sábado, 26 de octubre de 2013

Palabras de libertad... De Alguna Manera...


Palabras de libertad...


Las denuncias por casos contra la expresión libre en el país llegan a la CIDH. Periodistas van a la OEA.

El viernes próximo a las 15.15, en la sede de la Organización de Estados Americanos, 1989 F Street NW, Washington DC, ocurrirá un hecho inédito en los treinta años de la democracia argentina. Siete periodistas expondrán ante la audiencia otorgada a tal efecto por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre “las distintas acciones adoptadas por el Estado argentino que, a nuestro juicio, implican serios retrocesos en la vigencia del derecho de libertad de expresión en la Argentina. Estimamos que sólo el diligente actuar de ese organismo podrá poner límite a las condiciones de creciente hostilidad impulsadas por las autoridades gubernamentales nacionales, que afectan seriamente el ejercicio del periodismo independiente”, según expresa textualmente el documento.

Me gusta decir que el principal insumo del periodismo no es la noticia. Es la libertad. Con libertad se puede hacer un periodismo bueno, malo o regular. Pero sin libertad sólo es posible hacer propaganda. Y eso es lo que buscan los gobiernos autoritarios: controlar todo y que nadie los controle a ellos. Domesticar a los periodistas para convertirlos en propagandistas. Eso es intolerable para una democracia plena y republicana. La libertad debe ser defendida con uñas y dientes frente a cualquier gobierno o cualquier poder. Hay que levantar la bandera de la libertad, y no importa si el gobierno que la quiera pisotear es de derecha o de izquierda, o si los censuradores son los dueños de los medios o los grandes empresarios. No hay periodismo sin libertad.

La década ganada por los Kirchner fue el momento de menor libertad de prensa en la Argentina desde 1983. Néstor y Cristina pusieron en marcha un plan sistemático para eliminar las críticas y utilizaron el aparato estatal para atacar a periodistas independientes. Y apelaron a todos los mecanismos posibles.

Una lista incompleta debe incluir la acción directa con agresiones físicas e insultos, la difamación y la estigmatización constante desde los medios estatales y paraestatales, las acusaciones falsas de los peores delitos, como “golpistas”, “sicarios” y “criminales”, la privación arbitraria de la pauta oficial, el cepo publicitario y las presiones hacia los anunciantes privados, el apriete a los dueños de los medios para que despidan o no renueven contratos, la mussoliniana pegatina de afiches con el rostro de periodistas que luego fueron sometidos a una parodia de juicio popular en la plaza pública, la incitación a niños y militantes a que escupieran esas fotos, la saturación de comentarios insultantes mediante una brigada de mercenarios por internet, la utilización de la ex SIDE y la AFIP, con escuchas ilegales y carpetazos como instrumentos para intimidar y castigar, la prohibición de publicar las cifras del verdadero costo de vida y la querella a las consultoras que se atrevieron a hacerlo, y la conformación de un oligopolio amigo del gobierno con subsidios millonarios que pagamos todos; éstos son sólo algunos de esos atropellos autoritarios.

Son acciones que podríamos agrupar bajo el rótulo de “patoterismo de Estado”.

Los siete periodistas de los más diversos medios, hartos de tanta persecución, que hicimos este reclamo en defensa propia, de muchos otros colegas y del derecho de los ciudadanos a ser informados con transparencia somos Magdalena Ruiz Guiñazú, Nelson Castro, Joaquín Morales Solá, Pepe Eliaschev, Luis Majul, Mariano Obarrio y quien esto escribe.

El próximo 1º de noviembre, en el Salón Rubén Darío, ubicado en el octavo piso de la sede de la OEA, durante veinte minutos se argumentará sobre todo lo denunciado. Habrá otros veinte minutos dedicados al descargo de un funcionario nacional designado por el gobierno de Cristina.

Hasta ahora no se sabe quién será ese representante. El único país que se negó a responder a una audiencia de estas características fue Cuba.

También participará Catalina Botero, la destacada relatora de libertad de expresión.

La CIDH tiene mucho prestigio y fue varias veces citada elogiosamente por la propia Cristina. En este 149º período de sesiones se tratarán denuncias sobre gobiernos de matriz ideológica antagónica, como las violaciones a los derechos humanos con los presos y las Damas de Blanco en Cuba, o la utilización de los drones, los aviones no tripulados, como armas de guerra por parte de Estados Unidos, o la situación de los detenidos en la base naval de Guantánamo. Esto demuestra que el trabajo de los comisionados no tiene un sesgo político particular y que su interés principal es preservar las libertades públicas.

