sábado, 29 de septiembre de 2007

Un argentino emblemático...

Tipo querido si los hay, aún por los que no tuvimos el gusto de dialogar personalmente, sin duda fue el "Negro" Roberto Fontanarrosa; humorista de la fina estirpe de los elegidos por el voto tácito de la gente, como uno de los grandes de verdad en lo suyo; que en pocos trazos y en breves textos era capaz de arrancar una sonrisa y hasta una carcajada al más serio; siempre con un humor de tipo popular, no solo para elegidos de alguna élite intelectual rebuscada.

Sin duda en el grupo más conocido y querido de los humoristas gráficos actuales, me hace acordar también el vacío que dejó otro grande, allá por los '70: Fidel Pintos, un gran personaje cómico –sin groserías y muy a lo argentino- que engalanaba y jerarquizaba la televisión.

Creo que muchos, una legión de lectores, vamos a extrañar a Inodoro Pereyra, con su humor tan elaborado y a la vez tan claro y popular; del cual me permito rescatar aquella frase que nos pintó tan bien en épocas del derrumbe total al cual marchábamos a paso acelerado: "mal pero 'acostumbrao' " –todavía aplicable ahora-; poniendo una gota de fina y sana ironía en el marco de incertidumbre y angustia generalizado que parecía que nos cerraba el horizonte.

Parafraseando a Jauretche, había quienes "nos querían ver tristes, para hacernos sentir derrotados", y tipos –tipazos- como Fontanarrosa, fueron partes importantes del antídoto que nos permitió sobrevivir a "tantas pálidas", cuando nos querían (¿o nos quieren?) hacer sentir a todos los argentinos culpables de las corruptelas y groseras tropelías de una minoría vandálica e insensible.

También recordaremos alguna que otra frase, de las muchas que con festejado y muy esperado desenfado, se despachó en el Congreso de la Lengua Castellana, en su ciudad de Rosario; mostrando que lo culto no está necesariamente separado de lo cotidiano, de lo popular,…en fin, de lo entrañablemente argentino.

Como tal fue futbolero de alma, filósofo del tablón, según cuentan hombre de amigos entrañables de café del barrio; y declarado admirador de las mujeres bonitas, que por cierta hay muchas en su Rosario natal.

Posiblemente uno de los mayores rasgos de su extraordinaria personalidad, es que "no se la creyó", ni cayó en la tilinguería de pretender ser un "intelectualoide de avanzada", como suele ser tan común en la casta de los colonizados mentales, de la cual tan lejos demostró estar.

Si tuvo una pizquita de Fe del tamaño de un grano de mostaza –que seguramente la tuvo-, seguramente ya estará haciendo reir a San Pedro, camino a entrar al Paraíso de los elegidos, de los humildes de espíritu, de los grandes en el marco de su sencillez y espontaneidad, no exenta de filosa y sana picardía.

Hijo dilecto de su hermosa ciudad, que nos perdonen los rosarinos, pero…

¡El Negro Fontanarrosa es patrimonio de todos los argentinos!

© Carlos Andrés Ortiz

viernes, 28 de septiembre de 2007

Las tres puertas...

Las tres puertas

Una joven entró ansiosa y afanada a su casa. Sin saludar, fijó su mirada en su tío, quien reposaba tranquilamente en la sala, y le dijo:

- Tío, un amigo muy querido por ti estuvo hablando mal de ti.

- Espera, niña, espera - respondió el tío - ¿ya le hiciste pasar la prueba de las tres puertas a lo que me vas a contar?

- ¿Las tres puertas? - Preguntó sorprendida la chica -.

- Sí, la primera es LA VERDAD ¿Es absolutamente cierto lo que oíste? - Inquirió de nuevo el tío-.

- Bueno... me lo contaron los vecinos... supongo que... - dijo la niña dudando -.

El tío interrumpió:

- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda puerta que es LA BONDAD Es bueno para alguien esto que vas a contarme, o tal vez, sin darte cuenta, ¿te estás volviendo mensajera de malas intenciones?

- No... - respondió la joven - no creo que esto que te voy a decir sea bueno para nadie.

- Muy bien, - dijo el tío - entonces, nos queda la última puerta: ¿Es ÚTIL lo que me vas a contar?

- Tal vez no... - respondió tranquila la joven -.

- Entonces, si no es Verdadero, ni Bueno, ni Útil, no lo discutamos - concluyó el tío -.

Mantente alerta para evitar que a tu corazón entren calumnias y ten aun más cuidado de no convertirte en su distribuidor.


jueves, 27 de septiembre de 2007

Por qué todavía no me compré un DVD...


Por qué todavía no me compré un DVD

En los últimos días, en oportunidad de estar en Europa presentando nuestro último libro comenzamos a recibir decenas de correos electrónicos.
En todos ellos se nos advertía que un texto nuestro circulaba por Internet con la firma de Eduardo Galeano.
Al llegar a Uruguay los correos se multiplicaron y en todos ellos se nos consultaba al respecto.
Utilizamos los buscadores de internet y nos enteramos que nuestra crónica titulada “Desechando lo desechable” escrita en mayo del 2006 e incluida en esta misma página estaba circulando con otro título y efectivamente llevaba la firma de Galeano.

Encontramos el texto en páginas de Italia, Chile, Cuba, Argentina, México, Australia, España y en foros, páginas, diarios y semanarios de una enorme cantidad de ciudades del mundo con el título de “Porque todavía no me compre un DVD”.
En otras páginas llevaba el título “Para los de más de 40” y en otras “Ahora todo se tira”.
En todos los casos al pie figuraba la firma de Eduardo Galeano.
En el día de hoy comenzó a circular un desmentido confirmando que el texto no pertenece al reconocido escritor compatriota.

Hemos escrito a Eduardo Galeano solicitando las disculpas del caso (a pesar de no tener responsabilidad en lo sucedido) y reafirmando nuestra admiración a su obra que descansa –muy poco- en los estantes de nuestra biblioteca.

A continuación publicamos el texto original, sin las modificaciones que se le han hecho en los últimos meses y con la firma correspondiente.
Lamentamos la situación producida y el perjuicio que pueda haber sufrido nuestro estimado Eduardo Galeano a quien leemos y admiramos desde Marcha y desde “Las venas abiertas de America Latina”.

DESECHANDO LO DESECHABLE

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo…no me entrego.

Marciano Durán

martes, 25 de septiembre de 2007

Una filosofía de vida...

Una filosofía de vida...

VIVIR... es llegar de donde todo comienza.

AMAR... es ir a donde nada termina.

VIVE... como si fuera temprano.

REFLEXIONA... como si fuera tarde.

SIENTE lo que digas... con cariño.

DI LO QUE PIENSAS... con esperanza.

PIENSA lo que haces con Fe.

HAZ LO QUE DEBES... con amor

La vida revela la verdad.

La verdad nos ilumina el camino.

El camino nos conduce a amar

El amor nos hace VIVIR.

La razón de amar... la encontramos viviendo...

El sentido de VIVIR... lo encontramos ¡¡¡AMANDO!!!

Ama a las personas como son.... y ellas terminaran siendo lo que deben...

Sobre los miedos...

Sobre los miedos...

Temía esta solo, hasta que aprendí a quererme a mi mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso si no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinarían de mí.

Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mi mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún, la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan más vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.

El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.