” y la aplicación del Plan Conintes bajo Frondizi y Guido; la represión del onganiato y el plan sistemático del terrorismo de Estado de la dictadura genocida de 1976. Y pese a su brutalidad, esos ataques no pudieron destruir nuestra convicción de bregar por una Patria justa, libre y soberana.

Entonces, si con toda esa violencia no consiguieron desarticular ni hacer desaparecer al movimiento obrero organizado, no será sembrando el desprestigio que podrán doblegar la voluntad de quienes hemos decidido dedicar nuestra vida a defender a la más vieja nobleza del mundo: la dignidad de los hombres de trabajo.



jueves, 29 de mayo de 2014

A 45 años del Cordobazo, el hijo de Agustín Tosco habla sobre su padre... De Alguna Manera...


A 45 años del Cordobazo, el hijo de Agustín Tosco habla sobre su padre...

Agustín Tosco fue uno de los líderes del Cordobazo. Foto: WIKIPEDIA

Héctor tenía 11 años cuando su papá falleció en Buenos Aires. La vida clandestina, las persecuciones y las amenazas en el velorio del dirigente gremial.

El 23 de junio de 1975, Agustín Tosco, desde la clandestinidad, tomó una hoja y comenzó a escribirle a su hijo, Héctor, que cumplía 11 años. "Queridísimo hijo: Tengo una gran emoción al escribirte. Hoy cumples once años de edad y yo te siento todo un hombrecito. Hubiera querido estar contigo, conversar mucho, que me contaras tantas cosas, y yo contarte otras. 

Ahora se me hace un nudo en la garganta y casi no sé que decirte (...) Hubiera querido hacerte un regalo grande y hermoso, el que más te gustara. Cómo me han despedido del trabajo no cobro sueldo; cómo me persigue la policía y me ha amenazado las 'Tres A', vivo de la solidaridad económica y del amparo de mis compañeros. Estoy ajustado a ciertas privaciones, pero no podía olvidarme de ti. He hecho comprar un juego de ajedrez y te lo envió como presente por tu cumpleaños".

Héctor Tosco tenía 11 años cuando su padre, el secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza, Agustín Tosco, le mandó esa carta desde la clandestinidad. El 5 de noviembre de ese mismo año murió enfermo en una hospital de la Ciudad de Buenos Aires. Agustín fue uno de los líderes del Cordobazo, insurrección obrera y estudiantil que estalló el 29 de mayo de 1969 contra la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Hoy, a 45 años de ese hecho histórico que precipitó a la renuncia del dictador, Héctor dialogó con Perfil.com sobre como fue  la relación con un padre al cual siempre visitó en la clandestinidad o preso "aunque no era ningún ladrón".

Perfil.com: -¿Cómo era tu padre?

Héctor Tosco: Tuve una infancia bastante complicada porque falleció cuando yo tenía 11 años, entonces los momentos con él para mí fueron espectaculares, aunque posiblemente el escenario no era concordante con lo que te estoy diciendo porque esos momentos eran en cárceles de Devoto o Rawson o momentos difíciles en su vida. Pero mi viejo era muy cariñoso conmigo y con mi hermana por su convicción. Cuando me manda esa carta, hacía año y medio que no lo veía porque estaba clandestino.

- Inclusive antes que llegue el gobierno militar.
- Es que en el '75 era muy áspera la mano. Mi viejo escondido en Punilla en Córdoba con bandas paramilitares que lo amenazaban de muerte. Entonces para mi cumpleaños me mandó un jueguito de ajedrez.

-¿Qué te pasa cuando volvés a leer esa carta?
- Es volver en el tiempo y se me caen las lágrimas. Yo entendía bastante lo que pasaba porque mi mamá nos contaba la situación que vivíamos y que papá no era un delincuente.

- ¿Qué te decían en la escuela?
- En general no me decían que era un delincuente. Yo fui a escuela pública y los maestros sabían quien era Tosco y contra queen se enfrentaba. Y los padres de mis compañeritos eran todos laburantes.

- ¿Cómo analizás la vida de tu padre, con las protestas sociales de aquella época y la lucha armada que luego se produjo?
- Dentro del movimiento obrero mi viejo fue uno de los actores de la época que más claro tuvo la situación y vió lo que iba a pasar. Hace poco en un acto leíamos lo que escribió sobre el Cordobazo en junio del '70 y había cosas que aún suceden hoy, la entrega del patrimonio nacional con Martinez de Hoz, lo previeron ahí. Córdoba fue esa usina intelectual, ya que compartían el material con estudiantes y bases obreras.

