domingo, 9 de noviembre de 2008

Artistas Populares de Argentina... No todo tiene precio...

No todo tiene precio


La revista Noticias pretendió instalar que nuestros artistas populares fueron comprados por la Secretaria de Medios K. Para hacerlo se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Bernado Neustad (prócer del periodismo argentino...) y fueron difundidas por Internet en sitios "serviciales" como Seprim y Urgente 24. Si las cosas llegara hasta ahí, podría haber sido un brulote cinico más de una línea editorial banalizada. Pero averiguamos y descubrimos algo más grave: la información de esa tapa estaba descontextualizada.


En la Argentina, los poderosos nos hicieron pagar todas sus crisis: la del ’30, el Rodrigazo, la Deuda Externa, la “híper” alfonsinista, el “corralito”, y en todas y cada una de ellas el retorno a cierta armonía se produjo después del traspaso formidable de divisas desde los sectores menos favorecidos a los más encumbrados en la pirámide social.


¿Cómo se logra esa revolución a la inversa?


¿Cuál es el secreto para convencer a la mayoría de que sus derechos son relativos y lo único absoluto es la renta sagrada de unos poquísimos? Mediante el miedo.

En sus reflexiones sobre los “Tiempos líquidos”, el filósofo Zigmunt Bauman habla del miedo como un naturalizador de conductas de supervivencia, que nos convierte en máquinas adaptables a cualquier alternativa a la muerte física o social. Es por miedo que los obreros aceptan bajas salariales con tal de no quedar desocupados, es decir, socialmente inertes.

Es por miedo que los intelectuales se burocratizan y monologan, en un país donde la controversia política y cultural fue un delito que se pagaba con la desaparición.

El miedo es, en definitiva, el mayor disciplinador que se conozca. Es como un azote interno. Como una patada eléctrica en lo profundo del ser, que convierte a la persona en esclavo de circunstancias que deciden otros. Delata en la ESMA aquel atormentado que quiere sobrevivir, aunque vaya a hacerlo por el resto de su vida rodeado de fantasmas de traición. Se calla el artista que sabe que su nombre en una lista negra le costará, si no su pellejo, el pan de sus hijos.

En fin, la sociedad en pleno responderá sumisa si la disyuntiva es cualquier cosa o la catástrofe.


El miedo, que nos predispone para lo peor, genera, a su vez, estrés, enfermedad que tiene, según los especialistas, tres fases: 1) una reacción de alarma en respuesta a un factor de tensión que activa el sistema nervioso autónomo; 2) una de resistencia mientras el cuerpo se aclimata y ajusta al factor de estrés, y 3) una de fatiga, si la tensión persiste por mucho tiempo, agregándose factores residuales que pueden llevar, incluso, a la muerte.

Los mismos especialistas alertan, en general, sobre las consecuencias en el sistema inmunológico de esta dolencia: el estrés baja las defensas, convierte nuestro cuerpo en campo liberado para que actúen sobre él y a sus anchas todos los virus y bacterias que imaginemos.


¿Qué sucede con nosotros si estamos expuestos de modo continuo a sensaciones de peligro que deberían ser excepcionales? Nos estresamos.

¿Qué sucede con la sociedad si está bombardeada permanentemente con noticias catastróficas como “a usted lo van a echar del trabajo”, “le robarán sus ahorros jubilatorios”, “un pibe chorro lo espera en cada esquina para matarlo” o “usted no puede confiar en nada ni en nadie”?
Se estresa. Baja las defensas. Acepta lo que no hubiera aceptado. Se adapta a las circunstancias. Cambia, en definitiva. Por miedo.

Los que trabajamos y no le debemos nada a nadie venimos reconstruyendo, desde el sablazo del 2001 para acá, y con saludable esfuerzo, un imaginario popular que ponga las cosas en su lugar. Hay ideas consensuadas en lo peor de aquella crisis que nos permitieron salir del pozo. Son los valores de la reconstrucción encarnados en símbolos que no son de ningún gobierno, tampoco del kirchnerista (es más, muchos de sus funcionarios hoy conspiran abiertamente contra ellos), pero que pertenecen al conjunto social.



A saber, y por citar sólo tres: la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pilares de la dignidad y la justicia; los dirigentes sociales que se opusieron a las políticas desindustrialistas de los ’90, los mismos que recuperaron fábricas y contuvieron, como pudieron, en organizaciones imperfectas pero eficaces, a los que se iban cayendo del sistema por desidia empresarial; y también los artistas populares, como Mercedes Sosa, León Gieco y Teresa Parodi, que vienen hace décadas cantando los que nos pasó y nos pasa, apoyando todas las peleas que fuimos dando por una sociedad más justa y solidaria. Ellos son los creadores de la música con la que arropamos a nuestros hijos, los que nos acompañaron en nuestros noviazgos y en los divorcios. Para cada momento hubo una melodía creada por ellos con esa generosidad y sensibilidad que les reconocemos.


