sábado, 14 de junio de 2008

Establecer La Diferencia... por Luis A. Capomasi

La diferencia…

Siento la necesidad de expresar la diferencia entre defender a un sistema de gobierno que defender a un gobierno.

La Argentina de hoy mantiene un sistema de gobierno democrático, el cual ha sido electo a través del voto popular, esto refrenda que vivimos un sistema democrático y quienes obtienen el poder a través del voto deben gobernar para todos los argentinos.

Quien suscribe, por razones de distancia, no pudo emitir voto alguno en la elección que quienes gobiernan obtuvieron el triunfo en esa oportunidad y no hubiese votado a estos gobernantes por discrepar ideológicamente de ellos, ya que milito en el socialismo.

Esto no me inhabilita para esgrimir que en el juego de palabras inicial, puede confundirse una cosa, defender un sistema de gobierno, con otra, defender a un gobierno.

Cuando desde el llano, y en la ignorancia que supone no conocer profundamente cada una de las razones que impulsan a los unos, el gobierno, y los otros, los productores agropecuarios, tomar las medidas que se han tomado, se hace complejo tomar postura, generando una profunda desazón y frustración personal, justamente por no entender la razones que cada uno arguye para defender su propia posición.

Por el lado de quienes nos gobiernan, se observa una férrea contradicción donde se mezclan temas políticos, económicos e ideológicos. Sumado a esto el caer en uno de los tantos pecados capitales, es el de la Soberbia, donde nada importa, salvo los propios intereses, con dejos de autoritarismo, propio de los mismos que quienes nos gobiernan critican, quienes en décadas pasadas asaltaron el poder de la República con el fin de imponer un sistema económico perverso que nos llevó a la actual situación.

Por el lado de los productores agropecuarios, cuesta separarlos entre quienes tienen la tierra, y quienes realmente trabajan la tierra, que seguramente son “reales productores” y no a los concentradores del poder económico. Sin dejar de pensar que esa misma concentración es la beneficiada con las medidas del gobierno nacional ha propugnado, contradiciendo sus bases populares, si es que realmente son peronistas, por más que argumenten, 90 días después, para que van ser utilizados los usufructos de las imposiciones que han generado las diferencias entre las partes.

Es menester defender a ultranza el sistema de gobierno democrático, que mucho costó en vidas y sufrimientos a los que habitamos la Argentina. El pueblo debe trascender a los gobernantes de turno; no nos dejemos utilizar por las partes, que al fin de cuenta defienden sus intereses. Sepamos que el autoritarismo, el cual ya hemos padecido, sumado a la soberbia e ignorancia no lleva a un camino de desencuentro letal, y atenta contra el actual sistema de gobierno. Basta recorrer parte de la historia para darse cuenta que se habla.

No deseo confundirme, defiendo un sistema de gobierno y no defiendo a un gobierno.


© Luis A. Capomasi

Catástrofes al final de la película… Por Noé Jitrik

Cuando una de las diligentes distribuidoras de películas anunció, hace algunos años, que se estaba por estrenar Titanic, un monumental bodrio, de final por otra parte previsto –el barco se hunde–, la publicidad giraba, con acento dramático, en los millones de dólares que había costado la producción. No yo, un tanto indiferente a esos hechos artísticos, pero muchos hablaban del asunto con gran pasión, casi con compasión.

La publicidad funcionó: millones de personas fueron a verla no tanto, me imagino, para identificarse con los bailarines del naufragio y la carita entre ingenua y pícara de Leonardo Di Caprio, sino para ayudar a la productora a recuperar el costo de la gigantesca inversión. Simpatía conmovedora, solidaridad espontánea con la apremiante preocupación por los gigantescos gastos en los que la empresa había incurrido, incluidos los honorarios de muchos millones que habían debido pagarle, con toda justificación –por fin el arte recibe las recompensas que merece– al susodicho carilindo. Iban al cine, hacían cola como los voluntarios que en la Edad Media se anotaban para rescatar Jerusalén de las manos impías de los infieles.

Considerando esa ocasión, como tantas otras, se ve que hay gente capaz de emprender cruzadas para salvar a los ricos de sus penurias; lástima que no tengan una organización, algo así como Soproricacamypos, sigla de "Sociedad de protección al rico, sus casas, sus campos y otras posesiones", pero sí los mueve una libido generosa cuyo implícito programa les provee los medios para diferenciar rápidamente: al rico ayudarlo, al pobre que vaya a trabajar aunque –y ahí está lo raro– en gran medida esos cruzados son también pobres, claro que fascinados con la riqueza ajena y casi siempre víctimas de esos mismos ricos: entienden bien que el carilindo perciba varios millones de dólares para poner la cara, el cuerpo y el nombre, pero les parece un abuso que un escritor pretenda ganar quinientos pesos por un artículo, no digamos un peón.

Parece una paradoja pero no lo es; significa, tan sólo, que las clases existen pero que lo que ya no existe, al menos para esas brigadas, es la lucha de clases, ese feroz concepto que tanto sufrimiento causó, en especial a los ricos aunque los pobres no hayan tampoco salido bien parados en materia de frustración.

Hace unos cuantos años, en una conversación que debía tener como tema nuestros complicados amores pero que se desvió dejándola para más tarde, mi novia de entonces me señaló que los ricos sufren mucho más cuando pierden sus bienes que los pobres cuando pierden algo de lo poco que tuvieron. Al principio no entendí pero ahora sí y, a lo lejos, le mando un saludo y una reivindicación. Es un tema muy importante, y que ha tenido diversas expresiones. Una de ellas, famosa, fue una célebre telenovela, de esa misma época, me parece, titulada: Los ricos también lloran y que el comprensivo doctor Carlos Menem glosó con fortuna: "la tristeza de los niños ricos", dijo con los ojos turbios de emoción. La frase nos hizo pensar: yo, por mi parte, no pude menos que imaginar a esos desdichados niños sollozando en el regazo de sus solícitas amas de leche, abandonados a sus mercenarios cuidados por progenitores ocupados en sostener los valores (económicos) de esos hogares visitados por la tristeza.

Todo esto viene a cuento a propósito de la favorable opinión que ha tenido el movimiento de gran parte de los hombres de campo en gente que no tiene nada que ver con él y que del campo sólo sabe que debe ser verde y apto para contener vacas, legítimos habitantes de las estancias; no digamos la espontánea manifestación que tuvo lugar en Rosario sino gente con la que uno se cruza en la calle, o hasta parientes y amigos: en masa o solitariamente apoyan a esos rudos campesinos y tenaces exportadores que, afectados por medidas inesperadas que lesionan sus cálculos, o por inspectores que ven que sus libros no registran todo lo que ganan y pierden, están luchando para no perder lo que consideran su más indiscutible derecho, por algo son la patria misma puesto que son los dueños del territorio de la patria.

Hay que ser prudentes y guardar las proporciones: no es lo mismo lanzarse a ver Titanic con la noble intención de ayudar a una productora lejana y desconocida a salvar la ropa que asistir al acto ruralista de Rosario para apoyar al campo en su esforzada tarea de resistir a la aplicación de un impuesto. No es lo mismo, desde luego, pero la tendencia, la pasión por el poder del dinero de los otros es muy similar y se puede observar en muchas otras situaciones: mi madre, que era una humilde costurera antes de abandonar la Rusia de sus desdichas, hablaba con unción de las princesas y lo bien que estaban ataviadas. El cuadro es tal vez, exagerando un poco, lo que el escasamente inteligible Hegel llamó la dialéctica del amo y del esclavo. El amo puede ser implacable, el esclavo adora lo que el amo tiene y se identifica, no con la persona de la cual puede pensar que es un haragán, aprovechado, despótico o cretino, sino con los bienes que posee –en este caso la tierra, las vacas, la soja, el girasol, el trigo, las cuatro por cuatro, las avionetas–, vicariamente goza con lo que le falta y que el otro, el amo, tiene en exceso. Pero raras veces, saliendo del ensueño de identificación, se le ocurre que en lo que el amo tiene en exceso está lo que a él le falta. En todo caso, si siente la falta, en estos días tal vez sólo el aumento de los precios, se lo puede achacar a un tercero en discordia, el Gobierno.

