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viernes, 5 de julio de 2019

¡Fue Choreo!... Cappa recordó el Vélez-Huracán del 2009… @dealgunamanera...

Cappa recordó el Vélez-Huracán del 2009…

¡¡¡Fue Choreo!!! Ángel Cappa consuela a Carlos Arano: el sueño de Huracán no se cumplió. Fotografía: NA

Para el ex técnico del Globo no caben dudas de que hubo una mano negra en favor del Fortín. Ese partido definió el título del Clausura 2009. Video.

El entrenador Ángel Cappa recordó el histórico partido entre Vélez y Huracán, que definió el Clausura 2009: “Cada vez es más evidente que fue un robo”.

Huracán llegaba a Liniers un punto por encima de Vélez. Se jugaba la última fecha y al equipo de Parque Patricios, que ese semestre había exhibido un fútbol de alto vuelo, con jugadores como Javier Pastore y Mario Bolatti, le alcanzaba con el empate para coronarse.

El Fortín, dirigido por Ricardo Gareca, se impuso 1 a 0 con un gol que debió haber sido anulado.

El volante Maximiliano Moralez definió cuando arquero de Huracán, Gastón Monzón estaba tendido en el piso. Había caído tras recibir un terrible planchazo en el tórax por parte del atacante Joaquín Larrivey.

Según el criterio del árbitro, Gabriel Brazenas, en esa jugada no hubo falta. Brazenas no volvió a dirigir nunca más.

¡¡¡Fue Choreo!!!

“Todavía tengo todos los partidos en casa en DVD. Menos el último, claro. No lo quise ver más. Vi algunas veces la repetición de esa jugada conflictiva en alguna entrevista en televisión. Y cada vez que la veo no lo puedo creer, cada vez es más evidente el robo. Fue un robo escandaloso”, contó Cappa desde Madrid, España, en un mano a mano con el diario Clarín.

“La final no había sido un buen partido y a esa altura ya no pasaba nada en ninguna de las dos áreas. Entonces el árbitro tuvo que hacer semejante barbaridad porque se le iba de las manos y terminaba en empate. Más que por mí, me queda el recuerdo amargo por la gente. Fue una frustración muy grande. Vélez era un muy buen equipo y podíamos perder. Pero cuando te roban es jodido. No se te va nunca eso”, agregó.

“Yo digo simplemente que tengo indicios que me permiten sospechar que el árbitro no fue honesto en este partido. Es algo que corresponde a la AFA investigar. No, él directamente no. A través de un familiar, según esta gente de Huracán que me informó”, cerró.

El entrenador dijo que si se cruzara con Brazenas no le diría nada: “No, a mí no me interesa en absoluto. Ya está. Esto es igual que si vas por la calle y un tipo le pega un tiro a tu hermano o a tu hijo y después te dice ‘perdoname, me equivoqué’. ¿De qué vas a hablar? ¿Sentarte en un café para qué? El daño ya está hecho. ¡¡¡Fue Choreo!!!

Y a él seguramente le pesa en su conciencia. Si es que tiene conciencia y si es que es culpable. Yo, ahora, creo que sí”.

AM

Vélez - Huracán: la final bastarda
¡¡¡Fue Choreo!!!

Hace diez años, el Velez de Gareca y el Huracán de Cappa definían el Clausura 2009 mano a mano, en la última fecha del torneo. El gol mal anulado a Eduardo Domínguez, el penal a Martínez, la falta a Monzón, el gol de Moralez que definió todo y un apellido exiliado del fútbol: Gabriel Brazenas.

En Era por abajo, Fernández Moores y Andrés Burgo recibieron a Pedro Fermanelli, co-autor de "La final bastarda", para hablar de uno de los partidos que marcaron la historia del fútbol argentino.

© Publicado el lunes 27/05/2019 por https://audioboom.com

 ¡¡¡Fue Choreo!!!
¡¡¡Fue Choreo!!!

domingo, 4 de marzo de 2018

De selección. Messi es una "mentira"… @dealgunamanera…

Messi es una "mentira"…

Lionel Messi. Dibujo: Andrés Alvez

Un país canoniza al máximo goleador de la selección después de su heroica noche en Quito pero, en la lógica delirante de miles o de millones de argentinos, su cabeza hubiera quedado debajo de la guillotina si el equipo de Sampaoli no se hubiese clasificado al Mundial de Rusia. Ucronía de un crack acabado, humillado, después de una eliminación histórica. O las sandeces que evitamos leer o escuchar gracias a los tres goles del crack.

