sábado, 8 de febrero de 2014

Juan Gelman... De Alguna Manera...


La vocación subversiva…

Gelman trató de configurar una visión de la poesía como respuesta a la historia. Foto: Cedoc.

El poeta argentino nacido en 1930 y considerado uno de los autores más destacados del habla hispana murió el martes en el Distrito Federal de México, donde residía desde hacía veinte años. El poeta ensayista mexicano José Homero traza un periplo de este poeta nacional.

Desde su primer libro, Violín y otras cuestiones (1956), Juan Gelman aportó una perspectiva inédita en la poesía de expresión castellana: el punto de vista del transeúnte, del habitante de las ciudades. “Mi alma se vestía de lentos adoquines”.
 
Uno de sus poemas más celebrados, El caballo de la calesita, comenzaba con un cuarteto endecasílabo que imbricaba la música de la calle con la música del tango: “Aire de plaza, ruido de tranvía./ (Galopando una música de tango/ gira el caballo de la calesita)./ Trajín, ciudad y tarde buenos aires.”

En una época en que se discutía no la inserción de la poesía en la historia –reclamo romántico– sino la inserción de la historia en la poesía, Gelman, sin soslayar su ideología ni su cariz militante, elegía una visión a nivel de calle. No la ajenidad del poeta heredero de los cúmulos románticos que busca salir de la historia mimando un mito, tampoco la del convencido de que hay una ruta con la revolución de corolario. Diríase que, pese a su vocación subversiva, Gelman nunca aceptó que la historia definiera al hombre. Porque, ante todo, el surgimiento de la historia es el planteamiento de un desarrollo en el que la Razón –con mayúsculas hegelianas– habrá de imponerse. Y lo que es inherente a esta voz, desde sus poemas con poética titubeante, es la dimensión humana, la interrogación de los objetos en su ser y la atribución metonímica de las cosas como espacios para el cuestionamiento; rasgo que derivaría en sello único.

Poesía que en la cuestión establece su cimiento pues antes que las respuestas es preciso formular las preguntas. Poesía donde la contrariedad se disuelve, del mismo modo que esta poesía urbana es a un tiempo poesía de la naturaleza, pues esas calles de música ululante proliferan proletarias de crepúsculos, pájaros, violines. Calles donde los vestigios de su naturaleza otra se aposenta: pájaros, crepúsculos, árboles. Voces esdrújulas para echar al vuelo el bronce sordo de la gramática. Poesía donde el poeta es la suma de las cosas y ya memoria; donde los objetos no se enumeran como objetos ajenos sino como elementos constitutivos del yo: “Un pájaro vivía en mí./ Una flor viajaba en mi sangre”. Y: “Me duele un abedul lleno de cielo/ que en mi recuerdo recogí en el campo”.

De ahí que frente a la crítica académica que delimita etapas en la poesía de Gelman trazando correspondencias con las peripecias vitales, recuerde que la compleja relación con la historia y la posterior concepción de la poesía en su filiación hermenéutica no comienzan a partir del exilio sino desde su piedra fundacional. El estilo, la dicción no es la misma, pero sí la intuición. Aun los rasgos de lo que podríamos llamar “la poética Gelman” ya están aquí: neologismos, diminutivos, conciencia de que escribir poesía es un acto de resquebrajamiento. Si para Heidegger, en su lectura del Hölderlin –al que también recuerda Gelman–, la palabra poética acusa un quebrantamiento, en el ejercicio del porteño se transforma en resquebrajamiento. 

La obra de Gelman es un recorrido para configurar una visión de la poesía como respuesta a la historia, no en la isotopía de una salida, una trascendencia o una superación, sino como un proceso dialéctico que a partir de los acontecimientos instaura una visión. O una versión. La experiencia y no el idilio convierte a Gelman en hermeneuta. Y por ello su visión es más profunda que la de los poetas cuyo refugio mitográfico no alcanzó la sima de la experiencia y por ende la cima menos.