Y eso es una buena y fácil salida intelectual: "Piove, Governo ladro; non piove, Governo ladro".


Noé Jitrik, uno de los más reconocidos críticos literarios argentinos, nació en 1928 cerca de La Pampa. Desde 1939 vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires, el resto en Europa y en México, donde pasó años de exilios entre 1974 y 1987.

Es autor de numerosos ensayos sobre literatura e historia, crítica literaria, teoría y narraciones, cuentos y novelas. Fue profesor e investigador en universidades de Buenos Aires, México y Francia, y es actualmente investigador y director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Entre otros galardones, recibió el de Chevallier des Arts et Des Lettres otorgado por el gobierno de Francia, y el Premio Xavier Villaurrutia, México, 1981. Dirige actualmente una monumental obra: la Historia Crítica de la Literatura Argentina, que aparece en doce tomos y es publicada por Editorial Sudamericana.

© www.todo-argentina.net


Nota del editor
:

Muchas Gracias Paulina Spinoso, mi profesora de Antropología Filosófica, Sicología y Sociología en la Fundación de Altos Estudios en Ciencias Comerciales (F.A.E.C.C.) Muchos aspectos de mi formación humanística se los debo a ella, quien dentro y fuera del aula demostró su calidad humana y docente.


viernes, 13 de junio de 2008

Antártida, La vie en blanc…

Claudio Parica, enfundado como se debe. “Me acuerdo de que las botas de antes eran de lona y cuando las ponía a secar se despegaban todas. Un desastre”.

CLAUDIO PARICA, GEÓLOGO, EL ARGENTINO QUE MEJOR CONOCE LA ANTÁRTIDA

Es investigador, viajó por primera vez en 1985 y sobrevivió en una base fantasma comiendo alimentos que habían permanecido congelados durante veinte años. Desde entonces pasa cuatro meses anuales en carpa en lugares que nadie pisó, a 70 kilómetros del asentamiento más cercano, hasta con 30 grados bajo cero. Su visión sobre las alarmas que parten del continente blanco y un peligro real: el efecto de la visita de 30 mil turistas anuales, un poco pesados.

“Yo siento el mismo frío que vos, eh, no soy un héroe.” Los diez grados de Buenos Aires obligan a Claudio Parica a meter las manos en los bolsillos de su campera y a buscar algún bar para pedir un café con leche. Parece que veinte temporadas en la Antártida, muchas de ellas en carpa, no lo inmunizaron contra el invierno porteño. Si hace frío, Claudio se muere de frío.

De hecho, la primera vez que fue a la Antártida, en 1985, pasó cinco días sin dormir, a punto de congelación. Tenía 30 años, se había recibido de geólogo y formaba parte de un grupo de estudio integrado por salteños, españoles y un italiano que se lanzaba a hacer tareas científicas en el continente blanco. Se llamaban “Vulcantar”.

La idea era alojarse en la isla Decepción –una porción de tierra con forma de herradura y 13 km de diámetro en la zona de las Shetland– pero la base, que se suponía iba a servir como refugio, había sido abandonada en 1967 a causa de una erupción volcánica. Al llegar, se encontraron con la escena perfecta de una película de cine catástrofe: el hielo se había adueñado del edificio. Así que los científicos con fantasías de hacer grandes descubrimientos en ese territorio inexplorado, en principio le dieron al pico, a la pala y al hacha con todas sus fuerzas sólo para poder despejar la puerta.

Cuando Claudio logró entrar, sintió en el cuerpo el tiempo congelado. No era una metáfora: en las alacenas todavía había paquetes de azúcar cubana de 1959, mermeladas de la misma época y paquetes de harina de principios de los sesenta. Entonces pensó lo que habría pensado cualquiera que de pronto se encontrase en un lugar abandonado, en medio de un continente prácticamente deshabitado y con un grupo de compañeros que no pueden frenar el castañeo de sus dientes: “¿Qué hago acá?”.

–Nada alcanzaba para abrigarnos, las tres estufitas no daban abasto. Y eso que en verano esa zona es benigna. Pero mientras afuera hacía cinco grados, adentro, hacía dos.

Tampoco la indumentaria ayudaba. Pasarían varios años hasta que se inventara la tela goretek: en esos tiempos había que arreglarse con calzoncillos largos de algodón, suéteres abrigados y anoraks de lona que absorbían cada gota de nieve. “Me acuerdo de que las botas también eran de lona y cuando las ponía a secar se despegaban todas, un desastre.”

De a poco acondicionaron la base: recuperaron la cocina económica –que al principio funcionaba con el carbón mineral y la leña que habían dejado aquellos habitantes fantasma– y, confiados en las propiedades climáticas del lugar, también usaron el azúcar cubana y la mermelada (“estaba riquísima”) y se abandonaron a un viaje gastronómico por el tiempo.

–A partir de ese día aprendí a comer primero y a fijarme en la fecha de vencimiento después.

Para Claudio Parica, vivir en la Antártida implica dormir en carpa cuatro meses seguidos, en lugares que nunca nadie pisó antes, a 70 kilómetros de la base más cercana. Hay temperaturas de hasta 30 grados bajo cero y vientos de 140 kilómetros por hora.

FRESCO PA’ CHOMBA, PERO RELAJANTE.

A partir de esa primera experiencia, Claudio seguiría yendo cada año como investigador del Conicet y jefe de proyectos de estudios geológicos: cuatro meses en la Antártida, el resto en la ciudad, alternando la investigación con la docencia. Como lo hace en estos días, en los que dicta el curso de posgrado sobre Geología del Sector Antártico Argentino, en la Universidad de San Martín. Y reconoce que, un poco, extraña: “Es que allá te desestresás por completo, te sentís con más plenitud para hacer las cosas, pensás mucho mejor porque no tenés presiones”.

Extraña a la Antártida, aunque vivir allá implique dormir en carpa cuatro meses seguidos, en lugares que nunca nadie pisó antes, a 70 kilómetros de la base más cercana. Y soportar temperaturas de hasta 30 grados bajo cero, o temporales con vientos de 140 kilómetros por hora, rogando que nada se vuele, mientras el tiempo pasa con algún juego de cartas, alguna película en la notebook (“con el volumen al máximo, porque por el viento no se oye nada”) y conversaciones por radio con la familia, con otros compañeros, en las que se repiten frases del tipo “Acá hay un temporal de la gran siete. ¿Ustedes andan bien por allá?”.

Con el tiempo incorporaron algunos lujos. “En general cada uno tiene su carpa y su catre porque si no al quinto día nadie soporta las medias sucias del otro: mi premisa es que para trabajar bien, hay que estar cómodo. En el último tiempo incluso incorporamos un termotanque eléctrico para la ducha.”

Si bien él lo cuenta como cualquiera hablaría de su vida diaria, también están los momentos en los que la hostilidad del lugar deja en claro por qué la Antártida no tiene ningún interés para los buitres de bienes raíces: lo que en la ciudad es una simple anécdota, allí puede convertirse en una situación límite. Así fue como alguna vez Claudio debió convertirse en cirujano de guerra y puso en práctica sus conocimientos de primeros auxilios, aprendidos en sus años de bañero de club.

–Una vez un búlgaro, que había venido a trabajar con nosotros, se lastimó el brazo. El hombre no era muy afecto a bañarse. Se le infectó, no le avisó a nadie y cuando le vimos el brazo, tenía una terrible inflamación. Estábamos en medio de la nada así que hice de tripas corazón, lo abrí con un bisturí, le limpié la infección, y volví a hacer lo mismo al día siguiente. La verdad, en ningún momento me tembló el pulso. Me acuerdo que se llamaba Christo.