© Escrito por Andrés Burgo el sábado 14/10/2017 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Pero si Messi mira para abajo en el himno. ¿No lo viste antes del partido con Ecuador? Era una estatua el pingüino ése. Así, todo paralizado, duro, asustado hasta las patas. Nunca cantó el himno pero antes por lo menos te levantaba la cabeza. Ahora ni eso. El pecho frío ya estaba entregado antes de jugar. Igual nada que sorprenda mucho, ¿no? En las jodidas nunca aparece, capítulo mil. Lo de Quito fue más de lo mismo. Se les entregó mansito a los ecuatorianos como antes a los peruanos y a los venezolanos y a los uruguayos y a todos. No hizo nada en las Eliminatorias. No se rebela y nunca se va a rebelar. Punto. O decime, ¿cuántas veces te salvó en las difíciles? Ni una vez te salvó. Ni una vez estuvo a la altura de las circunstancias.

Uno esperaba otra cosa porque veías que en el Barcelona se eludía a medio mundo y querías que hiciera lo mismo en la selección, pero ya está, no va a pasar. Ser líder es otra cosa, es tener la cabeza arriba, contagiar confianza, despabilar a los compañeros, pegarles un grito, aplaudirles en la cara, retarlos si hace falta ¡Vamos carajo que se puede! ¡Vamos que somos Argentina! Así hay que gritar. Inflá el pecho, hermano, o tenés un trauma. Pero bueno, sabemos que la personalidad no se compra. O nacés con carisma o no, y Messi nunca tuvo personalidad ni carisma. Hasta Fazio, que no le conozco la cara, debe tener más carácter. Mil veces más carácter debe tener.

Yo, si era Salvio y lo veía a Messi al lado mío, ahí, encorvado en el himno antes del partido más importante de tu vida, me borraba, me hundía. Me deprimía. Acordate de Maradona, que en el himno los puteaba a todos, hasta a un muerto contagiaba. Y este pibito es otra cosa, seguro que terminó el partido, entró al vestuario y se puso a ver el telefonito. A boludear en Instagram. A pensar en el próximo tatuaje.

Y sus compañeros también, fija. Les da lo mismo perder. Son millonarios, ya están recontra hechos, vienen de compromiso porque hay que venir y les ponen un avión privado. Ni siquiera saludan a la gente. Viven en una cápsula. Y encima quieren que les agradezcamos. Si no quieren venir, que no vengan más, que jueguen los de acá que serán igual de burros, pero por lo menos te comen el hígado. Hasta un barrendero va a poner más huevos. Y lo que me da más bronca es que este fin de semana la van a romper en sus equipos. Uh, que fenómenos, van a decir. Tres goles de Messi al Getafe, dos de Di María al Guingamp y cuatro de Icardi al Benevento.

Pero no es lo que odie, eh. Solo que me da rabia. Hasta ahora más o menos la maquillaba, dos golcitos a Bolivia todos los años y uno a Brasil en un amistoso cada cuatro años y listo, seguía la mentira. Porque Messi en la selección no existió nunca, no jodamos. Siempre fue una mentira. Pero esto de no haber clasificado al Mundial superó todo. Indefendible. Vergonzoso. Y el responsable es Messi, no jodamos. ¿A quién le vas a echar la culpa? ¿A Benedetto? ¿A Marcos Acuña? ¿Al Laucha Acosta? No me vengas con eso de que tiene que jugar solo con 10 tipos más alrededor suyo. Solito no le alcanzó nunca.

Los que le justifican que se borra siempre se quejan que no tiene socios, pero le pusieron a un montón y a todos se los terminó comiendo: Pastore, Dybala, Lamela, Di María, Gago, Banega. Tenía razón Caruso Lombardi cuando decía que Messi tenía que ser suplente. Que entre en el segundo tiempo y listo. Si juega un partido bien y cuatro mal.