No es casual que en la recepción de los más importantes premios literarios que mereció –el Nacional de Poesía, el Reina Sofía y el Cervantes– se concentre en la concepción de la poesía como aletheia, fuente de verdad. Resalto la referencia en cada discurso a los griegos y también a la condición de develamiento, de desarrollo, de potencia que conserva la palabra poética. Dice en el discurso con que aceptó el Nacional de Poesía: “Para los atenienses de hace veinticinco siglos el antónimo de olvido no era memoria, era verdad. La verdad de la memoria en la memoria de la verdad. Las dos son formas de la poesía extrema, esa que siempre insiste en develar enigmas velándolos”.

Lo que se omite es que para los griegos, cuya configuración se asienta en el ciclo, como demostrara Kostas Papaioannou en el bello libro La consagración de la historia, la razón no admite interpretaciones, lo que se interpreta es aquello que permanece en la sombra. Y es justamente ese conocimiento, agónico y agonista, lo que atrae la atención del poeta. Nos enfrentamos, pues, a una condición de la verdad que nada tiene que ver con la condición teorética del razonamiento. La verdad, el concepto de verdad que ofrece la palabra poética, es entonces un acercamiento no a la razón sino a lo que nos constituye, lo que une al hombre con los seres y los convierte en río: la función de la poesía.

Ya se ha asentado la relación entre Gelman y el misticismo. El mismo remarca el vínculo justamente en la recepción cervantina. E indica que en su caso la ausencia se vincula con el exilio –“ la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí”. Cabe preguntar sin embargo si en realidad el exilio no es un trasunto para algo más hondo y cuya oquedad procede de más allá. Una condición inherente al hombre. Porque si la relación con la historia de Gelman tiene que ver con la constatación del fracaso de la lucha guerrillera y el horror de los crímenes de la dictadura, la conciencia de que escribe desde la derrota y la resignación de que las pérdidas no serán paliadas por una revolución cada vez más lejana, su tematización de la ausencia va más allá de la nostalgia de la tierra patria para convertirse en trasunto de un exilio esencial. Parte de esa concepción aflora en su hondo, enorme poema que es Carta a mi madre. ¿Acaso la poesía es el intento de encontrar un camino que nos reconcilie? Si es así el exilio fundamental es el nacimiento: “¿Por eso escribo versos?/ ¿para volver al vientre donde toda palabra va a nacer?// ¿Te reproché todo el tiempo que me expulsaras de vos?/ ¿ése es mi exilio verdadero?”.

La singularidad de la poesía de Gelman reside en que su relación con la historia, como he dicho, es dialéctica. No propone una mitografía ni una recuperación del papel romántico del poeta. Tampoco plantea la insurrección ni la conversión de la poesía en vida, aun cuando su héroe, Francisco Urondo, lo asumiera. Lo que hay de historia en Gelman es el hálito pútrido de la derrota, del fracaso, de las muertes, de las desapariciones, del exilio, de la nostalgia, de la soledad, de la alienación, de las extensiones y manifestaciones con que el poder establece su dominio. Y sin embargo esta caterva de emociones negativas y de configuración de la orfandad se redime mediante la convicción de que sólo a través de la palabra poética se combate el mal, que es justamente esa progenie negativa ya descripta. Gelman necesita del fracaso de los ideales, de la constatación de la historia no como redención, no como un teatro universal, sino como un escenario granguiñolesco del horror, para intuir, para comprender, en su esencial ambigüedad, el carácter educativo, proyectivo que posee la poesía.

La escritura poética es nuestra Antígona, es la hermana que acompaña al hombre para recoger el cuerpo despedazado de sus semejantes y perpetuar no sólo el monumento que asienta la comisión del crimen, sino también los oficios y rituales que demuestran que el muerto es un ciudadano. “Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto”, recordaba Gelman en su discurso de recepción del Premio Cervantes.

La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía… Nombra lo que la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido todavía.
 
La universalidad y vigencia de la poesía de Gelman no concluye aquí. Su obra entraña una poética campesina que va más allá de la condición urbana que la distingue. La memoria no se limita a ser la relación de los hechos y las circunstancias personales sino que se enlaza con la genealogía. Por eso la importancia de los poemas a los padres, en especial ese conmovedor y extraordinario kaddish por la madre muerta –Carta a mi madre–. Con todo, la memoria no concluye con la genealogía. La memoria es también concepción y sobre todo potenciación. Heidegger vio en los zapatones viejos de Van Gogh una poética de la tierra, una enunciación donde confluye la naturaleza con la acción humana. El objeto que cifra la poética terrestre, o mejor dicho radical, en su carácter de raíz, de enraizamiento, de comunicación con lo profundo, y de ahí las potencias de las sombras que han de aflorar en luz, es la cuchara. ¿Hemos reparado en la presencia de la cuchara en la obra de Gelman? La cuchara está presente desde el primer libro (“De llorar a raíz de la cebolla/ y de reír a punto en la cuchara”) y continúa su recorrido hasta aflorar nítidamente en esa especie de sentencia presocrática que indica que la cuchara permite sopesar la nada.