Así, con algún que otro sobresalto, la vida de Claudio y sus compañeros suele transcurrir entre el estudio de las rocas, del comportamiento de los volcanes, de la temperatura del agua. Cuestiones que se pueden enumerar así, con sencillez, pero que de explicarlas exigirían un curso de geología para principiantes. De hecho, Claudio menciona isótopos, vidrios no cristalizados y demás cuestiones, y explica que sus investigaciones abarcan dos líneas: la geológica, que ahonda en la geoquímica, la geocronología y en ciertos casos en la paleontobotánica; y la del análisis ambiental, a través del uso de técnicas isotópicas (similares a las del Carbono 14 pero con un mayor alcance en el tiempo).

Enseguida mira y sabe que del otro lado eso que acaba de explicar suena a chino básico y prefiere contar de los restos fósiles de dinosaurios –similares a los de la Patagonia– que se encuentran a menudo y que cuyos hallazgos muy pocas veces se publican en la prensa (“por culpa nuestra, que no lo difundimos”).

También rememora aquella vez en la que dieron con una cueva en la que se refugiaban los famosos foqueros del Río de la Plata que aparecían en Buenos Aires con pieles de focas sin decir de dónde las traían, aquellos que llegaron a la Antártida en 1817, unos años antes de su descubrimiento oficial.

–En la isla Livingston, durante la campaña de 1995, encontramos los primeros asentamientos de estos grupos: había pipas, zapatos, ropa, herramientas, marmitas y construcciones primitivas hechas con piedras y cuero. Sin duda el dinero tiene cara de hereje porque las condiciones de vida eran muy precarias. Pero lo cierto es que venían una o dos temporadas, diezmaban la población, hacían masacres, y después volvían a los 10 años. En Buenos Aires aparecían registros de 50 mil cueros de focas que todos creían que venían de la Patagonia. Pero en realidad eran de la Antártida.

Fuer
on depredadores y no aventureros, entonces, los primeros que pisaron el continente blanco. Y pasarían varios años hasta que la Antártida se declarara continente de paz. “En la Argentina, el paradigma de soberanía por conocimiento tuvo su mayor impulso a partir de los 80 con la gestión de Carlos Rinaldi, el primer civil a cargo del Instituto Antártico. Se dejó de lado la ocupación meramente militar y se hizo hincapié en la necesidad de conocer y de investigar, que es lo que se hace hoy. Por eso es importante desarrollar investigaciones en la Antártida: si la soberanía se funda en el conocimiento, el que no conoce es un mero inquilino”, dice Claudio.

Mientras el Tratado Antártico y el Protocolo de Madrid sigan vigentes, este preciado territorio no corre riesgo. “Esas notas alarmistas de que la Antártida está en la mira son sólo especulaciones para ver cómo caen en la comunidad global”, asegura Parica.

EL ÚLTIMO CONTINENTE.

Si bien se dice que el marino James Cook dedujo la existencia de la Antártida en 1773, fue el inglés William Smith uno de los primeros en avistar este territorio –en rigor, la isla Livingston en las Shetland del Sur– en 1819. Smith era foquero, al igual que Nathaniel Palmer, un estadounidense que reclamó su título de descubridor para esa época. También está documentado que Fabian von Bellingshausen, un capitán alemán al servicio del zar de Rusia, y Edward Bransfield, de la armada británica, llegaron a la zona en forma casi simultánea. Esto significa que no existe el Colón de la Antártida: los honores son compartidos.

Luego se sucederían, durante años, los aventureros, militares, estudiosos y foqueros de diversos países dispuestos a avanzar cada vez más al sur. Y con ellos, los reclamos de soberanía sobre la tierra Antártica: Inglaterra, obviamente, fue la primera en hacerlo en 1908, seguida por Nueva Zelanda y Francia. Unos años antes, en 1904, la Argentina ya había comprado una estación meteorológica instalada por un escocés, que se convertiría en la base Orcadas, reconocida como la primera ocupación permanente en el territorio. Chile también había hecho lo suyo en la misma zona: en 1906 autorizó la explotación industrial, agrícola y pesquera y les encomendó a dos chilenos el resguardo de los intereses soberanos.

Los reclamos de soberanía entre estos tres países seguirían hasta mediados del siglo XX. Entre 1957 y 1958, unos 30 mil científicos y técnicos de 66 países cooperaron en una serie de estudios sobre el planeta. Se lo llamó el Año Geofísico Internacional y dio origen a la idea de destinar un territorio internacional para el conocimiento. El 1 de diciembre de 1959 se firmó el Tratado Antártico, por el cual las naciones intervinientes –Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Irlanda del Norte, Japón Noruega, Nueva Zelanda, Rusia y la actual República Sudafricana– se comprometían a conservar a la Antártida como continente de paz, destinado a la investigación y la protección del medio ambiente. Además, quedaron suspendidos todos los reclamos de soberanía. Finalmente en 1991, en Madrid, se amplió la protección al medio ambiente y se prohibió la explotación de recursos minerales.

Por el momento, los problemas de soberanía no pueden discutirse, por más de que Inglaterra cada tanto agite algún reclamo y de que el territorio argentino no cuente con el reconocimiento de la comunidad mundial. Tampoco está en cuestión la explotación de recursos naturales, más allá de que a veces se desate la alarma de que las supuestas reservas minerales y el agua de la Antártida están en la mira. “Lo cierto es que mientras el Tratado Antártico y el Protocolo de Madrid sigan vigentes, la Antártida no corre riesgo y, por ahora, lo van a estar por muchísimos años más. Esas notas alarmistas de que la Antártida está en la mira son sólo especulaciones para ver cómo caen en la comunidad global”, asegura Parica. Por el momento, entonces, una de las preocupaciones más inmediatas está relacionada directamente con esas personas con suficiente tiempo, plata y ánimo para lanzarse, por placer, en dirección al gélido culo del mundo. Sí, el problema son los turistas antárticos.

Antes del incendio y la evacuación de sus 296 tripulantes, el buque Almirante Irízar surcó los mares helados del continente blanco.

ANTÁRTIDA FASHION.

Cuando no está en carpa, Claudio vive en una base. Vive tan bien, dice, que los domingos, si el día está lindo, hace un asado con sus compañeros. Y, a veces, lo comen afuera. Pero, además de geólogo y ocasional parrillero, Claudio debe desempeñarse como anfitrión y recibir a los 1.500 turistas que pasan por la base Cámara cada temporada.

–Lo primero que hacen es tocarte. No sé por qué pero te tocan y te miran como si fueras el hombre de las nieves. Y después dicen cosas insólitas como “Acá no hay shopping”, o bajan a la playa y preguntan a qué nivel del mar estamos. También nos piden que les mostremos nuestros proyectos, así que siempre tenemos preparado un microscopio con un corte de roca para que vean algo.

Hasta fines de los noventa, el turismo se limitaba a dos barquitos que solían llegar con alguna bandera de Bahamas o de alguna otra isla no muy exigente con el pago de impuestos. No desembarcaban más que 500 personas por año. Pero en las dos últimas décadas, la Antártida se puso de moda: se calcula que durante 2008 recibirá unos 30 mil visitantes, esos que están dispuestos a pagar, como mínimo, unos cinco mil dólares por la travesía. Hace unos meses, uno de los investigadores consultivos del Tratado Atlántico, el indio U. R. Rao, alertó: “La intervención humana en forma de turismo está afectando el ecosistema”. Claudio prefiere no sonar alarmista pero coincide en la necesidad de regular el turismo o, al menos, de rotar los lugares que se visitan. “La pingüinera de la isla Medialuna, por ejemplo, cada día está más chica. Y eso lo veo yo con mis propios ojos.”

Mientras tanto, de noviembre a abril, los turistas seguirán pasando. Y Claudio y sus compañeros les ofrecerán té con galletitas, y posarán para las fotos, y agradecerán algunos regalos valiosísimos, como un poco de verdura fresca. “Lo más reconfortante, en estos casos, es saber que en la Antártida no hace falta el pasaporte, ni saber de dónde es cada uno, ni preguntarle nada a nadie. Es realmente una tierra de paz.”