Todos ellos son parte de nuestro imaginario sociocultural de posguerra, ese del que nos abrazamos para no caer cuando los capitales fugaban y nadie daba dos centavos por este país.


En su última edición, la revista Noticias pretendió instalar desde su tapa que nuestros artistas populares fueron comprados por la Secretaría de Medios del Gobierno K. Para hacerlo, se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Bernardo Neustadt y que fueron amplia y fervorosamente difundidas por Internet desde sitios “serviciales” como Seprin y Urgente 24.


Si las cosas llegaran hasta ahí, podría haber sido, solamente, un brulote cínico más de una línea editorial banalizada. Pero cuando comenzamos a averiguar descubrimos algo más grave que eso: la información que debía sostener esa tapa estaba descontextualizada, no se publicaban los descargos de los aludidos y hasta las opiniones que secundaban el artículo central, como la de Peteco Carabajal, eran inexactas. Todo eso puede leerse con detalle en una nota minuciosa de Diego Rojas que comienza en la página 52 de este número de Veintitrés.



El objetivo declarado de la revista fundada por Jorge Fontevecchia era alertar sobre la cooptación oficial, haciendo abuso de fondos públicos, de artistas que los ayudaran a revertir su imagen negativa.

Sin embargo, el mensaje subyacente era otro: el Gobierno mete mano en las AFJP, necesita dinero para hacer caja, la caja le sirve para comprar lealtades y los artistas se dejan sobornar porque sólo los mueve la ambición del dinero.

Hace dos meses, la misma revista lanzó una acusación parecida que involucraba a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a quienes calificó de “escudos éticos” del kirchnerismo.


Pese a que nada hay de reprochable en la opinión, más de cien destacadas figuras del campo cultural se sintieron indignadas por el fallido enfoque de Noticias, que enloda trayectorias sin otro motivo que dar una noticia moralmente catastrófica: no se puede creer en nada ni en nadie, ni en los artistas, ni en las Madres y Abuelas.


Leonardo Favio, Peteco Carabajal, José Pablo Feinmann, Carlos Ulanovsky, Eliseo Subiela, Felipe Pigna, Susana Rinaldi, León Rozitchner, Leticia Brédice, Edgardo Esteban, Noé Jitrik, Adrián Paenza, Juan Sasturain, Horacio Fontova, Vicente Battista, Lito Vitale, Horacio González, Liliana Herrero, Guillermo Saccomanno, Graciela Borges, Rep, Daniel Santoro, Rodolfo Braceli, Ana María Shua, Luis Farinello, Adriana Lestido, Juan Palomino, Gloria Carrá, Ignacio Copani, Horacio Verbitsky, Tristán Bauer y Torcuato Di Tella son algunas del total de cien personalidades del campo cultural que suscribieron la Carta Abierta en solidaridad con los artistas agraviados.


No es casual que toda esta gente se exprese. Las “listas negras” son aborrecibles y remiten a lo peor de la trágica historia nacional. La creación necesita libertad y no editores morales que le señalen el rumbo bajo la deleznable amenaza de ser acusados de “vendidos” o “sobornables”. Esa idea es irritante para una mayoría social que cree que no todo tiene precio, como postula el editorialista de Noticias en el número de la polémica.

Decía Rodolfo Walsh, hace ya mucho tiempo: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.

Las Madres y Abuelas son nuestras. Los artistas populares también lo son.

Ellos nos recuerdan que estamos acá, en esta democracia balbuceante todavía, porque antes otros pelearon para que esto suceda. Así podemos sentirnos continuidad y transmitir a nuestros hijos los valores que garanticen más temprano que tarde una sociedad mejor, digna de ser vivida.
Los dueños del poder y del dinero se empeñan en presentarnos como única alternativa una realidad vacía de convicciones, donde ganen los que tienen la fuerza y no la razón, y donde las ideas ya no sean las que mueven al mundo, como sucedió siempre, sino que apenas lo entretengan del tedio por sobrevivir sin otro anhelo que la propia supervivencia.


En ese escenario todo tiene precio. Todos somos mercancía. Y, entonces, nada vale la pena.

En el firmamento mediático, Veintitrés es diminuta. Irreverente, pero pequeña. La mayor fortaleza de este colectivo de trabajo es que cree en lo que dice. En “Reflexiones sobre nuestro tiempo”, el filósofo Alan Badiou escribió: “Tenemos que ir contra la corriente, incluso, y principalmente, cuando hay un consenso aparente, sólido, generado por ideas retrógradas: aquí vale la disciplina de la convicción, aunque se esté en ruptura total con el consenso en toda su capacidad”.



Eso mismo tratamos de hacer edición tras edición. Somos tributarios de un montón de gente que nos lee porque ya lo sabe. Decimos lo inconveniente porque alguien tiene que decirlo. La antropología futura necesitará de nuestra forma de ver las cosas para completar el panorama de lo que sucedió desde una mirada amplia y plural, es decir, verdadera. Y desde esa mínima autoridad que a veces da la coherencia en el discurso es que venimos a decir: no nos gusta.