Por ello, a partir de la relación y catálogo de objetos cotidianos, nimios, el poeta contempla el vacío como punto genésico.

No quisiera cerrar este recorrido por la obra de Gelman sin concluir que si bien la poesía es memoria y testimonio de la vida del hombre en la tierra, también es nuestra peculiar forma de gozo. Conmueve y zozobra que un poeta con una vida tan dolorosa, que sufrió el distanciamiento con su madre –relación difícil como es con frecuencia, ay, la de nosotros con nuestra madre–, que sufrió la muerte de aquel hijo a quien quería proteger de la desdicha desde la cuna y que no olvidó nunca a los amigos –Paco, Rodolfo, Haroldo– sea también uno de los poetas que más enaltece el gozo, el disfrute del canto.

Queda entonces esa lección: la palabra poética “continúa desde el fondo de los siglos como nuestra belleza posible” y es también la alegría, el temblor fundacional. “El canto, pese a todo es gozo./ Oigame amigo,/ cambio sueños y música y versos/ por una pica, pala y carretilla./ Con una condición:/ déjeme un poco/ de este maldito gozo de cantar”.
 

Acotaría: si la poesía es gozo es porque el poeta, primordialmente, recupera al niño. Sólo la condición niño permite esa poética menor atenta a las cosas pequeñas, a la nimiedad, que es la esencia de la tierra.

“Un niño es de carne, hueso, pelo enrulado o no y muchas preguntas./ Pero sobre todo tiene una substancia, un soplo, material, espiritual/ químico, físico o yo qué sé que despierta poderosamente la ternura./ Se preocupa  mucho por las cosas más pequeñas. Canta y ríe/ fácilmente. Y no le importa ensuciarse las rodillas.”

El pasado, la memoria, el olvido

Gelman comprendió que sólo la memoria, la historia en sí, la evocación de nuestros muertos, puede combatir el olvido y la desmemoria. Y esta memoria es concitada, con su carácter percusivo, de ritmo ancestral, por la voz poética. En el cuerpo de la sociedad despedazada proliferan entonces los ritmos trastrocados, la sintaxis se subvierte, el ritmo, aquel grácil del soneto y el endecasílabo, se confunde y se convierte en otro gracias a los tajos de la diagonal, a los forzados y violentos encabalgamientos y sobre todo a un esencial frotamiento de la construcción para convertir el poema en una derivación, en un flujo de memoria. Si en Perlongher afloran los cadáveres que oculta/niega la dictadura, en los vocablos, en el combate del poeta con la lengua se recuperan y nombran los desaparecidos, los muertos, los vivos en el lenguaje. Trabajo de memoria que es también de resistencia contra el olvido.
A través de la cultura del neologismo, Gelman consigue trascender el coloquialismo y cierto sentimentalismo presente en el arco que va de sus primeros poemas a Gotán, para devolver a la escritura una condición de hueso o huso, donde se tejen desnudez y testimonio de trascendencia.

Pocos poetas en castellano pueden reclamar para sí haber recogido la lanza de la pregunta de Theodor W. Adorno: ¿Después de Auschwitz tiene lugar la palabra poética? Gelman retoma la cuestión y a través de su peculiar Auschwitz, la dictadura, comprende que el lugar de la poesía es acicate de memoria y cristalización también de los anhelos del hombre. El lugar del poeta es el del deseo; y por ello su tiempo enlaza el porvenir con el pasado. En los tiempos de la poesía el futuro se entronca con el origen y el futuro del hombre, como quería Nietzsche, es devenir niño. Esta simultaneidad anula la excepcionalidad de la historia.

© Escrito por José Homero el Sábado 18/01/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Aprecios y desprecios... De Alguna Manera...