La Antártida regala paisajes inesperados. Una base casi enterrada por la nieve contrasta con el sol incandescente en el horizonte.

© Fernanda Nicolin. Publicado en el Diario Crítica Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el viernes 12 de Julio de 2008

domingo, 8 de junio de 2008

Exceso de pequeñez... Por Nelson Castro

Exceso de pequeñez...

Hay un texto olvidado de Ernest Hemingway en el que el gran escritor se refiere al efecto destructivo que el ejercicio del poder ejerce sobre los hombres públicos. En ese texto, Hemingway cita la observación de un periodista estadounidense acerca de la teoría según la cual el poder afecta, de un modo evidente, las conductas de las personas que lo ejercen.

Comentario de la calle

“Estamos hartos de todo el conflicto entre el Gobierno y el campo.
¿Cuándo se termina?”
“El parate es cada día más fuerte.”
“Por favor que alguien se acuerde de otros temas.”
“¿Quién se ocupa de la falta de seguridad?”
“El aumento de los precios es impresionante.”


Hay un texto olvidado de Ernest Hemingway en el que el gran escritor se refiere al efecto destructivo que el ejercicio del poder ejerce sobre los hombres públicos.

En ese texto, Hemingway cita la observación de un periodista estadounidense acerca de la teoría según la cual el poder afecta, de un modo evidente, las conductas de las personas que lo ejercen.
Los síntomas de la enfermedad de poder comienzan con el clima de sospecha sobre todo lo que rodea a esa persona, sigue con la sensibilidad crispada en cada asunto en el cual ella debe intervenir y se acompaña de una creciente incapacidad para soportar las críticas.

Más adelante, se desarrolla la convicción de ser indispensable y de que, hasta su llegada al poder, nada se había hecho bien. Finalmente, la etapa subsiguiente es su pensamiento acerca de que nada se hará bien una vez que él abandone el poder.

Esta página de Hemingway bien puede reflejar mucho de lo que está pasando en la cima del poder en estos momentos, en nuestro país.

Las voces de quienes frecuentan al matrimonio Kirchner y de los que han participado de algunas de las reuniones encabezadas por el ex presidente en funciones en su nuevo rol de presidente del Partido Justicialista reflejan esta situación que ya no pueden callar aun cuando, al hablar, lo hacen con el pedido expreso de que no se publique nada que permita identificarlos.

El temor al castigo implacable del matrimonio presidencial es pavoroso.

He aquí una viñeta de esas frases:

“Los Kirchner no saben lo que es la angustia.”
“Los Kirchner son impenetrables.”
“Es muy difícil decirles algo que los contradiga.”
“Se creen que esto es Santa Cruz.”

La prensa viene reflejando con claridad y precisión la situación de preocupación y “angustia” que están viviendo muchos dirigentes del justicialismo, quienes al ver el curso de este conflicto que está totalmente desmadrado temen por sus consecuencias potencialmente explosivas.

La entrada en acción de un nuevo protagonista ha generado una circunstancia propia de la ley de la selva. En efecto, la decisión de los propietarios de camiones de cortar las rutas ha agregado aún mayor dramatismo al conflicto.

Hay allí una interna compleja. Están lo que los ruralistas llaman camiones “gorgojeros” que llevan cereales al puerto, que se identifican con el paro agrario, y están los camiones que transportan carga general que tienen una visión crítica de la protesta. La realidad es que unos y otros la están pasando mal. Los enfrentamientos que se produjeron en algunos puntos de contacto entre camioneros y chacareros encendieron las luces de alarma.

La imagen de los miles de litros de leche derramados deesde los camiones cisternas fue desgarradora. Ese mismo día, el padre Jesús Olmedo, desde su parroquia en La Quiaca, pedía, con un grito desesperado, que se escuchara el reclamo de los muchos pobres que cada día tocan a la puerta de su casa porque no tienen qué comer.

La Iglesia advirtió el peligro de esto de inmediato. De allí la decisión de organizar la reunión extraordinaria de la Conferencia Episcopal que, el jueves, produjo un documento en el que plasmó su preocupación por este presente cargado de enfrentamientos.
El documento expresa, entre otras cosas, lo siguiente:

“Es preciso que tomemos conciencia de que situaciones como esta que vivimos nos menoscaban como comunidad, nos aíslan del mundo y, en definitiva, perjudican a los más pobres. Es más, este conflicto ha puesto de manifiesto falencias profundas de nuestra vida republicana. La persistencia misma del conflicto y la aparente imposibilidad de resolverlo constituyen un signo de debilidad institucional”

“Consideramos que la solución sólo puede encaminarse mediante gestos de grandeza y una vigencia aún más plena de los poderes de la República.”

“Por otra parte, aunque hubiera reclamos justos, no es en las calles ni en las rutas donde solucionaremos nuestros problemas.”

“Pedimos por ello, encarecidamente, al Gobierno de la Nación que convoque a un diálogo transparente y constructivo y a los sectores en conflicto que revean las estrategias del reclamo. Ni la moderación en las demandas ni la magnanimidad en el ejercicio del poder son signos de debilidad.”

La respuesta del Gobierno a este llamado de la Iglesia fue, como siempre, brutal. Las crónicas reflejan que Hugo Moyano esbozó la idea de acudir a la Iglesia para que ésta hiciera un llamado al diálogo y a deponer actitudes intransigentes de los ruralistas. Lo dejaron con el amén en la boca.

La decisión de las entidades rurales de levantar el paro es una buena medida.

Aquí hay que marcar algunas cosas. La determinación exigió mucha conversación. Ahí aparecieron diferencias entre las entidades. Coninagro y la Sociedad Rural tuvieron una posición más flexible. El núcleo duro lo sigue representando la Federación Agraria. Pero el problema, hoy día, va más allá de esto. El núcleo duro lo representan las bases. Allí las cosas están realmente complicadas porque mucha de la gente que está a la vera de las rutas está en calidad de autoconvocados. Y este sector es el que, al momento de escribir estas líneas, sigue con su postura firme de no bajarse del costado de los caminos si el Gobierno no da marcha atrás con las retenciones móviles.

Este es un componente del problema que el matrimonio Kirchner, evidentemente, ignora. Es así que el ex presidente en funciones cree, y así lo dice, que éste es un tema meneado por cinco dirigentes agrarios. Según su composición de lugar, una vez que los venza todo se encarrilará hacia la normalidad.

Si escuchara a muchos de los intendentes del Frente para la Victoria que claman por un cambio de actitud, sabría que muchos de los que están en las rutas votaron a Cristina Fernández de Kirchner.

Pero nada de esto está en el pensamiento del matrimonio presidencial. Como botón de muestra de esta actitud debe computarse lo que está sucediendo con la provincia de Córdoba.
La postura del gobernador Juan Schiaretti, quien reconoció como justo el reclamo del campo, va teniendo su castigo. A una decisión protocolar de la Presidenta de no asistir a la inauguración de una escuela en localidad de La Calera por no haber aceptado el intendente rehusar a invitar al gobernador, le ha seguido un castigo más concreto. El gobernador denunció que no le han enviado los fondos para hacer frente a los haberes de las jubilaciones y del incentivo docente. Lo tremendo de todo esto es que los que pagan los platos rotos de este enfrentamiento político son los jubilados y los docentes.

El otro gran problema que ha surgido de este conflicto es el de la credibilidad del Gobierno. Un ejemplo: El viernes hubo una reunión importante en la Casa Rosada. Estuvieron el ministro del Interior y varios gobernadores. Allí se trataron temas relacionados con la leche, el trigo y la carne y el de los famosos reintegros. Se acordaron mejoras que responden a algunas de las demandas del sector. Pero ocurre que los pequeños productores no creen en la palabra del Gobierno porque, a la hora de instrumentar estas medidas, todo se vuelve tan engorroso que, finalmente, sus beneficios nunca llegan a sus destinatarios.