Y decime qué goles importantes tiene Messi en la selección. En amistosos no, eh. Y tampoco en el Barcelona. En la selección, goles importantes de Messi…. ¡No hay! En el Mundial fueron todos de relleno. De primera ronda. A Serbia en el 2006 y a Bosnia, Irán y Nigeria en el 2014. Listo. Después, nada. Ni uno. ¿En octavos de final para adelante? Cero. Y los de la primera ronda son como hacérselos al Eibar, si en España no te marcan. Que venga a la cancha de Chacarita y no toca la pelota. Miralo en las Eliminatorias y en la Copa América, lo anticipan siempre. Ya no genera respeto en los rivales americanos, de a poco le fueron perdiendo ese miedo. Decí que en el Mundial de Brasil lo salvó Mascherano. ¿O no te acordás de la charla de Sabella en el entretiempo del suplementario contra Alemania? Todos en ronda, Mascherano hablando y el traumadito éste afuera de la ronda escupiendo como en otro planeta. Siempre fue un tipo raro. No me olvido del Mundial 2006: mientras sus compañeros erraban los penales contra Alemania, él estaba con auriculares al cuello en el banco de suplentes.

No lo siente, ése es el tema. No tiene la pasión que debe tener un capitán de la selección. No sé, que grite, que se cague a trompadas. Pero no, es mudo. Qué le pasa en la cabeza no lo sé. Pone una pelota cada tanto pero no es conductor, no es líder, juega caminando, se aísla, se va de los partidos, se desconecta, camina la cancha, se apaga, parece un oso hibernando. Y encima es una máquina de perder finales. Eso es imperdonable. Tres perdió. Ponele una, ponele dos… No, fueron tres. Y en las tres esperabas que hiciera algo, y nada. Corré, hacé algo, equivócate, mandate una cagada, pero pedí la pelota. Era la final del mundo. ¿Te acordás del tiro libre en el último minuto contra Alemania? A las nubes fue, cualquier cosa. Y algo parecido el otro día contra Perú, en la Bombonera, una masita que pegó en la barrera, y Paolo Guerrero casi la clavó en un ángulo a la jugada siguiente. Y mejor ni hablar de las finales de la Copa América contra Chile. Ni las jugó. Ni bien ni mal. Nada. Se entregó. Era un fantasma. Si sentís la presión en el momento en que tenés que marcar la diferencia, entonces no sos el mejor.

No se la banca, le pesa, ésa es la verdad. Decime cuántas veces te conmovió Messi. Acordate de alguna. Y no, no hay. Una arenga, un video, algo, pero no, no hay nada: siempre hablaba Mascherano, siempre le faltó un golpe de horno. Y al final Cristiano Ronaldo lo pasó por encima con Portugal. ¡Con Portugal! Campeón de la Eurocopa y clasificado al Mundial. Ya está, este muerto de Messi no lo levanta más. Y si se quiere ir de la selección, que se vaya. Quién le va a decir que no. No da para más, acá va a ser siempre el eterno perdedor. Que se quede en Barcelona.

Decime cómo hace para ponerse otra vez la camiseta de la selección. En la historia va a quedar que Maradona te jugaba con el tobillo hecho mierda y éste vomitaba en la final del Mundial. ¿Te lo imaginás al mamerto éste entrenándose en Tilcara, como los del 86? Ja, me muero.

Porque encima es ingobernable adentro del plantel. En la cancha los defensores rivales se lo comen en un pancho, pero dentro de la concentración es ingobernable. La última es que decidió que Dybala no volviera a jugar ni un minuto después de lo que dijo, eso que era difícil jugar con él. Lo sacó él, como siempre, si toda la vida puso a sus amigos. Es un club de amigos la selección. Se la quedaron ellos. ¿O quién te pensás que a sacó a Tevez del Mundial? Pone cara de nada pero decide todo. ¿Y a los técnicos quién te pensás que los puso? Llevó y sacó a Martino cuando se le cantó y ahora eligió a Sampaoli. ¿No escuchaste que baja de dormir la siesta y, si él no saluda, nadie se le anima a decirle buenas tardes? Le tienen miedo hasta sus compañeros. Lo tenés que mimar como si fuera un nene y ya es un grandulón de 30 años. El señor quería tener a los hinchas más cerca y la selección se tuvo que mudar a la Bombonera. Y como ni siquiera eso alcanzó, la AFA tuvo que llevar un brujo a Ecuador. Ahora que se joda con todos los memes que salieron después de la eliminación. Y los whatsapp que se hicieron virales tienen razón. Y las cosas que le dijeron en tele. Por suerte hay periodistas que dicen la verdad, que a Messi le quedó grande la selección, que ya está, que ya cumplió un ciclo. Hasta Moria Casán lo criticó, y estuvo bien.

