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domingo, 21 de octubre de 2012

¿Dos Bandos?... De Alguna Manera...

Motivos insólitos para el 8N...

 8 de Noviembre de 2012. 8N

Durante mi visita a Buenos Aires hablé más de kirchnerismo que en la suma de los últimos diez años. Era inevitable. Pero cuando en una sobremesa familiar se empezó a hablar de “los dos bandos”, supe que mi participación era imposible. Quedarme callado no era una opción; no suele serlo porque no me aguanto, pero en este caso era más difícil, porque me hacían preguntas. Objetar las supuestas bondades del kirchnerismo y/o defender posturas del bando opositor que considero inexistente era tentador, pero fútil porque –justamente– no hay dos bandos. Me limité a decir esto último y me fui, con la esperanza de dotar mi ausencia de algún sentido didáctico. No sé de qué habrán sido equidistantes después; es muy difícil ser equidistante cuando hay un lado solo.

El tenembaumismo, incluso en sus encarnaciones de entrecasa, insiste en ser salomónico para salvarse. Pero sólo se puede ser salomónico si hay dos extremos en pugna. Si hay uno solo, las únicas posibilidades son: tener una opinión clara sobre el fenómeno o prescindir de ella. Esto es un lujo que el progresismo no puede permitirse, no al menos sin retroceder, reconocer sus errores, pedir disculpas, tres cosas que no están acostumbrados a hacer.

Sabemos que no hay dos bandos. Así como no soy del bando del vecino si vamos juntos a la municipalidad cuando se cae un árbol, tampoco me contagio si el 8 de noviembre salgo a la calle con gente que cree en la existencia de los duendes. Lo que hay es un problema, tenemos un problema que queremos resolver. Si se te queda el auto en el barro y Cecilia Pando quiere ayudar, no veo cuál es el inconveniente en dejarla que empuje y darle las gracias. Siempre y cuando no tengamos que firmarle un petitorio antiabortista a cambio; por suerte no es el caso.

El grueso de la oposición alienta –a los ponchazos, porque son muy brutos y ni siquiera eso hacen bien– la idea de que la única manera de resolver este problema, el que tenemos ahora, es mediante la construcción de una alternativa política viable. Vengo a decirles que eso es mentira.

No sé a ustedes, pero a mí me importan muy poco el agonismo, El Eternauta, la pasión según Sandra Russo, el peronismo, el antiperonismo, la patria y la liberación. Puedo vivir sin ellos. Es más: reclamo mi derecho a vivir sin que ellos se me impongan como dogma, eso es justamente parte del problema que hay que resolver.

No nos debemos la construcción de un sistema ideológico alternativo; eso es algo que uno hace si tiene ganas, y si no tiene ganas no lo hace, no es obligatorio. Si bien es cierto que sería bueno contar con partidos políticos más o menos votables que pudieran después gobernar como en cualquier país normal, no dependemos de ellos para reclamar derechos. Es entendible que ellos pretendan que los esperemos hasta el improbable día en el que decidan representarnos, pero para algunas cosas ya no podemos seguir esperando.

Es cierto: no son las más urgentes. Esas cosas –paradoja– nos acompañan desde hace mucho, en la forma de bultos durmiendo en la vereda, nenas de seis años vendiendo flores por la calle, mil caras de la pobreza por las cuales somos incapaces de manifestar en un contexto que las naturalizó todas bajo el impermeable paraguas populista. Es dificilísimo. ¿Qué hacés? ¿Llevás un pobre a la plaza? ¿Y por qué nos escucharía un gobierno que miente sistemáticamente sobre los índices de pobreza?

No todos los manifestantes tendrán la misma educación o sensibilidad social. Cada uno irá por lo que pueda, por lo que crea más pertinente, en un experimento que puede salir mal pero debería salir bien si entendiéramos –la oposición incluida– que todos los reclamos confluyen en el mismo: se le pide a un gobierno que no haga lo que no corresponde. Que no mate, ni mienta, ni oprima, ni robe, ni amenace ni pretenda imponer a los ciudadanos ideas, símbolos y prácticas que, en democracia, sólo pueden ser optativos. No es tan difícil de enunciar, y es bien fácil de entender.

© Escrito por Guillermo Raffo, escritor y cineasta y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.