La necesidad de diálogo es imperiosa. El llamamiento de la Iglesia refleja el dramatismo de la hora. El levantamiento del paro es positivo. Desde las rutas los conflictos no se solucionan sino que se potencian.

El Gobierno aportaría mucho si aceptara el error de las retenciones móviles atento a que quien las ideó, el ex ministro Martín Lousteau, así lo reconoció ante gente del campo y del Gobierno. Tal actitud sería un acto de grandeza.

He ahí un problema porque los Kirchner, con muchas de sus actitudes, representan la abundancia de la pequeñez.

© Nelson Castro. Publicado en el Diario Perfil de la Ciudad autónoma de Buenos Aires el Domingo 8 de Junio de 2008. Producción periodística: Guido Baistrocchi

Ricos transformados en piqueteros... Por Rubén Dri

Ricos transformados en piqueteros

La devastación del país que produjo la implementación a rajatabla del neoliberalismo conservador en la década del ’90 dio nacimiento a los millones de trabajadores que quedaron en el aire, “desocupados”, echados fuera de los márgenes de la “civilización”, abandonados a su mala suerte. Desde la indigencia, desde el olvido y la marginación tuvieron que hacer uso de su imaginación creadora e inventar métodos para hacerse “visibles”.

Surgen, entonces, entre otros métodos como el “escrache”, inventado por H.I.J.O.S., y la “ronda”, creada por las Madres de Plaza de Mayo, los “cortes de ruta”. Los realizan los “piqueteros”. Los periodistas e intelectuales que llevan la voz cantante en nuestra sociedad inmediatamente comenzaron a clamar por el abuso que significaban dichos cortes. Lesionaban el derecho de circular libremente asegurado por nuestra Constitución. Se clamaba por la represión, pues eran como una mancha negra y apestosa en nuestra sociedad de los buenos. En muchísimas ocasiones la reclamada represión se produjo, dejando en los cuerpos de los piqueteros la marca del orden. El encarcelamiento estuvo a la orden del día y, en diversos casos, el asesinato vil, como en los conocidos casos de Kosteki y Santillán.

Pasó el tiempo. Ya no nos encontramos en 2001, su pueblada y la multitud de desocupados cortando rutas. Estamos en el 2008. Los cortes de ruta ahora los realizan, incredibile dictu, la Sociedad Rural, sí, la misma que nos dio de regalo a Martínez de Hoz, las Confederaciones Rurales, Coninagro y la Federación Agraria. Ya no son los pobres, o sea, los “negros”, sino los ricos, los “blancos”; no son los “desocupados”, sino los que “ocupan” a otros. Los cortes de ruta no son los mismos, mutaron, cambiaron de piel, se metamorfosearon, en una palabra, son totalmente “diferentes”. Los cortes de ruta de los negros siempre eran por unas horas, por un día al máximo, para retornar en otra ocasión.

Mariano Grondona, distinguido pope de la “prensa libre”, dictaba cátedra sobre el conflicto de derechos, el de lograr lo mínimo para sobrevivir con el de transitar libremente con los coches último modelo. Las manifestaciones debían hacerse en lugares que no molestasen el libre transitar de los honestos ciudadanos.

Ahora es distinto. En primer lugar, los cortes duran indefinidamente. En segundo lugar, producen desabastecimiento. En tercer lugar, se producen sobre rutas internacionales. En cuarto lugar, la Gendarmería no sólo no reprime a los “ilustres piqueteros”, sino que los cuida. Ninguno ha recibido un solo rasguño. En quinto lugar, la prensa que tanto se escandalizaba de los cortes de los desocupados, ahora, ante el corte de los ricos, se deshace por darle cobertura, tanto que al decir de Hugo Presman: “Cualquiera que llegue por estos días a la Argentina tendrá la sensación de que gobierna una junta de cuatro civiles, con el primer ministro Alfredo De Angeli, que pasan por todas las radios y la mayor parte de los canales. El Gobierno pierde en los medios por goleada”. Parece que la pregonada “calidad institucional” se protege cortando las rutas.

Los discursos desaforados, ampliamente difundidos por los medios de comunicación “independientes”, parecen expresar una verdadera cruzada nacional en defensa de la patria sometida por una familia que se adueñó del gobierno y quiere ver a todos de rodillas: “Sólo ante Dios nos vamos a arrodillar y nunca frente a ningún tirano”. De lo cual no podemos menos que decir que al frente del país hay un tirano y efectivamente, la inefable Carrió nos aclaró que estamos gobernados por un “tiranuelo”.

El vocero del lock-out patronal no se anda con chiquitas. “Nos van a tener que matar de pie antes de vernos de rodillas” y “si mandan a los gendarmes, manden también las ambulancias”. Imaginemos que esto hubiese sido dicho por piqueteros desocupados. ¡Qué alarma no hubiese sonado en los grandes medios, es decir, en la prensa “independiente”! ¡Eso es incitación a la violencia! Dicho en cambio por el vocero de los patrones del campo suena como un himno a la alegría.

La épica que aparece en los encendidos discursos no sólo del citado vocero, sino también de los otros ilustres representantes de los dueños de la tierra, nada tiene que ver con la patria, sino con el popular y nunca bien ponderado “bolsillo”. No quieren compartir absolutamente nada de las fabulosas ganancias que hoy acumulan. En otras palabras, no quieren pagar impuestos. La épica tiene que ver con el bolsillo, pero debido a que el Gobierno en esto no ha dado el brazo a torcer, se ha trasladado al “poder”. Ya es descaradamente una lucha por el poder.

Ante esa lucha menester es definirse. El Gobierno ha cometido muchos errores y, tal vez, horrores. Tenemos muchos reclamos que hacerle en lo referente a un verdadero proyecto nacional y popular, que exige necesariamente la recuperación de toda la riqueza nacional que se ha entregado en la infausta década del ’90. Pero independientemente de ello, la política de las retenciones es correcta y, en esto, el Estado no puede ceder, pese a las amenazas como las de Eduardo Buzzi, el que preside la Federación Agraria, a la que pertenece el gran De Angeli: “Que truene el escarmiento si no se cambia en el tema de las retenciones [...] Hay un solo camino, ganar o ganar”. (Días después pidió disculpas y admitió su error)

La lucha no es del Gobierno contra el campo o viceversa. Simplemente es el levantamiento de los patrones del agro que acumulan fabulosas ganancias que hoy desafían al Estado, diciéndole que en sus negocios éste no debe meterse y, si lo hace, harán tronar el escarmiento. Frente a esto tenemos que ser claros. El Estado debe meterse, debe cobrar la renta, debe intervenir en el mercado para ponerles límites a los grandes consorcios que lo controlan a su gusto y paladar.

Escrito por Rubén Dri, profesor e investigador de filosofía en la facultad de ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires. Algunas de sus publicaciones: Revolución burguesa y nueva racionalidad, Razón y libertad, intersubjetividad y reino de la verdad, La odisea de la conciencia moderna, La utopía que todo lo mueve. En lo referente al campo religioso ha publicado, La utopía de Jesús, Autoritarismo y democracia en la Biblia y en la Iglesia.

© http://www.catedranacional.4t.com

Padre Jesús Olmedo... El grito de los excluídos...

EL GRITO DE LOS EXCLUIDOS

Jesús Olmedo es un cura español. Llegó en los 70 a la Argentina con la idea de evangelizar a nuestros pueblos marginales, pero terminó evangelizado por ellos. Líder de las luchas de los pobres del Norte, siente que los más necesitados deben abandonar “la cultura del silencio” para transformarla en un grito constante, un reclamo permanente para una sociedad de iguales.


En la mañana, Jesús Olmedo se levanta cerca de las 6 y concreta una misma ceremonia: reza alrededor de una hora y lo hace por los pobres que nada tienen, para que no abandonen el camino de la lucha y, también, para que la sociedad en general se comprometa en la misma pelea que termine con las injusticias.
El padre Olmedo es un español que llegó a la Argentina en 1971. En épocas de la dictadura debió retornar a su país, no por voluntad propia, pero “como había dejado mucha tarea inconclusa”, retornó en los ’90 para quedarse y pelear por un pueblo que aprendió a querer más que al propio.