Quienes padecimos la dictadura celebramos el histórico informe de la CIDH que vino a nuestro país entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979. Para confeccionarlo entrevistaron a Jorge Rafael Videla, quien era el jefe del terrorismo de Estado, y a decenas de autoridades nacionales y provinciales, pero también a los organismos que con tanto coraje defendían los derechos humanos en las peores circunstancias y asimismo a políticos radicales como Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, peronistas como Deolindo Bittel y el comunista Fernando Nadra, entre otros.

Las conclusiones de la Comisión hicieron eje en el problema “de los desaparecidos”, por considerarlo entre los más graves, y exigieron que se informara el paradero de éstos, que cesara la acción represiva del Estado y que se restituyeran los niños apropiados de los detenidos políticos o los nacidos en cautiverio, entre otras denuncias que muchos argentinos no podían o no se atrevían a hacer.

Por supuesto que hay que salvar las distancias. Ni siquiera hay punto de comparación entre aquel 1979 horroroso en sus crímenes de lesa humanidad y este 2013 lamentable en su intento de instalar un discurso único y chupamedias.

Pero el valor de la libertad es indiscutible en todos los tiempos y bajo cualquier régimen.

Serrat nunca dudó al decir que “para la libertad, sangro, lucho y pervivo”, en la convicción de que si el autoritarismo resiste, hay que resistir, porque “retoñarán aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida”.

Todo sea para la libertad

© Escrito por Alfredo Leuco el viernes 25/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Central-Newell’s y una fiesta que no puede ser compartida... De Alguna Manera...


Un pueblo con derecho de admisión…


Central-Newell’s y una fiesta que no puede ser compartida. De las innumerables deformaciones que han ido soportando los medios de comunicación en las últimas décadas –disculpen el viejazo de colocar a las redes sociales como recurso periodístico al tope de ellas–, la autorreferencialidad es una de las que me considero incapaz de evitar.

A veces se me escapa y la reprimo a tiempo. En ciertas ocasiones me engaño creyendo que es interesante para el prójimo que quien le habla o escribe pueda dar fe de haber estado aquí o allá. Como si la condición de testigo, por sí sola, fuese a convertirte en alguien idóneo en el tema que se esté tratando.

En la mayoría de las circunstancias, cuando de fútbol trata el asunto, disfrazo esa autorreferencialidad para defenderme de ciertos desprecios. Periodistas, protagonistas y, especialmente, hinchas del fútbol suelen apelar a la descalificación cuando ciertas opiniones les molestan. Entonces empiezan a acusarte de “generalista” –entiéndase como tal a la persona capaz de hablar de algo más que del menú del almuerzo de los jueves de un equipo del Argentino B– y terminan mandándote lejos: “¿Ahora también sabés de fútbol? Andá, seguí hablando de lanzamiento de la garrocha, vos”, me han dicho alguna vez. Y ni siquiera me dejaron explicar que con la garrocha se salta y que lanzarla sería un auténtico fracaso.

Deformes ellos, que creen que minimizan tu opinión alegando que, como te interesan el básquet y el curling, no podés hablar de fútbol; en realidad, sólo están asumiendo su ignorancia, claro. Y deforme yo, que me la paso hablando en primera persona y contando haber estado aquí o allá con la sola intención de gritar al mundo que, al fin y al cabo, soy futbolero como el que más. Y que, además, ejerzo esa condición mejor que muchos, que son incapaces de disfrutar de un segundo del juego más amado si no es su equipo favorito el que está jugando. Por cierto, con 31 años de profesión y otros 15 como acompañante activo de padre periodista, lo menos que podría haberme pasado es haber estado en algún que otro lugar interesante.

Sirva esta perorata para justificar este nuevo ataque al buen gusto periodístico que es contarles que yo estuve en la cancha de River el 19 de diciembre de 1971. También estuve en el Monumental la noche del 18, cuando San Lorenzo le ganó a Independiente 9 a 8 por penales una semifinal de Torneo Nacional que terminó 2 a 2 en los noventa minutos gracias a un gol de cabeza del Lobo Fischer sobre la hora. Pero el mediodía siguiente fue otra historia. Fue, muy a mi pesar, el único clásico rosarino que vi en la tribuna. En realidad, lo vi sentadito en una butaca de cemento justito delante de la vieja cabina del antiguo Canal 7, desde donde Gañete Blasco relataba y Macaya comentaba el partido de cuya transmisión mi viejo participaba desde el campo de juego junto con César Abraham. Tenía apenas 8 años y recuerdo mucho más del partido del sábado por la noche que del domingo, registro yo, poco después del mediodía o muy temprano por la tarde. Es que la semifinal que ganó el Ciclón dejó la huella de un partido mucho más entretenido que el de Central y Newell’s. Pero puedo asegurar, y tengo testigos, que estuve en uno de los dos clásicos más trascendentes de la rivalidad que, para mi gusto, mejor representa la pasión argentina por este juego (¿cómo ignorar, en nombre de los de Newell’s, el 2 a 2 del Metro ‘74 que les dio el primer título?).