Ah. ¿Al final Argentina ganó con tres goles de Messi y se clasificó al Mundial? Seguro que el partido estuvo comprado, que les pusieron toda la guita a los ecuatorianos. Si además ya estaban eliminados. Y que gane un Mundial si quiere dejar de ser una mentira.



martes, 11 de septiembre de 2012

Hugo Barrientos, Club Atlético Huracán... De Alguna Manera...


Hugo Barrientos, anatomía de un hombre recio...

En los pasillos del estadio de Huracán, un club en el que se siente cómodo.

Su sola presencia infunde respeto, cuando no temor. Define al fútbol como una jungla y en ese marco se considera un guerrero. Leal, pero guerrero al fin. Volvió a Huracán luego de una etapa muy movida en All Boys, donde se lo criticó por jugar al borde y sufrió un doping. Pero nada lo movió de su eje.

La anatomia de un hombre recio también se percibe en los detalles domésticos. Hugo Barrientos es de esas personas que, cuando se presentan ante un desconocido, aprietan la mano dos niveles de potencia más allá de lo establecido: convierten un saludo formal en una demostración de fuerza, horadan una marca, delimitan un territorio. De una intensidad similar, o mejor dicho superior, se lamentan algunos de sus rivales cuando el mediocampista más áspero del fútbol argentino cruza sus piernas en mitad de cancha: se quejan de que sus botines no tienen tapones sino cuchillas, que a sus codos los carga el diablo, y que su juego no orbita alrededor de la bravura, sino de la violencia.

En las últimas temporadas, el nuevo 5 de Huracán quedó estigmatizado como un Darth Vader en pantalones cortos. Los suyos lo veneran y los otros le temen, como si realmente conociera –y aplicara- el poder del lado oscuro. El reciente paso por All Boys del futbolista que mejor interpreta la dualidad del yin y el yang fue una combustión de energías contrapuestas, la de haber alimentado su buen currículum profesional como partícipe necesario de la epopeya de un club de barrio que se abrió paso entre los más poderosos, pero al costo de haber multiplicado los expedientes de su prontuario futbolístico particular: la sangrienta agresión a Rubén Ramírez en un partido contra Banfield en diciembre de 2010, su persecución con perros de caza a Giovanni Moreno, el día de febrero de 2011 en que el colombiano de Racing se rompió los ligamentos cruzados en un duelo cargado de pólvora, y sus dopings positivos frente a San Lorenzo e Independiente en dos fechas consecutivas de mayo de 2012.

Pero semejante colección de desventuras no hizo corrosión en su imagen, sino que la amoldó a lo que Barrientos realmente es: un tipo con espíritu fugitivo que, como los inmigrantes centroamericanos que atraviesan el desierto de Sonora y se filtran en Estados Unidos escapándose de la persecución policial, hace de una cancha de fútbol el territorio en el que corre por su supervivencia personal. En su rebeldía a la legalidad que lo rodea, Barrientos es un apátrida que raspa tan al límite del reglamento que resulta fácil imaginarlo en puntas de pie, en una noche sin luna, cambiando de lugar los monolitos de la frontera que separa el juego vigoroso del negligente. A veces se queda de un lado y a veces invade el otro, pero a los efectos de sus reglas es indistinto: su patria es el borde.

-¿Qué pensás cuando te acusan de mala leche?
-No lo soy, yo nunca golpeé para hacer daño. Ser mala leche es ser mala persona o mal padre (tiene dos hijos: Gastón, de 11 años, y Lourdes, de 7), o mal amigo, y yo soy todo lo contrario. Yo soy buena persona.

-Pero jugás duro. Sos un tipo duro.
-Yo soy un guerrero dentro de la cancha; pero un ángel fuera. Esto, el fútbol, es una jungla, resulta muy difícil, y no hay que bajar los brazos.

-Te gusta jugar al límite.
-Siempre jugué al límite, siempre jugué igual. El tema es no hacer daño, y yo no lo hago. Me gusta ganar, claro, y veces al que golpean es a mí, pero yo aprendí a bancarme los golpes.