Jesús Olmedo, el cura párroco de Nuestra Señora del Socorro, la iglesia de La Quiaca, dependiente de la diócesis de Humahuaca, hoy es un protagonista fundamental en la lucha de los desposeídos del Norte argentino y un claro referente en la búsqueda por una Iglesia comprometida. Diariamente recorre en La Quiaca varios de los 98 comedores, que instaló en medio del abandono. Allí se atienden a unos 4 mil pibes, de entre 4 y 12 años, que encontraron de esa manera el único camino posible para no morir desnutridos.

Con referentes como el padre Carlos Mugica, o Aldo Bustik, compartió con Carlitos Cajade algunas de las Marchas de los Chicos del Pueblo. “Me dejo una imagen de un hombre con mucha ternura, muy sereno, muy equilibrado, muy profundo y creyente”, definió y, como él, vive sólo para construir un país que incluya a los chicos y que no los condene antes de nacer.

“Cuando llegue a la Argentina tenía 25 años. En el año 71 terminé los estudios de sacerdote en Granada, España, y habían pedido voluntarios para venir a una zona marginal que yo ni conocía; ni siquiera sabía dónde estaba. Yo, que tenía la ilusión de comerme el mundo, me ofrecí y me vine para el Norte, directamente a La Quiaca. En aquel tiempo, la imagen que tenía de la Argentina era la de un país rico, desarrollado, muy culto. Y la zona a la que iría se la imaginaba con vaquitas y ríos.

-Cuando llegué a la quebrada no encontré ni ríos, ni vacas, ni nada. Cerro, cerro, cerro y cerro. Fue una impresión fuerte al principio: mucha pobreza, muchos contrastes. Fui desde Buenos Aires hasta el Norte y enseguidita me di cuenta de que era una raza aborigen, muy impresionante en la cultura, en la acogida, en el cariño. Y además, empecé a darme cuenta de que eran profundamente humanos y religiosos. Uno va siempre con la idea de comerse el mundo. ¡Lo hice con la intención de evangelizar, pero el evangelizado fui yo.

-¿Qué ejemplos puede tomar para graficarlo?

-En la parte religiosa, algo impresionante: como solamente podíamos ir una vez al mes al campo porque éramos pocos sacerdotes y mucha gente que atender, había personas que se caminaban siete horas para irse a confesar, bautizar sus niños o pasar una misa. Y en el aspecto social todavía más porque ante una situación de tanta pobreza, de tanta injusticia, de tanta necesidad alimentaria, de tanta vida machacada por el dolor y por el sufrimiento, lo llevaban con un sentido muy profundo… Iba a decir “hasta con silencio”, ¿verdad? Tenían una frase que siempre decían: “El diosito nos va a ayudar”, o “siempre no va a ser así porque vendrán tiempos mejores”. Y a mí eso me impresionaba porque nunca renegaban de nada, ni mucho menos de Dios. Creo que eran demasiado buenos y practicaban la cultura del silencio. Y con la cultura del silencio me di cuenta que tenía que hacer algo...

-¿Silencio era sinónimo de resignación?

-Creo que sí… El primer libro que escribí allá en la zona se llamó “La Cultura del Silencio”, porque me impresionó el silencio del pueblo. Por ejemplo, una vez unos chiquitos iban por el campo a la escuelita y yo pasaba con un compañero en un coche que teníamos para ir a la misión y los montamos. Recuerdo que mi compañero, medio despistado, les abre la puerta a los chicos, y uno de los chiquitos se sentó al lado mío adelante; al cerrar la puerta le agarró los dedos... No dijo ni ay. Al ratito vi al chiquito con los deditos hinchados: “¿Qué te pasa?”, le dije. No dijo ni ay. El silencio a veces es muy fuerte. También me impresionaba muchísimo para Semana Santa, cuando iban haciendo unos lamentos, que en el fondo era un grito de dolor y de sufrimiento. Cuando les pregunté qué estaban cantando, me dijeron que era a la pasión de Cristo y a su sufrimiento. Ese silencio me hizo pensar en una frase que leí y me gustó: “El silencio es un grito más fuerte que el grito mismo”. A veces, cuando un pueblo calla tantos años, es porque ha sido silenciado. Porque es cierto que es un pueblo silencioso, pero porque para mí antes ha sido silenciado. Entonces desde la cultura del silencio empezamos a luchar por ellos y ahora, siempre lo digo, desde la cultura del silencio, hemos pasado al grito de los excluidos. Y el último libro que escribimos era “Los desocupados de La Quiaca, doce años de luchas en el Norte Argentino”.

-¿Cuándo recuerda que empezaron a hablar?

-En el 92, con motivo de los famosos 500 años, hicimos una gran movilización en Abra Pampa donde había casi 3 mil personas. En un contexto de evangelización y de cuestión religiosa, la gente empezó a gritar por las calles por sus derechos. Empezó a quitarse el miedo. También hubo una marcha por los mineros de Pirquita porque querían cerrar la mina. Después fue por la zona franca en La Quiaca que habían prometido y que nunca llegó. Y a partir de ahí gritaron por los desocupados, por la falta de trabajo, por los comedores…

-¿Cómo definiría a esa parte de la Argentina que para muchos no es ni siquiera Argentina?

-Efectivamente y hay que decirlo con todas las palabras. Para mí es lo que siempre se ha llamado la Argentina profunda imaginada y olvidada, por los gobiernos, por la sociedad e incluso por la Iglesia, porque hasta que llegamos nosotros habían tres sacerdotes para 80 mil personas y 33 mil kilómetros cuadrados… Y creo que además es olvidada por ser una raza aborigen, un pueblo originario despreciado.

-Doblemente marginado…

-Recuerdo que después de varios años de estar en La Quiaca conseguimos que unos 80 chicos scout fuesen a Tucumán en dos colectivos. Al salir pasamos por la Iglesia a despedirnos y a rezar para tener buen viaje. Allí había unos turistas y una persona “muy religiosa” me dice: “Padrecito, ¿dónde va?”, y yo contento le digo: “Vamos a Tucumán” y le salió del alma: “¿Dónde va con estos coyas? Nos va a dejar mal…”. Y era de Buenos Aires y muy religiosa entre comillas. Mucha gente no sabe dónde está La Quiaca... Cuando aquí alguien quiere mandar a alguno a un sitio de esos... dice: “anda, vete a La Quiaca”, y al mismo tiempo hablan de “estos coyas de mierda”. Recuerdo cuando hubo un brote de cólera en el año 91, decían que la culpa la tenían “los coyas de mierda” y algunos pensaban que eran bolivianos. También me acuerdo de una misa en Sevilla en la que estuve hablando de nuestra zona para pedir alguna colaboración. Ese día había ahí en España una porteña y cuando termina la misa, se va muy enojada a la sacristía. Yo estaba así vestidito, cuando salgo no me conoce y dice: “¡¿Dónde está el padre que ha hecho la misa?!”. “Soy yo señora”. “Y usted –me dijo enojada- por qué habla así, porque eso que llama ‘coyas’ son indios; esos no son argentinos, son bolivianos”. “Señora aprenda geografía: la Argentina comienza, eh, comienza, no termina sino comienza en La Quiaca”. Ahora que estoy en Buenos Aires más tiempo, he visto que aquí hay una mezcla de pueblos: españoles, alemanes, rusos, japoneses, entonces la conciencia verdadera del pueblo argentino está en el Norte. Y los que tendrían más derecho a disfrutar de esta bendita tierra son los que siempre la han vivido. Los que todavía no han recuperado sus tierras…

-¿Será porque dicen que Dios atiende en Capital?

-No. Dicen que en otras partes tienen candado. Si lo dejamos, atiende en todas partes. Hay que pelear para que se lo deje. Y es tan bueno diosito que a veces lo amarramos para que no atienda y pelee en todas partes.