Aprecios y desprecios...

Presidentes Salvador Allende (Chile) y Juan Domingo Perón (Argentina)

Control o acuerdo, los precios siempre son el punto de fuga, el agujero que desagota el salario. El problema es el mismo, pero los remedios cambian. El aumento de precios ha sido y es un instrumento para aumentar ganancias bajando la capacidad adquisitiva del salario. En vez de control de precios, el Gobierno eligió el acuerdo de precios. Fue una apuesta a la madurez democrática. Disparar los precios, como pretenden algunos empresarios ahora es querer fusilar los salarios, pero además es suicida para el proceso de crecimiento económico del que también resultaron favorecidos los empresarios de todos los sectores de la economía.

Repetición y olvido, olvido y repetición, repetición y tragedia. Gobiernos populares, distribución del ingreso, aumento de la demanda, disparada de precios. “En esto, compañeros, ha habido siempre falsos mirajes producidos por los intereses. El que no quiere molestarse en nada dice que el Gobierno haga bajar los precios: el comerciante que quiere robar dice que lo que corresponde es dejar los precios libres.” Frases y frases: “Veamos y tengan calma; y espero que anoten bien nuestros enemigos. Veamos el aumento del consumo. La redistribución de los ingresos, el que compañeros que no trabajaban, trabajen, el que los que recibían menos de dos sueldos vitales tuvieran un reajuste superior al alza del costo de la vida, ha significado una mayor demanda”. Son frases de Perón y Allende, con sus diferencias, uno justicialista y el otro socialista, pero protagonistas ambos de gobiernos populares en un pasado en el que esos gobiernos nunca terminaban bien. Un pasado que abrió el camino de la violencia.

Todos los gobiernos que sucedieron a esos procesos se dedicaron a deconstruir, a retrasar y deshacer lo que se había avanzado. Fue un proceso de desigualamiento material, pero también en la cultura, en el cercenamiento de derechos y en el descrédito de las ideologías populares, en general de todas las formas de pensar que no profesaran la nueva fe de los Chicago Boys, del capitalismo salvaje y el neoliberalismo.

No hay demasiadas nuevas, también está en la historia que los golpistas prepararon el clima a través de periodistas y medios de la derecha conservadora que se dedicaron a amplificar la desazón y la angustia profetizando la llegada de un Apocalipsis final por culpa de esos “irresponsables” o “tontos” o “maliciosos” o “rojos” o “fascistas” o “ignorantes” o “corruptos”. Esa campaña nunca iba a reconocer que el verdadero pecado no era ninguno de ésos, sino las políticas de distribución del ingreso y ampliación de derechos, lo que equivalía a la pérdida de privilegios de las clases acomodadas. Alguna de esas injurias pasaron de moda, pero la mayoría se vuelve a escuchar o leer ahora como una letanía que acompaña siempre a procesos o medidas que afectan intereses. Hubo personajones que criticaron por izquierda los avances de esos procesos y que, olvidándose de sus falsas y grandiosas nacionalizaciones y socializaciones con las que se opusieron a las que sí se hacían, se sumaron sin vergüenza a estas campañas conservadoras. Tampoco eso es nuevo.

“Hace pocos días dije al pueblo de la República, desde esta misma casa, que era menester que nos pusiéramos a trabajar conscientemente para derribar las causas de la inequidad creada a raíz de la especulación, de la explotación del agio por los malos comerciantes.” Eso decía Perón en 1953. El ingreso al consumo de cientos de miles de trabajadores había llenado los bolsillos de empresarios y comerciantes. Y a su vez, estos empresarios y comerciantes subían los precios y saboteaban el proceso que los había enriquecido. Los precios eran el punto de fuga de las políticas igualitarias. Tanto Perón como Allende y como en general todos los gobiernos populares democráticos de ese ciclo histórico tuvieron que plantearse el control de precios.

“Sin embargo, como he dicho hace un instante –decía Allende en 1971–, ha habido escasez de productos, por el mayor poder de compra de las masas, por la tendencia al acaparamiento de ciertos sectores que compran más de lo que necesitan. Hay una presión psicológica que hace que la gente compre más de lo que necesita.”

