lunes, 3 de septiembre de 2012

Heredero se busca... De Alguna Manera...

Heredero se busca...
 
Cristina, Reina del Eúfrates. Dibujo: Pablo Temes 

El fracaso de Cristina. Un estilo de liderazgo que aborta la gestación de sucesores. El riesgo de elogiar o condenar por conveniencia.

Por qué Cristina fracasó en el parto de su propia herencia política? ¿Cuál es el límite del pragmatismo radicalizado carente de ideología de un gobierno que fuga hacia delante como un ejercicio de autodefensa? La muerte de Néstor destruyó el plan original de operaciones. Aquel día también sepultaron el célebre esquema del “4x4” para completar 16 años de kirchnerismo matrimonial. Ese agujero negro desnudó que en la virtud del tipo de construcción del liderazgo patagónico también estaba su defecto. Concentran tanto el poder que no lo pueden transferir. Ningún sumiso colaborador puede suceder a una mano de hierro. No hay nadie tan bueno como ellos para merecer semejante regalo.

El vacío de autoridad presidencial que dejó Fernando de la Rúa generó la demanda social de un gobierno fuerte, y para eso los Kirchner son mandados a hacer. Son especialistas en verticalismo, y ése es el costado más peronista que tienen. Usan y abusan del poder sin culpas y venden su autoritarismo como la única forma de subordinar a las corporaciones. Y algo, o bastante, de razón tuvieron a juzgar por el éxito. Jamás desde 1983 a la fecha hubo una persona tan poderosa como Cristina. Sus órdenes son deseos para la mayoría del país organizado, con excepción de un sector del sindicalismo y del periodismo. Al resto de las entidades lograron domesticarlas y hacerlas bailar al ritmo de su música. Les marcan la agenda: YFP, Ciccone, voto a los 16. Y ante hechos del mismo contenido, ellos se encargan de bendecir a los buenos y de perseguir a los malos sin que se les caiga la cara de vergüenza. 

Hay ejemplos todos los días y en todos los planos. Si las protestas combativas le toman las escuelas y las calles a Macri, Scioli o De la Sota, es parte de la lucha por la liberación y de la necesaria politización que debe empezar en el jardín de infantes, como los pioneros cubanos, diría Hebe. Sólo falta que, en lugar de saludar con el tradicional “Seremos como el Che” de la isla, griten: “Seremos como El”. Si los que hacen un acampe frente al ministerio de Alicia o cortan la Panamericana son trabajadores desocupados que reclaman indignados por la miseria que cobran de los planes y por la discriminación humillante a la que son sometidos porque tienen la mala suerte de vivir en municipios opositores, en ese caso aparece la Gendarmería para reprimir con un Rambo llamado Sergio Berni a la cabeza. Esos militantes pasan a ser “irracionales”, manipulados tanto por Hermes Binner como por Jesús Cariglino, como si ese concubinato ideológico fuera posible. “Esta protesta tiene contenido político”, decreta Berni por decisión de Cristina. Y lanza los perros, los carros hidrantes y los aprietes. 

La Cámpora con los docentes kirchneristas porteños dice que “Macri es la dictadura” y se proclaman censurados. La buena política es la que hacen los del palo contra Macri. Y la mala política es la que los piqueteros hacen contra Cristina. Está clarito. Los integrantes de Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa, entre otros, estuvieron veinte horas en Campo de Mayo, uno de los lugares más tenebrosos del terrorismo de Estado. Se pueden invertir los protagonistas y la farsa aparece claramente. ¿Qué hubieran dicho los cristinistas si Macri, Scioli o De la Sota hubieran detenido durante toda una noche a los dirigentes docentes en un cuartel, ícono del genocidio?

Ni qué hablar si el tenebroso proyecto X lo hubiese piloteado el Fino Palacios o la ley antiterrorista (verdadera afrenta a los desaparecidos) hubiese sido motorizada por Ricardo Casal.
Que los mismos valores sean adorados o condenados de acuerdo con quién los encarne es un motor de fracturas sociales muy profundas. Genera insurrección moral. Lo que hacen los míos siempre es legal y revolucionario. Y lo que hacen los tuyos siempre es ilegal y golpista. Esa irracionalidad es un terreno fértil para la violencia. Una unidad básica del barrio del Once, esta semana, pintó amenazante en las paredes: “Si la tocan a Cristina / hay justicia popular”. ¿Qué es justicia popular para los muchachos camporistas? ¿Por qué “popular” y no simplemente “justicia”, como para que haya igualdad ante la ley? 

Son blindajes dogmáticos muy peligrosos heredados de lo peor de los 70. En aquella época, justicia popular era una forma de justificar los asesinatos. Ajusticiar a alguien era convertirse en ejecutor de los deseos más profundos del pueblo. Luz roja de alerta para estas locuras. Porque entre los enemigos irracionales del cristinismo hay mentes minúsculas que también creen que el revanchismo y la justicia por mano propia es “su” justicia popular. Ya comprobamos dolorosamente que con el ojo por ojo terminamos todos ciegos.

Deberían tener cuidado a la hora de glorificar mecanismos suicidas y antidemocráticos desde el poder. Una cosa es condenar la teoría de los dos demonios porque efectivamente no se puede comparar ni igualar las dimensiones del terrorismo del Estado con el foquismo criminal. Está claro: no hubo dos demonios. Pero tampoco hubo un demonio y un ángel, como muchos dinosaurios montoneros quieren autocelebrar.
Por eso pasan cosas absurdas. Cristina acusa de lo que la acusan. Habla de prácticas totalitarias, de los que quieren un país fascista y del estalinismo que amordaza cuando es precisamente lo que gran parte de la oposición viene denunciando respecto de su gobierno. En esta columna, el domingo pasado se hizo un llamado para que el debate político renunciara a utilizar esos términos que siempre se pronuncian con el dedo en el gatillo y olor a pólvora. No es un gobierno fascista el de Cristina ni el de Macri. Y no son golpistas los que critican duramente a esos dirigentes. Un país más justo no debe obligar a nadie a vivir de rodillas. Salvo a los golpistas y corruptos de verdad.

El sectarismo, el castigo implacable hacia la propia tropa, el personalismo absoluto que no permite que se desarrollen otros dirigentes, el temor que genera la mínima disidencia interna y la falta de rebeldía de los que viven de un sueldo de funcionario sirvieron para conducir con autoridad. Cristina se aferró con fuerza al timón y eso le dio buenos resultados. Los que se atrevieron a opinar distinto fueron arrojados por la ventana. Y esa señal, en lugar de regar la tierra para que florezcan mil flores, fue como pisar todos los brotes. De ningún obediente salen los nuevos liderazgos. De ningún esclavo surge el heredero K. Ese lugar está vacante. Es el principal fracaso de Cristina.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires  el sábado 1º de Septiembre de 2012.
 

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