-En los medios sólo salen noticias del interior cuando ocurre algo malo…

-Es así. Tu ves la televisión de Buenos Aires y da impresión de que es otro país y si quieres enterarte de algo del interior tienes que agarrar un canal del exterior. Es decir que la Argentina parece que es sólo Buenos Aires. Esto pasa también en España con Madrid. Hay una especie de crítica muy fuerte al centralismo de Buenos Aires en todo sentido. Por ejemplo con el folklore. A mí me dicen que la música argentina es el tango, con todo respeto al tango... Y en Europa, también hablan del tango y del tango. Y lo decía Ortega y Gasset: el folklore del norte de Tucuman, Salta y Jujuy es el folklore más hermoso que se canta y se baila en el mundo.

-Aquel es un pueblo solidario... A pesar de su pobreza…

-Es algo de todos los días. Cuando tú vas al campo a celebrar una misa o lo que fuere, lo mejor que tienen en su casa, es para ti. No tienen cama para todos, pero la que tienen te la dan a ti y ellos duermen en el suelo. Los pueblos que son pobres quizás saben compartir más que otros...

-Antes hablaba de la tierra...

-Pues ahí los españoles nos tenemos que sentir culpables. Todavía hoy los pueblos del Norte están pagando arrendamientos por las tierras, que son de ellos, pero que en la época de la conquista española pasaron a manos de supuestos nuevos dueños; hoy los descendientes de aquellos españoles todavía les están cobrando por esas tierras. Pero además, hay tierras fiscales por las que se luchó mucho en tiempos de Perón; consiguieron incluso un decreto donde recuperaban esas tierras que había expropiado Perón, pero todavía no se las han entregado.

-La Ley dice que después de 20 años la tierra es del que la habita…

-Todo lo que tú quieras. Hay otra ley que es que la tierra es de quien la ha vivido y desde sus ancestros han vivido ahí, la han trabajado, tienen su corderito, su hacienda, su casita, sus hijos. Eso es suyo. No es que el Estado se las entregue o se las regale. Lo que debe hacer el Estado es reconocer en un papel que eso es suyo. Y eso todavía no lo tienen. Y ahora el colmo: como a Humahuaca la han declarado Patrimonio de la Humanidad, están apareciendo dueños de tierras por todas partes. Fui testigo de esa lucha porque llegaron unas personas amparadas por la policía, y querían arrasar con las familias y empezar a construir. Ya tenían hasta las maquinas topadoras. Y nos plantamos durante 15 días, noche y día, diciendo “esto es nuestro y no va a quedar así”. Y se consiguió que se fueran.

-¿Qué otras victorias me puede contar?

-Mira, muchísimas victorias. Como ya te dije, la más importante es que este pueblo ha pasado de la cultura del silencio al grito de los excluidos. Un pueblo que ha dejado de estar agachado a pronunciar su palabra y a gritar su protesta. Suficiente para mí. Unido a esto está el recuperar la dignidad de la mujer. Porque la mujer era incapaz de salir de su casa porque su marido no la dejaba. Incluso se decía, y muchos quieren decirlo todavía, que la mujer no es gente. Hoy la mujer ya dice “¡somos gente!” y sale. Y, como ocurre habitualmente, las más luchadoras han sido las mujeres. En la mayoría de las marchas hay más mujeres que hombres. Cuando había conflicto con la Gendarmería, las más valientes eran las mujeres. Para mí esta ha sido una de las grandes cosas que hemos conseguido en la lucha: recuperar a la mujer para la lucha. Y otra cosa que es importante fue que las personas desocupadas ya se han construido 130 casas. Las hicieron ellos mismos. Hemos hecho diez comedores en La Quiaca, salones comunitarios que son multiuso...

-¿A partir de cuándo ocurrió eso?

-Desde el 94 cuando vinimos tres veces a Buenos Aires: La Marcha de la Esperanza, la Marcha de la Dignidad, la Marcha de los Pobres y Excluidos. Fue en plena época de Menem. ¡Tan dura! La más fuerte fue con los desocupados de La Quiaca, verdaderos protagonistas. Constituyen casi el 60% de la población de la región. Esa es una zona de pura sobrevivencia: no hay industria, no hay prácticamente agricultura; sólo había dos minas y una cerró. La Quiaca tiene unos 15 mil habitantes. Por ahí vivían del contrabando hormiga... Es impresionante: hasta los niños de 12 o 13 añitos pasaban con unos fardos tremendos de pesados; pasaban y volvían a pasar, y con eso se ganaban unos pesitos. Eso es trabajo esclavo. Es tremendo. “Padre, es lo único que tenemos para sobrevivir”, te dicen. Empezamos a luchar para que tuvieran por lo menos lo mínimo de dignidad: salud, educación y un plan alimentario para los niños. Se consiguieron los comedores, las casitas, los planes Trabajar… Algo es algo. Y se hicieron proyectos de todo tipo. En 2001 veíamos que se hablaba de la crisis argentina por el dinero que había quedado en los bancos pero no por el hambre de la gente. Entonces pensamos que había que hacer algo para que se den cuenta de que la realidad era más grave que lo que mostraba la televisión. Hicimos las crucifixiones y eso provoco una imagen a nivel mundial. Filmó la TV española y recuerdo que recibimos ayuda de otros países.

-El país de los contrastes y del mirar para otro lado…

-Desde que volví a la Argentina en el 1992, vi que la situación social iba peor, peor, peor. La gente pedía más ayuda en la parroquia, la gente del campo se iba cada vez más a La Quiaca. La mina Pirquita había cerrado. En La Quiaca había más barrios pobres. Estaban en situación de extrema pobreza: llegamos al 50 por ciento de desnutrición infantil; la mortalidad infantil estaba casi en el 80 por mil. Hoy cada familia tiene entre uno y cuatro hijos muertos. Cuando te hacen una misa y te escriben los nombres te dicen “los angelitos” y son los que han muerto. Una vez estuve presente en la muerte de uno de ellos. Fue terrible porque en un puesto de salud de Mina Pirquita no había ni una aspirina; este chiquito tomó agua contaminada -en esa zona no había agua potable- y le agarró una infección intestinal. Lo atendió un enfermero, porque médico no había, y le dijo que era una infección pero que no tenía ningún medicamento. El padrecito que hizo la misa, un poco por consolarlo, decía: “diosito se lo ha llevado, la tierra se lo ha tragado”. Íbamos detrás con el enfermero, me dio un codazo y me dijo: “No, no se la ha tragado la tierra, no se la ha llevado Dios; se la ha llevado la injusticia”. Tenía razón.

-¿Un cura coincide con eso?

-Por supuesto. Porque yo creo que la mayoría de los chiquitos que mueren podría haberse salvado. Recuerdo el entierro de una chica de 15 años que murió de tuberculosis por hambre. Había un cajoncito y la gente empezó a echarle dentro lo que a ella le gustaba: frutas y otros alimentos. Yo estaba recién llegado y me explicaron que era una costumbre del lugar. “Si esta fruta la hubiese ingerido antes”, pensé. Es algo por lo que todos nos debemos sentir responsables. Yo y la Iglesia, los gobiernos y la sociedad en general que se despreocupa.

-¿Ha dudado de la existencia de Dios frente a tanta tragedia?

-Hay que luchar para desclavar a tantos crucificados. Jamás he sentido la tentación de echarle la culpa a Dios. Y arrepentirme de estar luchando con ellos. Nunca. Es al revés: uno se siente más cerca de Dios cuando está con ellos en el dolor, en el sufrimiento. ¡Pero también en la lucha! “Bendición” quiere decir “bien”. Por eso, bendigo a todos los que luchan. Yo digo “bien” de Dios, del Dios de la vida, del Dios de los pobres, del Dios del pueblo, del amor y de la esperanza. Digo “bien” de todos los que estais trabajando con los pobres, con los humildes, con el pueblo y desde el pueblo. Y digo “bien” de todos los creyentes, no creyentes, que estamos unidos en un mismo ideal de construir una patria para todos, un mundo para todos y una tierra bendita para todos. Y que ojalá la Argentina, que está bendecida por Dios con tanta riqueza, pronto sea una patria bendita para todos. Que Dios les bendiga, que no perdamos la esperanza, y que sigamos unidos, cristianos y no cristianos, de todos los credos, de todas las religiones, de todos los partidos políticos, de todas las culturas para ser una patria más justa, más fraternal y para todos los argentinos. Sin ningún excluido.