-¿Y cuál es tu límite?
-Ser leal, y yo lo soy.

-Ya tenés 35. Te quedan algunos años, pero tu carrera está más o menos hecha. ¿Qué te enseñó este ambiente?
-Aprendí a escuchar, a pensar como pienso y a conocer mucha gente, gente buena y gente mala.
Hugo empezó a moldear su personalidad de guerrero (o de conspirador del reglamento, o de contestatario al orden establecido, o de anarquista que descree de las leyes) en canchas de piedras y de tierra, una geografía hostil que años más tarde se correspondería con su juego de dientes afilados. No era pobreza eso que lo rodeaba, sino el rostro menos amable de la Patagonia, el de la fiereza climática de Comodoro Rivadavia, el lugar donde nació el 3 de enero de 1975: en la capital argentina del viento y la sequedad no existían entonces estadios de césped, a diferencia de los cuatro que se levantaron en los últimos años: los de Jorge Newbery, Huracán, Petroquímica y el Municipal, donde la Comisión de Actividades Infantiles (CAI) hace de local.

En su anterior paso por Huracán logró el ascenso a Primera. Ahora quiere repetir.

Sus reminiscencias apuntan al fútbol como el entretenimiento más divertido y saludable, pero también como un ritual de sacrificio. “Te tirabas y te pelabas hasta la oreja”, recuerda primero. “Me curtí desde chico”, decodifica enseguida. Barrientos también es un caso de insurrección porque, a diferencia de varios colegas de profesión, eligió un recorrido inverso al de los muchachos que encuentran en el fútbol una solución a sus debilidades económicas: su dedicación al deporte profesional le significó escaparse del confort de una familia sin urgencias gracias al trabajo de su padre, Hugo, que le ponía el cuerpo a la industria petrolera a 200 kilómetros de Comodoro, en medio de la meseta patagónica; mientras su madre, Carmen, ama de casa; y su hermana, Jorgelina (hoy en Estados Unidos), aportaban calidez femenina al hogar.

“Terminé el secundario y pensaba estudiar el profesorado de Educación Física, o sea que vivía bien. Dedicarme al fútbol me hizo conocer algunas dificultades que en mi casa no había. A nosotros no nos faltaba nada, yo tenía auto y un cuatriciclo, y de repente el fútbol me hizo vivir peor, pero yo elegí ese cambio, es lo que quería”, explica en una frase que lo define como un self-made man: el fútbol no buscó a Barrientos, sino que Barrientos buscó el fútbol.

Es posible que en esa decisión, seguramente genética (su padre había sido futbolista en la liga local y abrió una dinastía que siguió con sus tres hijos varones: Hugo, Pablo -su hermano talentoso, hoy en Catania- y Leo –el menos conocido de la familia, en la actualidad en Jorge Newbery de Comodoro, del Argentino B-), pero también porfiada y antojadiza, nazcan las raíces indómitas de Barrientos: nunca hay que menospreciar a quienes hicieron de una obsesión, y no de una vocación, su forma de ganarse la vida. Lo que continuó fue, acaso, inevitable: plantarles bandera a los futbolistas que eligieron su profesión a partir de su talento genético, marcarlos con énfasis en mitad de cancha y, si es necesario, someterlos a una guerra de guerrillas para sacarles la pelota. No está claro si es un futbolista-cacique o un cacique-futbolista, pero sus piernas son boleadoras de carne y hueso.

Paradójicamente, Hugo, que creció en un barrio de Comodoro cuya mención connota beatitud, Ceferino Namuncurá, empezó a jugar en un club de nombre que causa ternura: La Proveeduría. No eran, todavía, tiempos de partidos de once contra once, sino de baby fútbol. La Patagonia en invierno obliga a refugiarse en gimnasios cerrados en los que aprendió a pisar la pelota y a comandar a sus compañeros, aunque él no se asigne un mérito en esa jefatura. El liderazgo, dice, no es un aprendizaje, sino un don innato e intransferible.

-Yo no me hice líder, yo nací líder. Lo mismo que capitán: se nace capitán, no se hace. Yo fui capitán en casi todos los clubes en los que jugué: la CAI, Rafaela, Huracán, Instituto y All Boys. Solo no lo fui en Newell’s ni en Olimpo.