Creo que una gran asignatura pendiente en mi vida de periodista y de hincha de fútbol es no haber visto uno de estos clásicos o en Arroyito o en el Parque Independencia. Me la debo. Y sospecho que me la seguiré debiendo hasta tanto no podamos torcer el rumbo de la impudicia y la imbecilidad.

Esta tarde nos maravillaremos seguramente con el colorido de un estadio repleto de hinchas, de camisetas y de banderas… de un solo equipo. Tan deforme como el resto del fútbol argentino, Rosario recupera su clásico –insisto, para mí, el clásico más clásico del país– pero decidimos que la fiesta no puede ser compartida. Como cada partido de estos tiempos, la circunstancial condición de hincha visitante convierte a su pueblo en una gigantesca lista con derecho de admisión, sólo porque nadie se anima a armar esa lista que excluya de verdad a los que nos roban la fiesta.

Me cuesta salirme de esa indignación cotidiana que me acelera el pulso cuando amanezco con la certeza de que ya asumimos como normal que se pueda ir a la cancha a matar un tipo pero te multen con todo el peso de la ley si te disfrazás de fantasma o de Oso Arturo. Entonces caigo en la ingratitud futbolera: no puedo pensar en Russo o en Berti, en Bernardi o en el Chino Luna cuando esa misma provincia donde balean impunemente la casa del gobernador destina 1.200 policías a cuidar un estadio al que sólo accederá público local y otros 800 efectivos a controlar lugares estratégicos de Rosario, como si se tratara de evitar una guerra civil entre partidarios de Juan Carlos Baglietto y Eduardo van der Kooy.

Intento explicar que Central y Newell’s no atraviesan momentos similares. Más allá de que uno ganó el torneo de ascenso al mismo tiempo que el otro se consagraba como el, por lejos, mejor equipo de nuestro fútbol, la institucionalidad tampoco los encuentra de la mano. Mientras por Arroyito hay quienes ya empiezan a discutir si los que están son sustancialmente mejores que los que se fueron, en el Parque nadie en su sano juicio podría discutir a Lorente respecto de Eduardo López. Sin embargo, ambas instituciones van de la mano en su gesta de sostén irrestricto de los barrabravas. Como todos los demás clubes de nuestro fútbol, dirá usted con mucha razón. Pero con una influencia de los violentos tan grande que coloca a los rosarinos entre los equipos líderes en una imaginaria lista negra del robo, la agresión, la extorsión y la muerte, diré yo también con mucha razón.

Habrá noventa minutos que tendrán su verdad rabiosa. Y los de Russo intentarán trascender neutralizando al que, aun sin Martino –y sin Scocco ni Vangioni–, sigue siendo el mejor conjunto argentino. Los de Berti llegarán al Gigante con la entrañable ilusión de sublimar la armonía de señores que se pasan la pelota entre sí justamente en la casa de ese enemigo enorme.

Un enemigo enorme al cual ojalá algún día le adjudiquemos el lugar que le corresponde: el del adversario que mejor nos califica. Newell’s no sería Newell’s sin un Central en el camino (y viceversa, claro). Y aunque nos desesperemos por ganarle y verlo rendirse ante nuestra superioridad, nada sería mejor que asumir que un adversario en un clásico es un adversario imprescindible para certificar nuestra grandeza.

Pero, qué va. En un fútbol que ni siquiera es capaz de defender a sus hinchas nobles, hablar del juego puede ser un ejercicio vacío, torpe, ajeno a una realidad que nos aleja cada vez más de los estadios.

© Escrito por Diego Bonadeo el domingo 20/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



Casero... De Alguna Manera...


Casero...

Por Youtube, el artista pide derecho a réplica a 6,7,8.

Cuando uno se da cuenta de las reglas del juego, el juego se destruye. Se podría decir que eso hizo Casero: descubrió que el juego del kirchnerismo consistía en asustar a todos los que pensaran distinto bajo la amenaza de acusarlos de apoyar a la dictadura y de ser enemigos del pueblo. Entonces, fue directamente a sobreactuar lo opuesto para terminar, con ironía, develando el juego K. Sería algo así como la terapia de la prescripción del síntoma que promueve la Escuela de Palo Alto para tratar la neurosis.

La cuarta aparición pública de Casero, que es su segundo video en YouTube, donde termina tarareando la música de Los Muppets y diciendo “informó Lex Luthor”, el archienemigo de Superman, podría indicar eso. Me río de ustedes, los provoco, señores de 6,7,8, TVR y Duro de domar.