- ¿Qué puntos en común tiene aquel sindicalismo combativo y este de hoy en día?
- En aquel momento tambien existían estructuras como las de hoy. Y surge una CGT de los argentinos, un modelo diferente que le dieron nombre de sindicalismo de liberación. Mientras tanto en Buenos Aires era más jerárquico. La CTA de hoy es una organización que se toma de esos tiempos. Por eso la lucha de ese momento era con Rucci, Vandor. Es difícil relacionar aquel momento donde no había democracia con la de hoy porque en su época desde el '55 hasta el '73 fueron dictaduras constantes.

- ¿Era peronista o marxista?
- Mi viejo decia claramente "filosoficamente soy marxista", pero en la práctica bregó por la unidad de todos los cuadros políticos para una sociedad mejor. Además acá la mayoría de los trabajadores era peronista, al igual que Atilio López, su compañero en Córdoba.

- Pero al mismo tiempo tuvo que luchar con peronistas.
- Es que dentro del peronismo tenemos a la derecha y a la izquierda. Cuando intervienen Córdoba gobernaban peronistas y los que llegan son de la derecha peronista y asesinan a López.

- ¿Cómo era vivir con un padre clandestino o preso?
- Siempre tuve orgullo de mi viejo y lo que sufrimos con mamá, fue puntal en eso. Las mujeres de estos hombres del Cordobazo hay que reconocerlas a ellas también porque tuvieron que enfrentar eso.

- ¿Fuiste al velorio? (NdeR: la derecha peronista amenazó a quienes asistieron a su funeral)
- Me acuerdo, estaba en el sepelio y la derecha peronista realizó una represión tremenda que incluyó disparos para todos lados. Mi tío me metió para adentro y tuve la suerte de poder enterrarlo. Sentí mucho miedo.

© Escrito por Ramón Indart el Jueves 29/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La insurrección que comenzó en Córdoba precipitó la renuncia de Onganía. Foto: Cedoc




Agustín Tosco fue uno de los líderes del Cordobazo. Foto: WIKIPEDIA



Hubo una feroz represión. Foto: Cedoc




La manifestación incluyó a obreros y estudiantes. Foto: WIKIPEDIA
 


domingo, 20 de mayo de 2012

Metamorfosis… De Alguna Manera...

Metamorfosis…

Metamosrfosis dibujo de Pablo Picasso.

Mucho antes de ahora, ya proliferaba la traición. Desde los meses posteriores a la caída de Perón, entre fines de 1955 y comienzos de 1956, la velada o casi explícita imputación recorría los caminos de la patria. Hasta el fugaz (abril 1954/septiembre 1955) vicepresidente de Perón, Alberto Tesaire, era etiquetado así. El vocablo alcanzó luego fornida vigencia en las turbulentas aguas del peronismo. El pacto entre Perón y Frondizi para las elecciones de 1958 procreó infinitas acusaciones de ese género. La serie siguió inexorable, año tras año. En 1965, Perón mandó a su mujer, Isabelita, a la Argentina para disciplinar y castigar a los traidores. Surgieron las fracciones “de pie junto a Perón”, mientras los que marchaban por su cuenta eran tildados de colaboracionistas o, más tenuemente, participacionistas.

Augusto Vandor, el poderoso capo metalúrgico que había participado junto a la plana mayor de los sindicatos del golpe de 1966 contra el gobierno radical de Illia, fue asesinado en 1970, por traidor. Antes de matar luego a su sucesor, los Montoneros coreaban: “¡(José) Rucci, traidor, a vos te va pasar lo mismo que a Vandor!”. Y cumplieron. Ya en pleno baño de sangre previo a 1976, numerosos dirigentes sindicales fueron asesinados por la guerrilla montonera, mientras que bandas criminales de la Triple A liquidaban a centenares de militantes revolucionarios, especialmente los que se definían como peronistas. Unos y otros, Montoneros y Triple A, llamaban traidores a sus víctimas. Pero hasta los propios gobernadores peronistas (Miguel Ragone, Jorge Cepernic, Alberto Martínez Baca, Ricardo Obregón Cano y Oscar Bidegain) fueron derrocados con la anuencia de Perón, y por ser considerados traidores.