Barrientos pasó entonces de La Proveeduría, donde era delantero y hacía dupla ofensiva con su coterráneo Andrés Silvera, a su club preferido de Comodoro, Jorge Newbery, y de allí al equipo que amasa, cocina y sirve lo mejor del sur argentino: la CAI. Ya jugaba en cancha grande, ya era volante central y ya se desvivía por ser un continuador de la épica de Blas Giunta, el cinco de Boca que -Hugo se admiraba por televisión- jugaba en estado de ebullición, con venas hinchadas no de sangre sino de lava hirviendo, como a él le gusta.

-Veía que los futbolistas de Primera eran de Trelew para el norte del país, y me daba bronca: nadie se fijaba en los del sur. Entonces me propuse romper esa línea imaginaria. Somos de una camada de Comodoro que llegó a Primera: el Cuqui Silvera, Sixto Peralta, Mario Santana, Alexis Cabrera (campeón de la Mercosur 2001 y de la Sudamericana 2002 con San Lorenzo, y de los Panamericanos 2003 con la Selección), Emanuel Trípodi, mi hermano Pitu y yo.

Con la camiseta de la CAI comenzó a peregrinar por canchas de Cipolletti, General Roca, Bahía Blanca, Esquel y otros clubes paradigmáticos del Argentino B, un torneo en el que hasta Eric Cantoná, Roy Keane o Andoni Goikoetxea se sentirían intimidados. Y fue en Trelew, en 1999, contra el Racing doméstico, donde dio su primera vuelta olímpica y festejó su ascenso al Argentino A. En realidad, Hugo ya había debutado a los 15 años en la liga local, en 1992, por lo que se trata de uno de esos pocos futbolistas que conocen el organigrama completo de los torneos de AFA: liga local, Argentino B, Argentino A, B Nacional y Primera A.

En el medio, en 1996, y con 19 años, Barrientos ya había tenido un flirteo con el fútbol porteño: se entrenó en Ferro junto a otro muchacho de Comodoro, David Jones (hoy también en Newbery), pero el posterior paso del técnico Oscar Garré a Lanús abortó la transferencia. La revancha se haría esperar: recién en 2000, Atlético de Rafaela divisa en los bajos fondos del fútbol patagónico a un joven con aura de guerrero y lo contrata. Para Barrientos, que no era un niño sino un joven de 23 años, comienza la gran aventura: deja el bienestar de su pago chico y recorre 2.000 kilómetros hasta una de las zonas más ricas de la Argentina, la cuenca lechera, donde es recibido como un extraño, casi como un intruso. Por primera vez tenía que demostrar ese liderazgo que él creía connatural ante compañeros que no solo no lo conocían, sino que lo desestimaban.

-Me costó, era diferente a lo que había vivido. Por suerte me apadrinaron Gustavo Semino (hoy en Crucero del Norte, Misiones) y Carlos Bonet (el paraguayo que jugó los Mundiales 2002 y 2006), y también me hablaban mucho Cachín Blanco (el técnico), (Angel) Comizzo y Rubén Forestello, pero otros compañeros me pegaban muy duro en los entrenamientos.

-¿Tan duro? Suena raro escucharlo de vos.
-Directamente era maltrato. Hoy es diferente, a los más chicos los cuidás, pero antes era maltrato. Además no cobré durante un par de meses, el club estaba endeudado y encima sufrí una doble operación de hombro. Hubo un momento en que pensé dejar todo y volverme.

Pero Barrientos no abdicó. Barrientos nunca abdica. El fútbol es más que una profesión, es una misión en su vida, y muy pronto consiguió el segundo ascenso de su carrera, con Atlético de Rafaela a Primera División, en 2003. Comenzaba una trayectoria en la A, en la que sumaría seis equipos (el mismo Rafaela, Olimpo, Instituto, Huracán, Newell’s y All Boys), seis mudanzas (Rafaela-Bahía Blanca-Córdoba-Buenos Aires-Rosario-Buenos Aires), 185 partidos, 10 goles, 8 expulsiones, un descenso (con Instituto, en 2006) y otro ascenso, el tercero en su cuenta personal, esta vez con Huracán a Primera División, en 2007.