© Publicado en http://www.lapulseada.com.ar por Verona Demaestri y Carlos Fanjul

Joaquín Sabina... Le sobran los motivos

Le sobran los motivos

Acompañado con las ilustraciones de Gustavo Otero, porteño y egresado de la Prilidiano Pueyrredón, Ediciones B publica Esta boca sigue siendo mía, la versión completa y definitiva de los poemas que todos los jueves sacó el cantautor en la revista española Interviú. En este inventario de más de 200 obras, el autor de Mentiras piadosas y Alivio de luto les canta, entre otros, a Maradona, al Negro Fontanarrosa, a Benedicto XVI, al subcomandante Marcos y a Marlon Brando.


Maradona mano de Dios

Bendito sea el noble colchonero
Que pierde como sabio con farlopa
Para vosotros putas y dinero,
Para mí Torres, Diego y otra copa.

La doce frente atlético, lo mismo
Caballito, Perón la última curda,
Nos une la pasión y el catecismo
De los que nada creen y aman tu zurda.

Pelotero genial, hincha pelotas,
Amigo de Fidel, hermano mío,
Loco, enfermo, cabrón, líbero en zona

Bendito sean los tacos de tus botas,
bendita tu receta contra el frío,
mano de dios, bendito Maradona


No te nos mueras más

Maldita sea el vómito, la arteria
Que disloca la coca de los pibes
Vivir era un balón de feria en feria,
Morir... un cero a uno contra River

Maldita sea la carpa desalmada
Que te pitó un penal, letal e injusto,
Maldita sed de todo siendo nada,
No te nos mueras más, ¡pucha que susto!
Qué falta de respeto, mundo killer,
Los penúltimos llegan los terceros,
Nápoles, cebollita, Barcelona.

Malditos sean Coppola y Zisterpiller,
Los dealers, las madamas, los banqueros
Que le chupan la sangre a Maradona


Zamba pal Negro Fontanarrosa (rosarino universal)

Lo peor de la cosa
nostra es el chau
de Fontanarrosa.

Primos al Palau
San Jordi del noi
Sensa renegau

Ni vengo ni voy
Ni firmo recetas
de ayer para hoy,

porque, sin Mendieta,
Boggie el aceitoso
Parece un poeta

Lírico y leproso
Y su pobre viuda
Una osa sin oso

Ni fosa, ¿quién duda,
Pereyra Inodoro,
De la bronca muda

Del pibe del coro
Que desface entuertos
Sin hallar tesoro?

¿Cómo que estás muerto?
Mientras en Rosario
Central, che, Roberto,

Un clon de Romario
Te brinde un golcito
Canalla y sicario

Que muere por Fito
Por vos, por Olmedo,
Por mi Juan Carlitos

Baglietto, me quedo
Y me voy con Guevara
Compadrito en pedo,

Cholo tarahumara,
Tronco de un Quevedo
Que escribe y dispara.


Habemus papam

Dogmático del dogma, santo oficio,
Pastor en jet privado por el mapa,
Fustigador de pajas y fornicios
Habemus papam

Ortodoxo de mitra y solideo
Pegado al gran poder como una lapa,
Anti Epicuro, Darwin, Galileo,
Habemus papam.

Bush y Ratzinger se han antediluviado
Bajo la misma impermeable capa,
El espíritu santo la ha cagado,
Habemus papam

Epifanía del relativismo,
Teología del Opus y la Trapa,
Ideología del paleocristianismo
Habemus papam.

Panzer se llaman quienes lo conocen,
In pectore, de su labor de zapa,
Más que un gordo Roncali,
Un imPío doce,
Habemus papam

Casaldáliga, Hans Kung, Leonardo Boff,
El padre Llanos versus la Concapa,
Inclusa de la mala educación,
Habemus papam

¿Condón?¿ sacerdotisas? no me jodas,
¿divorcio? ¿aborto? Misa con zurrapa,
no tendrá el maricón noche de bodas,
habemus papam.

Pastel de cumpleaños para Silvio Rodríguez

Te debo una canción
Desafinada,
Contra la nada
Maquillada
De quién sabe

Te debo una canción
Grela y desnuda,
Cuando en la duda
Tartamuda
Vuela un ave

Te debo una canción
Cuarenta y veinte,
Por insurgente
Delincuente
Sin cananas.

Te debo una canción
Muerta de risa,
Contra la prisa
Monalisa
En las persianas

Te debo una canción
Escalofrío,
Contra el hastío
Del rocío
Desangelado
Te debo una canción que me envenena
Porque gangrena
La verbena
Del pasado

Te debo una canción
Con cicatrices,
Por las raíces
Con varices de mis botas.

Te debo una canción
En esperanto,
Por el amianto
Cal y canto de tus notas.

Te debo una canción
Porque el caribe
Del son del pibe
Muere y vive
A borbotones.

Te debo una canción
Aniversario
Por tu calvario
Sin rosario
De neones

Te debo una canción
Nocturna y breve
Que no se atreve
A ser tan leve
Entre tus manos

Te debo una canción
Usté mismito,
Si está Pablito
Y Joaquinito
Tres hermanos.


Dos miradas chiapanecas

I

Tuxla Gutiérrez tan lejos de casa
Y tan en casa, y tan pendejo y tan
Oliendo lo que duele y lo que pasa:
Oaxaca, Pri, Buñuel, tierra sin pan.

El Prd es el eje de una masa,
que abrasa al peje en numantino clan,
bailando al son de la negra Tomasa
íbamos todos pero ¿adónde van?
Dudo porque no sé dónde alistarme,
Porque me escudo para no quedarme
En la pipa de narco de Satán

Pompas para los compas de Zapata,
Que ejercen de ratón contra la gata
Del Fox trot de Sahagún con superman.

II

Chiapaneco es el hervor
Del impulso redentor
Que agrietó el libre mercado.

San Cristóbal de las Casas,
Queda ceniza en las brasas
De un futuro con pasado.

Lo de menos es sembrar
La guerra en un lupanar
Sin Lupitas ni frijoles.

Importa más escribir
El Catón del porvenir
Con balas de guacamole.

Coplas a la muerte de Kowalski

Se escaqueó Marlon Brando,
Padrino de mi madrina,
Con sus ochenta volando,
Eau de sobac, gabardina

Con lamparones viudos,
Con mantequilla en el recto,
Con jadeos sordomudos,
Con su pasado imperfecto

Poca gente lo quería
Pero al abajo firmante
Le enseñó que se podía
Joder a los comerciantes

Y engordar y envejecer
Como un pirata inclemente
Que sabe ser y no ser
eterno y adolescente

Recuerden su camiseta
De efebo predinosaurio
O aquel solo de trompeta
Sin condón ni escrapulario

Me puso cuernos con Rita,
Con Marilyn, con Marlen,
Con Vivian y con Sarita,
Antes de estar todo a cien.

A más de un putón apache
Le alicató el paraíso,
Los dioses no ven los baches
Del estanque de Narciso

Yo que no salgo en la foto
Del día del orgullo gay
Ni me ha tocado en la moto
De paquete de Doris Day

Por calle melancolía
Canto el responso del feo,
A la sombra de un tranvía
Que se llamaba deseo.

Último tango en París
De huerfanitos gemelos,
Qué entierro, qué vis-á-vis,
Qué solterones en celo.

La muerte es un ripio zafio
Que no desperdicia un tiro,
Vaya mierda de epitafio,
Quedan Torrente y De Niro.



© Publicado en el Diario Crítica Digital de la ciudad de Buenos Aires, el Domingo 8 de Junio de 2008