La estigmatización de traidores se diluyó hasta comienzos del siglo XXI, pero renació en 2003. La idea de que no hay perdón para los responsables del crimen de deslealtad floreció con los gobiernos de los Kirchner. En nueve años han desfilado por los elencos del Ejecutivo personas que una mañana despertaron anoticiadas de que ya no contaban con la aprobación del monarca. ¿Quién se acuerda de los ministros iniciales, en los que aparecían peronistas como Gustavo Beliz, Alberto Iribarne y Roberto Lavagna? Dueño de un acceso íntimo y total al entonces presidente Kirchner, a quien sirvió al pie de la letra, Alberto Fernández se convirtió en 2008 en paria irremediable, depositario de todas las condenas.

Uno a uno siguen cayendo los muñecos. Martín Lousteau fue la gran esperanza blanca durante breves meses, hasta que lo eyectaron a la intemperie sin remilgos, convertido en blanco móvil. Lavagna fue aceptado como legado necesario de Eduardo Duhalde, pero desde 2006 en adelante se convirtió en un fantasma para el nuevo poder, como si su gestión de cuatro años decisivos nunca hubiera existido.

Cuando la acusación de traidor no es explícitamente verbalizada, los kirchneristas sumergen en el sótano del ostracismo a figuras de las que se desprenden como pesos muertos. ¿Quién le reconoce algo hoy al inesperado secretario de Cultura José Nun, un intelectual que vino de la izquierda no peronista y al que nunca le dieron la hora, hasta que lo echaron?

El Diccionario de la Lengua Española de Espasa-Calpe define la traición como violación de la fidelidad o lealtad “que se debe”. Traición es, en efecto, antónimo de lealtad, pero la definición de este atributo presupone obediencia a una persona, no a un programa. Néstor Kirchner le fue leal a Duhalde entre 2002 y 2003, pero cuando pudo giró 180º y se convirtió en su ejecutor. Nadie pestañeó cuando el aval de Duhalde a Kirchner era todavía reciente y Cristina se subió a un atril para calificar al caudillo bonaerense de capo mafia, el “padrino” de la política criolla, con el que ella nada tenía que ver.

Es el mismo procedimiento que produce hastío en su inmutable perpetuación, esa rutina de acuchillar hoy al socio de ayer, fusilándolo con el escarnio de “traidor”, como lo revelan los casos de Hugo Moyano y Daniel Scioli. Es una ignominia severa, porque al que traiciona le cabe la imputación de enemigo de la patria. El Poder Ejecutivo categoriza de esa manera a quienes se diferencian del Gobierno. Ahí está Scioli, teniendo que aguantar, tras ser elegido como candidato a vicepresidente en 2003 por Kirchner, que un ex dirigente del Partido Comunista le cuente los glóbulos de cristinismo en sangre. ¿Qué son sino ‘traidores’ Gabriel Mariotto, verdugo de Scioli, y Omar Viviani, apóstata de Moyano? En la ofuscada retórica del actual oficialismo argentino, nada más alevoso y pérfido que pensar con la propia cabeza y resistirse a las ignominias de la obsecuencia debida.

Además, desde el kirchnerismo ha germinado otra corriente, paralela a la que nutren los desembarcados del buque del Estado resignados al silencio vitalicio, estupefactos y sin comprender por qué les mostraron la puerta de salida, como Rafael Bielsa y su sucesor, Jorge Taiana. Cuando se evalúa el espesor de los dos primeros cancilleres del kirchnerismo y se lo compara con el del actual, Héctor Timerman, se advierte que la Casa Rosada premia la obediencia y el silencio, jamás el mérito o el talento.

Otro ejemplar del zoológico de los traidores, tal como los define el kirchnerismo, es el indescriptible Sergio Schoklender, que gozó de prebendas, favores y privilegios hasta que una madrugada amaneció como la criatura kafkiana de Metamorfosis, convertido en asqueroso insecto. La propia encubridora de aquel Schoklender, Hebe Pastor de Bonafini, se hace hoy buches con la palabra traidor. Su lengua implacable e incansable etiqueta de esa manera a gente muy de izquierda que, tras haber estado a su lado durante años, se negó a dejarse violar por la retórica incendiaria de “las madres”, como Vicente Zito Lema, Herman Schiller y ahora Osvaldo Bayer. Horrible sendero de cuchilladas traperas y amnesias repulsivas, la cosmogonía de la traición como razón de Estado desnuda la obscenidad de una época.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 19 de Mayo de 2012.