En esos mismos discursos, con diferencia de casi veinte años, pero insertos en el mismo ciclo histórico con los mismos paradigmas, Perón y Allende insistían en el control de precios por parte del aparato estatal y con la participación popular. Tanto Perón como Allende decretaban los precios de todos los artículos y después vigilaban su cumplimiento con policía y sindicatos, en el caso de Perón, y con los carabineros y las Juntas de Abastecimiento Popular, en el caso de Allende. Ninguna de las dos experiencias pudo evitar que se extendieran el mercado negro, la especulación y el desabastecimiento que abonaron el clima y le dieron excusas al golpismo. Hubo consecuencias positivas y negativas de esas medidas. Durante un tiempo pudieron contener la presión y resguardar el crecimiento de la calidad de vida de los trabajadores y de los sectores populares. Pero, por otro lado, generaron un fenómeno que fue inevitable hasta para la Revolución Cubana que, a diferencia de los gobiernos de Perón y Allende, controla todo el proceso productivo y de comercialización.

El kirchnerismo eligió un camino intermedio, que dio también resultados intermedios. En vez de intervenir por decreto en la marcación del valor de los productos, intentó hacerlo a través de acuerdos con los formadores de precios. Y matizó el acuerdo con advertencias enérgicas para quien no cumpliera, encarnadas durante muchos años por el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, el “cuco” del kirchnerismo. En todos estos años se usaron medidas de todo tipo, algunas más y otras menos ortodoxas para que el efecto “precios” no se derramara sobre toda la economía. El Gobierno ha sido cuestionado por los índices del Indec y por negarse a hablar en público de inflación o a darle entidad mediática. Fue una desgastadora disputa de poder en la que el Gobierno evitó intervenir por decreto en la economía, pero usó las mismas armas políticas, mediáticas y psicológicas que aplican los formadores de precios.

El resultado hasta ahora muestra que los precios fueron aumentando, pero no se pudieron comer los progresos del salario ni de calidad de vida. Es un resultado discutido, impuro. En esa pelea, el Gobierno se ganó una lluvia de críticas por manejos o actitudes, pero logró una resultante positiva. Tampoco se acumularon tensiones que llevaran a la especulación desaforada o a un mercado negro considerable.

En los últimos días la excusa ha sido el dólar que tironeó de todas las variables y creó un cuello de botella. El peso se devaluó y ahora toda la coacción está otra vez sobre los precios. El Gobierno mantiene la decisión de no decidir por decreto sobre el dólar ni los precios. E insistió con la política de acuerdos. Pero al mismo tiempo exhortó a una participación ciudadana en el control para que los valores acordados sean respetados. De manera espontánea surgió una idea original como la huelga de consumidores de ayer en los supermercados, muchos de los cuales participaron en los acuerdos con el Gobierno, pero han sido los primeros en inventar trampas para no respetarlos. La huelga de consumidores puede ser una herramienta poderosa si se masifica porque interviene en el mecanismo básico de oferta y demanda de los mercados. Y hubo organizaciones sociales que decidieron movilizar para controlar que se cumplan los precios acordados. Sin embargo, no se puede decir que haya control ni congelamiento de precios. Lo que hay son precios acordados de una canasta básica en diferentes áreas que se busca que funcionen como referentes del mercado para evitar las remarcaciones arbitrarias.

Más allá de la estrategia oficial, además de causas económicas, las corridas contra los precios tienen un fuerte componente político, siempre de carácter antidemocrático y muchas veces de carácter golpista. Son acciones que agreden a la mayoría de la sociedad, sin importar si son kirchneristas o no. Y después de treinta años de democracia, los argentinos recién están aprendiendo a reaccionar contra estas movidas antidemocráticas. Los protagonistas no son los militares, pero, en definitiva, los objetivos son los mismos que los de los viejos golpistas. Frente a ellos, la sociedad tendría que reaccionar en forma conjunta, por encima de los colores partidarios. Sería interesante saber lo que pensarían Perón y Allende de estas situaciones.

© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Carrera de Marketing en la Fundación... De Alguna Manera...

Carrera de Marketing en “La Fundación”…
  

Principales Caraterísticas de la Carrera 






Links:





Los costos:


Las promociones:


© Publicado por el Profesor Luis A. Capomasi de la Carrera de Marketing en la Fundación de Altos Estudios en Ciencias Comerciales.