domingo, 24 de enero de 2016

La presunta ilogicidad de la ilusión… @dealgunamanera...

La presunta ilogicidad de la ilusión…

Macri en Davos, a la expectativa de grandes inversiones. Foto: Instagram Mauricio Macri

Un empresario de primera línea acostumbrado a tratar con todos los gobiernos  decía: “Tengo que callarme en las reuniones para no desilusionar el optimismo que en mucha gente despierta el gobierno de Macri”. También para no cosechar la reprobación y el rechazo de quienes están entusiasmados, como les sucede a los columnistas claramente no kirchneristas ante la mínima crítica a Macri, salvo que se expresen en los medios filokirchneristas.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 23/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En una conversación diferente –pero igualmente en off the record y para no contrariar el humor social de esperanza– otro empresario con experiencia política decía: “La apelación de Macri a que desatando los nudos que nos detienen, la riqueza de nuestros recursos naturales y humanos producirán el desarrollo es tan elemental que da miedo de que se lo crean ellos mismos. El eslogan de la dictadura fue ‘Argentina potencia’; el de Menem, ‘país del Primer Mundo’, y el de Macri ‘Sí, se puede’”.

El argumento es elemental porque hace muchas décadas se enseña en todos los colegios primarios que Argentina es el granero del mundo, que tiene los cuatro climas, que individualmente los argentinos triunfan en el exterior  y que “estamos condenados al éxito”, mientras pasan las décadas y esa profecía no se autocumple.

Pero quizás ser elemental (en ciertos campos) sea la clave del éxito de Macri, y una persona con mayor preparación política, siendo consciente de imposibilidades que Macri ni siquiera tiene en cuenta, directamente se autoexcluiría del mismo desafío. Por ejemplo, Ernesto Sanz rechazando su postulación como ministro de Justicia al percibir la forma –no política– de conducir de Macri y su poca predisposición a ser generoso con el radicalismo.

El gobierno del PRO (¿Cambiemos quedó en el olvido?) exhibe altas proporciones tanto de ingenuidad como de dureza, en ambos casos atribuibles también a la ignorancia, aplicándose la conocida sentencia sobre que el optimista es un pesimista mal informado.

Los muchos CEO incorporados desde la actividad privada a la administración de lo público comparten la misma virginidad que los funcionarios del PRO. 

Un político que llegara a ministro después de haber completado una carrera pública de concejal, legislador provincial, diputado y senador nacional o eventualmente intendente y hasta gobernador podría arribar al Ejecutivo nacional habiendo sido testigo de tal cantidad de frustraciones políticas como para optar entre la prudencia o el cinismo si no contara con esa llama de un deseo inapagable que caracteriza a muy pocos.

Los CEO, al ser tan novatos en política, siendo seniors en la actividad privada pueden tener en lo público el entusiasmo de un militante joven para quien aún es posible cambiar el mundo cada día. De hecho, además de aportar su experiencia, volver a sentirse apasionados debería ser una de las motivaciones honestas de quienes dejan sueldos y privilegios superiores en actividades donde ya habían alcanzado la posición más alta.

Macri mismo, a pesar de sus ocho años de gobernar la Ciudad de Buenos Aires, por la gran diferencia de dimensión entre una ciudad, aunque enorme, y un país, sumado a que el PRO sólo le aporta dos  años más de vida que su propia experiencia al frente de la Ciudad, mantiene una condición de cierta candidez para enfrentar sus responsabilidades presidenciales.

Noticias como una inflación de 6% en diciembre sin aún haber aumentado tarifas ni bajado subsidios, el pronóstico del Fondo Monetario de caída del producto bruto de Argentina para 2016, las mañas a las que apelarán los fondos buitre para tratar de maximizar sus beneficios  y el enfriamiento global de la economía con crónicas y recurrentes caídas en las diferentes Bolsas del mundo asustarían a todo aquel que no creyera mucho en sus propias fuerzas.

Lo mismo sucede con la población porque a pesar de las objetivas señales de dificultad creció el porcentaje de quienes confían en que la Argentina mejorará económicamente y se contagian del convencimiento que irradia el macrismo. No hay ilogicidad en esa ilusión, tanto en los gobernados como en el Gobierno. En economía las expectativas son tan importantes, y a veces más, que los fundamentos racionales.

Creer aun sin fundamentos no es siempre ilógico porque resulta tan terapéutico en el terreno económico como en el médico: Lévi-Strauss en su texto Los hechiceros y su magia explicaba la eficacia simbólica de profesiones que habían durado siglos –aún quedan chamanes en el mundo ejerciendo su forma de medicina– por el efecto que tiene la sugestión: si el paciente padece una enfermedad que se curará sola, creer que se va a curar porque intervino alguien a quien le asigna autoridad (en este caso del Gobierno, en la economía) hará que se cure más rápido. También vale para Macri, sus ministros y CEO (los hechiceros): si ellos creen que podrán, aumentarán las posibilidades de que terminen pudiendo.

Para Kant la ingenuidad era “manifestación de la sinceridad que es originalmente natural a la humanidad”. Friedrich Schiller en sus ensayos sobre la ingenuidad escribió que “apacigua el espíritu”. Y Nietzsche hablaba de las tres grandes ingenuidades: dos de ellas “el conocimiento como medio para la felicidad” y “como medio para la virtud”. Un consuelo frente a la falta de conocimiento de Macri y algunos de sus funcionarios sobre determinados temas. Acerca de la ilusión y las apariencias Platón decía que del mundo 
sólo caben opiniones y no verdades.

El mundo de la ilusión no es real, pero tampoco es que no exista; la ilusión crea realidades.



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