Y lo logra porque los productos de Gvirtz fueron mucho más moderados, sumado a que los de Szpolski directamente no se metieron cuando se hubieran cansado de hacer tapas en el pasado. Es cierto también que el contexto es otro –cada vez se les anima más gente– y no hubieran reaccionado igual hace varios años.

Pero no pareció el mismo Casero en sus anteriores apariciones. La primera, en la radio con Lanata, fue un hombre que justificaba su impulso de haber enviado un tuit crítico a Cabandié concentrado en su caso personal: el de quien descubrió que aquel que creía su padre no lo era, algo que inhibe la polémica porque se pueden discutir los pensamientos pero nunca los sentimientos.

En la segunda aparición, también con Lanata pero en la televisión, y quizás en consonancia con el marco de ese programa, aparece mayormente el Casero polemista. Y ya en los dos videos de YouTube emerge totalmente el desafiante, el que retando a duelo a Gvirtz, productor de los programas oficialistas, reta a duelo al relato kirchnerista. Casero comienza triste (“yo viví”, “yo sentí”) y termina alegre y sobrador (“yo me la banco”).

El Casero más argumentativo, el de la televisión con Lanata, ataca la cuestión central de la puntuación en el análisis del discurso. Un clásico de la teoría de la comunicación, donde un cambio en la puntuación cambia todo el significado, y que Gregory Bateson popularizó con la rata del laboratorio diciendo: “He logrado domesticar a mi experimentador, cada vez que apoyo la palanca él me trae comida”.

El kirchnerismo pone el punto en 1976 y allí comienza su historia, Casero corre el punto hacia atrás e incluye a la Triple A y la guerrilla de los 70, la misma historia para él comienza antes.

Los primeros seis minutos de ese reportaje con Lanata, Casero tiene una lógica argumentativa coherente, pero cuando vuelve sobre el tema de su padre que no era su padre, su cara se transforma y entra en una confusión donde tiene razón Carlotto en que su discurso se convierte en delirante, probablemente afectado por emociones personales atravesadas por el Edipo, la crisis de la mediana edad, cuestiones generacionales y hasta eventuales condensaciones de Cabandié con su hijo, al que pareciera describir como filo kirchnerista, y de él mismo con Cabandié por haber sido educado por un padre falso. Serían huellas de esas emociones frases como “vos callate, que no sabés nada”; “vení, enseñame lo que es la dictadura”; “es difícil explicarles a los jóvenes”; “yo soy abuelo, tengo 50 años, pronto 51”. La diacronía es múltiple porque es cierto que Cabandié vivió los efectos de la dictadura pero no la dictadura y que el ADN con el que Casero descubre que su padre era otro nada tenía que ver con la causa de las Abuelas de Plaza de Mayo, demostrando, como decía Freud, que el inconsciente es atemporal.

Pero Casero se recupera volviendo a atacar con maestría el relato K al denunciar que replica lo mismo que critica porque durante la dictadura se defenestraba materialmente al crítico mientras que en la era K se lo defenestra simbólicamente, con correctivos difamatorios de los medios de Gvirtz y Szpolski, lo que genera otra forma de vivir coaccionado y con miedo.

El uso de la palabra “correctivos” mediáticos por parte de Casero apela al destino de las pulsiones que Freud explicaba muy bien terminando en su contrario: sadismo-masoquismo, por ejemplo. Ciertos setentistas o sus herederos quedaron impregnados del mal que combatían. “Cuanto más se enardecen conmigo, más me recuerdan a los militares”, agregó.

Aunque no tanto como el de Cabandié, los dos videos de YouTube de Casero llamaron mucho la atención por la misma causa: no hablaban sólo de su experiencia personal sino que fueron una metáfora de un conflicto latente en todos.

Pero Casero cae en el mismo error en que un cambio de puntuación cambia todo el significado, en su caso el del kirchnerismo, y a partir de la 125. El sostiene que al comienzo de la era K simpatizaba con el Gobierno pero que todo cambió el día que D’Elía maltrató a Fernando Peña, porque allí comprendió que para los K “si no te gusta el modelo nacional y popular sos un oligarca hijo de puta”. 

Pero el problema ya venía de antes porque defenestrar al otro, ser maniqueo, aplicar la lógica de amigo-enemigo y ser agresivo fue siempre un sello del kirchnerismo, que ya traía desde su gobernación en Santa Cruz, nada más que en los primeros años no se lo quería ver porque el Gobierno era útil en otros planos.

Casero, con el desparpajo narcisista de los artistas, dice las mismas verdades que a veces sólo se atreven a decir los locos y los niños. Lo bueno es que cada vez menos gente tenga miedo a repensar un tema tabú.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 25/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Los videos