No parece la trayectoria de un futbolista, sino una montaña rusa; pero como en la vida de Barrientos nunca hay excesos suficientes, también hubo tiempo para una operación de ligamentos en la pierna derecha: “Estaba a punto de firmar para Rosario Central, en diciembre de 2008, pero en la revisación médica me encontraron esa lesión que arrastraba desde hacía dos años y yo desconocía. Llamé al doctor Jorge Batista, de Boca, que es un fenómeno, me operó, y a los cinco meses ya estaba jugando”. Su rehabilitación, sin embargo, no fue en ningún equipo, sino en un country de Pilar, junto a Silvera, Martín Cardetti y algunos muchachos amateurs. Curiosamente, faltaba un par de años para que la hinchada de All Boys cantara con ritmo de tarantela: “Esta es la banda de Hugo Barrientos, la que te rompe los ligamentos, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay”.

-¿Nunca te preguntás si actuás bien o mal dentro de una cancha?
-Sí, claro: yo aprendí a perdonar y a pedir perdón.

-¿Y a quiénes les pediste perdón?
-A mis padres, a mi familia, a mis compañeros y a mis colegas. Igual, aprendí que el único que realmente perdona es Dios.

-¿Sos creyente?
-Sí, mucho.

-¿A Rubén Ramírez no le pediste perdón después de aquel codazo?
-No. Esa jugada se amplificó mucho por la sangre, que lo hizo más alevoso. Se habló demasiado. Yo reaccioné a un golpe previo de él.

-¿Te lo volviste a cruzar?
-No. Pero aparte creo que las cosas terminan ahí, en la cancha.

-¿Y lo de Giovanni Moreno?
-Se lesionó solo, están las imágenes. Ni tarjeta amarilla me sacaron. Ese es mi estilo.

-Pero había un clima muy denso.
-A él lo tenían como un ídolo, como un jugador a explotar. Hablar es gratis, las cosas quedan ahí. Yo nunca golpeé para dañar. Tengo las puertas abiertas de todos los clubes en los que jugué. En All Boys me tienen casi como ídolo.

En All Boys atravesó momentos difíciles, pero los hinchas lo adoptaron como ídolo.

 -¿Cómo convive un futbolista cuando el control antidoping le da positivo?
-Fue un momento complicado. Una parte del periodismo, además, me jugó muy feo. Pero si hay doping, está bien que haya sanción.

-¿Qué fue lo que pasó?
-Ya está, listo, tengo que cumplir la sanción y empiezo jugando otra vez para Huracán.

-¿Qué es peor para un futbolista? ¿El día siguiente a un doping positivo o estar involucrado en la lesión de un rival?
-Hay cosas contra las que no se puede luchar. Yo me hago cargo de todo lo que hago y digo, pero después el periodismo te puede hacer una fama y listo, ¿qué puedo hacer?

-¿Nada te derriba?
-Nada. No soy de madera, pero hay que tener la cabeza fuerte. El fútbol es muy lindo, pero también tiene sus cosas feas. No hay que bajar los brazos. Ni loco, los bajo.

-¿No te deprimís nunca?
-No, siempre hay que tener una sonrisa en la cara. La vida es una sola.

-¿Y ahora cómo sigue tu carrera?
-Como siempre. Volví a Huracán porque quiero ascender de nuevo. Lo de 2007, en Mendoza, fue la gloria. Somos candidatos, aunque también están Rosario Central, Instituto y Gimnasia. Y después voy a ser director técnico.

En julio de 2012, y en medio de la sanción que debía cumplir por su caso de doping, el futbolista protegido por los propios y descalificado por los otros volvió a Huracán, a la Primera B Nacional, a ese vestuario de Parque de los Patricios en el que, rodeada de una escenografía de vírgenes María, botines, duchas, camillas para masajes, heladeras, percheros y piletas para lavar la ropa, sobresale una frase escrita contra la pared, al lado de la puerta: “Un equipo de hombres es invencible”. Parece el mantra de algún líder recio, de dientes apretados, de esos que, cuando estrechan la mano, convierten un saludo en una demostración de fuerza. Y que con sus piernas hace lo mismo.

© Escrito por Andrés Burgo y publicado por la Revista El Gráfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en la edición del mes de Agosto de 2012.  Fotos: Emiliano Lasalvia y Alejandro Del Bosco.