No nos gusta que el obsceno ataque a nuestros artistas populares provenga de un sector empresario que durante la dictadura creció gracias a la pauta publicitaria oficial de Videla, Viola y Massera, mientras una generación completa era diezmada por el terrorismo de Estado; que durante los ’90 defendió a Cavallo y Dromi, y su política de privatizaciones que enajenó el patrimonio público y generó un bolsón de pobres y desocupados funcional a la baja de salarios que necesitaba la reconversión productiva y financiera del establishment; y que en el 2001 salió a pedirle al Estado que pesificara sus deudas en dólares, a costa del sacrificio de millones. No de plata, de personas.


No nos gusta que se esté preparando un nuevo saqueo para rescatar de la crisis a los mismos de siempre. Tenemos una certeza: no son los chicos de La Cava, o los 600 mil pibes que hoy no estudian ni trabajan en el conurbano bonaerense los que van a ser resguardados cuando la situación empeore. Hasta el Gobierno vacila hoy en sacar una ley de doble indemnización para atajar los despidos con los que amenazan los sectores más beneficiados de la economía.

Una vez más, el establishment va a buscar quebrar la experiencia social que vertebró, con sus idas y vueltas, una agenda política donde nadie se expresa, al menos en público, contra la inclusión social, la ocupación plena y el respeto irrestricto a los derechos humanos, valores que trascienden largamente al kirchnerismo, y que son logros de todos.


Y aquí volvemos al comienzo. ¿Cómo nos convencen de que bajemos los brazos? ¿Cómo hacen para desalentarnos? ¿Cómo logran que dejemos de creer en nuestras oportunidades como sociedad?

Nos crean inseguridad. Nos meten miedo. Porque saben que con eso nos pueden convencer de aceptar el precio de esta nueva etapa “Hood Robin” que se avizora. Y no sólo eso: vacían de cualidades todo aquello que forma nuestro capital simbólico, castigando a sus representantes.


Entonces convierten lo virtuoso en sospechoso. Lo digno en pasible de ser sobornado. Lo bondadoso en perverso. Y la organización que pueda resistir sus propósitos, en una maquinaria corrupta, malvada y perversa.

Yago Di Nella, director fundador de la Cátedra “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de La Plata, es el autor de un magnífico libro titulado Psicología de la dictadura (El experimento argentino psico-militar, ensayo de psicología política). Para él, el ataque a figuras emblemáticas de la cultura popular responde a dos cosas: “Desde el punto de vista de la psicología de masas hay que pensar qué provoca que la sociedad pierda a sus referentes culturales.


En nuestras sociedades, tal como están conformadas, la referencia cultural es la que ganó más credibilidad en la comunidad. Frente al desprestigio de la política, de los liderazgos empresarios y hasta de los deportistas, los líderes que se expresan desde el ámbito de la cultura son quienes más enraizados están en nuestra sociedad. Atacarlos implica romper con los paradigmas de época que tienen que ver con el respeto a las libertades individuales e incluso con las autonomías colectivas. (...) No es casual que se los ataque: estos referentes construyen (...) posiciones ideológicas y prácticas sociales”.

Que son, podría agregarse, la contención a los planes disolventes de los que nosotros llamamos, desde esta redacción pequeña pero militante, los dueños del poder y del dinero. Está en nosotros reaccionar a tiempo para desbaratar sus maquinaciones. Hacer y hacer saber que estas luchas son continuidad de las luchas anteriores, y que nuestros referentes no son otra cosa que el espejo donde vamos a hallarnos cada vez que extraviemos el camino a la equidad social.

Ellos, nuestros artistas, son el testimonio de lo que fue, de lo que es y de lo que será.


Ojalá el día de mañana no nos encuentre escribiendo un poema lúcido y amargo cuyo encabezamiento sea: “Fueron por las Madres y Abuelas y no nos importó. Fueron por los artistas populares y tampoco nos importó. Ahora están tocando nuestra puerta...”.


Estamos de cierre. Me dicen que tengo que terminar de escribir, aunque estaría toda la noche. Uno de los tipos que yo más quiero de esta revista, nuestro corrector, Claudio Díaz, me acerca un papel. Dice así: “Parafraseando a Arturo Jauretche, buscan que seamos un pueblo triste y descreído para fácilmente dominarnos, porque un pueblo pleno de alegrías jamás será sometido”.
Me emociona Claudio. Y me hace reflexionar sobre mis tristezas y alegrías.

Y entonces confieso que mis alegrías más grandes me la dieron mis hijos, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y León, y Mercedes, y Teresa, y Lito, y Adriana, y todos los artistas populares hoy denostados por una nota ruin.


Este editorial va a impresión. Ya dijimos todo lo que queríamos decir.

© Escrito por Roberto Caballero Director de la Revista Veintitrés
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día miércoles 7 de noviembre de 2008 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires


Roberto Caballero Director de la Revista Veintitrés